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Brooke Hamilton
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Libro electrónico182 páginas2 horas

Brooke Hamilton

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Información de este libro electrónico

La periodista y escritora Virginia Morgan ve sus días alterados después de quedar involucrada accidentalmente (o no) en una serie de asesinatos cometidos en la ciudad de Manchester. Este thriller psicológico nos lleva a reflexionar hasta qué punto el ser humano está dispuesto a todo con tal de tener éxito, tanto en lo profesional como en la vida misma.

La estrecha relación con el asesino la hace jugar al juego del gato y el ratón en más de una oportunidad. A veces llegando al éxtasis, otras temiendo por su vida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 oct 2024
ISBN9798223320302
Brooke Hamilton

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    Brooke Hamilton - Diego Luis Vidal

    Capítulo 1 – El Interrogatorio

    -Señora Morgan, se lo repito por última vez- dijo, apuntándole con su dedo índice -si no me dice la verdad haré que la encierren por encubridora.

    -¡Señorita! Detective Parker.

    Éste dio un fuerte golpe con ambas palmas de sus manos sobre la mesa de aluminio produciendo un terrible estallido. Un oficial que hacía guardia afuera se asomó por la ventana.

    -¡Me importa un carajo si es señora o señorita! Se-ño-ri-ta Virginia Morgan. ¡Hable de una vez!

    -Ya le dije todo lo que sé. Lo que escribo proviene de mi imaginación. Es pura ficción. ¿Qué culpa tengo yo que un loco ande suelto por ahí haciendo lo mismo que yo escribo?

    -Es que allí está la diferencia. Ese loco no hace lo que usted escribe, sino que usted escribe el hecho al mismo tiempo que el loco lo comete. Y eso la incrimina.

    -¿Y qué pruebas tiene en mi contra detective Parker?- dijo ella con voz sensual, mirándolo fijamente a los ojos.

    -Hasta ahora ninguna, pero le juro que no me quedaré aquí sentado.

    -Entonces, entiendo que terminamos. ¿No?

    Parker se puso rojo de bronca y de impotencia, luego acercó su cara a la de la escritora.

    -¡Cuídese, se lo advierto! No dé un solo paso en falso señorita Morgan o se pudrirá en la cárcel. Estaré cerca.

    -Adiós detective Parker.

    Ella se levantó de su silla esquivando la cara del policía y salió de la oficina con paso firme y moviendo deliberadamente sus caderas.

    Regresó a su apartamento del segundo piso bajo un cielo amenazador. Al abrir la puerta se sintió observada. Seguramente por las palabras del detective Parker: Estaré cerca suyo. Le dio un escalofrío que la hizo temblar.

    -¿Cómo llegué a esto?- pensó.

    En ese mismo momento empezaron a golpear las primeras gotas de lluvia sobre el vidrio de una de las ventanas. De aquella misma ventana donde, con una lluvia parecida a esta, comenzó todo.

    Capítulo 2 – Seis meses antes

    Virginia se instaló en esta parte de la ciudad hace un año, luego de pelearse definitivamente con el que iba a ser su esposo, un arquitecto alemán que le hizo el novio casi siete años, hasta que ella se enteró que llevaba una doble vida y se veía con otra mujer desde hacía por lo menos dos.

    Esa separación fue muy traumática para la escritora. A partir de ese momento su vida dio un vuelco. Su cabeza empezó a pensar diferente y su corazón se revistió de una coraza casi impenetrable. Se convirtió en una mujer dura. Todos sus proyectos de futura madre los tiró a la basura junto a los recuerdos de su ex. -Ya estoy grande para tener un crío- se decía a sí misma para darse fuerza y endurecer cada vez más ese corazón lastimado.

    Pensaba sólo en su trabajo y en poder hacer dinero para vivir lo más dignamente posible sin pasar sobresaltos y tratando de disfrutar de los placeres más banales sin darle explicaciones a nadie. Antes de la pelea, Virginia escribía novelas de amor, romanticismo puro. Sentía que su estado de enamorada a punto de casarse y cumplir sus sueños le daban la inspiración justa para lo que hacía. Ahora todo era distinto. La sangre de sus venas se transformó en mercurio, el latir de su corazón enamorado una explosión atómica, la flecha de cupido era ahora como una bala de plata entre los ojos de un potrillo recién nacido.

    Por todo esto, hacía meses que su máquina de escribir extrañaba sus dedos. Ya no podía escribir novelas de amor, se sentía obligada a cambiar de género y escribir cosas que nunca antes había escrito. Ese proceso llevaba ya dos meses luego de su último intento fallido, aunque aún sin resultados.

    Los alrededores de Manchester se habían puesto algo peligrosos últimamente, pero eso no le importaba. Cuando tenía ganas salía a beber algo a algún pub de la zona, aunque trataba de no enredarse en asuntos amorosos. Aquella noche fue distinta. No por la lluvia que era algo casi habitual en esa época del año, sino porque no tenía ganas de divertirse. Era la primera vez desde la separación que se sentía nostálgica y algo deprimida.

    El viento movía las copas de los árboles de la calle y la lluvia desfilaba oblicua por la ventana de su apartamento. Un impulso desconocido la obligó a mirar por aquella ventana. Sin correr del todo la cortina azul, se asomó y vio la típica escena de una película de suspenso: la noche cerrada, el viento y la lluvia que no cesaban, una única luz de una farola iluminando la acera mojada y... un hombre.

    -¿Bernard?- se preguntó en voz alta, mientras observaba a un hombre enfundado en un impermeable de lluvia, sin paraguas, saliendo extrañamente a esas horas de la noche.

    Bernard era su vecino. Un par de años más joven que ella y bastante guapo. Cabello corto de un color negro intenso y unos ojos azulados y grandes que eran el delirio de cualquier mujer. Su tez blanca realzaba esa mirada azul y el rojo de sus labios carnosos. Las veces que lo había visto siempre iba bien afeitado y con buena ropa. Se habían conocido por casualidad en un pub. Sólo cruzaron unas palabras esa noche, pero al día siguiente salieron juntos de sus respectivas casas y allí se detuvieron a hablar.

    -No sabía que vivías allí.- recordó Virginia que le dijo en ese momento con una amplia sonrisa.

    Volvió a la realidad actual.

    -¿Dónde irá a estas horas y con esta noche?

    Impulsivamente y sin dudarlo, se calzó una campera de cuero, cogió un paraguas y salió a la calle corriendo. Vio que iba por la vereda de enfrente bajando por la avenida. Lo siguió.

    El viento le daba pelea en la lucha con el paraguas. No había un alma en la calle, sólo ella y Bernard a unos ochenta metros por delante. Lo vio girar a la derecha.

    -Se metió en el callejón. Debe haber ido a comprar droga. ¿Pero con esta noche? Bah, para eso no hay noche que valga.- pensó y apuró el paso.

    Al llegar a la esquina se cobijó bajo el cartel de una tienda y se ocultó contra la pared.

    -Por suerte no hay luz en esta esquina. Así no podrá verme.- pensó, mientras empezaba a tiritar de frío por tener los pies empapados.

    Lo vio llegar casi al final del callejón oscuro y acercarse a la pared de la izquierda. Escuchó un ruido extraño y luego una especie de quejido sordo, seco.

    -¿Qué diablos está haciendo?

    Luego de un instante de tensión, oyó pasos y se dio cuenta que Bernard regresaba a la calle principal.

    -Va a descubrirme.

    Miró para todos lados sin saber qué hacer. Su única salvación era un auto estacionado a unos veinte metros de allí, así que corrió mientras cerraba el paraguas como podía y se parapetó detrás del auto. Apenas se agachó, Bernard dobló la esquina en dirección a ella caminando por la vereda y cerrándose con una mano el abrigo al cuello y con la otra sosteniendo su típica boina. Virginia temblaba como una hoja, de frío y de adrenalina. Lo vio pasar mientras ella contorneaba el auto en sentido contrario para no ser descubierta.

    El peligro pasó. Bernard llegó a su edificio y entró. Ella abrió su paraguas y caminó temblorosa y sin levantar sospechas hasta su apartamento. Dejó la ropa mojada en un canasto de ropa sucia y se dio una ducha. Bajo el chorro de agua caliente tuvo la paz necesaria para meditar.

    -¿Qué diablos fue todo eso?

    No podía imaginarse nada raro sobre Bernard. Aunque lo conocía muy poco, le había parecido un buen tipo. Normal. Al menos hasta ahora.

    Salió del baño envuelta en una bata blanca de toalla y miró de reojo su olvidada y vieja máquina de escribir. Otra vez, como hacía últimamente, la trató con indiferencia. Se acostó y, con la cabeza apoyada en la almohada, encendió un cigarrillo.

    -¿En qué estás metido vecino?- pensó en voz alta, viendo como el humo se arremolinaba al llegar al techo de la habitación.

    -Mañana lo averiguaré.

    Apagó el cigarrillo disponiéndose a dormir bajo el efecto repentino de la ducha y el sonido hipnótico del viento y la lluvia sobre la ventana.

    ––––––––

    La mañana del lunes no se diferenció en mucho de la anterior. Aunque el viento había amainado un poco la lluvia insistía en seguir molestando. Ocho en punto, Bernard abandonó su apartamento como todos los días para ir a su lugar de trabajo. Cruzó la calle y bajó por la avenida. Al llegar a la esquina se detuvo un instante. Giró su cabeza disimuladamente hacia el callejón, un par de segundos después, vio que todo estaba en orden y prosiguió su camino. Pero no todo estaba en orden. Jamás imaginó que era observado a través de una ventana, desde el segundo piso de una casa contigua a la suya.

    Virginia contuvo la respiración todo el tiempo que estuvo observando. Bebió un sorbo de café y dejó la taza apoyada en el alfeizar de la ventana para poder encender un cigarrillo. Como si estuviera en trance siguió mirando por la ventana, con los ojos clavados en la esquina donde comenzaba el callejón.

    -¿En qué estás metido vecino?- balbuceó de nuevo aquella frase mientras seguía pensando.

    -¿Por qué estoy haciendo esto?- se preguntó de pronto.

    -Necesitas acción Morgan. ¿No es verdad?- una sonrisa extraña le dibujó el rostro.

    Unos transeúntes ocasionales la sacaron del trance. Miró el reloj digital sobre la mesa de luz que usaba para despertarse. Ocho y cuarto.

    -Es hora.

    Se puso un jean y una camisa, se calzó unas zapatillas raídas que usaba de entre casa y arriba la campera de cuero que había dejado anoche colgada en una silla. Antes de salir cogió el paraguas y bajó a la calle. Caminó ansiosa pero con paso firme. Muy poca gente caminaba por los alrededores. Llegó a la esquina indicada y miró hacia todas direcciones. Nadie a la vista. Ingresó en el callejón. Parecía desolado. Caminó despacio para no hacer ruido y para no resbalarse en el piso adoquinado y húmedo. Miró hacia atrás. La salida había quedado a unos veinte pasos de distancia. Dudó en seguir adelante. Sintió algo de miedo.

    -Ya estoy acá, debo seguir.

    Llegó hasta casi el final del callejón. Sobre la pared de la izquierda sólo se observaban unos botes de basura. Se acercó más y miró detrás de estos. Vio las piernas de un hombre recostado en el piso y se sobresaltó.

    -Debe ser un indigente. Pero, ¿qué hacía Bernard acá?

    Dio un paso más y pudo ver todo con más claridad. El linyera estaba sentado contra la pared sobre  un charco de sangre. Virginia se tapó la boca para no gritar y el miedo la paralizó. Vio que a simple vista tenía tres perforaciones en el cuerpo, dos en el pecho y una en el abdomen. Pensó que eran tres disparos, pero luego recordó que nunca oyó la detonación de un arma de fuego. Era evidente que esas perforaciones fueron hechas con un arma blanca.

    -Debo salir de aquí. ¡Ya mismo!

    Apurando el paso llegó a la avenida y giró a la izquierda en dirección a su casa. Entró al hall y subió la escalera corriendo.

    -¿Por qué corro?- se dijo al llegar a la puerta de su apartamento. Luego ingresó en él y se mudó de ropa.

    -¿No va a dejar de llover nunca?- se fastidió.

    Antes, Virginia tenía un carácter dulce y amable, pero luego de la separación se había vuelto irascible. Solía tener cambios abruptos en sus estados de ánimo y enfadarse

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