Foucault y el fin de la revolución: El último hombre toma LSD
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Michel Foucault marcó un antes y un después en el pensamiento contemporáneo. Es uno de los filósofos más importantes de las últimas décadas cuya influencia llega hasta nuestros días. En este libro novedoso, Mitchell Dean y Daniel Zamora, exploran especialmente una etapa determinante de su vida y obra, haciendo pie en mayo de 1975 cuando probó LSD en el desierto californiano, vivencia fundamental que lo impulsó a revisar su obra y lanzarse a nuevas experiencias sexuales, filosóficas y políticas. Foucault y el fin de la revolución explora un tiempo convulsionado que va del Mayo del '68 a la experiencia en California, pasando por el descubrimiento de las ideas neoliberales, marcado por el polémico coqueteo con la revolución iraní y atravesado por el vínculo zigzagueante con la izquierda. Un libro fundamental para ingresar en el universo de un filósofo que, a cuarenta años de su muerte, mantiene una vigencia inapelable.
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Foucault y el fin de la revolución - Mitchell Dean
Dean, Mitchell
Foucault y el fin de la revolución: el último hombre toma LSD / Mitchell Dean ; Daniel Zamora
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
Adriana Hidalgo editora, 2024
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
Traducción de: Felisa Santos.
ISBN 978-631-6615-05-3
1. Filosofía Contemporánea. 2. Estado. 3. Revoluciones. I. Zamora, Daniel
II. Santos, Felisa, trad. III. Título.
CDD 190
Título original: Le dernier homme et la fin de la révolution. Foucault après Mai 68
Traducción: Felisa Santos
Autores: Mitchell Dean y Daniel Zamora
Concepto: Tomás Borovinsky y Carlos Huffmann
Editor: Tomás Borovinsky
Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe
Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino
Imagen de tapa: Carlos Huffmann
© Lux Éditeur 2019
Publicado por acuerdo especial con Lux Éditeur junto a su agente debidamente designado 2 Seas Literary Agency y co-agente SalmaiaLit
© Adriana Hidalgo editora S.A., 2024
www.adrianahidalgo.com
ISBN: 978-631-6615-05-3
Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.
Disponible en papel
Portadilla
Legales
Dedicatoria
Presentación
Prólogo
Agradecimientos
Introducción
CAPÍTULO I - El nacimiento de una controversia
CAPÍTULO II - En busca de una gubernamentalidad de izquierda
CAPÍTULO III - Más allá del sujeto soberano: Contra la interpretación
CAPÍTULO IV - Pruebas difíciles/Épreuves: personales y políticas
CAPÍTULO V - La revolución decapitada
CAPÍTULO VI - La normatividad de Foucault
CAPÍTULO VII - Liberalismo espurio y poder litúrgico
Epílogo
Acerca de este libro
Acerca de los autores
Otros títulos
Para Camille y Jeni
PRESENTACIÓN
por Tomás Borovinsky
Michel Foucault fue uno de los pensadores más importantes del siglo XX, cuya fama e influencia no paró de crecer con el cambio de milenio. Nació en Poitiers en 1926 y murió, tempranamente, en París en 1984, pero en el medio tuvo una vida apasionada atravesada por las ideas, la política y otras experiencias, como algunas en las que se enfoca este libro. Hizo el mismo camino que los grandes intelectuales franceses de su tiempo, pero en muchos sentidos los superó a casi todos. Pasó por la École Normale Supérieure (ENS) y se cruzó en distintas instancias con gente como Louis Althusser, Georges Canguilhem, Georges Dumézil y Jean Hyppolite. Hizo una tesis sobre la antropología de Immanuel Kant y su luego célebre Historia de la locura en la época clásica. También entabló amistades con Claude Mauriac, François Châtelet, Jules Vuillemin y Gilles Deleuze. Y Daniel Defert, por supuesto. Ingresó en 1970 al Collège de France, tomando el lugar de Jean Hyppolite, rebautizando su cátedra como Historia de los sistemas de pensamiento
, donde expuso sus ideas hasta su muerte.
El autor de Las palabras y las cosas era un filósofo francés que, a diferencia de Deleuze que era un pensador nómade
que salía poco de París, pudo conocer y probar la vida en países y regímenes bien diferentes. Fue un pensador viajero que, como señalan en este gran libro Mitchell Dean y Daniel Zamora, daba una importancia capital a las experiencias. En la inmediata posguerra escapó de la conservadora Francia e hizo su vida por un tiempo en Suecia en el servicio exterior francés. Luego conocería Alemania, Polonia, Túnez, Brasil, Japón y, por supuesto, como profundiza este libro, California.
Foucault concebía también la escritura misma como una experiencia y decía, famosamente, que se escribe para perder el rostro. Hay muchos Foucault, pero, para ser estructurados, podemos dividir su obra, siguiendo aquí a Edgardo Castro (filósofo argentino y uno de los editores en castellano del pensador francés) en su Diccionario Foucault (Siglo XXI), en tres grupos de textos. En primer lugar, libros propiamente dichos como Las palabras y las cosas (1966), La arqueología del saber (1971), Vigilar y castigar (1975) y los tomos de La historia de la sexualidad (1976, 1982, 1984). En segundo lugar, sus seminarios del Collège de France. En tercer lugar, sus libros póstumos, como la Antropología de Kant, diálogos como el que tuvo con Raymond Aron y otros textos y conferencias que fueron apareciendo.
Foucault y el fin de la revolución revisita en mayor o menor medida su obra en general, pero a partir de una ventana en particular y enfocándose en el tiempo del Collège de France y particularmente en una época en especial. El libro de Dean y Zamora parte de mayo de 1975 de la mano de Simeon Wade, cuando Foucault atraviesa una experiencia lisérgica en el desierto californiano que lo hace, como le relata a Wade en cartas posteriores, reescribir el primer tomo de la Historia de la sexualidad y desechar el proyecto inicial de los subsiguientes tomos. Es la época de los seminarios que van de Defender la sociedad (1976) a los comúnmente denominados seminarios de la gubernamentalidad
: Seguridad, territorio, población (1978) y Nacimiento de la biopolítica (1979) y el preludio de los seminarios sobre las prácticas de sí
y diversas conferencias. Es la época de la revolución iraní (1979) y el preludio de una revolución neoliberal que recién estaba empezando. Son también los años previos al triunfo de François Mitterrand en mayo de 1981 sobre Valéry Giscard d’Estaing, figura muy presente en este libro. El giscardianismo, sensible al espíritu del mayo de 1968, es un espectro en los tiempos del seminario Nacimiento de la biopolítica por el sumo interés que despertaba en el filósofo francés. Pero el triunfo de Mitterrand supuso un verdadero hito histórico, una especie de gran momento del arco narrativo abierto en mayo de 1968: la llegada de un socialista al poder con una plataforma (que abandonaría desde el poder luego de diversos fracasos económicos) claramente de izquierda, rechazado por eso mismo por Foucault, por cierto.
Los años setenta son una década en la que muchos viejos marxistas abandonan el camino. Algunos de ellos maoístas. El impacto de la publicación en francés de Archipiélago gulag de Aleksandr Solzhenitsyn en 1974 también dejaría una marca y Foucault, que no era comunista, aceleraría su anticomunismo político y se interiorizaría en los asuntos de la disidencia del Este europeo. En este punto se interesa cada vez más por Michel Rocard y su idea de reformar el Partido Socialista en una dirección más liberal
, emancipándolo de su estatismo social
. También se acercaría a Pierre Rosanvallon y su idea de una posible segunda izquierda
de la que tanto habla Foucault y el fin de la revolución.
1979 también es el año de la publicación de La condición posmoderna de Jean-François Lyotard, libro que forma parte del mismo clima de época que busca pensar en clave no marxista. Lyotard tenía un pasado marxista relevante como miembro del grupo Socialismo o Barbarie (junto a otros como Cornelius Castoriadis o Claude Lefort), mientras Foucault solo había estado casi fugazmente afiliado al PC. En sintonía con esta sensibilidad en ascenso, el autor de La condición posmoderna planteaba, contra el hegelomarxismo entre otros, el fin de las grandes narrativas. Un Zeitgeist comenzaba a tomar forma, que duraría más allá de la muerte de Foucault, en plena crisis del marxismo occidental. Diversas fueron las respuestas a esta crisis tanto provenientes de ex marxistas como de otros que apenas habían pasado por esa galaxia de pensamiento, como el autor de La historia de la sexualidad u otros como, años después, Francis Fukuyama y su fin de la historia
(1989).
Como señalan los autores, Foucault se cruza con las ideas neoliberales cuando la ola recién está cobrando fuerza –Augusto Pinochet estaba en sus primeros años y todavía no había ganado las elecciones Margaret Thatcher–, y exploran las distintas hipótesis acerca de qué encontró en esas ideas. Mucho se discutió, se discute y se discutirá sobre esto. Es un lugar quizás incómodo para determinadas recepciones de Foucault. Especialmente para las que hacen incluso un cruce con las ideas del filósofo francés desde cierto marxismo o desde las izquierdas en general. Por supuesto que, siguiendo con la idea de la caja de herramientas
, es lícito darle el uso que se quiera a Foucault. Todo está permitido, aunque vale recordar la inclinación personal del propio Foucault a no legitimar ni justificar una política con una teoría. Mucho menos de la mano de un intelectual universal.
Como dicen Dean y Zamora, los análisis de Foucault nos alertan de la pluralidad de formas del neoliberalismo y de su emergencia dentro de las fronteras nacionales y los contextos temporales, pero también de su movimiento a través de ellos
. Sin embargo, Foucault encuentra en toda esa diversidad de pequeñas olas la consistencia de una misma corriente bajo esa red o movimiento. Un enemigo común. Pensemos todo esto, además, en un contexto en que la izquierda todavía estaba cautiva de concepciones marxistas de la sociedad (el modelo ideológico de base-superestructura), lo que limitaba su capacidad de discernir la singularidad del neoliberalismo del viejo liberalismo económico clásico.
En este marco, solo por mencionar algunos puntos del vínculo de Foucault con el neoliberalismo que toca este libro, se interesa por las teorías de Friedrich von Hayek, a quien lee desde la izquierda
en los setenta, según su compañero Daniel Defert. Al igual que los ordoliberales que piensan contra el Estado alemán nacido de la era de Bismark, Hayek tiene un enemigo claro en el New Deal de EE. UU. y en el Estado de bienestar de Beveridge en el Reino Unido. Foucault además parece compartir las preocupaciones del Hayek de Camino a la servidumbre a la hora de alertar contra las intervenciones asistencialistas. Con respecto a Milton Friedman, por ejemplo, se interesa con entusiasmo por su propuesta de una renta negativa, es decir un ingreso básico universal, para pensar formas de asistencia y ayuda autónomas de la sujeción del Estado verticalista. También se zambulle en los trabajos de Gary Becker, y nada menos que en su teoría del crimen. Pero además se interesa en los trabajos sobre capital humano
. En Nacimiento de la biopolítica, nos recuerdan Dean y Zamora, dice el filósofo francés que si uno lee todo el análisis económico que va de Adam Smith a John Maynard Keynes pasando por David Ricardo y Karl Marx, el trabajador es siempre pasivo y encuentra trabajo únicamente gracias a cierta tasa de inversión
. Aquí justamente Foucault se interesa por lo que propone Becker, al tratar al trabajo no como pasivo sino como una conducta humana
. Foucault toma, siguiendo a Becker, un punto de vista del trabajador en vez de solo tomar al trabajo como una variable descorporizada
que interviene en la producción general. Habría aquí una figura del trabajador que aparece más como un sujeto económico activo que como un objeto. De esto se desprende que François Ewald diga que la lectura que Foucault hizo de Becker, y su teoría del homo oeconomicus, fue como un peldaño entre su teoría del poder previa y los últimos cursos sobre la subjetividad, etc.
.
El encuentro de Foucault con las ideas neoliberales es productivo, original y enriquecedor. Los autores de este libro exploran distintas lecturas posibles de ese encuentro. De François Ewald a Serge Audier pasando por Geoffroy de Lagasnerie y Michael Behrent considerando los contrapuntos de Toni Negri y Maurizzio Lazzarato, entre otros. También consideran los estudios sobre la gubernamentalidad y los últimos trabajos sobre el neoliberalismo como Mirowski y Plehwe, Jamie Peck, Angus Burgin y Quinn Slobodian entre otros. Pero de mínima Foucault parece encontrar en estas teorías elementos aliados de su crítica a una época que ya estaba en crisis y a la que venía sometiendo a crítica desde antes de que fuera tan evidente ese ocaso. La sociedad disciplinaria y las instituciones de la era del Estado de bienestar, la era dorada del capitalismo (1945-1973), estaban en caída. En 1979 ya era un ciclo roto en transición. En Francia, en Europa y en el mundo. Dijimos que es la llegada de Thatcher al poder, meses después de las clases de Foucault sobre el neoliberalismo, pero también es el año de la aceleración de las reformas capitalistas de Deng Xiaoping en la República Popular China.
Luego, años después advendría un fuerte consenso sobre muchas de estas ideas. Primero François Mitterrand desde el socialismo francés terminaría renunciando a su plataforma de izquierdas girando al centro
. Luego el socialista español Felipe González también daría un vuelco de mercado y metería a España en la OTAN. Pero estos giros y consensos fueron generalizados. Tony Blair desde el laborismo inglés continuaría y aceleraría el horizonte del thatcherismo. Bill Clinton haría lo propio desde el Partido Demócrata en Estados Unidos y luego Gerhard Schröder desde el partido socialdemócrata y Joschka Fischer desde el Partido Verde avanzarían con las reformas neoliberales en Alemania. Casos similares podemos encontrar en el Sur Global. El peronismo, partido popular del movimiento obrero, con el liderazgo de Carlos Menem haría una de las grandes revoluciones neoliberales en Argentina y el gran sociólogo brasileño Fernando Henrique Cardoso, viejo teórico de la teoría de la dependencia, haría lo propio en Brasil. Lo mismo podríamos decir del paradigmático caso chileno: los herederos de los derrocados por Pinochet, la Concertación, al volver al poder en la década del noventa continuaron con el modelo de mercado. El Zeitgeist es así.
Foucault no llegó a ver ni la caída del Muro de Berlín ni tampoco el paper, luego convertido en libro, de Fukuyama. Pero no podía no conocer, como recuerdan Dean y Zamora, de la mano de David Macey, la obra de quien fuera la máxima referencia del autor del bestseller El fin de la historia y el último hombre: Alexandre Kojève. Foucault tuvo en Jean Hyppolite una influencia importante, dedicó una tesis a Hegel y le agradece con suma generosidad, a modo de tributo, en su toma de posesión de la cátedra en el Collège de France. Pero Hyppolite, que tradujo la Fenomenología del filósofo alemán y publicó un trabajo capital, Genesis y estructura de la fenomenologia del espiritu de Hegel, había sido anteriormente alumno de Kojève. El filósofo ruso, luego naturalizado francés, dictó unas clases legendarias en la École Pratique des Hautes Études entre 1933 y 1939, traduciendo en vivo la Fenomenología frente a un grupo de notables alumnos (Raymond Aron, Georges Bataille, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Queneau, André Breton, Jacques Lacan, entre otros). Terminada la guerra, Queneau se ocuparía de publicar estas clases bajo el título de Introducción a la lectura de Hegel. Una interpretación nada inocente, plagada de interpretaciones tan incisivas como polémicas que llamarían la atención de Martin Heidegger, como da testimonio en sus cartas con Hannah Arendt. Pero Kojève se diferenciaría de Hyppolite en muchos aspectos, por sobre todo en lo que nos concierne aquí y como lo recuerdan Dean y Zamora, planteando la hipótesis fuerte del fin de la historia
que luego recuperaría Fukuyama a su modo. Una hipótesis que sería además fundamental para un autor antes mencionado por el que Foucault tenía profunda admiración: Bataille. Y una hipótesis de lectura, la del fin de la historia
, en diálogo con otros contemporáneos suyos como Leo Strauss y Carl Schmitt, que conecta, como marcan Dean y Zamora en este libro, en diversos aspectos con elementos del pensamiento del autor de Vigilar y castigar: el fin de la política
y el concepto de último hombre
de Nietzsche.
Kojève, un ruso que estudió en Alemania con Karl Jaspers y recaló en París en los treinta, que hacía una lectura cruzada de Hegel, Marx y Nietzsche, sostenía que el fin de la historia había ocurrido en 1806 con el triunfo de Napoleón en Jena. Y que todo lo que vendría después no sería más que la expansión de este código napoleónico basado en el reconocimiento de las personas como iguales. Para Kojève la historia era la historia de la lucha por el reconocimiento, y la Revolución Francesa, en su capítulo napoleónico, implicaba el reconocimiento por parte del Estado de la igualdad del Hombre. El fin de la historia
implicaría el final de esa búsqueda y el principio de su propagación. Paulatinamente iríamos a un mundo en el que la política dejaría de tener sentido como medio para la lucha y la acción histórica. Es el triunfo de la administración de las cosas. No por nada al terminar la Segunda Guerra Kojève se convertiría en una figura principal de la construcción de instituciones como la Comunidad Europea y la Organización Mundial de Comercio. A sus ojos, luego de vencer al nazismo, era efectivamente el momento de la administración. Por eso desde esta óptica, la Revolución rusa, la Revolución china, el auge de Estados Unidos, no serían más que confirmaciones de aquel fin de la historia
en el que para el filósofo ruso no hay diferencia entre capitalismo y socialismo: el fin de la historia
era el triunfo de la modernidad. Un alineamiento de las provincias
, visto desde Europa. Fukuyama no haría más que actualizar esta teoría al contexto del final de la Guerra Fría, aunque incorporando la idea de la superioridad de la democracia liberal, un aspecto ausente en Kojève.
Foucault, aunque había hecho una tesis sobre Hegel, no era deudor directo del gran filósofo alemán. Más bien lo era de los que dedicaron su vida a alejarse de Hegel. No compartía ni su ciencia de la experiencia de la conciencia ni su filosofía de la historia ni su dialéctica. Como heredero de Nietzsche, era un buscador de emergencias y rupturas. Un arqueólogo escéptico
. Esta distancia que tenía con Hegel también explica parte de su mirada crítica del marxismo como filosofía. Porque tampoco adhería a la filosofía de la historia de la lucha de clases. No porque no hubiera conflictos de clase sino porque le parecía una grilla de inteligibilidad demasiado general. Por eso, como arqueólogo, es que hará foco en lo micro. La micropolítica más allá de la abstracción de la lucha de clases. Un fin de la política tradicional para una nueva política posible. Para Foucault el socialismo solo tenía dos destinos posibles: recaer en el Estado policial –como había ocurrido en los países del socialismo real
– o pensar, como la llaman los autores, una nueva gubernamentalidad de izquierda. De ahí su interés también por elementos de las ideas neoliberales.
Pero para comprender la seducción neoliberal en Foucault hay que volver una vez más a los sesenta. Porque el mayo del 68 obligó a pensar todo de otro modo. Como dicen los autores de este libro, el fin del marxismo implicaba perder toda esperanza y el desafío de muchos era justamente una nueva esperanza
. Porque mayo del 68 marcó el nacimiento de una nueva cultura política que intentaba transformar no solo a la izquierda sino también la comprensión general de lo que podía ser la política
. Un fin de la Revolución con R mayúscula
que marcó la muerte, en palabras de Foucault, de dos tipos de soberanía. Por un lado, el viejo modelo de la interpretación de los textos y, en segundo lugar, una concepción de la transformación social centrada en el Estado.
El autor de Historia de la sexualidad entendió tanto la Antigüedad como el surgimiento del cristianismo como una forma de hacernos comprender el carácter contingente de las configuraciones sociales, sexuales y políticas en general. Tanto la hermenéutica cristiana
como el cuidado de sí
antiguo le ofrecieron una visión de lo que podía ser una constitución más autónoma del sujeto
. En este contexto, la lectura que hace Foucault de la Ilustración es vista precisamente como una respuesta a este largo declive del cuidado de sí. Además, se autopercibía como un filósofo en la línea de la crítica kantiana, y como tal buscaba actualizar la pregunta por la Ilustración. La pregunta por el cómo ser gobernados y a qué precio ser gobernados. Entendía, nos recuerdan los autores de este libro, la actitud crítica de la Ilustración como el encuentro entre la gubernamentalización y la reivindicación del arte de no ser gobernado de esta manera
. En esa misma línea entendía las revueltas de conducta
inauguradas por el protestantismo estudiadas en Seguridad, territorio, población.
La aceptación de la contingencia es una invitación a pensar nuevas prácticas y modos de vivir más allá de los dogmas filosóficos. Por eso es que Foucault, contrariamente a lo que a veces se cree, era un pensador profundamente libre. En ese contexto es que se interesa por las ideas de la segunda izquierda
que se inspira en el pensamiento libertario y social de mayo de 1968. Como dicen Dean y Zamora: no reforma
en vez de revolución
, sino microrresistencias
y experiencias locales contra el ejercicio verticalista del poder. Y como también sostienen: el neoliberalismo le ofreció un medio para repensar la resistencia, para imaginar un marco intelectual que pudiera crear un espacio para las prácticas de las minorías y para cumplir una ambición clave de su última década: encontrar una manera de ser menos gobernados
.
El libro de Dean y Zamora es un aporte importante tanto a los estudios sobre Foucault en general como a modo de instrumento para pensar el tiempo presente en particular. Foucault se interesa por las ideas neoliberales cuando las ruinas del ciclo de la edad de oro
que fue de 1945 a 1973 todavía tapaban la vista. Encontró en el neoliberalismo y afines quizás elementos que le sirvieron para pensar en línea con su crítica al Estado burocrático, controlador y verticalista: una época que moría. Hoy, como son conscientes los autores de este libro, estamos en otro momento. Ya estamos del otro lado del río. La edad de oro neoliberal
también llegó a su fin con consecuencias diversas en distintos lugares del mundo. Recordando y pensando con Paul Veyne, historiador de la Roma antigua en el Collège de France –El amigo de Foucault
, como se titula el texto de admiración que le dedica el filósofo Tomás Abraham–, hoy Foucault probablemente no diría exactamente lo mismo, porque son otros tiempos. Ahora podría ver los efectos de la implementación de las ideas neoliberales y tendría cosas para decir sobre algunos de sus efectos, como sobre la difusión de la precariedad. Pero hoy estamos en una especie de impasse. Circulan ideas sobre crisis de la democracia liberal, surgimientos de líderes iliberales, tsunamis de ira colectiva, pensamiento neorreaccionario y nuevos Leviatanes. Pero no queda claro dónde estamos exactamente ni a dónde vamos. A diferencia de la era del fin de la historia
de Fukuyama, cuando había, guste o no, referentes claros de a dónde iba el mundo, hoy asistimos a una sensación de deriva y desorden general. Pero más allá de la opacidad de estos tiempos que nos tocan, un elemento valioso tanto del filósofo francés como de este libro en particular es recuperar un cierto espíritu de transformación más allá de la época. Siempre es mucho lo que se puede hacer si uno es partidario del ¨hiperactivismo pesimista¨. Porque, como dice Foucault: Mi papel es mostrarle a la gente que es mucho más libre de lo que piensa.
PRÓLOGO
por Felisa Santos
[1]
A cuarenta años de su muerte, un libro más sobre Michel Foucault. Más específicamente, sobre una cierta recepción, fundamentalmente la angloparlante, de una parte de la obra de Foucault, sus escritos acerca del neoliberalismo, es decir sus cursos de 1978 y 1979 en el Collège de France, y a partir de ellos una relectura de gran parte de la obra foucaultiana que tiene como eje un Foucault antiestatista y, por lo tanto, para los autores, anticomunista, antimarxista, y que se encuentra con los ideales del neoliberalismo. Y todo arraigado en un Foucault californiano, sobre el que también escribieron antes James Miller y Simeon Wade, es decir hay aquí un intento, quizás poco foucaultiano, de atar la obra al autor. Pensar que una experiencia, la del LSD, es el punto crucial que impregna el derrotero del autor trabajado es un poco excesivo sobre todo en el caso de alguien que denegaba la importancia del autor. En cambio, en los idiomas romances, la recepción de Foucault ha tenido un itinerario diferente [2] que hizo de él, como señala Edgardo Castro –uno de los editores de la obra del filósofo francés en nuestro idioma–, respecto de su uso en lengua castellana, un punto de apoyo crítico respecto de las corrientes neoliberales
. [3] E incluyo el francés, y esto, simplemente, porque el marco en el que se insertan estas lecturas del liberalismo y el neoliberalismo está constituido, aún en Geoffroy de Lagasnerie y el propio François Ewald, tratados en este libro, y en quienes asistían a sus conferencias y quienes posteriormente leyeron sus cursos, por una frecuentación y a menudo involucramiento con un pasado marxista, o trotskista o pro-chino. E incluso con la tradición libertaria –que no libertariana– antiestatista que en esos parajes del sur, y en nuestra América también han tenido vigencia mucho antes del mayo francés. Y es eso lo que no existe en la tradición angloparlante. No hay allí un PC o un PS con el que pelearse ni tampoco un movimiento pro-autogestión tan fuerte que habría que entender claramente como una forma de colectivismo, como constitución de lo común, más que como self-management. Y es cierto, además, que en esta otra América el neoliberalismo económico estuvo ligado a dictaduras y políticas de Estado policiales por no decir lisa y llanamente a situaciones que fueron mucho más allá de la escoba de un gobierno fuerte
que proponía Friedrich Hayek.
Las condiciones de posibilidad de un discurso son relevantes para Foucault, la insistencia en estudiarlas la llamó arqueología. Y en el campo de sus estudios acerca del neoliberalismo este abordaje implica dar cuenta de la emergencia de la economía política, de cómo ciertas prácticas sociales han llevado a constituir dominios de saber o, dicho de otra manera, cómo es que el mercado se ha constituido en lugar de veridicción. De eso tratan sus exposiciones.
Se ha tildado a Foucault de parresiasta, de cínico, de estoico, de liberal, de kantiano –o de neokantiano– de nietzscheano, de estructuralista, de posmoderno, de moderno, y se puede seguir enumerando, este texto hasta permitiría un Foucault populista. Es por eso que es una herencia difícil
[4] la foucaultiana que tiene legatarios variopintos. Foucault habló de todo eso, expuso líneas de pensamiento, trabajó temáticas disímiles pero, creo, mapea situaciones, detecta lo intolerable, no dice nunca qué hacer, simplemente señala. Queda en claro que hay por parte de Foucault un intento no de justificar, sino de mostrar
, el funcionamiento del poder, o más bien de los poderes en su especificidad. También es verdad que cuando se aboca de lleno a la actualidad, en las clases de El nacimiento de la biopolítica y de Seguridad, territorio y población los inscribe en lo que podía llamarse una historia de la gubernamentalidad
, trabaja específicamente tres situaciones del neoliberalismo: el ordoliberalismo alemán, el gobierno de Giscard d’Estaing y el liberalismo estadounidense y lo hace no desde el espectro de las formas en que esos regímenes se hicieron carne sino desde las problematizaciones que el ejercicio del poder conlleva en cuanto práctica de gobierno, esto es, en tanto arte de gobernar económicamente a los hombres, devenidos población, teniendo como modelo la empresa. El neoliberalismo o los neoliberalismos que efectivamente campearon en el mundo mantuvieron y mantienen ciertas premisas y las llevaron a cabo y en líneas generales se puede afirmar que han resultado sobre todo en la capacidad que han tenido de que nos aceptemos como gobernados de esa manera.
Hay que señalar entonces que a estas exposiciones del liberalismo y del neoliberalismo Foucault las inscribe en el marco de la gubernamentalidad y dice que con gubernamentalidad entiendo el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esta forma bien específica, aunque compleja, de poder que tiene como objetivo principal la población, como forma mayor de saber la economía política, como instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad
. [5] Foucault había llamado biopoder a una instancia de lo político que consiste en la preocupación –y ocupación por parte del poder– de la vida del hombre. En palabras suyas: el conjunto de mecanismos por los cuales lo que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales va a poder entrar en el interior de una política, de una estrategia política, de una estrategia general del poder
. [6] Si bien no negaba la posibilidad del solapamiento de las formas –procedimientos y mecanismos– de poder, diferenciaba claramente entre el poder de soberanía (gobierno de un territorio),