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Cerebro y ficción: Mitos y verdades en la neurociencia
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Cerebro y ficción: Mitos y verdades en la neurociencia
Libro electrónico163 páginas2 horas

Cerebro y ficción: Mitos y verdades en la neurociencia

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Con la proliferación de textos divulgativos vinculados a las neurociencias, hay montones de "neuromitos" dando vueltas en la sociedad, como el que dice que solo usamos el 10 % de nuestro cerebro o el que sugiere que una persona es más racional o más creativa por ser más de un hemisferio que del otro. En principio no serían un problema, pero las dificultades surgen cuando se malinterpretan o descontextualizan hallazgos científicos y se toman decisiones supuestamente vinculadas a ellos en ámbitos clínicos y educativos.
En Cerebro y ficción. Mitos y verdades en la neurociencia, las investigadoras Valeria Abusamra, Analía Arévalo y Montserrat Armele analizan algunos de estos mitos en una trama interdisciplinaria y geolocalizada en el Cono Sur, apoyándose en la literatura científica más actual y con una prosa amena. Se trata de un texto que sirve tanto para saciar la curiosidad como para discutir el impacto que los datos neurocientíficos bien interpretados podrían tener sobre el planteo de políticas públicas y de aspectos ligados a la educación.
IdiomaEspañol
EditorialTilde editora
Fecha de lanzamiento12 oct 2024
ISBN9786319037265
Cerebro y ficción: Mitos y verdades en la neurociencia

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    Cerebro y ficción - Valeria Abusamra

    De Valeria Abusamra:

    A Irmita por trascender cualquier mito o verdad. Te quiero y extraño siempre.

    A Esteban, compañero incondicional.

    De Analía Arévalo:

    A Gui, Julian, Nina, Luca y Mila, que siempre me enseñan tanto.

    De Montserrat Armele:

    A mi maestro, Juan Azcoaga, por inspirarme hacia el camino de la neuropsicología.

    A mi familia, personas favoritas quienes hacen que todo valga la pena.

    AGRADECIMIENTOS

    El momento de agradecer sigue siendo una de las instancias que más nos gustan, tal vez porque sea un mínimo acto de justicia para quienes representan la parte oculta de ese iceberg que es un libro. Gracias a FLACSO por abrir un espacio imprescindible desde el cual discutir la ciencia; a Mario Carretero, Rosita Rottemberg, Dani Liberman, Fede Dorfman, Sole Gonzalo, Dari Molino y Fiore Gandini por hacer del nuestro el mejor equipo de trabajo, sólido, respetuoso, divertido. A Nico Scheines por su lectura atenta y por sus palabras precisas. A Martín Recalt, Angie Chimenti, Barbi Sampedro, Mica Difalcis y Flor García Morello por sus ojeadas tranquilizadora. A Fabri Ballarini, por tan generoso prólogo. A los potenciales lectores, que darán sentido a nuestra escritura.

    PRÓLOGO,

    por Fabricio Ballarini

    Hacer ciencia no es una actividad muy fácil que digamos. El universo es complejo, y a medida que conocemos más, más complejo se vuelve. Para intentar resolver cualquier pregunta debemos, como mínimo, conocer si alguien ya la resolvió, y si no fue así, activar una serie de protocolos y metodologías que nos permitan develar los hilos de la forma más objetiva posible. Un bardo casi imposible.

    Por suerte, existe gente que ama tener ese problema e incansablemente intenta correr la frontera de la verdad. Es aquí donde emerge otra situación problemática pero a su vez fascinante; bah, por lo menos para mí: la verdad. El concepto de verdad es un tanto escurridizo. Antes de meterme en ciencia pensaba que la verdad estaba más cerca del absolutismo. Hoy estoy convencido de que el motor de nuestra cultura es el movimiento perpetuo que generamos para correr la verdad una y otra vez.

    Ustedes podrían preguntarme: ¿Entonces las evidencias científicas no me acercan a la verdad? (haciendo montoncito de dedos), y yo les respondería: Sí, pero solo a una verdad momentánea, lábil, endeble. En otras palabras, trabajo día a día por lograr una verdad que seguramente sea mentira dentro de algunos años.

    De esa limitación, la humanidad ha construido un cúmulo enorme de conocimiento científico. Por ejemplo, antes de entender que el cerebro era el encargado de los procesamientos cognitivos y de las emociones, estuvimos convencidos por siglos de que nuestra psiquis pasaba por el corazón. Hoy sabemos que el amor se procesa en nuestras neuronas, pero pese a eso seguimos simbolizando un corazón cuando nos enamoramos.

    Las ideas cambian, se modifican, se descartan por siglos y de vez en cuando se retoman. Nuestra forma de descubrirnos es caótica y gracias a ese proceso errante surgen conjeturas, tesis, teorías y mitos que se enquistan en nuestra cultura, y que, pese al esfuerzo, nos cuesta modificar.

    Muchas ideas nos resultan cómodas, copadas, funcionales. Es entonces que las adoptamos y les tomamos cariño; tanto cariño que cuando nos cuentan que existen otras ideas superadoras, nos cuesta abandonarlas.

    Este hermoso libro te ayudará a soltar ideas científicas que quizás comulgaban con tus pensamientos, o mejor aún, te ayudará a conocer la historia de los descubrimientos más fascinantes acerca del cerebro y sus funciones.

    ¿Podemos confiar en nuestros recuerdos? ¿Qué hemisferio usamos cuando creamos? ¿Usamos solo el 10 % del cerebro? (¿Y el otro 90 % para qué sirve?). Estas son algunas de las preguntas increíbles que lograrás dilucidar gracias al abordaje fresco y actualizado realizado por un grupo de expertas que desde hace mucho tiempo navegan las bellas y turbulentas aguas científico-educativas.

    Leer un libro basado en evidencias científicas podría decir que es necesario para nuestra sociedad, más aún en los tiempos que corren. Pero si sumamos que su contenido puede aportar información para entender y mejorar diferentes procesos cognitivos de nuestra vida cotidiana, la obra se vuelve además de necesaria y útil, fundamental.

    Que lo disfruten tanto como lo hice yo.

    INTRODUCCIÓN

    UN OCÉANO DE (DES)INFORMACIÓN

    Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de último minuto procedente de la Agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel, del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que en el planeta Marte se han observado algunas explosiones de gas incandescente, que se suceden en intervalos regulares. El espectroscopio revela que se trata de hidrógeno y que este gas se mueve hacia la Tierra con enorme rapidez… Continuaremos informando. Con estas palabras que desdibujaron los límites de la realidad y la ficción, Orson Welles marcó un antes y después en la historia de los medios de comunicación. Durante casi una hora tuvo en vilo a toda la ciudad de Nueva York, que estaba convencida de estar ante una inminente invasión extraterrestre. Para muchos, la distopía construida por Orson Welles en ‘La guerra de los mundos’ representó un punto de inflexión en los alcances que podía tener la propagación de un error de interpretación. Los hechos que rodearon este acontecimiento son un perfecto ejemplo de los efectos de una mala interpretación que llevó a creer y a confundir un drama bélico con una crónica real.¹

    A lo largo de la historia, la humanidad ha sido testigo de cómo se fueron generando contextos en los que rumores sin fundamento se erigieron como parte importante de la opinión pública. Sin lugar a dudas, la desinformación (impulsada y garantizada por la sobreinformación) no es un fenómeno novedoso, aunque sí lo es la facilidad y la velocidad con que se propaga en esta era de las tecnologías. Como destaca Illades (2018), el mayor peligro del acceso ilimitado a la información es la aceptación acrítica; siempre hay alguien dispuesto a aceptar sin cuestionar. Hoy en día, resulta más sencillo que nunca ser engañado: a la censura y al espionaje se han añadido la saturación de información y las noticias falsas.

    De hecho, un equipo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) descubrió que las noticias falsas se propagan mucho más rápidamente que las verdaderas. En un estudio realizado por Vosoughi, Roy y Aral (2018), se analizaron durante 10 años 126.000 historias tuiteadas por aproximadamente 3 millones de personas, que fueron compartidas más de 4,5 millones de veces. Las historias fueron verificadas para determinar su veracidad. Los autores advirtieron que la información falsa se difundía de manera significativamente más amplia, rápida y profunda que la información veraz en todas las categorías analizadas. Mientras que las noticias verdaderas rara vez alcanzan a más de 1.000 personas, el 1 % de las noticias falsas más virales se difunde entre 1.000 y 100.000 personas.

    En Argentina, un estudio reciente sobre el comportamiento de las audiencias frente a las noticias falsas, realizado por la agencia SOLO Comunicación, arrojó resultados similares. El 26 % de los usuarios no constata la veracidad de la información que encuentra en portales de internet, y cuanto más grandes son los lectores, menos verifican. En 2018, el Ministerio de Salud de Brasil lanzó una línea de WhatsApp para responder preguntas sobre información que circulaba en redes sociales. El informe del primer año reveló que el 77 % de las preguntas recibidas estaban basadas en noticias falsas (Abusamra y Arévalo, 2021).

    Así como las noticias falsas se escurren fácilmente a un ritmo vertiginoso, a nivel científico la difusión de ideas erróneas acerca de cómo funciona el cerebro tiene su correlato en los llamados ‘neuromitos’. Por lo general, ligados a fines comerciales, suponen un fenómeno extendido que contribuye en gran medida a la desinformación general del público (Merchant y Asch, 2018; Scheufele y Krause, 2019). Esto sin dudas podría tener efectos negativos duraderos, especialmente cuando dicha desinformación se filtra en áreas como la educación. La falta de una formación científica sólida dificulta la evaluación crítica de los enfoques neurocientíficos, y queda mucho por explorar sobre qué y cómo las neurociencias pueden aportar a la educación (Bruer, 1997; Howard-Jones, 2010, 2014; Torrijos-Muela, González-Víllora y Bodoque-Osma, 2021). Este cruce problemático entre el interés y la falta de conocimiento convierte a las neurociencias en una promesa a menudo inalcanzable para la práctica educativa, originando lo que la OCDE denomina neuromitos.

    Los mitos sobre el cerebro abundan y han capturado la imaginación de los gurúes de autoayuda, del ámbito artístico, educativo y del público en general (Rodríguez Fuentes, 2024). Los neuromitos son explicaciones populares y erróneas sobre el funcionamiento del cerebro que pueden categorizarse en aquellos que se apoyan en el precepto de que más es mejor, por lo que la idea que subyace es que si más partes del cerebro ‘se iluminan’, el aprendizaje mejorará. El mito del 10 % de la capacidad del cerebro o el de los efectos beneficiosos de la gimnasia cerebral constituyen ejemplos de este modelo. Otros se fundamentan en la especificidad: si estructuramos la enseñanza en función de las áreas que se activan, los resultados serán mejores. El mito de los estilos de aprendizaje, tan fuertemente arraigado, es un arquetipo de esta segunda mirada. Característicamente, la base de evidencia de estos esquemas no radica en la neurociencia cognitiva, sino más bien en los diversos promotores entusiastas; de hecho, a veces la evidencia científica contradice planamente las afirmaciones basadas en el cerebro. Tanto en unas como en otras hay latente algún grado de verdad. Los mitos suelen fundarse a partir de investigaciones científicas válidas; es solo que las extrapolaciones van mucho más allá de los datos, especialmente en la transferencia fuera del laboratorio y hacia el aula (Howard-Jones 2007). Por ejemplo, hay evidencias de que existen diferencias individuales a nivel perceptivo, pero esto no implica que se deba considerar un único sentido para pensar sus métodos de aprendizaje.

    El avance del que fuimos testigos en los últimos tiempos en relación con el conocimiento de cómo aprende el cerebro fue realmente extraordinario. Sin embargo, las neurociencias tienen una larga historia. Hacia fines del siglo XIX, Santiago Ramón y Cajal sentó las bases para el estudio moderno del sistema nervioso y marcó un giro significativo en la historia de la neurociencia. La figura de Ramón y Cajal representó un punto de inflexión para el desarrollo de la ciencia abocada al estudio del cerebro. Desde entonces, y aún 130

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