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Oración: nuevos contextos, nuevas formas: Concilium 407
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Libro electrónico238 páginas3 horas

Oración: nuevos contextos, nuevas formas: Concilium 407

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En nuestro mundo pospandémico, hay más necesidad que nunca de introspección y de oración. Sin embargo, cada vez hay menos comprensión sobre la idea misma de la oración y menos comodidad y familiaridad con la práctica de la oración. Para muchos de los que enseñan teología y ejercen el ministerio catequético, enseñar a orar ya no es una tarea obvia y fácil. Además, a veces se descuida la enseñanza de la oración en los planes de estudios teológicos.

Por lo tanto, es necesario reflexionar sobre cómo cultivar una cultura de la oración y cómo enseñar a orar en el mundo actual, en el que muchos cristianos han perdido la conexión con la tradición de la oración al tiempo que están expuestos a nuevas formas de contemplación y oración.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 sept 2024
ISBN9788410630574
Oración: nuevos contextos, nuevas formas: Concilium 407

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    Oración - Geraldo de Mori

    CUESTIONES TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES

    Andrew Prevot *

    LA ORACIÓN PENSANTE: UNA PRÁCTICA TEOLÓGICA PARA EL MUNDO ACTUAL

    Este artículo presenta la «oración pensante» como una forma de hacer teología que tiene una gran relevancia para la actualidad. Esta forma de entender la teología restablece su vínculo esencial con la espiritualidad. Abraza la libertad intelectual de la cultura secular, al tiempo que la pone en relación con la libertad infinita de Dios. Responde con compasión al sufrimiento injusto y a la violencia. E incluye voces teológicas que a menudo pasan desapercibidas debido a diferencias raciales, de género o religiosas. En todos estos sentidos, la oración pensante renueva la teología para un mundo que se enfrenta a grandes desafíos intelectuales y prácticos.

    I. Introducción

    La teología se ha definido de muchas maneras: como la fe que busca comprender (Anselmo de Canterbury), como el conocimiento de Dios y de otras cosas en relación con Dios (Tomás de Aquino), como la correlación de la tradición cristiana y la experiencia humana (David Tracy) y como la reflexión crítica sobre la praxis histórica (Gustavo Gutiérrez), por nombrar algunas¹. Aprecio estas definiciones clásicas y las considero complementarias, no mutuamente excluyentes. En este artículo, quiero añadir a estas definiciones otra forma de entender la teología, a saber, la «oración pensante»². Esta concisa definición no presenta una idea completamente nueva sobre lo que significa la teología. Más bien, recupera una práctica muy antigua de orar y pensar simultáneamente, de dejar que el pensamiento surja de la oración y la oración del pensamiento. Recuperar esta práctica confiere a la teología una relevancia y un sentido de finalidad renovados en medio de los diversos retos intelectuales y prácticos de nuestra época actual.

    Aunque es habitual que los estudiosos cristianos lamenten la separación moderna entre teología y espiritualidad, la definición de teología como oración pensante aclara que tal separación no es estrictamente posible, porque la vida de oración es un ingrediente esencial de cualquier teología digna de ese nombre. Para bien o para mal, la libertad del pensamiento moderno ha impulsado el auge de la cultura secular. Aunque algunos puedan considerarlo una amenaza para la teología, cuando se hace como oración pensante, la teología puede abrazar plenamente esa libertad precisamente poniéndola en relación con la libertad infinita de Dios. Mientras que el sufrimiento injusto y la violencia que vemos a nuestro alrededor exigen una respuesta más activa que meros «pensamientos y oraciones», una teología hecha como oración pensante proporciona una formación importante en los caminos de la hospitalidad, la responsabilidad y la solidaridad. Por último, al situar la teología allí donde la oración y el pensamiento convergen de forma constructiva, esta definición aporta buenas noticias a las mujeres, a los no cristianos y a otros grupos marginados excluidos con demasiada frecuencia de la teología reconocida eclesial o académicamente. En conjunto, estos cuatro puntos, como explico más adelante, revelan cómo entender la teología como oración pensante la equipa para responder bien a los diversos desafíos intelectuales y prácticos a los que se enfrenta el mundo moderno.

    II. Volver a contar el relato de una separación moderna

    Los relatos de una separación entre teología y espiritualidad en la historia del cristianismo moderno suelen comenzar con la diferenciación entre los contextos monástico y escolástico en la Edad Media. Hacen hincapié en la creciente influencia de la filosofía aristotélica y luego del nominalismo y la metafísica unívoca en el camino de la universidad hacia la razón autónoma moderna. Hablan de la devotio moderna, de las reacciones humanistas e incluso anti-intelectuales al racionalismo, y de un giro hacia el interior que centra cada vez más la atención en los estados de sentimiento subjetivo o de conciencia. Consideran las relaciones de poder entre el latín y las lenguas vernáculas, entre los centros doctrinales dominados por los hombres y los movimientos de mujeres como las beguinas, y entre las exigencias de la civilización secular y tecnocrática y las luchas personales y comunitarias más encarnadas³.

    Aunque estas narraciones del creciente distanciamiento entre la teología y la espiritualidad expresan una cierta verdad histórica, pueden ser engañosas en la medida en que implican que la teología es el tipo de cosa que alguna vez podría separarse coherentemente de la espiritualidad. Si la teología se define como la oración pensante, entonces la sugerencia de que la teología podría sobrevivir al margen de la espiritualidad –es decir, al margen de las formas de vida en las que tiene lugar la oración– deja de tener sentido. Esta definición permite volver a contar la historia de la siguiente manera.

    A partir de la Edad Media, vemos formas cada vez más divergentes de relacionar el pensamiento y la oración. Los centros escolásticos del saber cristiano comienzan a expresar gradualmente la opinión de que la oración es una aplicación práctica de la teología, que debe ser estudiada por un subcampo llamado «teología ascética y mística». Mientras tanto, la teología como tal adopta la forma de un sistema deductivo de declaraciones de fe enraizadas en las Escrituras y las enseñanzas magisteriales. Por el contrario, los que están fuera de las escuelas encarnan y articulan diversas formas de vida orantes que contienen modos de pensamiento teológico a menudo profundos, aunque cada vez más muchos no se preocupan de enfatizar o desarrollar este pensamiento. En ambos casos, sigue existiendo cierta conexión entre el pensamiento y la oración y, por tanto, una verdadera teología. Sería difícil encontrar una fuente canónica cristiana de cualquiera de los dos bandos en la que no existan vínculos entre ambos. Sin embargo, vemos que esta conexión se atenúa significativamente tanto en contextos escolásticos como no escolásticos.

    Para las escuelas, esto significa que lo que han llamado teología puede, si se empuja demasiado lejos en la dirección del pensamiento sin oración, dejar de merecer ese nombre. Por el contrario, para los que están fuera de las escuelas esto significa que el valor de verdad de sus diversas formas de vida puede, sin una mayor precisión intelectual y teológica, ponerse en peligro. La unidad de pensamiento y oración tan destacada en Agustín de Hipona, Dionisio el Areopagita, Hildegarda de Bingen y Juliana de Norwich empieza a ser más difícil de discernir en los manuales escolásticos y las autobiografías espirituales modernas⁴. Pero ¡qué maravilloso retorno ha hecho en Karl Rahner, James Cone, Leonardo Boff, Diana Hayes, Sarah Coakley y J. Matthew Ashley, por nombrar solo a unos pocos!⁵

    III. Afirmar la libertad intelectual

    Definir la teología como oración pensante aclara su función vital en lo que Charles Taylor llama nuestra «era secular»⁶. La libertad tan duramente conquistada del pensamiento moderno no tiene por qué ser una amenaza para una teología así entendida. De hecho, esta libertad puede florecer y adquirir mayores dimensiones en medio de las interacciones abiertas de la libertad finita e infinita que la oración pone en juego. El supuesto humanista exclusivo de que la libertad existe, si es que existe, solo en su forma finita –es decir, como autodeterminación humana– hace que la oración sea impensable, salvo como signo de irracionalidad o inmadurez⁷. Sin embargo, la práctica de la oración pensante desafía tal suposición al presuponer y desear una libertad divina con la que la libertad humana puede conversar y cooperar. En esta relación dinámica, la libertad no disminuye, sino que se amplifica.

    Como oración pensante, la teología respeta la tarea del pensamiento humano y la independencia mental que requiere. La teología no existiría si los teólogos solo rezaran y no pensaran de verdad. Por ello, los mejores pensadores y escuelas de pensamiento, incluso los seculares, deben ser sus aliados. Los avances de estos son también los de aquellos; su libertad es una condición para su posibilidad. Los avances que se han logrado en filosofía, hermenéutica, teoría crítica, ciencias naturales y sociales, y otras búsquedas académicas libres, pueden incorporarse al esfuerzo académico por comprender lo que está en juego en una vida de oración y pueden dar forma a la mente del orante.

    Al mismo tiempo, la teología ofrece una plegaria al pensamiento: una plegaria para que perdone sus carencias, una plegaria para que se abra a modos de conocimiento y no conocimiento experienciales que exceden su comprensión ordinaria y una plegaria para que la rescate de cualquiera de sus falsas o prematuras certezas. La teología recibe el pensamiento como un don que le permite participar en la fuente divina de toda sabiduría y comprensión. La teología piensa doxológicamente, ofreciendo un himno de alabanza y agradecimiento por las cosas buenas, bellas y verdaderas de la creación, que alberga en sus palabras.

    En teología, la oración también se ve cuestionada por el pensamiento y se hace responsable de sus propios fallos. Un signo de la libertad del pensamiento es su capacidad para realizar esa labor crítica o purgativa, exponiendo las contradicciones y los errores morales que hayan surgido en la historia de la devoción cristiana. Sin embargo, este escrutinio también alaba a Dios al distinguir todos los esfuerzos teológicos falibles de la humanidad de la gloria infinita de Dios. Como poder escéptico, el pensamiento ayuda a la oración a aplastar sus ídolos. En resumen, definir la teología como oración pensante es dar a la academia secular una forma de conservar y elevar la libertad de su pensamiento productivo y crítico conectándolo con formas orantes de vida y libertad de las que ha estado alejada.

    IV. Resistencia al sufrimiento injusto y a la violencia

    Aunque la oración pensante fomenta la conciencia contemplativa y las disciplinas ascéticas, no aparta de las preocupaciones del mundo. Es una forma de hacer teología que responde compasivamente a las situaciones de injusticia y al dolor que causan. Al acoger al Dios totalmente otro, la oración entrena el pensamiento para extender la hospitalidad al forastero, para hacerse amigo de los que son diferentes o desconocidos y para acoger a las imágenes encarnadas del Dios vivo dondequiera que se encuentren. Al someter las acciones humanas al juicio misericordioso de Dios, la oración proporciona al pensamiento un fundamento para la responsabilidad ética, que es más fiable que los meros dictados de la voluntad humana, por muy supuestamente racional o colectiva que esta llegue a ser. La oración pensante es la base de una ética y una política que respetan a las personas en sus diferencias y condenan las estructuras de pecado⁸.

    Diferentes estilos de oración contribuyen a la resistencia de la teología a la violencia. Como práctica del lamento, la oración da voz al sufrimiento y concede a los crucificados una audiencia divina incluso cuando nadie más quiere escucharla. De este modo, obliga al pensamiento a atender a aquellos a los que no les quedan más opciones que clamar a Dios. Como práctica de petición, la oración da a los que sufren la esperanza de que su curación y liberación no dependerán únicamente de los limitados esfuerzos de los seres humanos pecadores ni se dejarán simplemente en manos del ciego azar. Les asegura que sus vidas descansan en los brazos todopoderosos de Dios. Se trata de un tierno consuelo que puede evitar que un pensamiento atento al sufrimiento se agriete hasta la desesperación. Como práctica de articulación de deseos, la oración puede inspirar a otros a pensar detenidamente en cómo lograr un cambio significativo y, de hecho, a organizarse y actuar. La oración ya ha hecho esto en muchos movimientos de pobres y oprimidos. Cuando se hace correctamente, la oración pensante es una obra de solidaridad⁹. Sin duda, se pueden señalar casos en los que las personas que oran han sido inhospitalarias e irresponsables. Podemos reconocer que el lamento ha sido a menudo suprimido en la tradición cristiana por un énfasis excesivo en la alabanza. Podemos observar que muchas peticiones parecen quedar sin respuesta –y no solo las frívolas peticiones de un coche nuevo o un aumento de sueldo, sino las súplicas serias relativas a un ser querido que se muere de cáncer o a una guerra civil que desgarra un país–. Uno puede utilizar la oración como excusa para no actuar, con la insensible suposición de que es tarea de Dios escuchar las plegarias, no nuestra. Pero, en todos estos aspectos, la oración necesita la ayuda de su estrecho aliado, el pensamiento crítico. La reflexión muestra que es contradictorio acoger al huésped divino sin dar la bienvenida al forastero, esperar ser escuchado sin ser juzgado por los propios actos o glorificar a Dios sin enfrentarse al sufrimiento injusto que persiste en este mundo.

    La oración pensante pone al descubierto, por ejemplo, las contradicciones de la vida religiosa de los supremacistas blancos impenitentes. Pero la oración pensante también apoyaría las oraciones de perdón de esas personas, siempre que reconocieran la maldad de sus actos, liberaran a las comunidades de color a las que habían oprimido gratuitamente y repararan esa injusticia. La oración pensante honra a la sabiduría divina que arde en los cantos doloridos y esperanzados de los esclavos. Presta especial atención a sus deseos de simplemente tener tiempo para orar, es decir, tiempo para experimentar una pequeña muestra de esa libertad que Dios quiere para sus vidas. La oración pensante llama a los seres humanos a imaginar y construir un mundo en el que estas oraciones sean escuchadas y respondidas¹⁰. La oración no es magia. No nos da poder para manipular el cosmos a voluntad. No proporciona una solución rápida a todos nuestros problemas. Sin embargo, como lugar de encuentro de la libertad divina y humana, es el único tribunal en el que la violencia y la angustia del mundo pueden, en última instancia, ser reparadas.

    V. Incluir a los excluidos

    Si el criterio de la verdadera teología es una profunda unidad de oración y pensamiento, entonces muchos aparentes teólogos con larguísimos currículos pueden ver cuestionado su estatus teológico. Un título avanzado y un historial prolífico no bastarían si resultara que uno solo ha hecho justicia al pensamiento y no a la oración, o quizá no realmente a ninguno de los dos. Del mismo modo, esta definición eleva voces teológicas que de otro modo podrían pasar desapercibidas, incluidas las de los pobres y oprimidos, las de las mujeres y las de los no cristianos. Ya he aludido a la oración pensante –la teología– que podría recuperarse de los cantos espirituales de los esclavos, a los que generalmente se les negaba toda formación teológica formal e incluso se les prohibía aprender a leer. Ahora quiero llamar especialmente la atención sobre exclusiones similares basadas en el género y la identidad religiosa.

    Las mujeres de la tradición cristiana, incluidas las cuatro doctoras de la Iglesia –Hildegarda de Bingen, Catalina de Siena, Teresa de Jesús y Teresa de Lisieux–, pero también otras mujeres que exhiben una asombrosa interacción de oración y pensamiento, deberían ser reconocidas como auténticas teólogas independientemente de su nivel de acceso a la educación teológica formal. Tratarlas meramente como figuras espirituales apoya un pernicioso esencialismo de género. El uso preferente de la categoría de «espiritualidad» para las mujeres permite con demasiada facilidad que la Iglesia siga identificando a los hombres con la razón y la autoridad y a las mujeres con el mero afecto y el sentimentalismo. Además, pasa por alto las aportaciones que las mujeres han hecho a la historia del pensamiento cristiano. Una teología que se entienda a sí misma como oración pensante puede, por el contrario, apoyar fácilmente los esfuerzos feministas por recuperar los logros intelectuales de las mujeres y afirmar la autoridad que Dios les ha otorgado como personas libres hechas a imagen de Dios¹¹.

    Al igual que la identidad de género, las pruebas de ortodoxia también han sido motivo de exclusión de la teología. Los pensamientos y las vidas de

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