Una Vida
Por Ednita Nazario
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Información de este libro electrónico
—Ricky Martin
Pocos cantantes han sido capaces de generar el interés internacional y multigeneracional del que ha disfrutado la artista Ednita Nazario. Una de las estrellas del pop latino más admiradas y con más grabaciones que han resultado en hits, es reconocida por su riqueza vocal y su magnética presencia en los escenarios.
En estas páginas Ednita, la diva más amada de Puerto Rico, por primera vez abre su corazón narrando su vida entera, con detalles nunca antes revelados al público. Desde sus humildes comienzos en Ponce, pasando por la pérdida de su gran amor, la bancarrota emocional y financiera y finalmente el regreso al estrellato. Ednita nos abre su corazón y su historia con absoluta sinceridad y transparencia, desde los momentos más felices de su vida hasta los más desgarradores. Una historia de inspiración, amor, familia: esta es Ednita Nazario con toda la pasión y el talento que la han convertido en una de las estrellas más celebradas de nuestra era.
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Una Vida - Ednita Nazario
CELEBRA
Publicado por Berkley
Un imprimir de Penguin Random House LLC
375 Hudson Street, Nueva York, Nueva York 10014
Copyright © 2017 por Entertainment Unlimited, Inc.
Prefacio copyright © 2017 por Enrique Martin-Morales
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Datos de publicación según el catálogo de la Biblioteca del Congreso:
Names: Nazario, Ednita. | Cobo, Leila.
Title: Una vida/Ednita Nazario con Leila Cobo.
Description: First edition. | New York, New York: Berkley, 2017. | Series: Celebra
Identifiers: LCCN 2016052324 (print) | LCCN 2016053035 (ebook) | ISBN 9780399583001 | ISBN 9780399583018 (ebook)
Subjects: LCSH: Nazario, Ednita. | Singers—Puerto Rico—Biography. | LCGFT: Autobiographies.
Classification: LCC ML420.N3726 A3 2017 (print) | LCC ML420.N3726 (ebook) | DDC 782.42164092 [B]—dc23
LC record available at https://lccn.loc.gov/2016052324
Primera edición: Abril 2017
Fotografías de la cubierta: Omar Cruz
Diseño de la cubierta: por Alana Colucci
Penguin está comprometida con la publicación de obras de calidad e integridad. En ese sentido, nos complace ofrecer este libro a nuestros lectores; no obstante, la historia, las experiencias y las palabras son exclusivamente del autor.
Version_1
A mi hija Carolina, mi luz e inspiración.
Mi maestra favorita y mi más importante proyecto de amor.
Vale la pena, hija mía.
Y recuerda siempre que la vida sin pasión, se vive a medias!
Te adoro,
Mamita
AGRADECIMIENTOS
Gracias:
A todos mis compañeros del camino: mi esposo Luis, mi familia, mis amigos, mis músicos, coros, bailarines, técnicos, productores, el mejor equipo y mi familia extendida.
A mis fans, mis seguidores, mis cómplices en ésta aventura que sigue siendo apasionante y hermosa. ¡GRACIAS por TANTO!
A Bruno, por convencerme a contar mi historia.
A Leila, por ayudarme a mirar hacia atrás y hacia adentro sin reservas.
A Chris, por sostenerme en cuerpo y espíritu.
A Raymond, por ser mi hermano y amigo en las buenas y en las otras.
A Áng´elo por tu fe y pasión por mí talento.
A mis ángeles Papi y Mami.
Y a mi Dios, mi Capitán, la Luz en mi camino. ¡Por Tí y Contigo, Padre!
A Puerto Rico, ¡mi cuna y mi alma! Soy tuya, tierra mía, orgullosa hija de Borínquen bella.
ÍNDICE
PORTADILLA
PÁGINA LEGAL
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTOS
PREFACIO POR RICKY MARTIN
PRÓLOGO
EL COMIENZO
«LA CASA EMBRUTECE»
«¡OTRA! ¡OTRA!»
IPOD HUMANO
MIEMBRO HONORARIO
SOY EDNITA, SOY CANTANTE
LA VIDA DE ARTISTA
Reflexiones a la medianoche
GRANDES LOGROS
JACKY
UN NUEVO AMOR
LA ETAPA DE EXPANSIÓN
YO SOY EDNITA NAZARIO
Reflexiones a la medianoche
LA PRIMERA GRAN PÉRDIDA
Reflexiones a la medianoche
EL MOMENTO MÁS OSCURO
RENACER
VOLVER A EMPEZAR
EL SEGUNDO
Reflexiones a la medianoche
SALVAR A MI PADRE
Reflexiones a la medianoche
SER MAMÁ
EL TERCER MR. NAZARIO
LA TERCERA ES LA VENCIDA
AGRIDULCE
THE CAPEMAN
LA VIDA DESPUÉS DE THE CAPEMAN
EL PROCESO DE GRABACIÓN
LA MUERTE DE MI PADRE
LA DEPRESIÓN Y LA HIJA QUE ME SALVÓ
UN NUEVO COMIENZO
LA FAMA Y LA RELEVANCIA
Y SEGUÍ CANTANDO
POSDATA
PREFACIO
Por Ricky Martin
Desde que tengo uso de razón Ednita ha sido inspiración para nosotros los puertorriqueños. A medida que crecí, Ednita siempre ha sido un modelo a seguir para tantas generaciones de artistas puertorriqueños que hemos luchado por salir adelante dentro y fuera de la isla. Ednita siempre ha sido la «gran dama» que nos señaló el camino, con un espíritu de innovación, tenacidad y entendiendo lo que es la música actual.
He compartido el escenario con Ednita, hemos creado y sobre todo hemos disfrutado cada momento. La memoria más grata que guardo de Ednita es, y siempre será, la esencia de su espíritu. Es un ser de luz y alegría, y me honra hoy ser parte de su historia.
PRÓLOGO
Me tomó bastante tiempo decidir si aceptaría escribir un libro sobre mi vida. Aunque me entretiene y en algunos casos me fascina leer autobiografías, escribir la mía no estaba en mis planes. Se me hacía difícil contemplar contar mi historia, no tan sólo la pública, que muchos conocen, sino la otra, la que he protegido y resguardado durante toda mi vida. He sido bastante celosa con mi privacidad y con la gente que la habita. Soy figura pública desde que tengo uso de razón y lo asumo con todo lo que representa, pero invadir los espacios de otras personas que no lo son, nunca me gustó. Por eso siempre respeté y sigo respetando las historias y los eventos que forman parte de mi vida privada.
Supongo que a todo le llega su hora... Consideraba que lo único de valor que podía compartir era mi trabajo, mi paso por los escenarios y el efecto de mi música en la vida de los demás. Todo eso lo comparto aquí. Pero también comparto lo otro, lo que sucedía una vez se apagaban las luces de los recintos, lo que nadie ha sabido hasta este momento.
JUNIO DE 2004
—Miss Nazario, quince minutos.
Estoy en mi camerino en Carnegie Hall, rodeada de gente: mi mánager, mi asistente, mi esposo, mis hermanos. «No te pongas nerviosa», me dicen, pero veo los nervios en sus caras. Todos estamos nerviosos.
El director de escena del teatro golpea en mi puerta.
Lleva puesta chaqueta y corbata, como todos los que trabajan en el Carnegie. No es algo común. Típicamente, en los teatros los directores de escena no se visten así. Pero este no es cualquier teatro. Hay una reverencia al Carnegie que se manifiesta en toda la gente que allí trabaja, desde el aseador hasta el director de escena. Se siente la deferencia hacia este espacio; es evidente. Me siento honrada y un poquito intimidada porque nunca he cantado aquí y es uno de mis sueños hecho realidad. Desde que visité Nueva York por primera vez a los dieciséis años de edad, una de mis metas ha sido pararme sobre este escenario, y en este momento preciso estoy a punto de lograrlo.
—Miss Nazario, quince minutos —dice nuevamente el director de escena.
Son sólo cuatro palabras, pero me sacuden. Oh, my God, pienso. Aquí estamos. Es una realidad.
—Oh, my God —digo, esta vez en voz alta—. Déjenme sola, por favor. —Y salen todos del camerino porque me gusta concentrarme por lo menos cinco minutos antes de salir a cantar.
El camerino está bello. He pedido flores blancas, como siempre, porque desde que murió mi mamá, tener esas flores blancas en el escenario o tras bambalinas, es una forma de conectar con su esencia. Su belleza y su aroma me tranquilizan y envuelven como una caricia. Son rosas blancas, y representan a mi mamá. Ella está siempre conmigo, sin importar dónde.
Enciendo mi velita, la que he colocado junto al Niño de Praga, el santo que me acompaña, en todas mis presentaciones y conciertos. Nunca canto sin antes rezarle.
Hoy doy las gracias, gracias, gracias, porque han sido tantas las bendiciones. «No llores —me digo, porque sé que si empiezo a llorar no podré parar—. No llores, no llores, no llores». Pero es una emoción bien grande, pues esta es la tercera pata de una triple corona personal. De una corona que llevo años construyendo. He tenido tres grandes sueños en mi vida: cantar en Lincoln Center, cantar en Broadway y cantar en Carnegie Hall. Sólo me faltaba la última, y aquí estoy. Doy las gracias otra vez porque mi preciado sueño se hace realidad.
Y es que no ha sido fácil llegar aquí. Aún hoy, después de tantos conciertos, de tantas canciones, de tantas horas rendida ante los aplausos del público, me sorprende que con esta música que llevo dentro, he sido capaz de elevarme a alturas inusitadas, pero capaz, también, de caer hasta el fondo del abismo. Nada fue planeado, ni preconcebido. La fama no era mi objetivo. Yo sólo quería cantar, y qué glorioso, qué privilegio ha sido hacerlo.
Pero qué duro, también, todo lo que vino a la postre de mi voz: El amor verdadero que se perdió. El dolor de un matrimonio lleno de engaño y manipulación. La felicidad de quedar embarazada y el trauma de perder a mi primer bebé. El rudo golpe que significó alcanzar el estrellato y, luego, de la noche a la mañana, quedar sin nada: desde mi matrimonio hasta mi último centavo.
Pero me levanté. Y aquí estoy. En Carnegie Hall.
El director de escena vuelve a tocar a mi puerta.
—Miss Nazario, al escenario —dice impasible.
Me aliso el vestido, porque aunque no me gustan mucho los trajes de gala, esta noche llevo uno en honor a tan grandioso lugar. Un vestido roquerito pero hermoso, con una chaqueta negra de encaje.
En silencio, sigo al director de escena tras bambalinas, yo sola, pues mi banda ya está esperándome en el escenario. Nunca he dejado que los nervios me dominen, pero esta vez me cuesta contener el palpitar de mi corazón.
Recuerdo las palabras de mi hermano Alberto minutos antes y eso me tranquiliza.
—Están aquí por ti —me dijo, refiriéndose al público que me espera—. Están aquí para celebrar tu vida como artista, porque finalmente has llegado a Carnegie Hall y para ellos también es una celebración. Deben estar igual de emocionados que tú, de verte llegar aquí. No te están juzgando. Haz de esta una noche tan especial para ellos como lo es para ti. No tengas miedo, porque están aquí para disfrutar contigo.
Las palabras de mi hermano lo ponen todo en perspectiva, y a medida que me acerco a la entrada del escenario pienso en que él tiene razón. Todo va a salir bien. Será una gran noche y nos vamos a divertir.
Estoy tras la puerta que lleva al escenario y de repente siento al público. Es el momento en el que se apagan las luces y comienzan a aplaudir. Todavía no pasa nada: no hay introducción musical, no hay nada, sólo silencio absoluto en escena mientras los músicos esperan mi llegada. Pero el aplauso sigue y crece, y el director de escena sonríe y me dice:
—Te deben querer mucho.
—Supongo que sí —le digo—, supongo que sí.
Me abre la puerta y alcanzo a ver el micrófono en medio del escenario con una sola lucecita iluminándolo. Entro, casi en la oscuridad, y pasan varios segundos antes de que el foco de luz ilumine mi trayectoria eterna hasta él. En esos momentos, a medida que avanzo con paso firme hasta mi puesto, mi vida entera pasa por delante de mis ojos. Es una emoción indescriptible, ¡como si mi mente y mi alma flotasen! La intensidad del momento me paraliza y no puedo hacer nada. Quedo parada, muda ante el micrófono y el aplauso crece y crece. El público se pone de pie. Miro hacia arriba y veo en todos los balcones que dan hasta el techo, a las personas, ovacionándome. Miro hacia abajo y veo a mi padre, en la primera fila, como siempre, lágrimas de orgullo corriendo por su rostro.
Trato de contenerme. «No llores, no llores, no llores», me repito nuevamente. Pero es imposible. Es una emoción tan grande y pienso que si me llegase a morir, todo lo vivido habrá valido la pena para llegar aquí. El aplauso sigue, dura una eternidad. Pero uso todas las fuerzas que no tengo, y me compongo. Me tranquilizo, levanto el micrófono y empiezo a cantar.
1
EL COMIENZO
Mi madre alguna vez me dijo que yo había llegado al mundo para salvar a mi papá. Me contó que cuando yo era bebita, a veces encontraba a Papi tendido a mi lado en la cama, diciéndome: «Tú me vas a salvar, tú me vas a salvar». Papi era un hombre muy sociable y amiguero, pero también sufrió de depresión durante su vida, y aunque la tenía muy controlada, padeció un par de momentos difíciles, uno de ellos cuando yo nací.
Según mi mamá, yo le di nuevo ímpetu a Papi. Era su primera nena, una nueva y gran responsabilidad, y no me iba a defraudar. Así fue. Quizás yo salvé a Papi, pero él también me salvó a mí, no sólo de chiquita, sino también muchos, muchos años después, cuando creí haberlo perdido todo.
• • •
Yo nací en Ponce, la segunda ciudad más importante de Puerto Rico, en el sur de la isla. Es una ciudad grande, bella, conservadora, arraigada a sus costumbres y su cultura, muy orgullosa de sus raíces. Dicen que Ponce es Ponce y lo demás es parking. No sabría decir de dónde viene el dicho, pero los que nacimos ahí, lo aprendemos desde la cuna. Es una ciudad con mucha historia y mucha cultura ya que el primer museo de arte moderno importante de Puerto Rico se hizo en Ponce. Gente muy ilustre ha salido de allí: escritores, deportistas, artistas plásticos, beisbolistas de las grandes ligas, políticos destacados,cientificos y, por supuesto, músicos reconocidos por el mundo entero. Ponce es como todo Puerto Rico: se respira música por todas partes. Desde que naces, vives cantando, tocando algún instrumento o bailando. La música es parte de nuestra identidad...
En mi familia somos cuatro hijos: Tito, el mayor; Alberto, el segundo y más cercano a mí en edad; luego nací yo y después vino el menor, Frank, o Pancho, como le decimos cariñosamente. Yo era la única mujer. Nací de sorpresa, casi por equivocación, después de que mis padres ya habían criado a Tito y Alberto y daban por «cerrado» el capitulo de los niños. Cuando llegó Pancho, el consentido, estaban resignados a que podrían venir más hijos y su llegada fue sorpresiva pero feliz. Alberto y Tito nacieron en Mayagüez. Frank y yo nacimos en Ponce, durante la segunda etapa del matrimonio de mis papás. Allí nos criamos los cuatro.
Papi y Mami se conocían desde pequeños. Eran de origen humilde pero siempre se esforzaron mucho para progresar. Nunca sentí que no tuviésemos dinero o que algo nos faltara, pero ricos, no éramos. Papi se llamaba Domingo, y trabajaba en la Autoridad de Energía Eléctrica. Era el supervisor de seguridad de la compañía y por su trabajo se la pasaba «puebleando». Viajaba para supervisar los proyectos de iluminación y tendidos de cables eléctricos de la zona sur del país.
Mami se llamaba Gudelia, pero casi todo el mundo le decía doña Gudy. Era la segunda de cuatro hermanos y se casó muy joven, de sólo diecinueve años. Mami trabajó toda su vida, mayormente de secretaria en oficinas, y de hecho estuvo mucho tiempo en la Autoridad de Hogares de Puerto Rico, una corporación de gobierno que asiste a familias de bajos recursos. Creo que por eso yo nunca le tuve miedo al trabajo, ni pretendí no trabajar por ser mujer. Desde que tengo uso de razón, Mami trabajó. Después que nací, tomó un puesto como secretaria del presidente de la Union Carbide, una corporación petroquímica que se instaló cerca de Ponce.
Tanto Papi como Mami venían de familias humildes y trabajadoras. Mi abuelo Ismael, el papá de mi mamá, fue mecánico de trenes. Abuelo Isma murió a los ciento y pico de años. Era un personaje de esos que conoce todo el mundo, y en su barrio era muy popular.
Era muy bajito, de tez trigueña y ojos azules. Parecía moro. Nunca supe si era oscuro por el sol o porque ese era su color. Siempre estaba impecablemente vestido, con su camisa blanca almidonada y su sombrero de Panamá. Recuerdo acercarnos a su casa, una casita humilde de madera, y verlo sentado ahí, en su balcón dándose un traguito o tocando su guitarra.
Las visitas a casa de mi abuelo Ismael eran memorables porque en su finca teníamos la oportunidad de ver animales que no veíamos en Ponce. Él vivía en Mayagüez, en una finca muy grande que aunque no era de su propiedad; trabajaba para los dueños y lo dejaban vivir ahí. Tenía cerditos, patitos, conejos, vacas, cabras, pollos y ni me acuerdo cuántos animales más. Nos encantaba ir a su casa y él disfrutaba mucho llevarnos por la finca para mostrarnos todo. Era toda una aventura porque nosotros vivíamos en la ciudad y mi abuelo hasta nos dejaba ordeñar las vacas. Era fuerte como un roble. Para ver las vacas, teníamos que bajar por una pendiente muy empinada, y nos íbamos sentados para no caernos, pero el bajaba de pie como si nada. Salíamos de su casa siempre con bolsas de frutas, verduras, y de todo lo que había cosechado por esos días.
Era un tipo muy simpático, y aunque no eran muy frecuentes las visitas, me acuerdo claramente de ir siempre para el Día del Padre, y para su cumpleaños, que era el 31 de diciembre. Su cumpleaños número cien fue muy especial. Se le hizo una fiesta espectacular con lechón a la varita, comida típica, música y toda la gente del barrio. Recuerdo que se le acercaban viejitos de ochenta años, y él me decía:
—Nena, mira estos muchachos, yo los crié.
—Abuelo, ¡ese no es ningún muchacho! —le decía yo. Pero para él, sí, Los vio crecer desde chiquitos, y aunque hoy fuesen ancianos, en sus ojos seguían siendo niños. Fue un cumpleaños muy pintoresco.
Años después, me hicieron muchas historias de ese abuelo tan singular: que era picaflor, que a veces salía los viernes y volvía los lunes, que se disfrutaba su traguito, tal vez demasiado. Pero era el músico de la familia y le gustaba cantar y tocar la guitarra, y a mí, todo el que hiciera música me encantaba. Por eso creo que siempre nos llevamos tan bien.
Abuelo vivía en la finca con su segunda esposa. Se había divorciado de mi abuela muchos años antes de que yo naciera. En esa época no era común divorciarse y guardaba un estigma muy fuerte. Pero mis abuelos no se llevaban bien, a tal grado que mi mamá y sus hermanas intercedieron para que se divorciaran, porque no era un matrimonio feliz.
Mami mudó a mi abuela a Ponce para tenerla cerca y cuidarla. Vivía a cinco casas de la nuestra y velaba por nosotros mientras Mami y Papi trabajaban. Nos consentía mucho. Se llamaba María de Jesús —le decían Chuíta— y era la luz de mis ojos.
Mi abuela era muy flaquita, de pelo rubio, ojos verdes y muy, muy cariñosa. Insistía en que yo estaba muy flaca, que no era verdad, pero para ella todos estábamos flacos. Por eso, cuando llegábamos del colegio nos preparaba una bebida de malta con una yema de huevo y mucha azúcar que sabía a rayos y centellas, pero según ella tenía todos los ingredientes necesarios para mantenernos saludables.
Abuela recibía la leche en unas botellas de cristal. Con esa leche preparaba una especie de natilla que nos servía con tostadas de pan criollo. Le quedaba deliciosa. A ella le fascinaban las flores. Tenía un jardín muy bonito en su casa, y de chiquita me le escapaba al patio a comerme algunas. Abuela también cantaba. Tenía una cama de caoba con un mosquitero, y acostarme ahí era como entrar en otra dimensión; era donde ella me cantaba mientras me rascaba la cabeza.
Abuelo le llevaba más de veinte años