La sombra del sol
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La sombra del sol - Mario González Suárez
Edición original: El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2006.
Primera edición en Alacena Bolsillo: 2023
ISBN: 978-607-445-624-0
Primera edición digital: 2024
eISBN: 978-607-445-653-0
DR © 2023, Ediciones Era, S.A. de C.V.
Mérida 4, Col. Roma, 06700 Ciudad de México
Diseño de portada: Germán Montalvo
Hecho en México
Made in Mexico
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Aunque digas yo soy dueño de elegir esto o aquello, lo que elijas está subordinado al conjunto. El papel que tú representas no es incidental para el universo, sino que se te ha tenido en cuenta tal como eres.
Enéadas III, 3, 3, 1-3
Eugenio Cortina hizo de sus espectáculos un método de provocación de la realidad mediante la influencia de sus actores. En su escuela el teatro es una mente y nosotros los intérpretes de un drama que jamás acabaría aun cuando estallara el mundo.
Lo primero que aparece en la consciencia es siempre un escenario. Sólo un Yo actual puede verificarlo, el resto es acción. Cabe suponer que el Yo tiene una continuidad en cuanto a sí mismo aunque cambie de antifaz también continuamente. El Yo no emerge de la nada, aparece como el reflejo de nuestra imagen primordial, de ahí su condición insegura y parpadeante.
Es posible que nuestro trabajo forme parte de un proceso mediante el cual innumerables actores tratan de integrarse en su coro primigenio, armonizarse con la gran mente que pronuncia nuestra vida. Porque esta actividad ocurre en el tiempo, sospecho que llegará el día en que conseguiremos desbordar al personaje que interpretamos y ver, así sea por un instante, la imagen que nos precede en la carne.
No importa dónde nos encontremos, ninguna realidad es obvia. La pereza de las masas crea una corriente de enajenamiento o delirio colectivo que se abandona ciegamente a representar realidades que niegan la experiencia subjetiva.
Comprometerse con la articulación de la realidad permite no vivir anclado en ninguna idea, por grande que nos parezca; faculta para escuchar el Logos permanente y nos coloca en puntos donde pueda percibirnos.
Mediante este método la vibración del actor-narrador puede afinarse al tono de no representar ya nada, sino de sonar a una vida recién descubierta, como quien contempla un valle al cabo del penoso ascenso de una ladera.
Por lo que toca exclusivamente al montaje escénico, Eugenio cree que el Teatro necesita de la humanidad, materializada pero no creada por los demiurgos. La tierra se yergue como el gran escenario donde ocupamos por igual las gradas que los papeles protagónicos. El Teatro, afirma, es un concepto análogo a Dios o al Tao, según desde donde se mire. Y tengan la seguridad de que si cayese el telón final para este universo, el Teatro se procuraría una nueva compañía de histriones.
Asimismo, sostiene que el cuerpo animal en que nos encontramos –el de una especie que camina erguida– es el álter ego del actor profesional. A sus discípulos les aconseja vivenciar los impulsos instintivos de la carne, y aprovecharlos para construir un temperamento a gusto con la serenidad y la alegría.
Lo que vamos a experimentar a continuación carece de libreto, lo ha originado la voz de los participantes, la cual expresa también la atmósfera en que quieren o creen vivir.
El meteorito
Pieza en tres actos dirigida por Eugenio Cortina
Puerto Solar, tiempo actual
En la completa oscuridad del escenario se escuchan voces fragmentadas, objetos que ruedan, un zumbido eléctrico intermitente; por instantes surgen chispazos al fondo; parece que alguien se arrastra por el piso. Una de las voces que naufraga en la tiniebla dice que ha habido un terremoto de más de ocho grados en la escala común.
Voz de Sonia: ¿Dónde estás, hija?
Voz de la hija: Aquí, mamá, junto a ti...
Voz de Sonia: Busca a tu padre...
Voz de la hija: ¿A mi papá...?
Voz de Sonia: Tienes derecho a saberlo.
Voz de la hija: ¿Qué cosa, mamá?
Voz de Sonia: Perdóname.
Voz de la hija: ¿Qué quieres decir con eso?
Voz de Sonia: No me quiero morir sin que lo sepas. Lo volví a ver el verano pasado.
Voz de la hija: No empieces a hablarme así, mamá, te lo suplico.
Voz de Sonia: A tu edad una no se da cuenta que la vida cumple nuestros deseos... Nos da todo lo que pedimos.
Voz de la hija: Me asusta más oírte que estar aquí...
Voz de Sonia: Tu padre vive, hija... Hay una fotografía de él escondida en mi recámara.
Voz de la hija: No nos ayudas comportándote de esa manera. Date cuenta.
Alguien acciona un encendedor y la débil flama deja ver por unos instantes los botones de su camisa blanca y su barbilla, no se sabe si es hombre o mujer.
Voz del Gerente: ¿Quién prendió eso? ¡Apáguelo de inmediato!
Se extingue la flama. La oscuridad parece más intensa.
Voz: ¡Perdón, señor! Es que no se ve nada...
Las voces se oyen muy distantes entre sí.
Voz del Gerente: Seguramente hay fugas de butano...
Surge un rumor eléctrico y al cabo de un minuto se enciende la iluminación de neón principal, que está en el techo. Por menos de un segundo es intensa, enseguida se torna tenue y parpadeante. En los instantes que dura se ve una hilera de refrigeradores, blancos casi todos. Frente a ellos se encuentra una formación de máquinas lavadoras. Más allá hay estufas, lavaplatos...
Flota en el aire un polvillo gris, el color de los objetos carece de brillo. Se apaga la luz pero al mismo tiempo se activa la iluminación secundaria, amarilla, también parpadea, batalla para encenderse definitivamente. Como estos fanales se encuentran a menos altura que los de neón, se forman sombras angulares entre los aparatos. Cada vez que esa luz centellea corta la oscuridad como navaja. Al fondo se distingue lo que parece una estructura caída; demasiadas cajas y escombros obstruyen el tránsito. Con paso decidido emerge de la oscuridad el Gerente, se alisa el pelo, se acomoda la corbata y el gafete que lleva en el bolsillo izquierdo del saco. Se coloca en el centro del cruce de dos pasillos de la tienda. Gira la cabeza, como en busca de alguien. Usando la mano izquierda como visera comienza a contar los faroles secundarios. Con preocupación, reconoce que son bien pocos, amén de que no avista ningún otro punto iluminado en el espacio que lo rodea.
Don Pablo: ¿Usted...? (Ha surgido de pronto detrás del Gerente, que se gira de inmediato.)
Gerente: En cualquier momento se encenderá la planta de luz principal. Estamos en una instalación segura.
Don Pablo: Pero...
Gerente: De un instante a otro vendrán por nosotros...
Don Pablo: Es que...
Gerente: Sé lo que estoy diciendo: soy el Gerente, y estoy aquí para servir.
Don Pablo: Es bueno saber eso, señor. Me llamo Pablo, Pablo Medina. ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
Gerente: Muy poco, y no tardarán en rescatarnos. ¿Está usted bien?
Don Pablo: Estoy bien, gracias al cielo...
Gerente: Pero veo que tiene sangre en la camisa.
Don Pablo: Sangré un poco de la nariz pero ya pasó.
Gerente: ¿Está usted seguro? Parece que se ha dado un golpe fuerte en la cara.
Don Pablo: No es nada. Me he de haber golpeado en la oscuridad...
Gerente: Ya lo revisará nuestro médico para comprobar que efectivamente se encuentre usted bien.
Don Pablo: Quiero pensar que a la gente que estaba en el estacionamiento no le pasó nada...
Gerente: Por supuesto, ésa es la parte más sólida de nuestro establecimiento.
Don Pablo: Venía de rápido con unos amigos, que se quedaron esperándome en el coche... Pero...
Del perímetro de la penumbra se desprenden las siluetas de dos mujeres, una de ellas embarazada. El Gerente se apresura hacia ellas, don Pablo se le adelanta.
Don Pablo: ¡Oh, señora!
Gerente: ¿Se encuentra bien?
Mercedes: Tengo un dolor en la cintura... ¿Lola...?
Don Pablo: No se sofoque, despacio, tómese de mi brazo, por favor. ¿Está usted lastimada?
Mercedes: No... Pero no veo bien, algo me entró en los ojos. ¿Lola?
Lola: Aquí estoy, junto a ti.
Mercedes: Lola, dame la mano.
Gerente: Permítame ayudarla...
Lola: Ay, se me perdió un zapato.
Gerente: Seguro quedó por ahí...
Don Pablo: Creo que usted debería... no debería moverse, señora.
Mercedes: Debo caminar todo el tiempo... ¿Qué tengo, Lola? Siento como si me hubiera entrado polvo... como si tuviera tierra entre los ojos y los párpados.
Don Pablo: No tiene nada, señora. No le veo nada. Ciérrelos, déjelos descansar, relájese.
Lola: ¿Dónde estamos, Merce?
Mercedes: Más bien debo caminar...
Don Pablo: Pero puede tropezarse... Y sus ojos, al