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La enfermedad no existe
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La enfermedad no existe

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A los 35 años, a pesar de tener un momento profesional y económico excelente, percibí que estaba a punto de "caer al precipicio", y entonces decidí cortar amarras, volver al país y empezar una nueva vida, otra vez desde cero. Me tomé unos años sabáticos, en un ambiente de naturaleza serrana, sin actividad económica, consumiendo ahorros y aprendiendo e investigando sobre salud y alimentación, con teoría (libros, manuales) y práctica al mismo tiempo. Fueron momentos de hacer huerta, apicultura, cabras, moliendas, ayunos, descubriendo el yoga, el chamanismo, la filosofía espiritual, la meditación, la macrobiótica, el ayurveda. Así fueron "apareciendo" poco a poco las herramientas depurativas, testeadas a prueba y error en el propio cuerpo. Y fue tomando forma la síntesis de los Seis Andariveles del Proceso Depurativo, que se comprobaron funcionales y eficientes, aún en casos, situaciones y diagnósticos muy diferentes.

La evidencia práctica fue fortaleciendo los conceptos que desarrollaré en este libro. Será un libro cuestionador y disruptivo, que relativiza aquello de "evidencia científica" que tanto se esgrime para descalificar lo que escapa a la ortodoxia dominante. No es que sean "verdades absolutas o reveladas". Es una propuesta para que nos observemos desde otro lugar, abriendo espacio para que nos percibamos dotados de una sabiduría y una inteligencia que trasciende el condicionamiento de la desvalorización, la inseguridad, la impotencia y los miedos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jul 2024
ISBN9786310035406
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    La enfermedad no existe - Nestor Palmetti

    Prólogo

    ¿Sobre-vivir o súper-vivir?

    No vivimos tiempos ordinarios. Somos afortunados protagonistas de tiempos de cambio profundo. Más allá de como valoremos la situación presente, es obvio que estamos asistiendo a un gran salto evolutivo de la humanidad. Y ese futuro humano requiere de nuestro rol activo. No solo para construir los nuevos paradigmas, que tomarán el lugar de los que están perimidos. No solo para manifestar una nueva realidad. No solo para motorizar la revolución silenciosa de la consciencia, sino para dar vida a una nueva humanidad. Y esto requiere un particular estado de consciencia, sustentado por una impecable función corporal. Pero sobre todo, demanda que recuperemos la sacralidad de la vida. En épocas de plastificación y siliconización de la vida, es clave recobrar la visión de lo sagrado, tal como tenían integrado ciertas culturas ancestrales, pues era parte de su normalidad perceptiva. Veían todo como sacro: el alimento, el cuerpo, la concepción, las plantas, los animales, la Naturaleza toda.

    Me parece adecuada la afirmación para comenzar esta nueva aportación, que profundiza conceptos cuestionadores y disruptivos. Evitaré, en lo posible, repetir lo ya tratado en Cuerpo Saludable, Nutrición Vitalizante, Creando Futuro Consciente y otros libros y fascículos; aunque resulta inevitable tener que reiterar algunos conceptos. Si bien soy autor de estos libros, muchas veces transmito en plural, simplemente porque estoy reflejando la tarea de un equipo. Este trabajo es fruto de la experiencia práctica y de acompañar durante estas décadas, miles de procesos depurativos, por parte de un gran equipo terapéutico. Y también es el resultado del aporte de muchísimos seres que con su sabiduría, nos inspiraron y nos brindaron muchísima información cuestionadora del paradigma dominante, que aquí volcamos.

    Ante todo, relato mi experiencia vital, para que sirva como testimonio inicial de interpretación y que irá resurgiendo en el curso del libro. Nací en la década de los 50, en una familia humilde. En aquella época no se hablaban de los temas emocionales y no se abordaban esos conflictos, pero hacia mí había mucho amor, seguramente por ser hijo único durante una década. Recibí una esmerada y cuidada atención, inconscientemente asociada a una consecuente sobrealimentación. En un barrio pobre, era el bien comido de la cuadra, el gordito. Los chicos del barrio me apodaban la chancha. Pese a tener patio con fondo y frutales, y a jugar en la naturaleza (campitos, zanjones) tenía problemas de vías respiratorias. En el sanatorio me dispensaban máscara de oxígeno, pues entonces nadie lo asociaba con la alimentación y menos con el intestino grueso, pero hoy sabemos que pulmones y colon son órganos pares.

    También me había hecho pecoso (nadie sabía que era síntoma de colapso hepático, a causa de tantas harinas, leche, huevos, carne y queso). Al comenzar la primaria tuve hepatitis (en esa época no había A, B o C; simplemente hepatitis a secas) y el médico (de familia, no había pedazólogos por entonces) prescribió dos meses en cama y sopitas. Todo esto en un contexto de una implantada autoexigencia, con el deber de ser chico 10 y tener que sacar los mejores promedios, cosa que logré en primaria y secundaria. Todo ello generó un inadvertido volumen de estrés, agravado por los desafíos de la adolescencia y la vida adulta, e incrementado con las primeras experiencias laborales y comerciales, que son siempre estresantes para el recién llegado a estas lides.

    En ese contexto, a los 27 años tomé la decisión de iniciar una experiencia periodística en el extranjero, comenzando sin soporte económico, ni de relaciones; lo cual multiplicó los niveles de estrés, debido a lo arriesgado de la apuesta. Años de viajes, aviones y trabajo a destajo en pos de generar una estabilidad económica, trajo la consecuencia lógica de un colapso generalizado: una alimentación industrializada y desordenada, sobrepeso (casi 100kg), desmineralización (dientes que se partían), problemas circulatorios (hipotensión, lipotimias), infecciones (me agarré paperas de adulto), agotamiento (suprarrenales colapsadas por el estrés), problemas de vista (comencé a usar anteojos de aumento), fotofobia (dependía de lentes de sol), extremidades heladas (luego sabría que era síntoma del colapso hepático), cabello graso, etc.

    A los 35 años, a pesar de tener un momento profesional y económico excelente, percibí que estaba a punto de caer al precipicio, y entonces decidí cortar amarras, volver al país y empezar una nueva vida, otra vez desde cero. Me tomé unos años sabáticos, en un ambiente de naturaleza serrana, sin actividad económica, consumiendo ahorros y aprendiendo e investigando sobre salud y alimentación, con teoría (libros, manuales) y práctica al mismo tiempo. Fueron momentos de hacer huerta, apicultura, cabras, moliendas, ayunos, descubriendo el yoga, el chamanismo, la filosofía espiritual, la meditación, la macrobiótica, el ayurveda. Así fueron apareciendo poco a poco las herramientas depurativas, testeadas a prueba y error en el propio cuerpo. Y fue tomando forma la síntesis de los Seis Andariveles del Proceso Depurativo, que se comprobaron funcionales y eficientes, aún en casos, situaciones y diagnósticos muy diferentes.

    La evidencia práctica fue fortaleciendo los conceptos que desarrollaré en este libro. Será un libro cuestionador y disruptivo, que relativiza aquello de evidencia científica que tanto se esgrime para descalificar lo que escapa a la ortodoxia dominante. No es que sean verdades absolutas o reveladas. Es una propuesta para que nos observemos desde otro lugar, abriendo espacio para que nos percibamos dotados de una sabiduría y una inteligencia que trasciende el condicionamiento de la desvalorización, la inseguridad, la impotencia y los miedos.

    Este condicionamiento que nos domina, es algo que viene de lejos y que no ocurrió de un momento a otro. La influencia de la cultura, las tradiciones, los dogmas, los medios de comunicación (que en general responden al marketing), la desvalorización inculcada por décadas… todo ha ido formando una estructura mental, que ahora se resiste a cambiar. Y justamente estamos ante un momento de cambio profundo. ¿Por qué no experimentar algo diferente para salir del fracaso y la frustración? No hay nada que perder, todo para ganar. No hay riesgos, contraindicaciones ni efectos secundarios. Solo benditas crisis depurativas que nos irán liberando del atascamiento crónico.

    Acaso a mis 35 años ¿estaba enfermo? Para el paradigma dominante, claro que sí. Con variedad de especialistas a consultar para obtener una multiplicidad de diagnósticos. Aún inconsciente, sentía por entonces que debería haber otro camino para salir del barro. Y por ello fui siguiendo la intuición de buscar y experimentar. Formado en el periodismo, sentí que todo debía ser investigado, cuestionado y sobre todo experimentado en la propia piel. Como decía el Buda a sus discípulos "Nunca crean a otro ser humano. Crean únicamente en lo que ustedes experimenten, verifiquen y acepten, después de someterlo al propio discernimiento y a la voz de la consciencia". Por eso le pido que no me crea, ni crea en lo que dice el libro. Simplemente le sugiero que lo tome en cuenta y se permita experimentarlo en su propio cuerpo, que es quien dará el veredicto respecto a lo que funciona, o no. Yo elegí salir del sobrevivir y pasar al supervivir. Y usted también puede. Está invitado…

    Yo no estaba enfermo a los 35, ni nunca lo estuve. Estaba sucio y embichado. Lo que hizo mi cuerpo fue utilizar sus sabios mecanismos de adaptación, para poder sobrevivir a tanto mal trato inconsciente y sostenido. Lamentablemente las primeras decisiones fueron tomadas por mis padres, a quienes solo puedo agradecer por haberme dado la vida y haberme cuidado con su profundo amor. Ellos hacían lo que pensaban era lo mejor, según el paradigma en el cual se habían formado. Tampoco puedo renegar de las posteriores décadas de inconsciencia, ya que, sin esa experiencia extrema, hoy no estaría aquí, compartiendo este trabajo con ustedes. Todo es siempre perfecto y adecuado al proceso evolutivo de cada uno.

    Ahora bien, después de experimentar la depuración profunda ¿estoy sano? ¿Qué es estar sano? Los 35 años del desorden crónico ¿no dejan secuelas? Las preguntas son lícitas y no tienen respuestas matemáticas. Estar sano es tener funcionalidad plena, disponer de energía para la acción, tener buen descanso y buena digestión, no tener síntomas de enfermedades, sintonizar con el propósito de vida y poder manifestarlo. En mi caso, pude manifestar el Espacio Depurativo, puedo escribir libros, puedo dar talleres, puedo atender consultas, puedo crear nuevos proyectos… El solo hecho de haber recuperado la vista, dejando de necesitar lentes de aumento y anteojos de sol, es un indicador de salud. Entonces podría decir que estoy sano.

    Pero, ¿mi organismo está operando en absoluta normalidad? Honestamente no lo creo. Al ser más sensible, uno percibe que hay funciones que acusan efectos de la sobrevivencia. Y también uno percibe que manteniendo la impecabilidad de hábitos, estos efectos se minimizan. Por una cuestión de principios, en estas décadas de depuración he decidido no hacer estudios ni análisis, confiando en la inteligencia corporal. Agradezco que haya aspectos sensibles que se manifiesten en mi organismo, que me mantienen alerta, en consciencia de no abandonar la coherencia de las prácticas fisiológicas y en la búsqueda y experimentación de nuevas herramientas que destraben y resuelvan los mecanismos crónicos de sobrevivencia orgánica.

    A partir de ver y acompañar muchos casos en el Espacio, uno aprende a reconocer lo que me puede haber pasado sin que lo haya registrado en su momento. Vaya un ejemplo: sabemos que una inflamación del apéndice (apendicitis) puede provocar que se rompa o que literalmente explote. Por ello, frente a ciertos síntomas, la ortodoxia suele operar preventivamente, evitando una muerte por infección generalizada (septicemia). Ahora bien, frente a una ruptura del apéndice ¿siempre sobreviene la muerte por septicemia? Es como decir ¿cortarse con una chapa oxidada, es garantía de tétanos? ¿Cada picadura de vinchuca es certeza de Mal de Chagas? ¿Cada picadura de Haedes aegypti conduce al dengue? No, no, no… Todo depende del ambiente y su capacidad de neutralizar el daño.

    Volviendo al apéndice, viendo casos y conversando con cirujanos, frente a una explosión de este pequeño órgano, muchas veces el organismo pone en marcha mecanismos de contención, generando un plastrón apendicular. El plastrón está constituido por adherencias intestinales en torno al apéndice dañado, con el objeto de formar una masa que bloquee el drenaje infeccioso. Como este proceso puede suceder sin ser advertido, más allá de dolores e incomodidades, se convierte en una adaptación crónica con la cual el ecosistema aprende a convivir, facilitado o no por el estilo de vida de la persona. Los cirujanos son reticentes a operar en estos casos (solo lo hacen frente a crisis extremas), pues no saben con que se encontrarán al ir seccionando tejidos improvisados espontáneamente por la sobrevivencia orgánica.

    Estoy convencido, a partir de ciertas sensaciones, que eso sucedió alguna vez en mi abdomen. ¿Vale la pena hacer estudios que difícilmente aporten una evidencia resolutiva? Suponiendo que los estudios aconsejen una cirugía que los profesionales prefieren evitar y se lleve adelante la intervención, superando sus consecuencias, riesgos y efectos traumáticos ¿uno abandonaría los hábitos fisiológicos dado que el problema está resuelto? No. Desarrollar conductas respetuosas de la fisiología corporal, me ha permitido funcionar eficiente y creativamente. ¿Para qué generar entonces intervencionismos invasivos y riesgosos, si esta anormalidad sirve para mantenerme atento a no perder la coherencia de hábitos saludables?

    Seguramente soy depositario de varias anormalidades de adaptación, ya que por ejemplo no tengo una gran capacidad pulmonar. Guarda caso que el colon y los pulmones son órganos pares, o sea que se influyen mutuamente, en lo positivo y lo negativo. Si he tenido problemas en el intestino grueso, eso ha impactado crónicamente sobre las vías respiratorias. ¿O habrá sido el revés? De pequeño tenía crisis asmáticas, mocos, bronquitis y dificultades respiratorias, como consecuencia de una alimentación basada en lácteos, harinas y carne. ¿Esto habrá influido sobre los intestinos? ¿O viceversa? ¿Causa o consecuencia? ¿Tiene sentido saber si es primero el huevo o la gallina? Al fin y al cabo, con hábitos fisiológicos todo tiende a la normalización funcional.

    ¿Y qué hay de tumores y dolores? Seguramente he convivido (y estoy conviviendo) con células tumorales. ¿Quién no? Sabiendo que las células mutan a tumoral por falta de oxígeno (acidez), y teniendo en cuenta la normalidad ambiental de mi pasado, todo indicaría la necesidad de un estudio oncológico. Suponiendo que uno se prestara a ello, un resultado positivo (cáncer) ¿qué cambiaría respecto a mi estilo de vida fisiológico? Con o sin diagnóstico, siempre debería mantener el estilo de vida y ser fiel a estos valores.

    Hoy en día los hombres son entrenados a controlar la próstata y las mujeres a controlar los senos. En ambos casos, teóricamente para prevenir el cáncer de próstata o de mama. La prevención verdadera es adoptar un estilo de vida que respete a la fisiología corporal. Hacer estudios no previene, sino simplemente anticipa un diagnóstico. Pero parce que dependemos del diagnóstico; hasta que no llega el veredicto de tumor, nadie se propone cambiar hábitos. Y vemos que aún con diagnóstico, el único cambio suele ser la aceptación de quimioterapia, cirugías y rayos. Algo que, personalmente, nunca aceptaría porque solo aumentaría el desorden corporal y no resolvería nada.

    Lo mismo ocurre con el dolor. Básicamente uno comprende que se trata de un marcador inflamatorio. O sea que si hay dolor, es porque detrás se está desarrollando un inteligente esfuerzo de armonización. ¿Qué se hace normalmente? Anestesiar el dolor con analgésicos/antiinflamatorios de rápida acción. Silenciamos el marcador, reprimimos la acción armonizadora y nos olvidamos de apoyar el esfuerzo del cuerpo. Si me aparece un dolor (o me genero una herida), sé que tengo que favorecer la tarea del organismo. ¿Cómo? Limpiando el intestino, tomando jugo verde, haciendo respiraciones profundas, reposando y evitando comer. Lo mismo que debo hacer si apareciese una febrícula.

    En esta historia personal, falta considerar un aspecto no menor, que no es físico, pero que impacta sobre la estructura corporal. Me refiero a las emociones, que forman parte de nuestros recursos de sobrevivencia. Uno fue gatillando respuestas emocionales para sobreponerse a los desafíos. Pero ahora sabemos que esas acciones se van imprimiendo en la estructura y en la química corporal. Hoy comprendemos cómo impacta el cortisol y la adrenalina en nuestra bioquímica, aumentando la acidosis y la disbiosis bacteriana, lo cual profundiza el impacto. Y también sabemos cómo se registran esas influencias en las estructuras físicas (tejidos y fascias que enhebran músculos y articulaciones), lo cual impacta directamente en la postura corporal y en órganos reflejos.

    En mis últimas décadas he ido liberando capas de esta cebolla, lo que me ha permitido disolver impactos negativos. ¿Si los he disuelto a todos? No lo sé, solo sé que estoy en el camino y ya no me puedo hacer el tonto, volviendo atrás. Creo que todos tenemos desafíos para trascender, nuevos y viejos, nuestros y de nuestros ancestros; por lo tanto, nunca estaremos libres de estímulos evolutivos. Como siempre digo: tomando mate bajo un árbol y haciendo la plancha, no hay evolución posible. Lo importante es estar en orden funcional, para comprender los desafíos que nos rodean y así poder tomar las mejores decisiones. Al final, uno va comprendiendo que todo es bueno, útil y hasta resulta necesario tener alguna anormalidad no resuelta, a modo de pinche tirano, como dicen los mejicanos. Es el clarín que toca la señal de alerta, el despertador que nos mantiene conscientes y atentos en el camino de la evolución.

    Con las diferencias del caso, todos hemos pasado por estos condicionamientos y estas experiencias de sobrevivencia. Nuestro cuerpo siempre nos ha bancado y ha hecho lo mejor para mantener nuestra vida. Nunca se equivocó. Nosotros somos los que nos hemos equivocado en su administración. Por lo tanto, somos nosotros quienes debemos rectificar: empezar de nuevo, ese es el desafío que surgirá de la lectura de este libro. Pero a diferencia de mi reinicio, hecho a fuerza de periodos de prueba y error, usted lector, se beneficiará de un GPS actualizado que lo llevará rápido y directo al objetivo de la salud y la vida plena. Metafóricamente hay un detalle; a mis 35 no había GPS para la ruta. Había mapas en papel, siempre desactualizados y no quedaba otra que preguntar por el rumbo en una estación de servicio. Ahora es fácil viajar con la ayuda del GPS. A eso apunta este libro, a brindarle un buen navegador, para que usted no desperdicie tiempo y energía en la búsqueda del rumbo correcto que le devuelva la normalidad. ¿Se resigna al sobrevivir o aspira al supervivir?

    El autor

    isologo espacio-02

    CAPÍTULO 1

    LA SINFONÍA

    DE LA VIDA

    isologo espacio-02

    En este primer capítulo trataremos de tomar consciencia sobre la inteligencia y la sapiencia de nuestro organismo. Somos depositarios de una sabiduría aún poco comprendida y de la cual, obviamente, no recibimos ni educación ni herramientas para apoyarla y no interferirla. Por el contrario, todo se resume a defendernos de los mecanismos del cuerpo y a reprimir los síntomas. Esto nos lleva a "sufrir" en lugar de disfrutar del magnífico vehículo que nos permite manifestar nuestro propósito de vida.

    LA ANALOGIA CUERPO-CONCIERTO

    Cuando vamos al teatro a presenciar un concierto sinfónico, somos conscientes que todos los detalles hacen al resultado final. La excelencia del teatro, la calidad del escenario, la capacidad del director, el don de los intérpretes, la aptitud de los instrumentos, los numerosos ensayos de la orquesta, la virtud del compositor, el auxilio de la partitura, el silencio respetuoso del auditorio… Todo confluye en el resultado de la percepción final, en la excelencia de la audición y en el disfrute del espectáculo sinfónico. Todo esto es metafóricamente aplicable a nuestra excelencia funcional.

    ¿DISFRUTAR O SUFRIR?

    El teatro es nuestro hogar: los materiales utilizados (la jaula de Faraday que generan las estructuras metálicas del hormigón armado), los productos empleados para su limpieza (que terminan siempre en nuestros fluidos), la forma de dormir (orientación de la cabecera de la cama, que debería apuntar al sur, según el polo magnético de nuestro hemisferio), respeto de los ritmos circadianos (el día y la noche), la red electromagnética que nos rodea (los cableados eléctricos en círculo o estrella, las radiaciones de conexiones y dispositivos).

    El escenario es nuestro cuerpo: los órganos base de nuestras funciones (intestinos, hígado, riñones), los fluidos corporales (la sangre, la linfa, la matriz extracelular), la red electromagnética (los meridianos y nadis, los campos de interferencia que generan cicatrices, implantes, grasa corporal).

    Sobre la excelencia del director nos ocuparemos más adelante al hablar del corazón. En esta analogía metafórica, los intérpretes son los organismos que nos habitan. Tenemos un rico microbioma formado por bacterias nativas y fermentativas, responsables no solo de la digestión, sino de toda la mediación que hace a la correcta función de nuestra biología. Pero también tenemos huéspedes que llamamos parásitos, que son oportunistas y eventualmente patógenos, pero que están ahí porque les hemos dado las condiciones. Por ello resulta clave el propicio ambiente bacteriano originario (disponibilidad de oxígeno, alcalinidad ambiental, bio fotones, alta vibración).

    En cuanto a los instrumentos, la analogía nos lleva a nuestros alimentos. La excelencia la conseguimos a través de una nutrición fisiológica (alimentos vivos, solubles, fermentados, agroecológicos). No es casualidad que esta alimentación coincida con la nutrición adecuada para nuestras bacterias, que también se benefician de alimentos vivos, solubles y fermentados. Por eso se habla de nutrición simbiótica. Esta similitud no es casual sino que responde a un diseño evolutivo planetario. Algunos podrán pensar que evolucionamos adaptándonos a la proteína animal y a los almidones. Si, sobrevivimos como especie gracias a esta capacidad adaptativa frente a épocas de seria carestía, pero adaptación no es normalidad. Es algo objetivamente comprobable al hablar de fisiología comparada y de nuestro diseño frugívoro, algo que tratamos en otros libros y que re-proponemos en el blog¹.

    Un párrafo necesario para reforzar el concepto de interacción clave entre músicos (bacterias) e instrumentos (alimentos). Podemos tener el mejor instrumento del mundo (alimento vivo y orgánico) pero si no es ejecutado por un eximio intérprete, no se podrá extraer el mejor resultado. Por ello hay tanto fracaso y frustración siguiendo dietas, porque el alimento depende de un ambiente receptor fisiológico y vibracional, que es lo que debemos integrar. Podemos comprenderlo mejor en analogía con un restaurante. El establecimiento puede tener una despensa repleta, con excelentes insumos, pero si no hay buenos cocineros y eficientes camareros, los comensales quedarán defraudados, esperando infructuosamente en la mesa por un buen plato de comida.

    Nada de esto tendría excelencia sin los pertinentes periodos de ensayos que generan los necesarios automatismos funcionales. Es lo que llamamos hábitos y rutinas. En este marco se inscribe nuestra necesaria e indispensable actividad física, que activa metabolismo, oxigenación y transpiración. Va de la mano con la actividad vibracional, que moviliza nuestros centros energéticos (yoga, tai chi, chi kung, ritos tibetanos que dejamos en el capítulo final) y con el respeto de los ritmos circadianos. Estos ritmos, no solamente se regulan por el ciclo luz/oscuridad, sino por adecuarnos a los horarios de plena actividad de nuestros distintos órganos, que no están a pleno las 24 horas del día. Y este funcionamiento reclama por reiterados y habituales periodos de pausa metabólica (ayunos).

    ¿AFINADOS O DESAFINADOS?

    Sobre el compositor de la obra sinfónica, no quedan dudas de la perfección de un diseño superior. Por eso hablaremos luego de la sabiduría del organismo y la ingeniería de la vida, que solo manifiestan la natural perfección fisiológica que somos y manifestamos. Pero para interpretar la obra, se requiere de una partitura, un pentagrama que auxilia y facilita la ejecución. En ese sentido opera el Proceso Depurativo, para devolvernos la normalidad funcional al ejecutar eficientemente los Seis Andariveles. Son las líneas de acción que, ejecutadas con orden, sinergia y simultaneidad, nos permitirán afinar y sintonizar con la perfección que encarnamos, sonando bien. Así veremos que todo tiene solución cuando afinamos y somos coherentes con nuestra sabiduría celular, bacteriana y energética.

    Y para culminar la analogía en curso, podremos disfrutar el concierto si en la sala impera un respetuoso silencio. Esto se traduce en silenciar el ruido interno, que se manifiesta como inflamación crónica. Siendo un factor importante, volveremos sobre el tema más adelante.

    Todo esto lo vemos como obvio y necesario para construir un excelente resultado en un espectáculo musical. Sin embargo, generalmente no lo vemos tan obvio en cuanto al funcionamiento de nuestro organismo, siendo que la calidad de la obra está fuera de discusión. Nuestro diseño biológico viene dando pruebas de maravillosa perfección y elevada capacidad de adaptación, frente a millones de años de desafíos evolutivos.

    Nuestro organismo ejecuta maravillosas sinfonías todo el tiempo. Pensemos en un simple corte de un dedo con un cuchillo afilado. ¿Cuántas acciones pone en marcha el cuerpo: simultáneas, coordinadas a la perfección y ejecutadas con destreza? Linfocitos, inmunoglobulinas, cicatrizantes, bactericidas, flujo sanguíneo aumentado, señales de dolor para no exigir el área afectada, marcadores inflamatorios (al comienzo) y antiinflamatorios (luego), regeneradores de tejidos, generadores de la cascarita protectora, y luego agentes que desprenden dicha cascarita preservadora que ya ha cumplido su fin… En unos días la zona del corte recupera su normalidad, sin que el propietario del cuerpo deba hacer mucho más. Y así viene sucediendo por millones de años, aún en las condiciones ambientales más adversas.

    Por cierto, surgirá la duda: ¿Y cuándo una herida se infecta? Algo que puede suceder, claro. Pero ¿es acaso porque hay un error en la partitura, en la dirección de la orquesta o en los intérpretes? Si observamos mejor la escena, veremos que hay detalles alterados. Encontraremos músicos (bacterias) que han sido reemplazados, y sus lugares han sido ocupados por otros interpretes (patógenos), que ejecutan otras partituras. Y veremos que los instrumentos (órganos emuntorios) están desafinados. Y que no hay silencioso respeto en el auditorio (inflamación crónica). Y que se ha deteriorado la acústica de la sala (cuadros auto inmunes). O sea, se ha alterado el ambiente corporal.

    ES EL AMBIENTE, HERMANO...

    Corría la década del 90 y en EEUU el presidente Bush tenía niveles de aprobación superiores al 80%. Pero la economía atravesaba una etapa recesiva. Sobre eso centró su estrategia Bill Clinton y así logró la victoria en 1992, haciendo popular la expresión "es la economía, estúpido".

    En el ámbito de la salud sucede algo similar. La ortodoxia, basada en el control y la represión farmacológica de síntomas, goza de altos niveles de aprobación. Y en general exhibe una adhesión absoluta. Pero los abundantes fracasos y la falta de soluciones y respuestas sustentables, promueve la búsqueda de otras opciones. Que suelen ser tildadas de alternativas, a modo de descalificación.

    En realidad, y pese a estar etiquetados en el bando opuesto, es justo y evolutivo tener una visión pragmática de la situación. No todo lo alternativo es bueno y no todo lo ortodoxo es mejor. No debemos caer en el dualismo del blanco/negro.

    ¿Cuánto alternativo suele ser tan o más represor que lo ortodoxo? Amparados en el paraguas de lo "natural", se suelen ver abordajes inconducentes, justamente por no observar el contexto ambiental. Pero mucho más daño se visualiza en el sistema ortodoxo, que funciona dogmáticamente en torno a postulados que tampoco toman en cuenta el contexto. Se suplementan carencias, se manipulan variables, se reprimen mecanismos de homeostasis...

    Volviendo a la metafórica expresión de Clinton, ¿cuál es la crisis que nos hace ver la realidad de una manera diferente? Por un lado, la falta de respuestas y soluciones: estirar la vida en base a intervencionismo no es sustentable. Y esto ya es aceptado, tanto desde lo ético como desde lo económico. La ética hipocrática quedó en el olvido. El llamado padre de la medicina, priorizaba la educación, la tarea de prevención, la promoción de hábitos saludables... y recién al final, cuando todo ello no era suficiente, consideraba la medicación, cuidando ante todo no dañar; el olvidado primum non nocere.

    Pero, por otro lado, y he aquí lo evolutivo, está el descubrimiento del amplio mundo bacteriano, que lleva a cuestionar al paradigma dominante. La constatable resistencia microbiana, ha puesto en jaque al sofisticado sistema hospitalario, y ello nos obliga a abrir los ojos.

    Resulta imposible sostener la vida sin tomar en cuenta lo ambiental. Está a la vista en todas las áreas de la actividad humana. La visión mecanicista y reduccionista, se hizo dominante tras la revolución industrial. De la mano del control "aséptico se impuso el dogma que resultaba funcional a un sistema económico y político. Y esto permeó en todas las áreas: agricultura, medicina, finanzas, alimentación... mientras que lo disonante fue descalificado por obsoleto y atrasado". Pero ahora, los manifiestos fracasos y la respuesta microbiana, se encargan de abrir una percepción más amplia y evolutiva.

    LA FALTA DE CONTEXTO

    Todo debe verse en un contexto. ¿Cuántas vidas salvamos y a qué precio? Y en proporción, ¿cuántas condenamos por nada? Es algo que está sucediendo todo el tiempo. Nos rasgamos las vestiduras por un centenar de casos de sarampión, pero nos olvidamos de los millones de niños con trastorno de desarrollo, que se multiplican por doquier. Y es obvio que el análisis resulta sesgado y dirigido por un sistema de intereses que simplemente busca mantener la posición de poder y control sobre la situación.

    A través de entes oficiales y con amplificación de los masivos medios de comunicación, que le son funcionales porque responden a la misma estructura de poder, se lanzan campañas de desprestigio hacia lo alternativo, intentando confundir. El mayor peligro para la humanidad son los anti-vacunas o Advierten sobre los peligros de los alimentos detox, son titulares para nada ingenuos.

    Ahora bien, en algo coinciden ortodoxos y alternativos. Y es en la limitada visión del contexto. El sistema oficial se centra en la represión de síntomas (acidez, presión, colesterol, glucosa, virus, etc) y en la mutilación de áreas del cuerpo mal funcionantes. Por su parte las corrientes naturales evitan usar fármacos y cirugías, empleando compuestos naturales en su lugar, que generalmente apuntan a aliviar síntomas. Pero ambos comparten la reductiva visión sintomatológica de la causa-efecto.

    Las bacterias nos marcan el rumbo y nos exigen poner las cosas en contexto. La resistencia microbiana a los antibióticos nos obliga a cuestionar la visión reduccionista y sesgada. Una infección de Clostridium difficile puede llevar rápidamente a la muerte. Y los recursos farmacológicos no dan solución. Entonces, cuando falla el esquema antibiótico, hace irrupción milagrosa la bacterioterapia². Mediante el trasplante fecal (implante de un ecosistema maduro), queda en evidencia que una intervención ambiental puede controlar rápidamente la afección.

    Ahora bien. ¿Por qué se llega a la presencia del Clostridium? Y sobre todo ¿por qué la solución llega a través de una escatológica porción de desecho humano? ¿Cuánta sintomatología previa y cuantas variables precedentes, hicieron irrupción en el paciente? Y si abrimos la perspectiva, vemos que lo mismo sucede en otros campos de la actividad humana. Por ejemplo, la agricultura reproduce el mismo modelo dominante y represivo.

    En el contexto simplista de la visión causa/efecto, resultaba atractivo y subyugante ejercer el poder blandiendo un remedio para cada variable fuera de la norma. Así visualizamos las vacunas, los antibióticos, los corticoides y la miríada de principios activos que llegaban, en analogía a los films de Hollywood, como el séptimo de caballería para salvarnos de los indios. Y nos sentíamos poderosos, con un arsenal disponible para todos los males.

    Cuando comenzamos a ver que no todo funcionaba linealmente, como en el cine, vino la revalorización de lo natural, evitando los efectos secundarios del arsenal químico. Pero si bien los compuestos naturales pueden evitar el daño que provocan los fármacos de síntesis, el problema sigue siendo la visión reduccionista y sesgada de la realidad, que conduce a la represión.

    LOS MAESTROS FISIOLOGICOS

    Siempre nos preguntan acerca de nuestras fuentes de información y conocimiento. En realidad, son múltiples, de diversas culturas y de diferentes épocas. Y todo se debió experimentar personalmente y por determinados periodos. Todos venimos de una cultura de sobrevivencia. Y como todos, comprobamos que sobrevivir, se sobrevive… hasta que el precio de esa sobrevida (mal llamada enfermedad) colapsa al ecosistema y nos vemos cerca de la muerte.

    Como norma, explicamos que el cuerpo solo busca adaptarse al desafío de la agresión externa. Variados factores, algunos transmitidos por los progenitores y otros proporcionados por el ambiente, generan la respuesta adaptativa, tanto celular como bacteriana, y esto acontece desde la misma etapa fetal, tal como lo muestra el nuevo conocimiento del microbioma.

    El tema es que, funcionando en modo sobrevivencia, nos quedamos sin experimentar la súper-vivencia. Y lamentablemente nos perdemos esta vivencia súper, por variados motivos: falta de información, condicionamiento cultural y experiencias infantiles que nos marcan un camino inadecuado, repitiendo así los errores de nuestros guías…

    Podemos, y más bien debemos, reprogramar nuestro sistema operativo. El software (si queremos seguir la analogía informática) estuvo y está disponible. Nuestro propósito de vida apunta a difundirlo. Hemos estado, estamos y estaremos ocupándonos de hacer accesibles las herramientas y las técnicas que permiten acceder a la vida súper, a salir del sufrimiento, la impotencia, el dolor y la desvalorización que genera el ensuciamiento crónico.

    Pero nosotros no inventamos nada. Antecesores como Herbert Shelton (con las bases higienistas), Otto Warburg (con la cuestión del oxígeno), Alfred Pischinger (con su investigación sobre la adaptación celular) o Jean Seignalet (al señalar el ensuciamiento corporal y la mucosa intestinal demasiado permeable), marcaron caminos de comprensión; pero, irónicamente fueron muy poco comprendidos en su época. Ellos, a su forma y con el conocimiento de su momento, marcaron las bases del funcionamiento fisiológico. Pero no son los únicos. Podemos citar entre otros a Bruce Lipton, Gabriel Cousens, Lynn Margulis, Claude Bernard, Andreas Moritz, Christopher Vasey, Bernard Jensen, Michele Odent, Matsaru Emoto, Emilio Carrillo, Michael Fikaris, Osho…

    La forma de honrarlos es reconocerlos y ser coherentes con sus postulados, jugando a favor del cuerpo. Nuestro único mérito es haberlo experimentado y haberle dado cierta estructura a este andamiaje corporal y alimentario: los Seis Andariveles del Proceso Depurativo. Y para recordarlos, vaya el resumen sobre cada uno de ellos que dejo disponible en mi blog³. El lector podrá constatar sin dificultad que estos seres compartían un valor común: la sabiduría del cuerpo y el respeto de sus reglas. Aun en épocas con reducido conocimiento (Warburg no sabía del factor HIF descubierto en 2019 y todos fallecieron antes del nuevo saber sobre la microbiota) conectaron con la inteligencia de la vida y nos ayudaron a reconocer toda esta pericia, para simplemente favorecerla y no entorpecerla. Comencemos por los principios higienistas americanos.

    Estos textos de T.C. Fry y Herbert Shelton, ponen de relieve la sabiduría infinita del cuerpo humano. Al tomar conciencia de ello, vemos que lo único por hacer es: confiar plenamente en los poderes del organismo, establecer las condiciones más favorables para restablecer el estado de salud y dejar que el cuerpo trabaje sobre sí mismo. Una vez que proporcionemos al cuerpo las condiciones más favorables para una buena salud, el organismo repondrá su estado en todos los casos. Es preciso recordar que el cuerpo siempre busca lo mejor para el organismo y actúa únicamente con ese fin.

    LA SABIDURÍA DEL ORGANISMO

    No existe ningún elemento o factor que posea la inteligencia o el poder de realizar las funciones corporales; por esta razón, la mejor medida es dejar que sea el propio organismo el que realice todas las funciones. Todo aquello que se encuentre en el interior del organismo funciona bajo una única premisa: servir como material que el cuerpo necesita o bien provocar la aparición de toxinas o problemas letales.

    Recordemos que toda sustancia inservible para el organismo actúa como elemento tóxico. Este es un tópico prácticamente invariable. Tenga siempre presente que la única sanación existente es la desarrollada por el propio organismo y, por lo tanto, no existe otra sanación posible.

    La idea principal es mostrar la inmensa inteligencia del cuerpo humano y su infinidad de provisiones para dotar al ser humano de bienestar y longevidad. El organismo cuenta con miles de ángeles de la guardia, mecanismos de control y regulación, que velan continuamente por el mantenimiento del equilibrio orgánico ideal. No obstante, cuando el organismo sufre de forma reiterada los inconvenientes de unas condiciones adversas, estos ángeles de la guarda pierden su efectividad.

    Es evidente nuestra incapacidad intelectual para comprender la sabiduría del organismo, cuya magnitud y eficacia rebasa nuestras posibilidades. El cuerpo no necesita que le ayudemos, aunque podamos proporcionarle apoyo. Lo único que necesita el organismo es poder administrar adecuadamente sus necesidades de forma independiente. Es decir, nuestro único apoyo debe consistir en crearle las condiciones higiénicas más idóneas, una tarea que no requiere excesivo esfuerzo por nuestra parte. Asimismo, hay cosas que resultan incuestionables:

    -Que la ley y el orden dominan en el reino de la vida.

    -Que el ser humano no debe entremeterse en un dominio vital cuya sabiduría supera, con creces, la suya.

    -Que el organismo actúa correctamente bajo todas las circunstancias.

    -Que es erróneo tratar de suministrar al organismo otra cosa que no sea lo exigido por el instinto o la sabiduría innata.

    Los hechos destacables se pueden resumir en 10 puntos:

    1. La inteligencia innata opera con gran eficacia sobre el organismo y sus trillones de células. Esta inteligencia orgánica es inherente y automática. Se transmite constantemente de generación en generación.

    2. La inteligencia interna y la programación suministran y anticipan las necesidades que el cuerpo demanda para su función.

    3. La perfecta nutrición de cada una de las trillones de células que componen el cuerpo humano, así como la nutrición de la población que la compone, compuesta por cuatrillones de mitocondrias y orgánulos, requieren una logística y una inteligencia que sobrepasa los límites imaginables de cualquier habilidad intelectual.

    4. Cada célula que se encuentra en el interior del organismo es fundamental para el perfecto funcionamiento del cuerpo. El organismo es parsimonioso y no tolera la existencia de numerosas sustancias tóxicas.

    5. El cuerpo actúa con firmeza cuando debe protegerse de invasiones exógenas. Por esta razón, provoca la aparición de miles de tumores y otras salidas de emergencia para garantizar la vida y salvaguardar al organismo.

    6. El organismo posee enzimas asesinas, denominadas lisosomas, que utiliza para digerir tumores cuando posee la cantidad de energía precisa, como sucede cuando se encuentra en estado de ayuno.

    7. Aquellas células que se encuentran tan intoxicadas que han perdido toda su funcionalidad, se convierten en células cancerígenas. El resto de las células se encargarán de aniquilarlas, siempre que posean la cantidad precisa de vitalidad residual y las fuentes nutricias sean las correctas.

    8. El cerebro es el motor y el ordenador del organismo y su inteligencia supera ampliamente todas las existentes.

    9. El organismo es el único agente que cuenta con las fuentes, el poder y la pericia necesarias para mantener su entorno y sus operaciones en pleno rendimiento, y para restaurarlas si sufrieran algún daño provocado por factores adversos.

    10. Casi todas las personas que sufren problemas, son víctimas de una programación viciada. A menudo es necesario cambiar el trasfondo ideológico del individuo, para que pueda librarse del sufrimiento y la infelicidad.

    El ser humano posee en su interior una inteligencia y un orden perfectos. Sin embargo, nuestros intelectos se ven incapaces de comprender en toda su dimensión. Debemos aceptar que nuestras capacidades son muy limitadas. Nos excede el concepto de la infinidad y estamos completamente desorientados por la presencia de numerosas realidades de la existencia.

    La arrogancia y las malas acciones que provocan una mala influencia sobre las personas, surgen como consecuencia de una educación reduccionista, de la soberbia y del autoritarismo que reinan en muchos ambientes. En cambio, la sabiduría, virtud tan preciada en la humanidad, nace de la humildad, la bondad y la comprensión. La sabiduría reconoce nuestra naturaleza finita y admite la ignorancia: un acto de humildad. Esta virtud no suprime nuestros impulsos innatos para buscar nuevos conocimientos, sino que surge de una comprensión que estimula la búsqueda de una sabiduría mayor. El verdadero conocimiento nos motiva constantemente para que avancemos en nuestra exploración y desarrollo.

    Toda esta visión se centra en un campo sobre el que se ha investigado e indagado bastante poco. Cuando nos encontramos ante la inmensa multitud de facultades que posee en su interior el cuerpo humano, debemos tener un respeto reverencial frente a la gran inteligencia desplegada en cada uno de los trillones de procesos que tienen lugar diariamente en el organismo y la gran precisión que observamos. No podemos hacer otra cosa que aceptar que el cuerpo humano opera sobre unos principios que manifiestan el dominio de la ley y el orden en el reino orgánico. Debemos aceptar que nuestra constitución se basa en este orden. Y cada uno de nuestros actos debe ajustarse a las leyes universales de la existencia.

    Nuestra intención es mostrar la magnitud de la inteligencia innata; de la sabiduría inherente del organismo que supera miles de veces la inteligencia de la que hacemos alarde continuamente. Su poder es tan inmenso que podríamos señalarlo como pasmoso, sorprendente. Sin embargo, mostrar la inmensidad de la inteligencia innata no es una tarea fácil, puesto que apenas existen estudios que versen sobre este tema. No obstante, podemos analizar y apuntar algunas de las muchas manifestaciones de la sabiduría orgánica innata.

    Cuando finalice la lectura de estos textos, conocerá la existencia de una providencia interna que debería respetar. Asimismo, comprenderá que las cualidades orgánicas son tan poderosas que jamás podrá olvidar la siguiente recomendación: jamás interfiera en el dominio vital. Toda intervención que exceda el favorecimiento de sus funciones, nunca será beneficiosa para el organismo; lo único que puede provocar es la aparición de nuevos problemas.

    El conocimiento y la sabiduría que la civilización humana ha desarrollado desde los albores de la humanidad hasta nuestros días no pueden igualarse a la inteligencia exhibida en las funciones celulares que tienen lugar en el interior del organismo. Lo único que puede hacer para ayudar al organismo es ordenar el entorno externo, para que éste resulte lo más propicio para el cuerpo humano. Recuerde bien: ¡Lo único que puede hacer por el organismo es dejar que trabaje sólo! Él sabe lo que hace, pero usted no.

    LA INGENIERÍA DE LA VIDA

    El proyecto de ingeniería más sofisticado de todos los que conocemos hasta ahora, es la creación de un perfecto organismo animal a partir de un minúsculo óvulo. Piense por un instante en la maravillosa estructura arquitectónica que supone el cuerpo humano.

    Miles de elevadores y poleas utilizados en cada una de sus acciones; numerosos canales de conducción, a través de los cuales se realizan los procesos de distribución alimenticia y eliminación de líquidos residuales; sensores que regulan la temperatura corporal adaptando sus acciones y funciones a cada uno de los entornos y necesidades existentes; un grandioso sistema nervioso; ojos, oídos... Consideramos la radio como un invento grandioso, sin embargo nuestro organismo posee mecanismos de emisión y recepción inexistentes en la actualidad. Todos los inventos humanos tienen su génesis en el organismo animal.

    Cuando estudiemos las maravillas del organismo, sus estructuras, sus funciones, su desarrollo, su evolución y sus numerosas capacidades y poderes, debemos tener presente que la fuerza que las creó y las mantiene, se encuentra en su interior. El poder o inteligencia que hace posible la transformación de un óvulo fertilizado en un cuerpo perfectamente desarrollado es sólo una parte de la fuerza interna que controla incesantemente cada una de sus actividades. El origen de esa fuerza intrínseca es totalmente desconocido; ésta puede ser un poder inteligente o una energía invisible, pero lo cierto es que su objetivo final es alcanzar el mayor grado posible de complejidad y funcionalidad.

    El motor que garantiza el mantenimiento, desarrollo y estado de salud del organismo, parece guiarse por los dictados de nuestra inteligencia interna, y no por la inteligencia consciente del hombre. De hecho, a menos que garanticemos que algo pueda surgir de la nada, que esa inteligencia pueda surgir de algo que carezca de inteligencia, debemos creer que la inteligencia consciente del hombre es una parte subordinada de una inteligencia muy superior que controla y dirige su vida y que se encuentra en su interior.

    Si observáramos algunas de las hazañas mecánicas que el organismo efectúa cuando se encuentra enfermo, aceptaríamos sin ninguna duda la siguiente afirmación de Sylvester Graham: El instinto orgánico actúa en cada una de estas operaciones con determinación y racionalidad para eliminar la causa que ha originado el problema.

    Comencemos analizando el proceso natural que el organismo inicia cuando surge una herida, un rasguño o cualquier otro problema epidérmico. Aunque consideremos este proceso como un acto puramente mecánico, debemos señalar que en él actúa la misma inteligencia que, de forma tan magistral, transformó una pequeña partícula de protoplasma en un cuerpo perfectamente desarrollado.

    Cada vez que la piel sufre una rotura o corte, existe una exudación de sangre que se coagula formando una costra hermética. Esta costra protege la herida y permanece durante el tiempo que sea preciso. En el interior del organismo, justo debajo de la mencionada costra, comienzan a sucederse una serie de acontecimientos de suma importancia. En primer lugar, el cuerpo envía a la zona dañada una gran cantidad de flujo sanguíneo, mientras que los tejidos, nervios y células musculares que se encuentran en ambos lados de la herida comienzan a multiplicarse con rapidez, formando un puente celular que une las dos orillas de la herida.

    Todas estas operaciones se llevan a cabo bajo un estricto control y orden. Las células que se acaban de crear en los vasos sanguíneos se unen a las células que se encuentran en el otro lado para restablecer, de forma ordenada, los canales de circulación. Del mismo modo, y bajo el mismo sentido del orden, se unen los tejidos conectores. Con una precisión y pericia comparable a la de un especialista en sistemas de comunicación, las neuronas reparan la línea que se había cortado. Una vez que se vuelve a establecer la comunicación celular, los órganos vuelven a la normalidad, restableciéndose el orden entre los músculos y tejidos de la zona. Un espectáculo sin dudas sorprendente, aún más si se tiene en cuenta que no se ha producido un sólo error.

    Cuando la herida desaparece y se establece en su lugar el espacio de piel necesario, la costra que se había formado en la zona dañada comienza a desaparecer, ya que su trabajo ha finalizado. Durante el período de tiempo en el que su utilización fue necesaria, la costra permaneció fuertemente unida a la piel, dificultando de esta forma su extracción, sin embargo, cuando su función finaliza, el organismo la mina hasta que cae sola.

    Con pruebas tan evidentes como ésta, es imposible poner en tela de juicio la sinonimia existente entre el poder inteligente que creó nuestro organismo y el poder que lo cura. ¿Acaso necesitamos alguna prueba más contundente que el orden y los medios utilizados en el proceso curativo, dos cualidades idénticas a las utilizadas en el proceso de creación, mantenimiento y modificación del organismo en su relación con los elementos esenciales de la vida?

    Sin embargo, podemos ver con mayor claridad la magnitud de la naturaleza si observamos el proceso de curación que tiene lugar cuando un hueso se fractura o rompe. Desde el preciso instante en que el cuerpo sufre un trauma óseo, la inteligencia que nos creó a partir de un óvulo, que contiene valiosa información de miles de año de evolución, comienza a trabajar duramente para reparar el daño ocasionado. El organismo segrega una sustancia líquida sobre la superficie ósea en ambas direcciones desde el punto de fractura. La zona bañada por el líquido se endurece rápidamente hasta convertirse en una sustancia ósea que se une firmemente a las dos secciones del hueso. Este anillo óseo permite que el cuerpo utilice el miembro hasta que la naturaleza pueda reparar el daño. Por medio de un proceso de multiplicación celular, similar al visto anteriormente en la herida epidérmica, los extremos del hueso vuelven a unirse y, con ello, se restablecen los canales de circulación. Cuando finalizan estos procesos de reparación, el anillo óseo comienza a suavizarse y a ser absorbido, excepto una pequeña parte que se adhiere definitivamente al punto de fracción.

    Si golpea su dedo con un martillo, el resultado será un hematoma (moretón) bastante doloroso. Su aparición se debe a una efusión de sangre bajo la piel, seguida de una pequeña inflamación y descoloramiento. Parte del tejido sufrirá una ligera mutilación y las células quedarán destrozadas, llegando a morir. Sin embargo ¿se queda el dedo así toda su vida? Por supuesto que no. Con el paso de los días el tejido dañado será sustituido por uno nuevo y las células sanguíneas muertas desaparecerán a través de los vasos sanguíneos. Al poco tiempo, la inflamación cederá, el dolor desaparecerá y pronto nos olvidaremos del moretón. Este es otro ejemplo que nos demuestra la gran inteligencia que posee la fuerza que controla y dirige cada una de las acciones del cuerpo. Una vez más somos testigos de su maravillosa eficiencia.

    Ahora bien, esta gran inteligencia que observamos en los procesos de autocuración, reparación y ajuste, que tienen lugar en el interior del organismo, no sólo se observan en situaciones tan complejas como las mencionadas. También pueden darse en cualquier otro accidente más común, como la simple introducción de una astilla en la piel. Cuando esto sucede, el organismo no procede a retirarla de forma inmediata. La naturaleza, o fuerza vital, hace gala de su destreza y la elimina por nosotros. El dolor y la inflamación provocada por su introducción van seguidos de la formación de pus, que destruye el tejido hasta alcanzar la superficie de la piel. El paulatino crecimiento de la capa de pus finaliza en el instante en el que rompe definitivamente la superficie de la piel y sale al exterior, transportando la astilla.

    La formación de abscesos en el interior del cuerpo es otro ejemplo más de la destreza arquitectónica del organismo. Éstos se encuentran separados del resto de los órganos y sistemas orgánicos por un muro formado por tejido granulado que impide su propagación y la expulsión de pus en la circulación.

    Como podrá observar, el número de ejemplos que nos demuestra la magnitud y eficacia con la que el organismo protege sus propios intereses e inicia las medidas de emergencia que estime oportunas, es bastante amplio (ver informe completo). Cuando estudiamos el gran mecanismo del cuerpo humano, no podemos sino evocar una gran admiración por sus poderes curativos.

    ¿QUÉ ES LA VIDA?

    Esta pregunta existencial parece inadecuada a la hora del dolor y la enfermedad. Pero cuando las soluciones no llegan, son esos los eficientes disparadores del cuestionamiento y la comprensión. ¿Qué debemos comprender? Pues que estamos compartiendo la vida humana en un planeta bacteriano. Si bien hubo muchos autores que instaban a esta percepción, en mi caso hizo clic un párrafo de Bill Bryson en Una breve historia de casi todo:

    Si gozas de buena salud y eres diligente respecto a la higiene, tendrás un rebaño de un billón de bacterias pastando en las llanuras de tu cuerpo, unas 100.000 por cada centímetro cuadrado de piel. Están ahí para devorarse los 10.000 millones de escamas de piel de las que te desprendes cada día, más todos los sabrosos aceites y los minerales que afloran de poros y fisuras. Eres para ellas el mejor buffet y te dan, para agradecerte,

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