Las dos almas de Estados Unidos: Viaje al corazón de una sociedad fracturada
Por Jorge Argüello y Andrés Malamud
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Las dos almas de Estados Unidos - Jorge Argüello
Las dos almas de estados unidos
Las dos almas de estados unidos
Viaje al corazón de una sociedad fracturada
Jorge Argüello
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prólogo. Andrés Malamud
Introducción
Capítulo I. La ruptura
America First
Nuevo orden
Otras restauraciones
Luche y vuelve
USA versus Trump
La herencia
Capítulo II. Un sistema agrietado
Divided States of America
Corset cruzado
Outsiders
Nueve togas
Voto y bloqueo
Bipartidismo
Democracia o…
Capítulo III. El reseteo
Una máquina
¿Muerto el rey?
La otra cara
Build Back Better
Los Bidenomics
El regreso de la inflación
El despertar de las nions
Competencia y desacople
Capítulo IV.We the people
Estado de ánimo
Ganadores y perdedores
Cuestión de fe
Epidemias
Negación y reacción
El sueño del inmigrante
La potencia latina
Capítulo V. Un mundo cambiado
Ser o no ser
Bipartidismo polarizado
La policrisis
El águila y el dragón
La tecnopolaridad
Suma cero
Una región cambiada
Epílogo
LegalesDirector de Clave Intelectual: José Natanson
Editora: Creusa Muñoz
Diseño de tapa: Emmanuel Prado (manuprado.com)
Diagramación: Daniela Coduto
Prensa: Nuria Sol Vega
@ Clave intelectual, 2024.
Digitalización: Proyecto 451
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin el permiso escrito de la editorial.
ISBN edición digital (ePub): 978-987-614-674-6
Prólogo
Conocí a Jorge Argüello en abril de 2013, cuando llegó como embajador a Lisboa. Venía directamente de Washington en lo que muchos vieron como un downgrade: de representar a Argentina en el centro del mundo a hacerlo en la periferia europea. ¡Cuánto se equivocaban! Además de transformarse rápidamente en uno de los diplomáticos latinoamericanos más queridos en Portugal, Jorge traía dos libros bajo el brazo, o mejor dicho, en la cabeza. El primero consistía en una serie de entrevistas que planeaba realizar con los principales decisores del viejo continente, desde Romano Prodi a Alexis Tsipras pasando por Íñigo Errejón y Felipe González; el otro, en una Historia urgente de los Estados Unidos, país al que había conocido como estudiante secundario mucho antes de sus misiones diplomáticas. El primer libro fue publicado en 2015 y el segundo, antecedente directo del que el lector tiene ahora en sus manos, en 2016. Pocos embajadores conocí en mi vida que estudiaran y entendieran sus destinos tanto como Jorge, si es que alguno.
Jorge combina la agudez perceptiva del político con la cautela expresiva del diplomático. Ve lo que pocos ven, porque su ojo está entrenado para leer entre líneas y captar trampas y matices, pero lo narra con cuidado, para ayudar a comprender sin herir susceptibilidades ni violar la discreción de sus fuentes.
Aunque su conocimiento es enciclopédico, los pasajes más ricos se manifiestan cuando pone sus vivencias personales al servicio de la narración. Así, la comparación entre las ceremonias de asunción de Barack Obama (2013) y Joe Biden (2021), a las cuales asistió en sus dos mandatos, pinta un fresco perfecto de la transformación sufrida por Estados Unidos en tan sólo una década. En 2013, presenciamos con sus ojos la asistencia de todos los ex presidentes vivos; en 2021, Jorge ve por nosotros la ausencia del presidente saliente. En poco menos de una década, el país ya no estaba partido al medio: estaba roto. La esperanza había dejado lugar a la intolerancia.
Olivia Argüello, la niña que llegara a Lisboa con tan solo cinco años, es ahora estudiante secundaria en una escuela pública de Washington DC, donde vive experiencias alucinantes que comparte con su padre –y él con nosotros–. Así nos enteramos de que este país pionero, el único fundado sobre la base de ideas
en vez de sobre etnias o dinastías, ya no acuerda sobre esas ideas fundacionales. Entre los compañeros de Olivia predominan, como en buena parte de la sociedad y contra el registro histórico, cierta intolerancia y, sobre todo, pesimismo. Si la histórica desigualdad norteamericana se justificaba por la movilidad social, mediante la cual cualquiera que se esforzase tenía el progreso a su alcance, la desigualdad del presente carece de excusas porque aquella movilidad ya no existe tal como la conocimos. La riqueza se hereda, el ingreso universitario se compra y la raza sigue determinando la suerte de los individuos, aunque ya no su voto: también las comunidades étnicas, como el resto de la sociedad, se dividen. Trump no ha sido tanto un disolvente social como un acelerador de procesos que lo antecedían, y que él contribuyó a agravar con envidiable ahínco.
El pesimismo detectado en la sociedad estadounidense no se traslada, sin embargo, al narrador. Jorge mantiene su admiración por el recorrido histórico de este país creado en vez de heredado, por sus logros pioneros y por su capacidad de reinventarse. Por eso, su conclusión de que en las últimas décadas Estados Unidos se ha tornado, decididamente, otro país
deja el balance en manos del lector.
Los interesados en la política interna de los países encontrarán este libro disturbador, reminiscente de la grieta que afecta a cada vez más sociedades occidentales. Verán en su relato la transformación de la izquierda, que pasa de defender intereses mayoritarios a custodiar una panoplia de identidades minoritarias; y verán la transformación de la derecha, que transita de la defensa de valores tradicionales a la convicción de que la verdad es menos importante que el objetivo.
Los interesados en la política internacional, en cambio, encontrarán en estas páginas el elemento de consenso que mantiene unidos a republicanos y conservadores, a trumpistas y bidenistas: China. La rivalidad con la potencia emergente es, junto con la menos prominente oposición al régimen bolivariano en Venezuela, el cemento que mantiene unidos a los partidos y asegura la continuidad de la política exterior. Un país fundado sobre una idea que solo se mantiene unido por un enemigo: ¿será una parábola definitiva o una estación más en la historia de esta nación inevitable? La respuesta está abierta. Gracias, Jorge, por iluminar todas las preguntas.
Andrés Malamud
6 de febrero de 2024
Introducción
Durante los años que he vivido en Estados Unidos, desde mi adolescencia como estudiante hasta mis mandatos como Embajador de Argentina en Nueva York, ante la ONU y en Washington DC, he sido testigo de las alternativas históricas más diversas del país, y de las más inesperadas.
He visto a esta nación de casi dos siglos y medio de vida pasar por los momentos más luminosos que se le puedan reconocer. Y también por los más oscuros.
La he visto acertar y equivocarse en asuntos políticos y económicos; acertar y equivocarse sobre sí misma y más aun sobre el resto del mundo, con amigos y enemigos.
La he visto caer en la confusión y en la crisis, y luego levantarse con mayor o menor dificultad, pero recuperarse al fin.
La he visto capaz de liderar cambios que dieron forma al planeta, y también ignorar y lesionar a otras naciones en ese camino de potencia.
La he visto navegar por las aguas más agitadas, pero siempre sin dejar de darse un rumbo.
La he visto, y la veo hoy, abrazada al orgullo de haber nacido no de un territorio o una etnia, sino de una idea: una idea más fuerte que cualquier ejército, más grande que cualquier océano, más poderosa que cualquier dictador o tirano
(Joseph Biden).
Comenzamos a reflexionar sobre todo ello en Historia urgente de Estados Unidos (Capital Intelectual, 2016). Años después, la acelerada dinámica del país −y del mundo− me invitan a profundizar el análisis incorporando nuevas realidades de las que he sido testigo directo y trazando nuevas perspectivas, observándolo todo desde la primera fila.
¿Cómo explicar, por ejemplo, el violento asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, cuando tambaleó esa idea de excepcionalidad
de Estados Unidos y se abrió otra fase de incertidumbre, probablemente sin precedentes?
El J-6 puede leerse como un acontecimiento en sí, conmocionante a nivel mundial pero limitado en el tiempo. O bien, como resultado de un proceso de larga duración que lo trasciende y que puede durar generaciones.
Tanto la llegada de Donald J. Trump a la presidencia en 2017 como su salida envuelta en la violencia cuatro años después fueron, efectivamente, el resultado de un fenómeno cuya sombra se extiende hacia el futuro.
Es también, sin dudas, expresión de una grieta que se profundiza hasta crear dos almas enfrentadas de una misma nación.
Estamos hablando aquí de una sociedad sometida a complejos cambios socioculturales, que tienen correlato ideológico y político, y que se explica en parte por el impacto de una globalización en la que el propio Estados Unidos jugó un liderazgo determinante.
Una sociedad que tomó básicamente dos caminos frente a los nuevos tiempos −uno de restauración nostálgica y el otro de entusiasta apertura a lo nuevo− que se fueron bifurcando hasta encontrar su inmediato sentido, casi exclusivamente, en la oposición al otro.
Esa grieta, que ya percibimos con claridad en Historia urgente de Estados Unidos, se ha ido profundizando −en lugar de cerrarse− con la alternancia en el poder característica de la bicentenaria democracia estadounidense. "Not my president" se ha vuelto una consigna común de cada bando después de cada elección.
La era trumpista y sus rupturas, en particular, expusieron en carne viva ese estado de ánimo de toda la sociedad. El estrés general que introdujo la pandemia de Covid-19 sólo acentuó los parámetros de la polarización.
En este libro nos adentramos necesariamente en las marcas que dejó la Administración Trump (2017-2021), parte de un recorrido en el que los sectores más reaccionarios coronaron objetivos que habían perseguido durante muchos años. Luego desmenuzamos la Administración Biden, que inauguró una nueva época de cambios, aunque dentro de los límites impuestos por una consolidada mayoría conservadora en la Corte Suprema y la pérdida de control del Congreso.
En lo inmediato, las reservas de nuevos liderazgos parecen agotadas. Hacia 2024, la clase política luce escasa de alternativas en la carrera hacia la Casa Blanca. La palabra gerontocracia se pone de moda en los análisis y las encuestas transpiran el temor colectivo a ese dato del sistema.
Hoy, las preguntas sobre el presente y el futuro de la que continúa siendo la primera potencia mundial siguen renovándose y golpeando las puertas de propios y extraños.
¿Por qué después de cuatro años agitados en la Casa Blanca, de su derrota y su dramático final en 2021, es factible que un Trump lastrado por denuncias y procesos judiciales vuelva a gobernar el país?
¿Terminará de convencer Biden a la mayoría de los estadounidenses sobre la conveniencia de completar la transformación de la matriz económica estadounidense que ha emprendido?
¿Qué es lo que, en el fondo, mantiene y radicaliza la polarización que pone en jaque el antiguo y estable sistema político estadounidense?
¿Conseguirá esta vez la compleja sociedad estadounidense superar las antinomias sociales y culturales que la crispan y dividen, y que han puesto en jaque a su antiguo sistema político?
¿Qué rol tendrá Estados Unidos en un mundo multipolar sin precedentes inmediatos y cargado de tensiones geopolíticas?
¿Está ingresando en la declinación tantas veces anunciada, ahora que asoman varias potencias emergentes desafiando su larga hegemonía?
Mi tiempo en Estados Unidos también me enseñó a observar en perspectiva, a detenerme en la vastedad y en la profundidad de su tejido social, cultural e intelectual, rico y diverso. A leer lo complejo y contradictorio como fuente de transformaciones y avances inesperados.
Estados Unidos, y el mundo entero, no sólo han cambiado de siglo, también de era. Es preciso seguir caminando, escuchando sus voces y observando lo que trae consigo. Estudiarla será apasionante.
Este libro es un modesto aporte a esa interminable tarea de deducir las líneas gruesas del destino histórico de un país, lo suficientemente grande y poderoso como para seguir influyendo en el resto del planeta.
Capítulo I.
La ruptura
Transcurría el último de los ocho años de la administración demócrata, en enero de 2016, cuando el presidente Barack Obama (2009-2017), sin posibilidad de ser reelegido, se definió sobre el ascenso del candidato Donald J. Trump en el campo republicano. En vísperas del Discurso sobre el Estado de la Unión, Obama expresó su confianza en que, cuando fueran llamados a votar en los comicios generales de noviembre de ese año, los estadounidenses rechazarían soluciones simplistas y chivos expiatorios
.
Trump había organizado su lanzamiento a la presidencia sobre premisas básicas: presentarse como un redentor de la gente común, víctima de una élite política corrupta instalada en el pantano de Washington
y ofrecerse como un gladiador dispuesto a batirse con las peores amenazas. Todo barnizado por consignas nacionalistas y posiciones ultraconservadoras en asuntos como el aborto y el racismo.
Ha habido momentos en los que a la gente se la golpeaba con bastones y nos pasaron cosas como la Guerra Civil −recordó Obama−. Washington está mucho más dividido de lo que está el pueblo. A veces es importante que demos un paso atrás y midamos lo lejos que hemos llegado
, reflexionó el presidente, y citó ejemplos de crisis tan diversas como la guerra en Irak, el huracán Katrina o la crisis financiera de 2008. (1)
El entrevistador Matt Lauer en el programa Today
, de NBC (2) le preguntó: ¿En alguna parte de su mente se imagina a Donald Trump levantándose un día y pronunciando el Discurso sobre el Estado de la Unión?
. A Obama le causó gracia. Bueno −respondió− puedo imaginármelo en un sketch de Saturday Night Live
. Y seis meses más tarde, cuando Trump arrasaba en las primarias republicanas, Obama terminó ajustando su discurso ante los medios: Todo es posible… Es la naturaleza de la democracia. Hasta que se emitan los votos y el pueblo estadounidense dé su opinión, no lo sabemos
(3).
En la madrugada del 11 de noviembre de 2016, Obama recibió una respuesta, la misma que la candidata demócrata derrotada. Trump hizo su primer discurso como presidente electo del país, uno de tono inusualmente moderado, que no se volvería a repetir: Ahora es tiempo de que Estados Unidos cure las heridas de su división. Es tiempo de unirnos como un solo pueblo
.
La llegada a la Casa Blanca de Trump −un excéntrico magnate inmobiliario sin experiencia ejecutiva ni legislativa alguna a quien el establishment republicano y la gran mayoría de los analistas políticos le atribuían muchas ansias de notoriedad y ninguna posibilidad de ganar− era producto de un largo y complejo proceso político, económico y social que podía rastrearse, como mínimo, hasta la radicalización de sectores conservadores que dio nacimiento al movimiento Tea Party (2009).
En ese mismo 2016, como testigo de la realidad de Estados Unidos, había dejado mis primeras reflexiones sobre las causas inmediatas y profundas del liderazgo de Trump, forjado a caballo de una doble corriente de descontento. Por un lado, de un Partido Republicano embarcado en una guerra cultural
. Por el otro, también de una parte de la sociedad estadounidense que buscaba válvulas para expresar su malestar. (4)
A su vez, un voto de protesta alcanzaba a Obama y suponía un histórico castigo
al Partido Demócrata de parte de una mayoría de votantes blancos y trabajadores (blue collar) que habían integrado sus bases desde Franklin D. Roosevelt (1933-1945) hasta Bill Clinton (1993-2001), y se veían ahora amenazados por décadas de globalización y multiculturalismo
abrazando entonces un agresivo discurso económico nacionalista contra los acuerdos de libre comercio y la inmigración en general. (5)
Hillary Clinton recibió casi 2,9 millones de sufragios más que Trump (65,84 millones, 48,2%, a 62,97 millones, 46,1%), una diferencia sin antecedentes entre los cinco candidatos más votados en las urnas pero derrotados luego en el Colegio Electoral (esta vez, 304 a 227 votos). La demografía que definió los comicios dejaba sus lecciones. En Ohio, Trump llegó a ganar distritos por 6 puntos allí donde Obama había sacado 22 de ventaja en 2012.
El camino de Trump hacia la Casa Blanca −que siguió al Partido Republicano en 1988, al Partido Demócrata de los Clinton en 2001 y al de Obama en 2008 hasta el Grand Old Party (GOP)− había sido tan poco convencional como su propia vida privada. Soy conservador, pero a esta altura, ¿a quién le importa?
, se ufanó como un hombre de negocios que sólo mira resultados. (6) Más que un movimiento político con una ideología el trumpismo es por ahora un estado de ánimo, una actitud, una reacción sin programa coherente. Pero también está cargada de nacionalismo e intolerancia, con todo el riesgo que eso supone
(7), escribí al respecto en 2016, en aquel primer ensayo sobre Estados Unidos.
Lo que había ocurrido es que, al cabo de las encarnizadas batallas legislativas de la era Obama, durante las cuales se disolvieron antiguos consensos bipartidistas, la maquinaria republicana había terminado aceptando a un outsider como Trump, que le prometía ampliar la base electoral sin abandonar la radicalización ideológica.
Una amplia parte de la sociedad, en particular la rural y más alejada de las costas, de cultura cosmopolita, experimentaba un rápido giro hacia posiciones más conservadoras, victimizada ante las transformaciones económicas del país bajo la última globalización. Esas franjas pagaban más que otras los costos de una nueva matriz productiva de base tecnológica, alimentada por una inédita masa global de capitales que persistió aún después de la crisis financiera de 2008.
Eso ya resultó en la irrupción de Trump. Puede haber más Trumps −anticipábamos como observadores en 2016−. Para el sistema político estadounidense, es inimaginable hacia dónde puede conducir esa espiral, si el GOP no le da una respuesta aggiornada desde su propio liderazgo
. La respuesta fue rendirse a él. (8)
Un mismo temor de fondo parecía unir a los sectores liberals (progresistas) con los pocos republicanos moderados
que resistieron a Trump levantando banderas de libre comercio frente a las bravatas proteccionistas del candidato y reivindicando el liderazgo global de Estados Unidos contra toda forma de nuevo aislacionismo. Para muchos de ellos, la cuestión central no pasaba por un cambio de políticas, sino por el potencial riesgo del inicio de una era autocrática en la democracia más antigua del mundo. En eso, la resistencia fallida del propio movimiento conservador "Never Trump (
Nunca Trump") se llevó lo peor. Los liberals desconfiaron siempre de su presunta oposición al nuevo líder republicano, los trumpistas los despreciaron y Trump los defenestró, o por su impotencia política para frenarlo, o por traicionar su causa. (9)
Casi un año antes, la reconocida e influyente revista conservadora National Review, había reunido a numerosos intelectuales y referentes ideológicos afines para sintetizar sus opiniones bajo el título "Against Trump (
Contra Trump"), con la participación de figuras como Bill Kristol o John Podhoretz, pero también algunas del movimiento Tea Party. (10)
"Nuestro argumento básico sobre Trump es simple e inatacable: es un populista, no un conservador. El conservadurismo siempre ha tenido un elemento populista, pero ha estado ligado a las causas que animan al conservadurismo: la