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Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos
Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos
Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos
Libro electrónico183 páginas2 horas

Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos

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Estamos viviendo tiempos realmente inquietantes caracterizados por una profunda confusión y desorientación. Y el uso de las pantallas en niños y adolescentes no hace sino agravar el problema.

En este libro, Francisco Villar reflexiona sobre el impacto negativo de la digitalización no solo en el neurodesarrollo de nuestros niños y adolescentes, sino también en su desarrollo social, afectivo y relacional.

El uso de las pantallas afecta directamente a la salud e interfiere en las actividades que ayudan a un sano crecimiento. Como consecuencia tenemos adolescentes menos empáticos, menos reflexivos, con un menor control de sus impulsos, con poca tolerancia a la frustración, desensibilizados ante la violencia y el sufrimiento del otro, pero también más propensos a ser victimizados y a ejercer violencia contra sí mismos. De ahí que el objetivo de estas páginas sea la protección de nuestros menores, de su desarrollo y de su formación como personas. ¿Cómo podemos frenar esta constante interferencia en el sano crecimiento de nuestros hijos? ¿Cómo impedir que las pantallas sigan devorándolos? ¿Somos los adultos con nuestra inacción parte del problema? ¿Qué se puede hacer desde los diferentes ámbitos sociales para regular el uso de dispositivos digitales?

Actualmente, la desconexión es la única forma de estar verdaderamente conectado. Proteger el presente de infantes y adolescentes es la mejor forma de garantizar un futuro mejor para todos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 oct 2023
ISBN9788425450754
Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos
Autor

Francisco Villar Cabeza

Francisco Villar es doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista en suicidio en la infancia y la adolescencia. Como referente a nivel nacional de esta problemática, es promotor y actual coordinador del Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Es también profesor de la Universidad Abat Oliba, del máster de Neuropsiquiatría y Psicología del niño y del adolescente de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro Morir antes del suicidio: Prevención en la adolescencia.

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    Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos - Francisco Villar Cabeza

    Francisco Villar Cabeza

    Cómo las pantallas

    devoran a nuestros hijos

    Diseño de portada: Dani Sanchis

    Edición digital: Martín Molinero

    © 2023, Francisco Villar Cabeza

    © 2023, Herder Editorial, S.L., Barcelona

    1.ª edición digital, 2023

    ISBN: 978-84-254-5075-4

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

    ÍNDICE

    Prefacio

    1. El agua del arroyo está contaminada

    • Las grandes empresas lo saben

    • Cómplices necesarios

    • La prohibición llegará

    2. Falacias intencionadas

    • La causa única

    • Giros engañosos

    • Una sola salud

    • Los vulnerables

    • El falso juicio

    • Calmando las aguas

    3. Alianza de pandemias

    • La pandemia de COVID-19

    • Pandemia y digitalización

    Estudios cuestionables

    • El suicidio entre pandemias

    Intervenciones preventivas

    Factores protectores

    4. Las Big Tech y el tiempo. Interferencias

    • Interferencias en el desarrollo

    • Interferencias en la gestión de las emociones

    • Interferencias en la creación de vínculos

    5. Aprendizaje formal y manejo de la información. Problemas

    • El proceso de aprendizaje

    • El manejo de la información

    6. Violencia y pantallas

    • Ciberacoso

    • Conducta suicida

    • Sexualidad

    Epílogo

    • Algunas recomendaciones al alcance de todos

    Mea culpa y agradecimientos

    Bibliografía referenciada

    Bibliografía recomendada

    Información adicional

    PREFACIO

    Estamos viviendo unos tiempos realmente inquietantes, caracterizados por una profunda confusión y desorientación. Son tiempos de cansancio, de empacho, de náusea, fatiga, hastío, tristeza, insatisfacción y deseos de muerte, cuya causa, al parecer, radicaría en un exceso de positividad, una fuerza tan autística, autocentrada y autorreferencial que nos conduce, al menos a la mayoría, precisamente a lo contrario de «lo deseado». Son tiempos paradójicos, en los que la hiperintención y la hiperreflexión, ante nuestra atónita mirada, nos devuelven lo contrario de lo que habíamos planificado. Ciertamente, esto no pretende ser otra proclama más sobre el aciago declive de la sociedad. En contra de lo que se cree, los seres humanos contamos con mecanismos sobrados para tolerar esta situación. Al fin y al cabo, nunca hemos perdido la capacidad de ver lo que queremos ver, como primer modo de autoprotección. Por si esto no fuera suficiente, contamos con otra forma de protegernos, que consiste en asumir la inevitabilidad de los tiempos y alegar: «¿Qué puedo hacer yo? Es lo que hay», y sencillamente, seguir.

    En este libro no se pretende dejar al ser humano desguarnecido de sus precarias defensas. Bien al contrario, el objetivo de estas páginas es precisamente demostrar que para algunos retos actuales esas precarias defensas son innecesarias. Solo tenemos que recuperar la autoestima social y recordar algo que a veces parece que se nos ha olvidado: la capacidad del ser humano de abrir los ojos, nuestra capacidad de movilización, de impulso y realización de cambios sociales reales a través de pequeños cambios cotidianos. Esto último es esencial. Como se verá, no incurriremos en una crítica mordaz que abogue por un profundo cambio social: nuestra propuesta será sencilla y concreta, operativa, consistente en una única acción que no requiere recursos económicos, más bien al contrario. Es una medida que impactará positivamente en el ahorro de las familias, de los sistemas de salud, de educación y de un invitado inusual, el sistema de justicia. Todos ellos resultarán beneficiados, tanto a corto plazo, como especialmente a largo plazo.

    En el momento actual nos hallamos ante grandes retos, relacionados entre sí como parte integral de un complejo sistema, pero cuyo impacto en cada uno de los campos es sencillo en su esencia. Por nombrar solo dos: un primer reto sería la protección del medio ambiente: conseguir que el desarrollo del ser humano sea sostenible y no perjudique el entorno natural. El segundo sería proteger el propio proceso de desarrollo del ser humano, de los bebés, los niños y los adolescentes, conseguir que los entornos artificialmente creados sean respetuosos con las necesidades de cada uno de los procesos inmanentes a un neurodesarrollo saludable, la salud física, la inteligencia, el aprendizaje, la comunicación, la afectividad, las relaciones, el bienestar. Es decir, minimizar la capacidad de estos medios artificiales de interrumpir, frustrar o limitar el proceso de desarrollo de la persona en formación.

    En este libro reflexionaremos acerca de ese segundo reto mencionado. En particular, nos centraremos en el impacto de la digitalización en el desarrollo de nuestros menores. Indagaremos acerca de las tres vías por las que las nuevas tecnologías afectan el desarrollo, a saber: (1) por el efecto directo de las pantallas en la salud; (2) por su especial capacidad de interferir y competir con todas las actividades que sí están relacionadas con un sano desarrollo, y, por último, (3) por los efectos perjudiciales en el desarrollo provocados por los contenidos (de violencia directa o indirecta) que se vierten en ellas, especialmente en las redes sociales.

    No se trata de un planteamiento original, ni es la primera vez que se pretende alertar o ayudar a tomar conciencia de la situación actual. Este trabajo pretende sumar una voz más a las muchas que ya se han levantado. Después de diez años acompañando a familias cuyos menores deciden acabar con sus vidas, tras acumular cientos de relatos que surgen como respuestas a la pregunta «¿Por qué un chico de ١٥ años tendría que quitarse la vida?», luego de presenciar con impotencia cómo, lejos de mejorar la situación, esta sigue empeorando, y tras comprobar en la práctica clínica diaria el efecto individual de la digitalización en mis pacientes, la lectura del libro de Michel Desmurget La fábrica de cretinos digitales provocó en mí el mismo efecto que él confiesa haber experimentado al escribirlo: un profundo enfado e indignación. Él apela a nosotros, los profesionales de la salud de primera línea. Dice que cuando habla con nosotros, la opinión es compartida. Pues bien, efectivamente lo que muestran los estudios a los que él hace referencia es lo que nosotros vemos en la práctica clínica diaria. El objetivo de este libro es insistir y ampliar la información aportada por el trabajo de Desmurget, y por el de tantos otros, en campos en los que no se profundiza, cumpliendo así con un compromiso social compartido: la protección de nuestros menores, de su desarrollo como personas.

    1

    EL AGUA DEL ARROYO ESTÁ CONTAMINADA

    A modo de clarificación y para sentar las bases del discurso desde sus primeras líneas, he de compartir con el lector mi sensación de desconcierto ante el posicionamiento de algunos expertos, políticos y parte de la prensa en el abordaje de la problemática que tratamos, a saber, el efecto de la digitalización en el desarrollo de los menores. Parecemos sometidos a una suerte de doble vínculo, nos hablan de una situación impactante, con datos espeluznantes, pero lo hacen con una sorprendente calma, incompatible con la gravedad de lo que se está diciendo, una suerte de doble discurso en el que el planteamiento no encaja con la conclusión y mucho menos con las recomendaciones.

    ¿Cuál es la situación? Hay un arroyo, permítanme la metáfora, del que todos hemos estado bebiendo y, lo que es más grave aún, del que hemos estado dando de beber a nuestros seres queridos, a nuestros hijos. Resulta que el arroyo está contaminado. Lo sabemos los profesionales de la salud. A la luz de las evidencias de nuestra práctica cotidiana y ante la falta de una explicación o de una hipótesis alternativa que justifique el incremento del malestar que observamos, los efectos negativos son una realidad que no podemos negar y que podemos atribuir al agua contaminada del arroyo. Sabemos además que la toxicidad de esa agua afecta en mayor medida a nuestros menores, cuyo sistema renal es más inmaduro, y que la toxicidad en el adulto, aunque presente, puede ser asumida.

    Sin embargo, a pesar de conocer estos principios, los profesionales de la salud no podemos confirmar las sospechas de la población de que algo pasa con el agua de ese arroyo, algo que está relacionado con el malestar que los padres observan en sus hijos. Al parecer, existe el temor de que si se dice a la población que lo más probable es que esté en lo cierto puede desencadenar nefastos sentimientos de culpabilidad en los padres, quienes, como desconocían la toxicidad del arroyo, han dado de beber a sus hijos esa agua, y siguen haciéndolo. Más aún, para preservar la paz entre padres e hijos, al parecer es desaconsejable alertar a los adultos de que el arroyo está contaminado, porque a estas alturas, a los niños y adolescentes les gusta mucho beber de él, en parte porque parece tener algún componente adictivo. Después de tanto tiempo haciéndolo, ahora parecería una suerte de crueldad ofrecerles agua de otros arroyos, no vaya a ser que se enfaden. Y es una verdadera lástima, porque sabemos que los efectos son reversibles, que cuanto antes los protejamos, menos contaminantes acumularán y antes empezarán a revertir sus indeseables consecuencias.

    LAS GRANDES EMPRESAS LO SABEN

    Continuando con la alegoría, se da la situación de que el agua de ese arroyo es embotellada y comercializada por empresas que obtienen así importantes beneficios económicos, parte de los cuales son reinvertidos para hacer más atractivo el embotellado, teñir el agua de colores extravagantes y asociar su consumo con «el éxito» y «la felicidad». Y por supuesto, tales empresas son también las responsables de incorporar el componente adictivo. De tal forma que los niños y los adolescentes, por su atractivo exterior —y por su adicción—, prefieren beber el agua de ese arroyo antes que la de otros, más costosos, aunque más nutritivos y, definitivamente, menos tóxicos. Esto sucede con la triste paradoja de que las propias empresas comercializadoras, a la vez que hacen sus embotellados más atractivos para los menores, advierten taxativamente que no es un agua apta para el consumo de niños y adolescentes, afianzando sus recomendaciones con el propio ejemplo, pues los directivos de dichas empresas prohíben a sus propios hijos beber el agua de ese arroyo y les ofrecen, a estos sí, agua de otros arroyos, más nutritiva y menos contaminante, aunque más costosa.

    Estas empresas apelan a la conciencia y responsabilidad de los padres para poner límites a los deseos de sus hijos de beber su atractiva agua contaminada. Pero, nuevamente, con ese malintencionado doble discurso, mientras aconsejan no beber esa agua, hacen todo lo posible para que el mensaje carezca de contundencia y para abonar el terreno para su consumo, mediante la facilidad de acceso y el resto de los incentivos mencionados. Conocemos este procedimiento perfectamente, lo hemos visto en otras industrias. La industria tabacalera, por ejemplo, reconoce que, si no consigue captar a un cliente antes de los 21 años, se acabó, ese ya nunca será un cliente. También sabe que la mejor edad para ganarlos se encuentra alrededor de los 13 años. Una vez captados, la adicción consigue la fidelización de los clientes de por vida. Pedirles a las empresas que limiten sus beneficios en pro del cuidado de nuestros menores puede resultar muy ético, bonito y razonable, hasta que se ponen delante del consejo de administración y tienen que presentar balances, entonces se tensan las costuras y saltan por los aires los principios de la ética y de la moral.

    Parte de esa falta de contundencia del mensaje requiere cómplices pasivos, pero imprescindibles. Algunos padres consideran que, si tan mala fuera el agua —siguiendo con la analogía—, las autoridades no permitirían su comercialización para niños y adolescentes. Al fin y al cabo, eso es lo que ocurre con el tabaco y el alcohol. Olvidan así las lecciones de la historia, pues ese no siempre fue el caso. Actualmente existen prohibiciones claras al respecto, así como acciones legislativas valientes, pero ello se debe a un ingente trabajo previo. Las autoridades, que tanta eficacia han demostrado en otros momentos, se hallan en la actualidad, sorprendentemente, en una postura realmente peligrosa, pues parecen ser las últimas en tomar conciencia y en actuar en consecuencia. La falta de una prohibición expresa e inequívoca puede inducir a que parezca que la situación, aun siendo peligrosa, no lo es tanto.

    Las prohibiciones no solo marcan una referencia para los padres, ni solo los ayudan a tomar conciencia de lo que es peligroso o conveniente para sus hijos, también contribuyen a que puedan ejercer medidas de protección. Solo hay que recordar la conducción de ciclomotores. Las discusiones respecto a la compra de un ciclomotor irrumpían en las familias a partir del momento en que los niños cumplían 14 años, pues antes de esa edad la discusión no tenía recorrido: «No te puedo comprar una moto, está prohibido». Lo mismo ocurría con la compra de un coche, que no se planteaba sino a partir de los 18 años. Así pues, las prohibiciones no solo sirven de marco referencial para los padres, sino que también los apoyan en el cuidado de sus hijos. Pero, según algunos, si decimos a los padres que el agua está contaminada, estos restringirán a sus hijos su consumo, lo que generará conflictos entre padres e hijos: sorprendente y paradójica deducción, pues ¿qué mejor discusión puede tener un padre con un hijo que aquella relacionada con

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