Xolita en el Templo Mayor
Por María Grañén
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Xolita en el Templo Mayor - María Grañén
CAPÍTULO I
Un buen presentimiento
Un colibrí chupaba el néctar de una flor de mi jardín, su plumaje era luz de esmeralda metálica. Lo vi desde la ventana de mi cuarto, sus alas relampagueaban. ¡Qué buena forma de despertar!
, pensé. ¿Quién sería ese colibrí? Dicen que esa ave lleva de aquí para allá los pensamientos de los hombres, que son mensajeros. ¿Qué querría decirme?
, me preguntaba y veía cómo movía sus alas vertiginosamente, cuando de pronto, y sin saber por qué, me miró. Quizá los dos sentíamos curiosidad uno del otro: así como yo lo miraba, él también observaba mi tez morena, mis ojos cafés con pestañas largas y mi cabellera oscura; se acercó más y sonreí. No sé por qué vino a mi mente este pensamiento, pero estaba segura de que este colibrí era de buena suerte.
Estaba emocionada: ese día iría a conocer el Museo del Templo Mayor, en la Ciudad de México, y vendría con nosotros Pelusa, mi perrita, llamada así por su hermoso pelaje, ¡parece una nube de peluche!
Salimos muy temprano y como teníamos hambre mi papá se detuvo en el Pan Árabe Helú, un restaurante que lleva más de setenta años en el centro histórico. A mí me encanta el desayuno libanés. Afortunadamente, hoy en día, la comida en México se ha enriquecido con la mezcla de ingredientes de todo el mundo. Pedimos unos huevos en cazuela con jocoque y ese día don Ubaldo advirtió: Hoy no les prepararé café árabe, sino una bebida de cacao cuya receta es muy antigua y solo se hace en ocasiones excepcionales, ¡tiene propiedades extraordinarias! Espero que la disfruten
.
La bebida era espumosa; venía servida en una jícara y desprendía un aroma a chocolate. Mi hermano Santiago y yo queríamos ser los primeros en probarla, así que nos abalanzamos sobre la charola y una de las jícaras se regó por el suelo. Pelusa, que es muy lista, enseguida corrió a lamer la bebida de cacao. Se veía que estaba deliciosa porque cuando llegaron con el trapeador, la perrita no había dejado rastro ni de la espuma. Mi familia disfrutó la bebida, decían que era la mejor que habían tomado en su vida y es que sí, olía exquisito.
A pesar de su delicioso aroma, la única que no probó aquella bebida fui yo, preferí acompañar mi pan de yema con el taxcalate frío. Le di un trago y percibí la consistencia del cacao tostado, la canela y un toque de masa de maíz, ¡con razón esta exquisita semilla le ha encantado a todo el mundo! Entonces don Ubaldo, muy amable, exclamó: ¡Un momento!
. Se acercó y le dejó caer unos polvos rojos de la semilla del axiote, la bebida burbujeó y se volvió roja. Al primer sorbo, me llené de energía, su frescura me hizo más perceptiva y, como una poeta, sentí al tiempo caminar dentro de mí, incluso mi reloj se paró. Le dije a mi mamá:
—¡Qué raro! No sé por qué mi reloj se detuvo.
—No te preocupes —me contestó mientras se deleitaba con su bebida de cacao—. A lo mejor se le terminó la pila, dámelo.
Se lo entregué y lo guardó en su bolsa. Me pareció extraño porque hacía poco habíamos cambiado las baterías del reloj.
Nos despedimos de don Ubaldo, pero como ya sabrán que a los adultos les encanta hacer las despedidas largas, Pelusa y yo nos adelantamos al portón de la entrada. Estaba cerrado, le di vuelta a la manija, pero no se movía. Curiosamente había una llave que colgaba en la pared, la tomé pero no encontré ninguna cerradura. Dejé la llave en su lugar. Luego vi que en medio de la puerta había un agujero cubierto por un gran vidrio, era una especie de ventana que, por cierto, no recuerdo haber visto cuando entré. El portón me recordó a un cuadro de René Magritte, ese artista misterioso que pinta una pipa y escribe Esto no es una pipa
… pues sí, así de absurdo era el portón. Su hueco me permitía ver los coches y los edificios de la calle. ¡Eso era inquietante! Por un instante sentí que podía vivir en el pasado y en el presente… ¡¿Qué?! Un momento, ¡qué estaba diciendo! ¿Sería una ilusión? Pero no tuve tiempo de seguir pensando porque Pelusa, curiosa como es, dio un salto al otro lado del portón y, misteriosamente, el ventanal se desvaneció: sí, de verdad, así fue y luego se produjo un estallido, dejando los trozos de vidrio tirados por el suelo. Sin pensarlo dos veces crucé el hueco y busqué a mi perrita.
Una vez que atravesamos ese paso extraño, llamé a mi perra para ver si no se había cortado con los pedazos de vidrio. Al poco rato, mi familia salió por el misterioso portón y noté que en la calle sucedía algo muy raro: ya no había edificios, solo una larga y amplia avenida rodeada de agua y construcciones que no me eran familiares. Me sentí un poco aturdida. Abrí mis ojos y me confundí aún más: mi mamá y yo llevábamos un huipil zapoteco, mi papá salió con un cotón, es decir, una camisa ancha de algodón sin botones, y los calzoncillos R7 de Santiago, ¡perdón!, los Ronaldo 7, se habían convertido en un maxtlatl bordado con plumas de colores que llevaba atado debajo del ombligo. Estaba a punto de soltar la carcajada cuando vi a mi perrita echada plácidamente, con sus dos patitas delanteras cruzadas, pero ¿qué creen que pasó con mi Pelusa? ¡Se había transformado en la más extravagante xoloitzcuintle! Sin un solo pelo en el cuerpo, solamente llevaba un copete punk muy original. Me quedé con el ojo cuadrado. Tenía que cambiarle el nombre a mi mascota, claramente desde ahora Pelusa sería Xolita. Definitivamente, este sí era un día