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La serie del Santo Hacedor: Pascua diaria Meditaciones De las obras de San Alfonso
La serie del Santo Hacedor: Pascua diaria Meditaciones De las obras de San Alfonso
La serie del Santo Hacedor: Pascua diaria Meditaciones De las obras de San Alfonso
Libro electrónico386 páginas6 horas

La serie del Santo Hacedor: Pascua diaria Meditaciones De las obras de San Alfonso

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La llamamos "la serie del hacedor de santos" porque todos los que la han leído han desarrollado un amor y una devoción a Nuestro Señor mayores que antes. La mediación de la mañana debe hacerse en algún momento de la mañana. La de la tarde por la noche y la sección de lectura espiritual a mediodía o cuando sea posible. Cuando se dividen, son muy

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 mar 2024
ISBN9798869267825
La serie del Santo Hacedor: Pascua diaria Meditaciones De las obras de San Alfonso

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    La serie del Santo Hacedor - St. Alfonso Liguori

    La serie del Santo Hacedor

    Meditaciones diarias de Pascua a partir de las obras de San Alfonso

    San Alfonso de Liguori

    image-placeholder

    Copyright © 2024 Sensus Fidelium Press

    Todos los derechos reservados.

    Publicado originalmente por R. Washbourne, Londres y M. H. Gill & Son, Dublín, Irlanda. La edición de Sensus Fidelium Press ha sido reimpresa, con ortografía y lenguaje actualizados. Prohibida la reproducción total o parcial de este libro sin permiso escrito del editor.

    ISBN: 978-1-962639-55-2

    Para más información, visite sensusfideliumpress.com

    Oraciones diarias

    Oraciones de la mañana y de la noche

    ORACIONES DE RITO LATINO

    Ofrenda de la mañana

    Oh JESÚS, por el Inmaculado Corazón de María, Te ofrezco mis oraciones, trabajos, alegrías y sufrimientos de este día por todas las intenciones de Tu Sagrado Corazón, en unión con el Santo Sacrificio de la Misa en todo el mundo, en reparación por mis pecados, por las intenciones de todos nuestros Asociados y en particular por la intención del Apostolado de la Oración.

    Acto de Fe

    Oh MI Dios, creo firmemente que Tú eres un solo Dios en Tres Divinas Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creo que Tu Divino Hijo se hizo hombre y murió por nuestros pecados, y que vendrá a juzgar a vivos y muertos. Creo éstas y todas las verdades que enseña la Santa Iglesia Católica, porque Tú las has revelado, que no puedes engañar ni ser engañado.

    Acto de esperanza

    Oh Dios mío, confiando en tu omnipotente poder y en tu infinita misericordia y promesas, espero obtener el perdón de mis pecados, el auxilio de tu gracia y la vida eterna, por los méritos de Jesucristo, mi Señor y Redentor.

    Acto de Caridad

    Oh Dios mío, Te amo sobre todas las cosas, con todo mi corazón y toda mi alma, porque Tú eres todo bueno y digno de todo amor. Amo a mi prójimo como a mí mismo por amor a Ti. Perdono a todos los que me han herido y pido perdón a todos los que yo he herido.

    Oraciones para el día siguiente

    Gracia en las comidas

    Antes:

    Bendícenos, Señor, y bendice estos dones que vamos a recibir de tu generosidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

    Después:

    Te damos gracias, Dios todopoderoso, por todas tus misericordias. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

    Acto de Comunión Espiritual

    Jesús mío, creo que Tú estás presente en el Santísimo Sacramento. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que en este momento no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Te abrazo como si ya estuvieras allí y me uno totalmente a Ti. No permitas nunca que me separe de Ti. Amén.

    Oraciones de Consagración al Corazón Inmaculado de María

    Reina mía, Madre mía

    ¡Reina mía, Madre mía! Me entrego enteramente a ti, y para mostrarte mi devoción te consagro hoy, mis ojos, mis oídos, mi boca, mi corazón todo mi ser sin reservas. Por tanto, buena Madre, ya que soy tuyo, guárdame y defiéndeme como tu propiedad y posesión. Amén.

    Oh (Santa) María, por tu Inmaculada Concepción, purifica mi cuerpo y santifica mi alma.

    Oración a San José

    Bendito José, esposo de María, acompáñanos en este día. Protegiste y amaste a la Virgen; amando al Niño Jesús como a tu hijo, lo rescataste del peligro de muerte. Defiende a la Iglesia, la Casa de Dios, adquirida por la Sangre de Cristo.

    Guardián de la Sagrada Familia, acompáñanos en nuestras pruebas. Que tus oraciones nos obtengan la fuerza para huir del error y luchar contra los poderes de la corrupción, para que en la vida crezcamos en santidad y en la muerte nos regocijemos con la corona de la victoria. Amén.

    .........................................................................................................................................

    ORACIIONES BIZANTINAS

    ORACIONES INICIALES

    En el Nombre del Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo.

    Gloria a Ti, oh Dios; gloria a Ti.

    Oh Rey Celestial, Consolador, Espíritu de Verdad, Tú estás presente en todas partes y llenas todas las cosas. Tesoro de bendiciones y dador de vida, ven y habita en nosotros, límpianos de toda mancha y salva nuestras almas, oh bondadoso Señor.

    Santo Dios, + Santo y Poderoso, Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros. (3 veces)

    Gloria al Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

    Oh Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros; Oh Señor, límpianos de nuestros pecados; Oh Maestro, perdona nuestras transgresiones; Oh Santo, ven a nosotros y cura nuestras dolencias por amor de Tu Nombre.

    Señor, ten piedad. (3 veces)

    Gloria al Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

    Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal.

    Porque Tuyo es el reino y el poder y la gloria, Padre, + Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y, por los siglos de los siglos. Amén.

    ORACIONES DE LA MAÑANA

    Despertando del sueño, te adoro, oh Dios bendito; y te ofrezco el Himno Angélico, oh poderoso Señor: ¡Santo, santo, santo eres Tú, oh Dios! Por intercesión de Tus Huestes celestiales, ten piedad de mí.

    Gloria al Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo:

    Oh Señor, Tú me has levantado de mi lecho y del sueño; ahora ilumina mi mente, abre mi corazón y mis labios para que pueda cantarte, oh Santísima Trinidad: Santo, Santo, Santo eres Tú, oh Dios. Por las oraciones de todos Tus Santos, ten piedad de mí.

    Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

    El Juez vendrá de repente, y los hechos de todos saldrán a la luz. Temeroso, grito al amanecer: ¡Santo, santo, santo eres Tú, oh Dios! Por las oraciones de la Madre de Dios, ten piedad de mí.Señor, ten piedad. (12 veces)

    Te doy gracias, Santísima Trinidad. Por Tu gran bondad y Tu infinita paciencia, no te enojaste conmigo, un ser perezoso y pecador; ni me destruiste a causa de mis transgresiones. Pero, como siempre, Tú has mostrado Tu amor por nosotros; y me has levantado cuando yacía desesperado, para que pudiera recitar estas oraciones y cantar las alabanzas de Tu poder. Ilumina los ojos de mi entendimiento, para que pueda meditar en Tus Palabras, comprender Tus Mandamientos y cumplir Tu Voluntad. Abre mi boca para que pueda cantarte en sincera alabanza; y para que pueda proclamar Tu Santísimo Nombre, Padre, + Hijo, y Espíritu Santo, ahora y siempre y, por los siglos de los siglos. Amén.

    Venid, adoremos al Rey, nuestro Dios.

    Venid, adoremos a Cristo, Rey y Dios nuestro.

    Venid, adoremos y postrémonos ante el único Señor Jesucristo, el Rey y nuestro Dios.

    Se recita ahora el Salmo del Arrepentimiento (Salmo 50) u otro salmo apropiado.

    SALMO 50:

    Oh Dios, ten piedad de mí en la grandeza de tu amor; en la abundancia de tus entrañables misericordias borra mi ofensa. Lávame a fondo de malicia y límpiame de pecado; porque soy muy consciente de mi malicia, y mis pecados están siempre delante de mí. Sólo a Ti he ofendido, he hecho lo que es malo a Tus ojos; por tanto, Tú eres justo en Tus obras y triunfante en Tu juicio. He aquí, yo nací en iniquidades, y en pecados me concibió mi madre. Pero Tú eres el Amante de la Verdad; Tú me has mostrado las profundidades y los secretos de Tu sabiduría. Lávame con hisopo, y seré puro; purifícame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír sonidos de alegría y de fiesta; se alegrarán los huesos que estaban afligidos. Aparta Tu rostro de mis ofensas, y limpia todos mis pecados. Crea en mí, oh Dios, un corazón sin mancha; renueva un espíritu firme en mi pecho. No me alejes de Tu rostro; no quites de mí Tu bendito Espíritu. Devuélveme el gozo de Tu salvación, y que habite en mí Tu Espíritu guiador. Enseñaré Tus caminos a los pecadores, y los impíos volverán a Ti. Líbrame de la culpa de sangre, oh Dios, mi Dios salvador, y mi lengua cantará alegremente Tu justicia. Oh Señor, Tú abrirás mis labios, y mi boca declarará Tu alabanza. Si Tú hubieras deseado sacrificio, yo lo habría ofrecido, pero Tú no estarás satisfecho con ofrendas quemadas enteras. El sacrificio para Dios es un espíritu contrito; un corazón aplastado y humillado Dios no despreciará. En tu bondad, Señor, sé generoso con Sión; que se restauren los muros de Jerusalén. Entonces te deleitarás en la oblación justa, en el sacrificio y en las ofrendas quemadas. Entonces ofrecerán terneros sobre Tu altar.

    CREDO DE NICENA:

    Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, unigénito, nacido del Padre antes de todos los siglos. Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; de una misma sustancia con el Padre, por Quien todo fue hecho. Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo, se encarnó del Espíritu Santo y de María la Virgen, y se hizo hombre. También fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato, padeció y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Y vendrá otra vez con gloria, para juzgar a vivos y muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre; que junto con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado; que habló por los profetas. En la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Profeso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo venidero. Amén.

    ORACIÓN DE PENITENCIA:

    Remite, perdona y perdona, oh Dios, nuestros pecados cometidos voluntaria e involuntariamente, de palabra y de obra, a sabiendas y por ignorancia, de pensamiento y de propósito, de día y de noche. Perdona todos ellos, porque Tú eres misericordioso y nos amas a todos.

    SALUDO ANGELICAL:

    Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, porque has dado a luz a Cristo, Salvador y Libertador de nuestras almas.

    ORACIONES DE INTERCESIÓN:

    Acudimos a tu patrocinio, oh Virgen Madre de Dios. No desprecies nuestras oraciones en nuestras necesidades, sino que tú que eres la única pura y bendita, líbranos de todo peligro.

    Oh gloriosísima siempre Virgen María, Madre de Cristo nuestro Dios, acoge nuestras oraciones y ofrécelas a tu Hijo, nuestro Dios, para que Él, por ti, ilumine y salve nuestras almas.

    ORACIONES A LOS ÁNGELES Y A LOS SANTOS:

    Todas las potencias celestiales, santos Ángeles y Arcángeles, rogad a Dios por nosotros pecadores.

    Santos y gloriosos Apóstoles, Profetas, Mártires y Santos, rogad a Dios por nosotros pecadores.

    ORACIÓN DEL PUBLICANO:

    Oh Dios, + ten misericordia de mí, pecador.

    Oh Dios, + límpiame de mis pecados y ten piedad de mí.

    Oh Señor, + perdóname, porque he pecado sin número.

    ORACIONES VESPERTINAS

    Lleva las oraciones iniciales hasta Porque tuyo es el reino... Amén.

    Ten piedad de nosotros, oh Dios, ten piedad de nosotros. Puesto que no tenemos defensa, nosotros pecadores te ofrecemos esta súplica a Ti, nuestro Maestro; ten piedad de nosotros.

    Gloria al Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo:

    Señor, ten piedad de nosotros, porque en Ti ponemos nuestra esperanza. No te ensañes con nosotros, ni te acuerdes de nuestras transgresiones, sino míranos ahora con misericordia y líbranos de nuestros enemigos. Porque Tú eres nuestro Dios, y nosotros somos Tu pueblo; todos somos obra de Tus Manos, e invocamos Tu Nombre.

    Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

    Ábrenos las puertas de la misericordia, oh bendita Madre de Dios, para que nosotros, que ponemos nuestra confianza en ti, no perezcamos, sino que por ti seamos librados de la desgracia. Porque tú eres la salvación de todos los cristianos.

    Señor, ten piedad. (12 veces)

    Oh Dios eterno y soberano de toda la creación, Tú me has permitido llegar hasta esta hora. Perdona los pecados que he cometido hoy de palabra, obra o pensamiento. Purifícame de toda mancha espiritual y física. Concédeme levantarme de este sueño para glorificarte con mis obras durante el resto de mi vida, y que sea victorioso sobre todo enemigo espiritual y físico que luche contra mí. Líbrame, Señor, de todos los pensamientos vanos y malos deseos. Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, Padre, + Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

    Oh Madre amorosa de nuestro clementísimo Rey, oh Virgen María pura y bendita, derrama en mi alma inquieta la gracia de tu Hijo, nuestro Dios. Condúceme por tus oraciones a obras saludables, para que pueda pasar el resto de mi vida sin falta, y alcanzar el paraíso a través de ti, oh Virgen Madre de Dios. Porque tú eres pura y bendita por siempre.

    Oh Ángel de la Guarda, protector de mi alma y de mi cuerpo, a tus cuidados he sido confiado por Cristo. Obtén para mí el perdón de los pecados cometidos por mí en este día. Ruega por mí, tu siervo pecador e indigno, para que me haga digno de la gracia y de la misericordia de la Santísima Trinidad y de la Madre de nuestro Señor Dios, Jesucristo. Amén.

    Somos tuyos, oh Madre de Dios. Ya que nos has librado de toda tribulación, te damos gracias dedicándote nuestros cantos de victoria, oh Campeón salvador. Con tu poder invencible, líbranos de todos los peligros para que podamos exclamarte: ¡Salve, llena eres de gracia!

    Oh gloriosísima y siempre Virgen Madre de Cristo nuestro Dios, ofrece nuestras oraciones a tu Hijo y Dios nuestro, para que por ti, oh Madre de Dios, Él salve nuestras almas. En ti, Madre de Dios, pongo toda mi esperanza. No te alejes de mí, pecador, porque necesito tu ayuda e intercesión. Ten piedad de mí, porque mi alma espera en ti.

    ¡El Padre + es mi esperanza! ¡El Hijo + es mi refugio! ¡Y el Espíritu Santo + es mi protección! Oh Santísima Trinidad +, ¡gloria a Ti!

    Es verdaderamente propio glorificarte a ti, que has engendrado a Dios; la siempre bendita, inmaculada y Madre de nuestro Dios. Más honorable que los Querubines, y sin comparación, más gloriosa que los Serafines; que, virgen, diste a luz a Dios, el Verbo. A ti, verdadera Madre de Dios, te glorificamos.

    HIMNO DE LA TARDE

    ¡Oh Luz gozosa! Luz y Santa Gloria del Padre inmortal; el celestial, el santo, el bendito, oh Jesucristo. Ahora que hemos llegado a la puesta del sol, y vemos la luz del atardecer, cantamos a Dios, Padre, + Hijo y Espíritu Santo. Conviene en todo momento elevar un canto de alabanza en melodía mesurada a Ti, oh Hijo de Dios, el Dador de la Vida. He aquí que el universo canta Tu gloria

    Oración a la Virgen

    Virgen inmaculada, sin mancha, incorruptible, inmaculada, pura, Señora Esposa de Dios, que con tu admirable alumbramiento uniste a Dios Verbo con los hombres y vinculaste la naturaleza caída de nuestro género humano con la celestial; única esperanza de los desesperados y auxilio de los perseguidos; pronto apoyo de los que en ti se refugian y amparo de todos los cristianos: no me desprecies a mí, miserable pecador que me he contaminado con pensamientos, palabras y obras vergonzosas, y por negligencia de pensamiento me he hecho esclavo de los placeres de la vida.

    Pero como Madre de nuestro compasivo Dios, y amiga del hombre, ten compasión de mí, pecador y pródigo, y acepta esta oración de mis labios impuros; y usando tu posición maternal, ruega a tu Hijo y nuestro Maestro y Señor que me abra las profundidades de su amorosa bondad y, pasando por alto mis innumerables faltas, me devuelva al arrepentimiento y me haga digno siervo de sus mandamientos.

    Quédate a mi lado para siempre; en esta vida como protectora y auxiliadora misericordiosa y compasiva y buena y amorosamente cálida, rechazando los asaltos del adversario y conduciéndome hacia la salvación; y en el momento de mi muerte, abrazando mi alma miserable y alejando de ella los oscuros pasos de los demonios malignos; y en el día imponente del juicio redimiéndome del infierno eterno y proclamándome heredero de la gloria inefable de tu Hijo y Dios nuestro.

    Que goce de tal suerte, Señora mía, santísima Theotokos, por tu intercesión y protección; por la gracia y el amor a los hombres de tu Hijo unigénito, nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo. A quien pertenecen toda la gloria, el honor y la adoración, junto con su Padre sin principio, y el Espíritu todo santo y bueno y dador de vida, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

    Oración a Nuestro Señor Jesucristo

    Y concédenos, Maestro, al irnos a dormir, el descanso del cuerpo y del alma, y presérvanos del somnoliento sueño del pecado y de todo placer oscuro y nocturno. Detén los impulsos de la pasión; apaga las flechas ardientes del Maligno que insidiosamente vuelan en nuestra dirección; suprime las rebeliones de nuestra carne, y calma todos nuestros pensamientos terrenales y materiales. Y concédenos, oh Dios, mente alerta, pensamiento prudente, corazón sobrio, sueño ligero libre de toda fantasía satánica. Despiértanos a la hora de la oración arraigados en tus mandamientos y teniendo intacto en nosotros el recuerdo de tus ordenanzas. Concédenos cantar tu gloria durante la noche alabando, bendiciendo y glorificando tu nombre honorabilísimo y majestuoso, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

    Oración final

    Señor, perdona a los que nos odian y a los que nos agravian; haz el bien a los que hacen el bien; a nuestros hermanos y parientes, concédeles sus peticiones de salvación y vida eterna; visita a los enfermos y concédeles la curación; gobierna a los que están en el mar; acompaña a los viajeros; a los que nos sirven y a los que nos ayudan concédeles la remisión de los pecados; perdona a los que nos han pedido que recemos por ellos y ten piedad de ellos según tu gran misericordia.

    Acuérdate, Señor, de todos nuestros padres y hermanos que partieron de esta vida y hazlos descansar donde brilla la luz de Tu rostro. Acuérdate, Señor, de nuestros hermanos, los cautivos, y líbralos de toda tribulación. Acuérdate, Señor, de los que trabajan y dan fruto en tus santas Iglesias, y concédeles todas las peticiones de salvación y vida eterna. Acuérdate también de nosotros, Señor, tus humildes y pecadores siervos e ilumina nuestra mente con la luz de tu conocimiento y guíanos por el camino de tus mandamientos; por las intercesiones de tu sacratísima Madre, nuestra Señora Theotokos y siempre virgen María, y de todos tus santos; porque eres bendito por los siglos de los siglos. Amén.

    Contents

    1.Domingo de Pascua

    2.Lunes de Semana Santa

    3.Martes Santo

    4.Miércoles Santo

    5.Jueves Santo

    6.Viernes de Semana Santa

    7.Sábado de Pascua

    8.Domingo bajo

    9.Lunes después del domingo bajo

    10.Martes después del domingo bajo

    11.Miércoles después del domingo bajo

    12.Jueves después del domingo bajo

    13.Viernes después del domingo bajo

    14.Sábado después del domingo bajo

    15.Segundo domingo después de Pascua

    16.Lunes - Tercera semana después de Pascua

    17.Martes - Segunda semana después de Pascua

    18.Miércoles - Segunda semana después de Pascua

    19.Jueves - Tercera semana después de Pascua

    20.Viernes - Tercera semana después de Pascua

    21.Sábado - Tercera semana después de Pascua

    22.Tercer domingo después de Pascua

    23.Lunes - Cuarta semana después de Pascua

    24.Martes - Cuarta semana después de Pascua

    25.Miércoles - Cuarta semana después de Pascua

    26.Jueves - Cuarta semana después de Pascua

    27.Viernes - Cuarta semana después de Pascua

    28.Sábado - Cuarta semana después de Pascua

    29.Cuarto domingo después de Pascua

    30.Lunes - Quinta semana después de Pascua

    31.Martes - Quinta semana después de Pascua

    32.Miércoles - Quinta semana después de Pascua

    33.Jueves - Quinta semana después de Pascua

    34.Viernes - Quinta semana después de Pascua

    35.Sábado - Quinta semana después de Pascua

    36.Quinto domingo después de Pascua

    37.Los días de la Rogación - Lunes

    38.Los días de la Rogación - Martes

    39.Días de Rogación - Miércoles

    40.Fiesta de la Ascensión

    41.Viernes después de la Ascensión

    42.Sábado después de la Ascensión

    43.Domingo de la Octava de la Ascensión

    44.Lunes de la Octava de la Ascensión

    45.Martes dentro de la Octava de la Ascensión

    46.Miércoles de la Octava de la Ascensión

    47.Jueves de la Octava de la Ascensión

    48.Viernes de la Octava de la Ascensión

    49.Sábado - Vigilia de Pentecostés

    Domingo de Pascua

    Meditación matutina

    LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO.

    Alegrémonos de ver en su gloria resucitada a nuestro Salvador, a nuestro Padre, al mejor Amigo que tenemos. Alegrémonos también por nosotros mismos, porque la Resurrección de Jesucristo es para nosotros prenda segura de nuestra propia resurrección y de la gloria que esperamos tener un día en el Cielo en nuestra alma y en nuestro cuerpo.

    I.

    Jesús vino al mundo no sólo para redimirnos, sino para enseñarnos con su ejemplo todas las virtudes, y especialmente la humildad, y la santa pobreza, que está inseparablemente unida a la humildad. Para esto eligió nacer en una cueva; vivir como un pobre en un taller durante treinta años; y al fin morir, pobre y desnudo, en una Cruz, viendo repartidas sus vestiduras entre los soldados antes de expirar; mientras que, después de su muerte, recibe como limosna de otros la sábana para su sepultura.

    Consuélense los pobres al ver que Jesucristo, Rey del cielo y de la tierra, vive y muere así en la pobreza para enriquecernos con sus méritos y dones. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por vosotros, para que por su pobreza fueseis enriquecidos (2 Corintios viii. 9). Por eso los santos, para asemejarse a Jesús en su pobreza, despreciaron todas las riquezas y honores terrenales, para ir un día a gozar con Jesucristo de las riquezas y honores preparados por Dios en el cielo para los que le aman. Y hablando de estas bendiciones dice el Apóstol San Pablo que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha llegado al corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Corintios 9).

    Oh Jesús mío, te suplico por tu Resurrección, hazme resucitar glorioso contigo en el último día, para estar siempre unido a Ti en el Cielo, para alabarte y amarte eternamente.

    II.

    Jesucristo, pues, resucitó de entre los muertos con la gloria de poseer todo el poder en el Cielo y en la tierra, no sólo como Dios, sino como Hombre. Todos los ángeles y todos los hombres están, pues, sometidos a Él. Alegrémonos de ver así en la gloria a nuestro Salvador, a nuestro Padre y al mejor Amigo que poseemos.

    Y alegrémonos por nosotros mismos, porque la Resurrección de Jesucristo es para nosotros prenda segura de nuestra propia Resurrección, y de la gloria que podemos esperar tener un día en el Cielo en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Esta esperanza dio valor a los Mártires para sufrir con alegría Todos los males de la vida, y los más crueles tormentos de los tiranos. Debemos estar seguros, sin embargo, de que nadie se alegrará con Jesucristo sino quien esté dispuesto a sufrir en este mundo con Él; ni obtendrá la corona quien no luche como debe luchar. El que lucha por el dominio no es coronado si no lucha legítimamente. (2 Timoteo ii. 5). Al mismo tiempo, estemos seguros por lo que dice el mismo Apóstol: que todos los sufrimientos de esta vida son cortos y ligeros en comparación con las alegrías ilimitadas y eternas que esperamos disfrutar en el Paraíso. (2 Corintios iv. 17). Esforcémonos más por continuar en la gracia de Dios, y oremos continuamente por la perseverancia en la amistad de Dios. Sin la oración continua no obtendremos la perseverancia, y sin la perseverancia no nos salvaremos.

    Oh dulce Jesús, digno de todo amor, ¡cómo has amado tanto a los hombres que, para mostrar tu amor, no rehusaste morir herido y deshonrado en un madero infame! Oh Dios mío, ¿cómo es que hay tan pocos entre los hombres que Te amen con todo su corazón? Oh mi querido Redentor, yo quisiera ser uno de esos pocos. Miserable soy por haber olvidado Tu amor en el pasado y haber renunciado a Tu gracia por placeres miserables. Conozco el mal que he hecho. Lo lamento con todo mi corazón y quisiera morir de pena. Oh mi amado Redentor, ahora Te amo más que a mí mismo y estoy dispuesto a morir mil veces antes que perder Tu amistad. Jesús, te doy gracias por la luz que me has dado. Oh Jesús, Esperanza mía, no me dejes en mis manos. Ayúdame hasta la muerte.

    Oh María, Madre de Dios, ruega a Jesús por mí.

    Lectura espiritual

    EL CIELO QUE DIOS NOS HA GANADO

    La dicha del Cielo consiste en ver y amar a Dios cara a cara. Todo lo que esperamos, dice San Agustín, se expresa en una palabra de una sílaba, a saber, Dios. La recompensa que Dios nos promete no consiste del todo en la belleza, la armonía y demás ventajas de la ciudad del Paraíso. Dios mismo, a quien se permite contemplar a los santos, es, según las promesas hechas a Abraham, la principal recompensa de los justos en el Cielo. Yo soy tu recompensa sobremanera grande. (Génesis xv. 1). San Agustín afirma que si Dios mostrara su rostro a los condenados, el infierno se transformaría instantáneamente en un paraíso de delicias. Y añade que si a un alma difunta se le permitiera elegir entre ver a Dios y sufrir las penas del infierno, o ser liberada de estas penas y privada de la vista de Dios, preferiría ver a Dios y soportar esos tormentos.

    Las delicias del alma superan infinitamente todos los placeres de los sentidos. Incluso en esta vida, el amor divino infunde tal dulzura en el alma cuando Dios se comunica a ella, que el cuerpo se levanta de la tierra. San Pedro de Alcántara cayó una vez en tal éxtasis de amor que, asiéndose de un árbol, lo arrancó de raíz y lo elevó con él a lo alto. Tan grande es la dulzura del amor divino, que los santos mártires, en medio de sus tormentos, no sentían dolor, sino que, por el contrario, estaban llenos de alegría. Por eso dice San Agustín que cuando San Lorenzo fue puesto sobre una parrilla al rojo vivo, el fervor del amor divino le hizo insensible al ardiente calor del fuego. Incluso a los pecadores que lloran sus pecados, Dios les concede consuelos que superan todos los placeres terrenales. De ahí que San Bernardo diga: Si es tan dulce llorar por Ti, ¡qué ha de ser gozar en Ti!.

    ¡Cuán grande es la dulzura que experimenta un alma cuando, en el momento de la oración, Dios, por un rayo de su propia luz, le revela su bondad y sus misericordias para con ella, y particularmente el amor que Jesucristo le ha tenido en su Pasión! Siente que su corazón se derrite y, por decirlo así, se disuelve por el amor. Pero en esta vida no vemos a Dios tal como es en realidad: lo vemos, por así decirlo, en la oscuridad. Ahora vemos a través de un cristal de manera oscura, pero luego cara a cara. (1 Corintios xiii. 12). Aquí abajo Dios está oculto a nuestra vista; sólo podemos verle con los ojos de la Fe. ¡Cuán grande será nuestra felicidad cuando se levante el velo y se nos permita contemplar a Dios cara a cara! Entonces veremos su belleza, su grandeza, su perfección, su amabilidad y su inmenso amor por nuestras almas.

    El hombre no sabe si es digno de amor o de odio. (Eclesiástico ix. 1). El temor de no amar a Dios y de no ser amada por El, es la mayor aflicción que soportan en la tierra las almas que aman a Dios; pero en el Cielo el alma tiene la certeza de que ama a Dios y de que El la ama; y ve que el Señor la abraza con amor infinito, y que este amor no se disolverá por toda la eternidad. El conocimiento del amor que Jesucristo le ha demostrado ofreciéndose en sacrificio por ella en la Cruz, y haciéndose su Alimento en el Sacramento del Altar, aumentará el ardor de su amor. También verá claramente todas las gracias que Dios le ha concedido, todas las ayudas que le ha dado, para preservarla de caer en el pecado y atraerla a su amor.

    Verá que todas las tribulaciones, la pobreza, las enfermedades y persecuciones que considera como desgracias, han procedido del amor, y han sido los medios empleados por la Divina Providencia para llevarla a la gloria. Verá todas las luces, las llamadas amorosas y las misericordias que Dios le había concedido después de haberle insultado con sus pecados. Desde la montaña bendita del Paraíso, verá tantas almas condenadas por menos pecados de los que ella había cometido y verá que está salvada y asegurada contra la posibilidad de perder jamás a Dios. Con razón, pues, ha dicho San Agustín que para ganar la bienaventuranza eterna y la paz del Paraíso, debemos abrazar el trabajo eterno.

    Meditación vespertina

    TU TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN ALEGRÍA.

    I.

    ¡Oh, dichosos nosotros, si sufrimos con paciencia en la tierra los sinsabores de esta vida presente! La angustia de las circunstancias, los temores, las dolencias corporales, las persecuciones y las cruces de toda clase llegarán un día a su fin; y si nos salvamos, todas ellas se convertirán para nosotros en motivo de gozo y gloria en el Paraíso: Vuestro dolor, dice el Salvador para animarnos, se convertirá en gozo. (Juan xvi. 20). Tan grandes son las delicias del Paraíso que no pueden ser explicadas ni comprendidas por nosotros los mortales: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. (1 Corintios ii 9). Bellezas semejantes a las bellezas del Paraíso, ojo nunca vio; armonías semejantes a las armonías del Paraíso, oído nunca oyó; ni jamás corazón humano alcanzó a comprender las alegrías que Dios ha preparado para los que le aman. Hermosa es la vista de un paisaje adornado con colinas, llanuras, bosques y vistas al mar. Hermosa es la vista de un jardín en el que abundan los frutos, las flores y las fuentes. Oh, ¡cuánto más hermoso es el Paraíso!

    Para comprender cuán grandes son las alegrías del Paraíso, basta saber que en ese reino bendito reside un Dios omnipotente, cuyo cuidado es hacer felices a sus amadas almas. San Bernardo dice que el Paraíso es un

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