Caleidoscopio histórico: Datos biográficos de algunos personajes omitidos en la historia de México
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Caleidoscopio histórico - María del Carmen Reyna
Caleidoscopio histórico
Datos biográficos de algunos personajes omitidos en la historia de México
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Colección Historia
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serie enlace
Caleidoscopio histórico
Datos biográficos de algunos personajes omitidos en la historia de México
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María del Carmen Reyna
Jean-Paul Krammer
SECRETARÍA DE CULTURA
INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
Reyna, María del Carmen
Caleidoscopio histórico : datos biográficos de algunos personajes omitidos en la historia de México / María del Carmen Reyna, Jean-Paul Krammer. – México : Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2023.
974 KB. ; ilus. – (Colección Historia. Serie Enlace).
ISBN: 978-607-539-939-3
1. México – Historia. 2. México - Biografía. I. Krammer, Jean-Paul, coaut. II. Instituto Nacional de Antropología e Historia (México). III. Colección Historia. (Instituto Nacional de Antropología e Historia, México). Serie Enlace.
F1205 / R49 / 2023
Primera edición electrónica: 2023
Primera edición impresa: 2018
Producción:
Secretaría de Cultura
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Imagen de la portada: María del Carmen Reyna
D. R. © 2023, de la presente edición
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Córdoba 45, Col. Roma, C. P. 06700, Ciudad de México
Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad
del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,
la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización
por escrito de la Secretaría de Cultura/Instituto
Nacional de Antropología e Historia
ISBN: 978-607-539-939-3
Hecho en México.
SCINAH21negroÍndice
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Presentación
Cristóbal de la Cruz, prisionero de su religión
Luis Pava y Estrada, cirujano viajero
La expedición de Balmis, aventura y filantropía
El sueño minero de Burr y Kappleyé en Taxco
Ignacio Cumplido, voz de la conciencia en el siglo xix
La Casa Bouret en México
Carlos Reygadas, revolucionario anónimo
Anexo
Consideraciones finales
Presentación
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La historia no recuerda todos los nombres ni evoca a todos sus personajes; su memoria es selectiva y pocos tienen el privilegio de alojarse permanentemente en sus páginas. Hay quienes consiguen el anhelado ingreso gracias a sus ideas o por sus obras, y quienes lo hacen por sus ruines procederes. Basta recordar la anécdota de la construcción del templo de la diosa Artemisa en Éfeso: demoró 120 años, fue una de las maravillas del orbe y en una sola noche, en el 356 a.C., fue reducido a cenizas. Nadie supo quiénes lo habían creado, pero sí el nombre del destructor, quien quiso pasar a la historia y lo logró: Eróstrato.
Unas veces generosa e incluyente, y otras tacaña y excluyente, la historia tiende a recoger un poco de todo. Al final, lo importante es el juicio histórico y el veredicto que hace del personaje en cuestión. Si éste fue bueno o malo importa tanto como si las acciones del personaje fueron auténticas o ficticias, aunque al final ocurre que muchos que pensaban merecer un sitio no sólo quedaron fuera sino totalmente confinados al basurero de la historia. Este libro está dedicado a ellos, a esos personajes oscuros y pequeños —pero auténticos— cuyas vidas expresan sin ambages las verdades contradictorias —pero irrefutables— con las que está amasada la condición humana.
Es verdad que hacen falta muchas biografías para tener una idea cabal de los momentos históricos mexicanos; sin embargo, podemos asegurar que nuestra selección, de inicio arbitraria, ofrece variedad y riqueza tanto por la originalidad de las vidas como por las experiencias y situaciones a las que se enfrentaron, y convirtió los hallazgos biográficos en entrañables incursiones. De ahí que este trabajo se haya titulado Caleidoscopio histórico. Para quien quiera ver, ahí están las penalidades del esclavo moro Cristóbal de la Cruz, las travesías del doctor Luis de Pava, las aventuras y desventuras de los miembros de la expedición de la viruela comandada por el doctor Balmis, los estériles esfuerzos de un grupo de empresarios estadounidenses por encontrar plata en Taxco, las inquietudes culturales y políticas de Ignacio Cumplido, el mundo literario de la viuda de Charles Bouret y, por último, las incursiones revolucionarias del capitán Carlos Reygadas, personajes que, al traspasar sus umbrales y mirarlos con detenimiento, se tornan entrañables, y en esa recomposición materializan los diferentes estados de ánimo de la sociedad mexicana. Esta información bien puede coexistir de una forma independiente y soberana con la historia: sus datos biográficos revelan la intolerancia religiosa que caracterizó la vida en España y por ende en la Nueva España, el inicio del ocaso del Imperio español, los avances científicos europeos de principios del siglo xix, la situación económica de los primeros años de vida independiente, el resurgimiento de la vida letrada y cultural, o los vínculos entre milicia y clase política a lo largo de la Revolución.
Estas existencias, que podrían confundirse con un galimatías, están unidas y conciliadas tanto por el telón de la geografía mexicana como por la penumbra de la historia. Es posible reconocer en ellas diferentes experiencias de lo humano, identificarnos a pesar de los siglos y las diferencias étnicas, raciales y culturales que nos separan y sentir una afinidad que más allá de la especie nos ubica en un mismo linaje espiritual; salvo la literatura, nada contribuye a renovar ese sentimiento que nos vincula con la colectividad humana como la historia.
Ninguno de estos personajes resulta ejemplar; la discreción que caracterizó sus vidas los situó casi en el anonimato y difícilmente se les podría catalogar de rutilantes, pero mediante esta breve revisión logramos entrever tres siglos de historia mexicana. La ausencia de huellas profundas dificulta la reconstrucción, pero no impide sacarlos de la sepultura del olvido para exponerlos a la luz de la razón y conocer sus comportamientos, decisiones y desenlaces. Son vidas con grandezas y miserias que no sólo habitarán en nuestra memoria, sino que pasarán a formar parte de las verdades históricas indispensables e insustituibles para saber lo que fuimos, lo que quisimos y no pudimos ser, y en lo que podríamos convertirnos.
Queda decir que este caleidoscopio se nutrió de diferentes colecciones del Archivo General de la Nación y del Archivo General de Notarías, citados en el lugar correspondiente y abreviados con siglas a lo largo de ciertos capítulos.
Cristóbal de la Cruz,
prisionero de su religión
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Introducción
El islam se estableció en España de la mano de los moros que vencieron a los visigodos cristianos y conquistaron la península ibérica. Durante ocho siglos conservaron los territorios conquistados hasta que los descendientes de aquellos caudillos fueron derrotados por los monarcas católicos Fernando e Isabel. Ante el golpe final, una parte de la sociedad mora emprendió la retirada, abandonó Europa y buscó refugio en el norte de África y el Medio Oriente. La otra parte, resignada a lo inevitable, permaneció en España, manteniendo latente una herencia cultural que por lo menos hasta el día de hoy se ha caracterizado por su vitalidad.
Las páginas que siguen no tienen por tema el estudio de esa herencia; se limitan a mostrar algunos de los episodios de la trágica biografía de Cristóbal de la Cruz, un moro¹ nacido en Argelia, cuya vida —transcurrida entre España y la Nueva España— sería imposible de entender sin la influencia que ejercieron en la península ibérica dos de las religiones más importantes en el orbe: el islam y el catolicismo.
Durante los primeros años de su juventud, Cristóbal trabajó como paje en un barco bereber que tuvo la mala fortuna de ser capturado por una nave española. Junto con el resto de la tripulación, Cristóbal fue esclavizado y posteriormente vendido en uno de los muchos enclaves comerciales de esa encrucijada cultural y geográfica que es el mar Mediterráneo. Fermentada por el odio, el abandono, la impotencia y el rencor, la vida del esclavo Cristóbal sufrió una serie de cambios tan profundos que no sólo destruyeron su identidad original, sino que, también lo obligaron a desarrollar una personalidad irreductible que le permitió convivir con la serie de situaciones adversas que caracterizaron su existencia. Es verdad que los fragmentos de su vida aquí reunidos bien pueden confundirse con una ficción; sin embargo, eso sería un error, ya que nadie podrá negar que también constituyen una biografía, un mural con tintes sociales, políticos y religiosos, un reportaje y un documento histórico.
Pese a ser un individuo marginal y estar mejor definido por sus creencias que por sus ideas, la reconstrucción de su vida nos abre una ventana desde la cual podemos ser testigos tanto de la posición de los individuos más oprimidos, miserables y desarraigados en las sociedades hispana y novohispana, como de la postura de una Iglesia a la defensiva que se vio obligada a recurrir a las infamias más atroces para conservar su poder. Sobre la Inquisición se ha debatido bastante; por tal motivo, no es objetivo de este trabajo sumarse al numeroso contingente de textos relacionados, sino llamar la atención del lector sobre el caso de Cristóbal, no sólo uno de los pocos ejemplos de mahometanos registrados entre la sociedad novohispana, sino también uno de los más completos y detallados.²
A diferencia de España, en la Nueva España los moros no fueron relevantes bajo ningún aspecto. Escondidos y diluidos entre la gran mayoría católica, conformaban un microscópico grupo sumamente difícil de detectar que siempre se ubicó entre las posiciones más miserables de aquella sociedad. Tenían prohibido el paso a las Indias³ y los pocos que lograban pisar tierra americana lo hacían en condición de sirvientes, llamados esclavos blancos,⁴ lo que dificultaba si no es que imposibilitaba su inclusión en otras esferas sociales. Contrario a lo que se pudiera pensar, es esa calidad suya, de gente vulgar y sencilla, lo que resulta interesante, pues permite entrever que, pese a su insignificancia, supusieron un problema en la convivencia social.
Esa condición no era otra cosa que una consecuencia lógica de la Reconquista de España. Dicho acto bélico, que ocurrió en 1492 y culminó con la toma de Granada, mermó ostensiblemente el poder que durante ocho siglos habían mantenido los moros en la península ibérica, al tiempo que tornó incómoda su presencia en el mosaico racial y cultural ibérico. La prominencia de la que alguna vez gozaron comenzó a extinguirse, lo que, aunado a su fama de codiciosos y acaparadores de riquezas, terminó por arrojarlos a los bajos fondos de la sociedad española.
El acoso al que fue sometido este grupo racial continuó con el emperador Carlos V, quien, ante la creciente migración de católicos a las tierras recién descubiertas, decidió prescribir que todos los musulmanes debían abrazar la fe cristiana, hablar castellano y modificar sus hábitos religiosos. A cambio, el gobierno español, haciendo gala de un carácter incluyente, les prometía entre muchas otras cosas que el temible Tribunal de la Santa Inquisición se mantendría alejado de su vida privada.⁵ En un principio, esas medidas de acoso languidecieron, y cuando parecía que iban a caer en el olvido, en 1566 fueron revividas por el gobierno de Felipe II, quien nuevamente intentó privar de ojos, oídos, alma y memoria a los moriscos, al prohibirles expresarse en árabe, vestir sus trajes tradicionales y practicar sus costumbres religiosas.⁶
Las leyes no fueron obedecidas y pronto se tornaron ineficaces, por lo que el gobierno se vio en la necesidad de implementar otras que mantuvieron su carácter amenazante e intimidatorio. Muchos fueron denunciados y la tranquilidad que alguna vez caracterizó a la comunidad mora llegó a su término. Para salir del arrinconamiento al que estaban sometidos, así como para adquirir una buena dosis de tranquilidad, muchos moros depositaron significativas sumas de dinero en las agotadas arcas reales. Desafortunadamente para ellos, el gobierno de Felipe II, en el que el poder político y el religioso eran uno solo, se arrogó el derecho a prohibir la práctica del mahometanismo⁷ y al Tribunal de la Santa Inquisición se le ordenó perseguir a todos aquellos que se opusieran a esta medida. Pese a la discriminación y la persecución de que fueron objeto, para los primeros años del siglo xvii muchos moros retomaron sus prácticas antiguas. Al mismo tiempo comenzaron a correr noticias que afirmaban que miembros de la comunidad árabe de España cooperaban activamente con corsarios berberiscos, lo cual constituyó el detonante para que se decretara su expulsión.
En 1609, bajo el reinado de Felipe III, los moros habían sido expulsados de la península ibérica y, de los 300 000 individuos que en algún momento se llegaron a contar, 275 000 habían huido rumbo al norte de África o a la península arábiga.⁸ Esta decisión del soberano español no estuvo exenta de polémica: mientras el cardenal Richelieu la calificó en sus memorias como el acto más bárbaro de la historia humana, Miguel de Cervantes Saavedra —que, capturado por los corsarios turco-berberiscos, pasó cinco años en una prisión argelina— la aplaudió a través de uno de sus personajes literarios. Teóricamente la expulsión resultó un éxito, pero en la práctica no fue tan efectiva. Pese a que una minoría aristocrática, una burguesía enriquecida, un artesanado activo, así como una sufrida masa de campesinos y jornaleros, no tuvieron otra alternativa que abrazar la religión católica, en la intimidad de sus hogares continuaron practicando el islamismo.
Cristóbal de la Cruz en España
Cristóbal de la Cruz nació hacia 1608 en Tlemecén, pequeña población en el noroeste de Argelia, cerca de la frontera con Marruecos. Como se puede suponer, el primer nombre de nuestro personaje no era tal: Aram fue hijo de Hamed y Mahaya —propietarios de un pequeño negocio que se dedicaba a la producción de jabones—, hermano de Hamed (el primogénito), Hasán y Fátima; le inculcaron la fe en Mahoma, misma que, con el paso del tiempo, lo llevaría a vivir en una vorágine de sucesos a la que sólo la muerte puso fin.
Debido a que el negocio no generaba la riqueza suficiente para superar las estrecheces de su familia, tan pronto como cumplió 10 años, Aram se vio obligado a aprender el oficio de paje de escoba, el cual desempeñaría a bordo de una embarcación berberisca. Sus obligaciones consistían en asear la nave y mantener ordenados los utensilios y pertrechos utilizados en las labores marineras. Pese a que era una ocupación embrutecedora y mal pagada, a los jóvenes provenientes de familias humildes les proporcionaba la oportunidad de convertirse en grumetes y, posteriormente, en marineros. Desde ese momento, la monótona existencia de Aram cambió por completo: el aburrimiento que había caracterizado su vida se tornó en un caudal de aventuras que concluyeron cuando fue tomado como prisionero por un barco español y condenado a servir como galeote. En ese entonces, la captura de barcos en el Mediterráneo y la consiguiente esclavización de las tripulaciones eran prácticas generalizadas tanto de europeos como de norafricanos y turcos, tal como narra Gonzalo Aguirre Beltrán:
El mundo árabe, en guerra persistente con el mundo cristiano, hacía siglos había conquistado el norte y el levante del continente negro y en los semidesiertos vecinos a la península ibérica ramas de los stocks de habla semita y hamita sentaron sus reales. Moriscos y bereberes, en sus luchas con el hispano, caían prisioneros y en los