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La utilización política de la Biblia
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Libro electrónico375 páginas7 horas

La utilización política de la Biblia

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Un esclarecedor estudio que trasciende lo religioso sobre el empleo de los textos bíblicos con fines políticos a lo largo de la historia. Este análisis exhaustivo se sumerge en cinco contextos políticos clave, evidenciando cómo la Biblia ha sido utilizada de manera diversa y, a menudo, contradictoria.

Con un enfoque serio y documentado, cada capítulo revela la influencia y vigencia de la Biblia en escenarios como la política estadounidense, el Estado de Israel, el apartheid sudafricano, América Latina y la política del Reino Unido.

Este libro, fruto de un profundo estudio y experiencia académica, no juzga posturas, sino que presenta una problemática a menudo pasada por alto. Estamos ante una obra que ofrece información y perspectivas novedosas en la literatura en español sobre este tema poco explorado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 feb 2024
ISBN9788490739952
La utilización política de la Biblia

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    La utilización política de la Biblia - Rafael Aguirre Monasterio

    I

    La tradición exódico-liberadora y el centro de la Biblia

    1. Biblia, historia y política

    La Biblia ha sido una fuente de inspiración en diversos ámbitos de la realidad humana: ha promovido modos de vida, iniciativas de generosidad y beneficencia, pero también guerras. Pensemos en las diversas artes: pintura, escultura, música, literatura. La ignorancia de la Biblia incapacita para comprender aspectos fundamentales de nuestra cultura occidental. Sin la Biblia se podrá disfrutar estéticamente de la Capilla Sixtina, pero hasta cierto punto, porque es imposible captar la riqueza de su sentido.

    Pues bien, lo que en este libro se pretende mostrar es la influencia de la Biblia en la política moderna. Si hablásemos de la Edad Media, esta pretensión no encontraría resistencias, pero cuando se trata de los tiempos modernos e, incluso, actuales, es fácil que choquemos con un escepticismo de entrada. Algunas cosas deben quedar claras desde el inicio. No voy a hablar de las relaciones entre religión en general y política, cuestión enmarañada y complicada que suscita discusiones sin fin y que fácilmente levanta pasiones. Me limito a la Biblia, a la Biblia judía, en terminología cristiana el Antiguo Testamento, y al Nuevo Testamento, que es el complemento añadido por los cristianos a la Biblia. He elegido cinco lugares en que la Biblia ha tenido una influencia política más notable. Es decir, se hace una selección y no se pretende abarcar todas las situaciones que se han podido dar. Inmediatamente se echa en falta la referencia a los países del sur de Europa, cuyas historias han estado tan marcadas por el cristianismo. Pero el cristianismo de estos países era muy poco bíblico, porque lo que ha predominado ha sido un catolicismo contrarreformista que no se basaba en la Biblia y que evitaba su lectura directa por el pueblo.

    El papel icónico de la Biblia en actos políticos solemnes es habitual en muchos lugares: jurar el cargo sobre la Biblia; el presidente de los Estados Unidos lo hace de forma especialmente pública y acostumbra utilizar una Biblia que haya tenido un sentido especial en su tradición familiar. Muy cercano en el tiempo a la escritura de estas líneas está el solemnísimo funeral de Estado de la reina Isabel II de Inglaterra (19 de septiembre de 2022) –un protocolo admirable que reflejaba un orden social ideal, convencional y caduco–, en el que los cantos y las lecturas estaban todos tomados de la Biblia. Parecida, aunque en escala menor, fue la «consagración» como rey de Carlos III, en la que sorprendentemente no faltó la unción de los tiempos bíblicos del rey por el Sumo Sacerdote, para la ocasión el arzobispo de Canterbury, pudorosamente realizada tras un biombo; y la primera lectura bíblica fue realizada por el primer ministro de confesión hindú.

    Lo llamo papel icónico de la Biblia porque es el reconocimiento de una tradición que confiere identidad a una nación que –en el caso de Inglaterra– se vincula a una Iglesia simbiótica del Estado y cuya vida autónoma parece retroceder claramente. En otros lugares la consideración de la Biblia es muy importante, pero se plantea de forma muy diferente. Pensemos, concretamente, en América Latina, considerado hoy «el continente de la Biblia», pero donde las tradiciones más antiguas y autóctonas tienen raíces muy diferentes. Es una cuestión bien importante que abordaremos más tarde.

    La Biblia narra la manifestación de Dios en la historia, a través de la historia, y así se construye la historia de la revelación de Dios. Esta vinculación a la historia diferencia a la Biblia de otros libros sagrados de la humanidad.

    Israel, como otros pueblos, tiene su propia cosmogonía, que se encuentra en los dos primeros capítulos del Génesis. Pero su Dios, Yahvé, se revela liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Más aún, como veremos, la cosmogonía en Israel sirve para subrayar el poder liberador de Dios en la historia. Como afirma José P. Miranda:

    El recordar que el Dios que así interviene es el creador de todas las cosas y de todos los pueblos le da una fuerza enorme a la intervención justiciera, y le da también amplitud universalista. Pero el designio de salvar de la injusticia y de la opresión es el determinante de toda la descripción que Yahvé hace de sí mismo¹.

    Hay un orden cósmico querido por Dios, pero el Dios bíblico irrumpe en la historia y abre perspectivas que despiertan la libertad humana, que no está ya encadenada al eterno retorno del ciclo de la naturaleza.

    El libro de Michael Walzer, Éxodo y revolución², supuso un hito importante porque reivindicó en términos seculares la aportación de la tradición judeobíblica a la cultura occidental. Junto con la racionalidad de Grecia y el derecho de Roma hay que añadir el sentido de la historia y de la libertad. Walzer lo justifica recurriendo a la tradición del Éxodo, que constituye el corazón de la Biblia y replica constantemente en la cultura occidental:

    El Éxodo, o sus lecturas más tardías, instaura una pauta, y a causa del carácter esencial que la Biblia tiene dentro del pensamiento de Occidente, y a las infinitas repeticiones del relato, esa pauta se ha marcado profundamente en nuestra cultura política... El pensamiento del Éxodo parece haber sobrevivido a la secularización de la teoría política³.

    Un reconocido exégeta de nuestros días lo dice con las siguientes palabras:

    La historia del éxodo es apreciada a la luz de la continua resonancia en la historia de Occidente... Como relato de liberación de la opresión, el nacimiento de la libertad y la sanción divina de los derechos humanos y de la responsabilidad, el relato del éxodo ha servido como paradigma durante más de dos milenios y medio. Desde el Segundo Isaías a Nelson Mandela, las ideas e imágenes del éxodo persisten. Hay algo en el relato que pertenece al espíritu humano independientemente de las diferencias culturales. La condición humana es iluminada por los encuentros de Moisés y el Faraón, Yahvé e Israel, la montaña sagrada y la tierra prometida⁴.

    Walzer desarrolla opiniones que no comparto, pero acierta plenamente en la centralidad de lo que podemos llamar la tradición exódico-liberadora en la Biblia. Es esta tradición la que ha ejercido una influencia política de máxima importancia.

    La gran originalidad de Israel es que el mito de sus orígenes está constituido por una epopeya histórica. Los mitos fundantes de otros pueblos eran cosmogonías vinculadas a confrontaciones celestes de divinidades. Un pueblo hace memoria del mito de sus orígenes, lo celebra y actualiza, basa en él su identidad y su modo de interpretar la realidad.

    La tradición del Éxodo, el mito de los orígenes de Israel, aparece continuamente en la Biblia: Dios es definido como «el que nos sacó de Egipto» (Ex 3,7-10; 6,7; Lv 22,33); se confiesa en los credos (Dt 26,5-9; Jos 24,1-13); es el fundamento del Decálogo (Dt 5,6; Ex 20,2); se canta en los Salmos (77; 195; 136); es objeto de una extensa reflexión midrásica en el libro de la Sabiduría (10–19); se reinterpreta continuamente en los profetas como tendremos ocasión de comprobar⁵.

    2. La tradición exódico-liberadora en el Pentateuco

    En Deuteronomio 26,5-9 encontramos la confesión de fe de Israel centrada en la liberación de Egipto:

    Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí siendo unos pocos hombres; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron, y nos impusieron dura esclavitud. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión. Y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios. Y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso traigo aquí las primicias de los frutos de la tierra que tú, Yahvé, me has dado.

    El Pentateuco, la Torá en la tradición judía, es el centro y lo más importante de la Biblia hebrea, es el desarrollo narrativo y legislativo del credo de Israel, y las otras partes de la Biblia hebrea remiten a ella. La redacción final de la Torá se realizó en la comunidad posexílica recogiendo tradiciones diversas, narrativas y legislativas, aunque el resultado final de la obra manifiesta una notable coherencia. Una constitución tiene cierta pluralidad interna precisamente porque es el escrito básico de todos. Algo así sucede en el Pentateuco, que recoge y aúna diversas tradiciones que transmitían el mito histórico del origen de Israel.

    El Génesis es un prólogo muy denso que transmite las leyendas de los patriarcas que el pueblo venera como sus ancestros, y presenta a Dios creador y al ser humano situado en medio de toda la creación, dotado de libertad: puede seguir la voluntad de Dios, pero también puede rebelarse contra ella. Hay un entramado teológico, ecológico y antropológico que proporciona los presupuestos de lo que va a venir a continuación. Las leyendas de los patriarcas (Abrahán, Isaac y Jacob) son el engarce con la dimensión histórica del mito de los orígenes. Tras este extenso prólogo, los libros del Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio combinan la epopeya de la salida de Egipto y la marcha por el desierto con amplias secciones legislativas.

    Es obvio, pero debe quedar claro para evitar equívocos que aquí hablamos de la historia del Israel bíblico, es decir, tal como se narra en la Biblia, y que es muy diferente a la historia del Israel real, tal como se intenta descubrir científicamente mediante la arqueología y el estudio crítico de los textos.

    Algunos autores han hablado del Hexateuco para incluir también el libro de Josué, en el que se narra la conquista y la distribución de la tierra, porque solo así queda completo el relato que comienza con la salida de Egipto. En efecto, la conclusión de la Torá nos deja a Moisés divisando ya la tierra prometida y anhelada, «que mana leche y miel», desde el monte Nebo (Dt 34), pero sin que ni él ni el pueblo entren en ella. Pero los buenos relatos desarrollan, con frecuencia, historias intrigantes y dejan el final abierto a posibilidades diversas. ¿Va a responder la tierra a las esperanzas que ha suscitado? Dios promete una tierra que «mana leche y miel», pero exige un pueblo sin esclavitudes ni diferencias discriminantes (Dt 15). ¿Cuál va a ser la relación de Israel con los pueblos que la habitan? Dios «ha elegido» a Israel para que, en su tierra, enseñe al mundo entero a realizar «la justicia y el derecho» (Gn 18,18-19). ¿Cumplirá esta misión?

    Cabe plantear una hipótesis verosímil. La Torá recibió su forma definitiva tras el exilio, que el pueblo interpretó como un castigo porque en su historia Israel y sus reyes estuvieron muy lejos de cumplir el papel para el que Dios les había destinado. Se puede decir, incluso, que la tierra no fue nunca realmente conquistada para Dios porque el pueblo no cumplió su misión de implantar el derecho y la justicia. Por eso la Torá termina a las puertas de la tierra prometida. El pueblo ha sido castigado con el exilio, pero la promesa de Dios permanece.

    De forma esquemática y breve presentamos los elementos clave del mito de los orígenes tal como aparece en la Torá.

    a) Los israelitas se encuentran brutalmente esclavizados en Egipto y sometidos a trabajos durísimos

    El punto de partida es la esclavitud durísima de un pequeño pueblo, los israelitas, en el Imperio egipcio dirigido por el Faraón. Sometidos a trabajos fortísimos, cuyas exigencias se elevan cuando el pueblo se queja (Éxodo capítulos 1 al 5), el Faraón teme el crecimiento demográfico de los israelitas y ordena matar a todos los varones al nacer.

    b) Moisés va a ser el gran líder de la aventura liberadora y el intermediario con Dios

    Es un niño judío que sobrevive milagrosamente y es adoptado por la hija del Faraón. Es presentado como un apasionado por la justicia desde la juventud. No se olvida del pueblo del que procede y que son sus hermanos. Contempla una lucha entre un israelita y un egipcio y sale en defensa del primero dando muerte al segundo, lo que le obliga a exiliarse de los dominios del Faraón. En tierra de Madián sale en defensa de siete mujeres que habían ido a sacar agua de un pozo y se encontraron con la prepotencia de unos pastores (Ex 2).

    c) Yahvé escucha el «clamor» de los oprimidos y se revela como un Dios liberador

    «Clamor» (se‘aqah: Ex 3,7-10; 2,23-24; 22,20-22; Gn 4,10) no es una oración, es un quejido de dolor por la injusticia que se sufre. La gran revelación de Yahvé es su acción liberadora, de la que tenemos dos versiones. La más antigua dice así:

    He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos. Así pues, el clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto la aflicción con que los egipcios los afligen. Ahora pues, ve: yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte (Ex 3,7-10).

    Una tradición semejante, probablemente de origen sacerdotal y algo posterior, establece con especial claridad la relación-revelación de Yahvé con su intervención liberadora:

    Diles a los israelitas: yo soy Yahvé y, por tanto, os haré salir de los duros trabajos de los egipcios, os libraré de su esclavitud...⁶ (Ex 6,5-7).

    d) La salida de Egipto

    El Faraón se resiste a las peticiones de Moisés y a los signos que las acompañan: una sucesión de plagas que, pese a su violencia, no doblegan la voluntad del Faraón, hasta que Dios extermina a los primogénitos de los egipcios. La salida de Egipto tiene su punto culminante en el paso del mar (Ex 14). Las aguas se separan para que los hebreos puedan pasar, pero tragan a las tropas egipcias perseguidoras. Entonces Moisés y los israelitas entonaron un cántico triunfal, de origen antiquísimo: «Yahvé es un guerrero. ¡Los carros del Faraón y sus guerreros precipitó en el mar!» (Ex 15).

    e) Los cuarenta años en el desierto y los obstáculos

    El trayecto de Egipto a Canaán es una ruta natural que se puede realizar en muy poco tiempo. Es un tránsito en la Biblia y también en la actualidad que se realiza con frecuencia para escapar de persecuciones y en medio de peligros y violencias. Sin embargo, los israelitas, según el relato bíblico, estuvieron dando vueltas por el desierto cuarenta años. En el momento de la salida, la Biblia da una explicación de un fenómeno tan extraño:

    Cuando el Faraón dejó salir al pueblo, Dios no les llevó por el camino del país de los filisteos, aunque era más corto, pues dijo: No sea que, al verse atacados, el pueblo se arrepienta y se vuelva a Egipto... (Ex 13,17-18).

    Dios no quería simplemente liberarles de la esclavitud, sino que fuesen un pueblo de personas libres y esto exigía una larga y dura pedagogía. Los israelitas se encuentran con resistencias de todo tipo. Hemos visto la oposición del Faraón y el gran obstáculo del mar. Pero la más tenaz resistencia es la dureza del desierto, que abate a los israelitas, que añoran la seguridad que les ofrecía Egipto con su esclavitud hasta el punto de que protestan reiteradamente contra Moisés. Se les hace demasiado caro el precio de la libertad. Estos textos merecen una atención un poco más detallada.

    Cuando se encuentran bloqueados por el mar y el ejército se les echa encima:

    ¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir al desierto? ¿Qué has hecho de nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos en Egipto: déjanos en paz, serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto? Moisés respondió al pueblo: No temáis, estad firmes y veréis la salvación que Yahvé os otorgará... (Ex 14,11-13).

    Tienen hambre y echan de menos la comida de Egipto:

    Toda la comunidad de los israelitas murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto. Decían: ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahvé en el país de Egipto cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea (Ex 16,2-3; cf. Nm 21,4-5).

    A continuación Dios les da el maná para saciar su hambre, alimento que no se puede acaparar para que aprendan a confiar en Dios todos los días.

    Otras quejas provienen por la falta de agua y se creen morir de sed en el desierto:

    El pueblo disputó con Moisés y dijo: Danos agua para beber... ¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?... Moisés siguiendo las instrucciones de Yahvé, golpea con su cayado la roca y brota agua abundante. Es el famoso episodio que se sitúa en Masá (tentación) y Meribá (querella) (Ex 17,2-7; Nm 20,2-5).

    Cuando los exploradores regresan y cuentan las maravillas de la tierra, la enorme fortaleza de sus ciudades y de sus habitantes, toda la comunidad se echa a llorar y surge el deseo de un golpe contrarrevolucionario para regresar a Egipto:

    Entonces toda la comunidad elevó su voz y se puso a gritar; y la gente se pasó llorando toda aquella noche. Luego murmuraron todos los israelitas contra Moisés y Aarón, y les dijo toda la comunidad: ¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto! Y si no ¡ojalá hubiésemos muerto en el desierto! ¿por qué Yahvé nos trae a este país para hacernos caer a filo de espada y que nuestras mujeres y niños caigan cautivos? ¿No es mejor que volvamos a Egipto? Y se decían unos a otros: nombremos a uno jefe y volvamos a Egipto (Nm 14,1-4).

    Poco después urden una rebelión abierta contra Moisés encabezada por Coré, Datán y Abirán:

    ... se enorgullecieron y se alzaron contra Moisés junto con doscientos cincuenta israelíes, príncipes de la comunidad, distinguidos en la comunidad, personajes famosos. Se amotinaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: Esto ya pasa de la raya...

    Mandó Moisés llamar a Datán y Abirán, hijos de Eliab. Pero ellos respondieron: no queremos ir. ¿Te parece poco habernos sacado de una tierra que mana leche y miel para hacernos morir en el desierto, que todavía te eriges como príncipe entre nosotros? No nos ha traído a ningún país que mana leche y miel, ni nos has dado una herencia de campos y viñedos... (Nm 16).

    El mismo Yahvé acaba con los rebeldes, abriendo la tierra a sus pies y aniquilándoles con fuego (versículos 31-35).

    Las resistencias internas, las que nacen del mismo pueblo, están muy subrayadas en el relato bíblico. Hay que contar con que el salir de la esclavitud hacia la libertad siempre encontrará grandes obstáculos (el Faraón, sus magos, mares aparentemente infranqueables, caminos duros y desérticos...), pero la dificultad mayor es que el pueblo tome conciencia, no añore las facilidades serviles de la esclavitud y se convierta en sujeto activo de su propia liberación. La salvación viene de Dios, pero el ser humano tiene que comprender que la liberación es también autoliberación e implica una transformación personal y social.

    Si el peregrinar por el desierto fue tan prolongado, mucho más del requerido por la distancia entre Egipto y Canaán, es porque hacía falta tiempo para educar al pueblo. La generación que había vivido en Egipto había interiorizado la esclavitud hasta el punto de que no era capaz de vivir en libertad. Tendría que ser la generación siguiente la que entrase en «la tierra que mana leche y miel».

    Maimónides, en la Guía de perplejos, explica así el largo rodeo del pueblo por el desierto:

    La deidad hace uso de un gracioso ardid al obligar al pueblo a vagar perplejo en el desierto hasta que el alma se le torne valerosa..., hasta que, más aún, la gente se acostumbre a nacer sin la humillación de la servidumbre⁷.

    Uno de los ideólogos sionistas más importantes, Ahad Ha-Am («uno del pueblo», seudónimo de Asher Ginzberg, que influyó mucho en los inicios del sionismo), se hace eco de otras palabras de Maimónides:

    Un pueblo acostumbrado durante generaciones a la casa de servidumbre no puede desprenderse en un instante de los efectos de esa costumbre y ser verdaderamente libre...

    Y hace que Moisés saque las mismas conclusiones que él extrae para el sionismo de su tiempo:

    El ya no cree en las revelaciones súbitas; sabe que los signos o maravillas o visiones de Dios pueden suscitar un entusiasmo momentáneo, pero no pueden crear un nuevo corazón, no pueden desarraigar e implantar sentimientos o inclinaciones de manera estable o permanente. De modo que recurre a toda su paciencia para llevar la pesada carga de su pueblo y se dispone a entrenarlo paso a paso hasta que esté preparado para la misión que debe cumplir⁸.

    f) La legislación

    En la Torá, junto con el relato de los acontecimientos de la salida de Egipto y el caminar por el desierto, se encuentra mucho material legislativo, que se relaciona con las teofanías de Yahvé en el Sinaí o en el Horeb y se vincula con la alianza que establece con Israel. Sin embargo, es el Éxodo, el acto histórico salvífico por excelencia, el fundamento de las leyes del pueblo de Dios. Está magníficamente expuesto en un antiguo texto catequético:

    Cuando te pregunte tu hijo el día de mañana: ¿Qué significan esas normas, esas leyes y esos decretos que os mandó Yahvé vuestro Dios? Responderás a tu hijo: éramos esclavos del Faraón de Egipto y Yahvé nos sacó de allí... y nos mandó cumplir todos estos mandamientos... para nuestro bien y para que vivamos como hasta hoy (Dt 6,20-24).

    La ley ha sido promulgada en un contexto de liberación y su objetivo es que el pueblo viva en libertad y no se reproduzca la esclavitud⁹.

    Es un problema crítico muy discutido, que no es pertinente ni necesario discutir en este lugar, si las tradiciones del éxodo de Egipto y la de las teofanías de Yahvé en el Sinaí u Horeb eran originariamente independientes (lo que, en mi opinión, es muy difícil de negar) y fueron unidas en un momento posterior.

    El amplio conjunto de leyes es comunicado por Yahvé a Moisés para que este se las haga llegar al pueblo. Tiene una importancia muy especial el Decálogo, que se proclama dos veces y en ambos casos en medio de material narrativo (Ex 20,2-17; Dt 5,6-21). En el libro del Éxodo destaca el Código de la Alianza (20,22–23,19). En el Levítico está muy presente la preocupación por el culto y la pureza étnica del pueblo en la Ley de Santidad (capítulos 17–26). En el Deuteronomio se encuentra el largo Código Deuteronómico. El rabinismo posterior ha trabajado hasta la extenuación sobre esta amplísima legislación, y se ha centrado fundamentalmente en su interpretación, reelaboración y actualización.

    Pero es muy notable que sea el relato exódico-liberador el que se ha reinterpretado en el interior de la Biblia y sea también, como paradigma histórico, el que ha influido políticamente en la tradición posterior. El judaísmo rabínico, centrado en la interpretación de la ley, se mantuvo al margen de las repercusiones políticas de la Torá, al menos hasta recientemente en el Estado de Israel.

    g) La tierra

    El Éxodo es un viaje hacia adelante, tiene un objetivo, se sale de la esclavitud para entrar en una tierra donde poder ser libres. Abrahán, obediente a la Palabra de Dios, «salió sin saber a dónde iba» (Heb 11,8). Los israelitas tenían muy claro de dónde tenían que salir, pero no lo estaban tanto, ni mucho menos, de a dónde se dirigían. La tierra prometida se idealiza, pero, como hemos visto, con frecuencia no basta para sostener ni la confianza ni el esfuerzo requeridos para llegar a ella. El «salir» de la esclavitud es un hecho puntual y claro. El «entrar» en la tierra es un proceso complejo y probablemente nunca realizado del todo. En este punto conviene recordar lo dicho al inicio: estamos hablando del Israel bíblico y no del Israel real. La llamada conquista de la tierra consistió probablemente en una serie de luchas de pueblos que habitaban en Canaán y no la imposición de un pueblo que venía del exterior.

    La Torá, como sabemos, nos deja a las puertas de la tierra prometida (Dt 34). Aquí se acaba el mito de los orígenes de Israel. Después viene la llamada historia deuteronomista, que comienza narrando la conquista de la tierra (Josué y Jueces) y continúa con los años de vida en ella hasta el exilio de Babilonia (libros de Samuel y Reyes). La entrada en una tierra llamada a ser ejemplo de libertad y de justicia acaba con la salida a una nueva esclavitud, el exilio en Babilonia: también esto forma parte de las Escrituras hebreas. La historia deuteronomista lo atribuye a la infidelidad del pueblo a la elección de Dios para que fuese un ejemplo de justicia y de confianza en Yahvé y no en la fuerza de los imperios.

    Pero la Torá tiene un valor eminente e incuestionable. Es el mito de los orígenes, donde se descubre a Yahvé y sus mandatos. Es la gran referencia de la identidad del pueblo. Los profetas, que llegarán a constituirse como el otro gran polo de las Escrituras

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