Alguien Llama A La Puerta: Relatos De Casas Encantadas De La Vieja Y Nueva Inglaterra
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Especialista en esta materia, Héctor Roque Pitt escoge dieciséis cuentos tomados exclusivamente de la tradición inglesa, cuna del género y cantera insoslayable del relato fantástico y de terror.
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Alguien Llama A La Puerta - Varios Autores
Introducción.
A mí siempre me pareció que usted iba a llevarme
a algún lugar, donde anidaría una enorme araña venenosa
del tamaño de un hombre, a la que nos pasaríamos
la vida entera mirándola.
FIODOR DOSTOIEVSKI
A mis nietos Baltazar y Manuel.
El volumen que el lector tiene entre sus manos reúne un conjunto de relatos fantásticos de la literatura. El eje dominante que los congrega es la casa. A la vera de un camino, en las profundidades de un bosque; unas veces familiar para los pobladores de la región, otras sorprendiendo a los casuales visitantes, siempre inquietantes antes o después, y con una historia que las precede en casi todos los casos. Una historia que, quizás, preferiríamos no conocer. Sin embargo, muchos de los personajes que participan de estas narraciones contradicen este deseo. Por alguna razón, son ellos mismos los agentes propiciatorios que desatan las fuerzas que se ocultan en el interior. Sean vastas mansiones o residencias humildes las casas aguardan con paciencia que alguien atraviese el umbral, aunque tal confín no siempre deba ser traspasado por la materia misma. Aunque, conviene aclarar, también hay cruces que pertenecen a la memoria o, en un sentido más amplio, a la psiquis de los protagonistas. Desde los sótanos hasta las almenas de una torre señorial o simplemente en un altillo abandonado, las casas son visitadas, recorridas, desafiadas deberíamos decir, por damas o caballeros que sienten el mórbido impulso de la curiosidad o solamente perciben en su atmósfera ecos de su propio pasado. Hombres y mujeres cuyo escepticismo les permite alardear munidos de la confianza que otorga la fuerza de la razón. No resulta improbable, entonces, que tal suficiencia se vea amenazada, puesto que la tensión se agiganta aún más cuando las fuerzas represivas de la conciencia son socavadas por la sugestión. No en balde la casa es desde siempre una metáfora de nuestra psiquis: no solo la imagen de su plano general cuando es vista por primera vez desde el exterior; también sus diferentes plantas, sus corredores, las escaleras que la comunican, los jardines que las rodean, sus bellos estanques en los que se duplica el edificio, sus habitantes —y quién sabe si no también nosotros—, son apenas algunas de las diversas partes que conforman el laberinto de nuestra mente. Y la luz, la luz y las sombras. A veces las vacilantes llamas de una vela, otras la luna que se filtra por los visillos de las persianas y se reproducen en los robles de los pisos y los ébanos de las molduras. Un juego de espejos que replica las imágenes, que las distorsiona y se confabula con aquellos fantasmas del pasado.
Entonces, puede ser posible que se produzca el efecto de lo siniestro, aquel consabido shock que Freud denominó Unheimliche, lo ominoso, la fuerza de lo reprimido que emerge a la conciencia y permite ver lo que la cultura ha soterrado. O quizás la violencia contagiosa de la superstición que, atávica, aunque nunca desaparecida, se adueña de las mentes positivas y consigue desbordarlas, quebrantar las voluntades y dejar indefensos nuestros frágiles mecanismos de supervivencia.
Efectivamente, las casas encantadas, las casas embrujadas, las casas donde habita el horror no son edificios irreales, concebidos por cerebros sobrenaturales ni por dioses ultramundanos. Por el contrario, son las que nosotros habitamos, las de la infancia, las de nuestros antepasados, la de los sueños. Las que a la luz del día pueden parecer acogedoras y hasta el objeto de nuestros deseos. ¿Quién se atrevería a negarlo? Sin embargo, es en ellas donde es posible que nuestras emociones se desestabilicen. Puertas que se cierran sin razón, escaleras piranesianas que no conducen a ninguna parte, maderas que crujen, el viento y la lluvia en escenarios que reproducen la estética de los relatos góticos, rostros olvidados que reaparecen con la fisonomía de la culpa, de la venganza, del desamor. Unas y otras formas de la soledad: de lo que hemos guardado —nunca mejor dicho— en el desván de nuestra historia vivida.
No obstante, no quisiéramos que nuestros lectores olviden. A pesar del estremecimiento que nos produce pensar en ellas, aun cuando sabemos que adueñarse de alguna es un juego que puede resultar perverso y malsano, preferimos ingresar en sus posesiones. Allí, en su interior, podremos advertir la íntima relación entre la arquitectura de un edificio y la estructura siempre premeditada de un cuento. Es inevitable la comparación: un relato tiene su propia organización y ésta rara vez contradice la distribución del espacio donde se escenifica la historia. Los demonios se complacen en conspirar para que esto suceda. Con la forma de un palacete, de una choza miserable, de una mansión victoriana, tal vez de una posada para el descanso de los caminantes o de un castillo inabordable, así la literatura se mimetiza con el sitio que representa. Y vivos y muertos comparten ese locus y en él se debaten entre luces sombrías para hallar al menos algunas fracciones de la verdad.
Por otra parte, en cierto sentido una bruma se suspende en la atmósfera cuando nos topamos con la lectura de obras fantásticas. Hay en sus tramas un espacio vedado, una suerte de pliegue por donde se escurren los significados: la ambigüedad se adueña de los objetos y también de los ojos que miran con ansiedad. La equívoca percepción del testigo vacila ante lo evidente. Aún cuando su actitud provocativa desafíe el imaginario de la comunidad, algo se nubla cuando se enfrenta a la constatación de los hechos. Ese fino borde abisma también al lector. Lo sitúa frente al vértigo del conocimiento, en estado de indecisión. Esa parálisis es el efecto principal del género. Su prodigio y su desafío.
Y el miedo. Ese capítulo de la vida que ni el autor ni el lector pueden eludir. Cruzar el umbral, recorrer una casa vacía que ya nadie quiere visitar. Un hueco confinado en la nada o rodeado de vida, lo mismo da. Ya que los otros no nos aseguran un paliativo cuando se trata, de una u otra manera, de situarnos frente a nosotros mismos.
Lo que sigue a continuación es el desarrollo de algunas de estas ideas que nos acompañan desde siempre. Vayan ellas, entonces, como un ensayo de aproximación a la alquimia de la lectura.
La relación entre literatura y arquitectura
En la sinuosa escalera me recorrió un escalofrío: la casa se me tornó extraña.
¡Algo estaba a punto de saltar sobre mí desde atrás!…
En el piso siguiente me perdí… ¡En ningún lugar estaba a salvo!
GEORGE MACDONALD
La relación entre literatura y arquitectura existe desde el origen de los tiempos. Basta pensar en los grabados rupestres para aceptar que el hombre utilizaba las paredes del espacio donde se cobijaba para realizar inscripciones que le permitían comunicarse y fijar la memoria. Desde esos remotísimos inicios hasta hoy, en tiempos posmodernos de plena sublimación de la abstracción, es posible advertir el cruce de ambas expresiones. Este íntimo entrecruzamiento se realiza en las dos direcciones: innumerables obras de ficción son creaciones literarias que sitúan la acción en ámbitos reales o imaginarios que resultan, a la vez, funcionales y determinantes para su evolución. Asimismo, por otra parte, son también variadísimos los proyectos, edificios o maquetas inspirados en obras de la literatura. Las posibilidades son múltiples: a veces se trata de personajes vinculados de diferente manera con lo arquitectónico; y otras, atributos específicos que se vuelven el sitio de referencia. Una torre, una puerta, una escalera, un campanario. O una cárcel, una cueva, un umbral, una nave espacial. Es posible afirmar, sin lugar para el error, que la literatura se ha valido de todos los espacios existentes. También de los imaginarios, aunque cabe señalar que estos últimos son también un signo de nuestra tendencia inevitable a antropomorfizar
¹. En cualquier caso, tanto la arquitectura como la literatura operan con construcciones
, es decir, toda obra de arte es per se una estructura, un texto, una trama en el sentido de que organiza un edificio, posee una sintaxis que la autodefine y la singulariza. Entre la razón y la emoción, las motivaciones tecnológicas y el arte, la creación literaria en particular revela un sinfín de posibilidades que relacionan la vida con formas y procesos urbanísticos de variada connotación. Desde las primitivas cabañas a los más sofisticados palacios, desde casas de artistas a mercados, estaciones de trenes, puertos o claros de los bosques, desde las humildes viviendas de los cordones industriales de las grandes ciudades hasta aeropuertos y deslumbrantes museos, todas las formas, los materiales y los recursos son expuestos a la mirada del asombrado receptor. En las obras de ficción los espacios devienen en construcciones imaginarias a través del tamiz de la palabra. Escritura y construcción van de la mano, realizan cruces o trazan un recorrido en líneas paralelas a la búsqueda de establecer un sentido, último punto de llegada, finalidad definitiva de todo objeto lingüístico. Sin embargo, en el caso de la arquitectura, existe una disociación metodológica entre proyecto y realización o entre estos aspectos y el contexto físico y social en el que se insertan. Como afirma Juan Antonio Ramírez,
La arquitectura literaria es la única que permite eliminar estas escisiones. En el texto no hay distinción: lo descrito es lo real, lo realizado. Por otra parte, solo la escritura puede ofrecer la máxima imperfección social para una arquitectura perfecta (y al revés), o, caso frecuente, concebir una sociedad ideal con una arquitectura totalmente acorde con su medio. La coherencia absoluta es un privilegio del texto.²
Pero no es posible imaginar lo dicho hasta aquí sin establecer una relación inmediata entre Naturaleza y Cultura. Todo proceso arquitectónico es factible en un espacio que se vuelve fundacional desde sus cimientos. Cualquier edificación trastorna el paisaje, se identifica con un lenguaje y traza una frontera entre lo habitado y el vacío. La construcción establece de por sí un límite —sea éste lingüístico o material— y desde los orígenes ha fijado el borde —aunque no siempre diáfano— entre el caos primigenio y la civilización. Es más, los seres humanos pretenden garantizar ese esfuerzo; circunscriben, circundan, determinan lo indeterminado: un corral, un cerco, una pared, una muralla. Quizás esta última sea el arquetipo mítico del límite: interior-exterior, dentro-fuera, finito-infinito. O lleno y vacío, cerca y lejos, aquí o allá. La Muralla China, Troya, Uruk son bordes decisivos. Definen, separan pero también relacionan. En cualquier caso, generalmente son de una decisiva importancia a la hora de visualizar el espacio. Determinan también profundos hábitos culturales y operan estableciendo dinámicas relaciones psicológicas. En el caso de la literatura el límite remite a lo estático y lo rígido pero también a la fluidez, a lo flexible. Comunicación e incomunicación: una constante dialogía. Muros pero con ventanas, con aberturas, con almenas. Clausura y pasaje. Estados claustrofóbicos y ansias de evasión. Sin ánimo de desarrollar una clasificación, las murallas, aun cuando fueron pensadas desde la más lejana antigüedad con la función de proteger, cumplieron otros fines: las hubo para jactarse del poderío político y militar e incluso como límite geográfico y jurídico. Hasta en algunos casos cumplieron una función puramente ornamental. Los relatos seleccionados nos permiten indagar en las características y funcionalidad de las casas de la literatura.
Los problemas del espacio
Los límites dan forma a lo limitado… este es su poder…
GYÖRGY DOCZI
Pero, si partimos de la idea de que todos los seres vivos están atravesados por el espacio³, si aceptamos que la distancia separa y une al mismo tiempo
⁴ y de que así nace el espacio, es decir de la conciencia de este doble efecto, es entonces posible afirmar que, una vez que la mente se apodera de las percepciones, lo pre-conceptual se vuelve entonces orden y sistematicidad. La intuición deviene racionalidad, aun cuando incluso surge un interrogante que parece no tener respuesta: ¿hay lugares vacíos cuyo significado es solo la vacuidad? Lugares fantasmáticos entre la imagen y su sentido. "No hay más espacio real que el que estoy recorriendo" ⁵. La relación, entonces, es por cierto subjetiva. De la misma manera que con el Otro: solo es concebible como presencia simultánea. Es a lo que se denomina espacio social
. En él se despliega la imaginación —apropiarse del espacio es también un gesto irracional y dependiente de la fantasía—, la noción de ascenso y descenso, de identidad y repetición, de superficie y profundidad. Y esta conciencia del espacio tiene su origen en la representación que tiene el individuo de su propio esquema corporal. Su extensión es el espacio y es por ello que el universo tiene su otro analógico, su microcosmos en nuestro propio cuerpo. Éste es, por lo tanto, "instrumento de medición"⁶. Formas y fuerzas del cuerpo prestan servicio a las relaciones entre las cosas del mundo. Se mide con pasos, con codos, con pulgadas.
En este sentido, cabe preguntarse si el tiempo y el espacio son categorías concretas o construcciones del pensamiento. La casa, como cualquier otro habitáculo que el hombre ha imaginado es un objeto cultural y, por lo tanto, arbitrario. Sujeto a las propias vicisitudes culturales, a las necesidades, las modas y la psicología de la Historia. Las causas que determinan su edificación son de extrema complejidad y una vez constituidas, una vez vueltas objetos materializados modifican la naturaleza, destacan los contrastes, recrean un nuevo orden. Magia y alquimia no se han mantenido ajenas en las decisiones de sus constructores:
La edificación, como el atanor alquímico, manifiesta la quintaesencia de lo real. El silencio mismo de su masa de piedra o de madera lo atestigua. Lleno y vacío, alto y bajo, curvo y recto, triángulos y cuadriláteros, todo lo que el lenguaje con su torpeza, puede decir del espacio, se encuentra expresado en y por este cuerpo construido, real y duro: expresado no con una metáfora, sino con la reducción a su esencia, al mismo tiempo perfectamente cálida y totalmente abstracta…La edificación no habla del espacio: hace hablar al espacio en ella.⁷
La relación entre espacialidad y temporalidad en la literatura obliga a pensar en la imaginación en el proceso de la lectura. Existen numerosos casos en que los lugares —para nosotros las casas—, si bien son protagonistas, están apenas descriptas. Todo sucede en ellas: se conocen sus habitaciones, sus altillos, sus pasadizos. Los personajes transitan por ellas, van y vienen del exterior al interior y viceversa. Hay vida. Sin ellas nada sería igual, porque son la esencia, el alma de la historia. Pero no es del todo posible reconstruir un plano de las mismas, solo por proximidad el lector da forma al espacio, completa los vacíos, se extravía sin remordimientos entre pasadizos y escaleras⁸.
Los espacios, además, pueden ser reales o ficticios. La temporalidad que deviene con el sucederse discursivo del lenguaje, que permite también la representación de las acciones, se produce en lugares. Allí están los objetos y los seres vivos. Inventados o verdaderos, sin ellos no hay realidad
. Ni siquiera es posible asegurar cuál es el tamaño del castillo de Drácula, menos aún las coordenadas que establecen su ubicación. La narración habla de "grandes extensiones", de "inmensos bosques", de "sombrías y escarpadas cadenas montañosas"; o de "interiores palaciegos", "corredores interminables". Lo mismo podríamos decir de Otra vuelta de tuerca: la casa se constituye con el punto de vista de la institutriz, pero la suma de las partes, en este caso, nunca da con el todo. Un exceso de ventanas, a través de las cuales los personajes se atisban unos a otros, la irrealidad se magnifica a su vez con el reflejo de las imágenes en los cristales de las mismas. La imprecisión deja abierto el camino para la ambigüedad. Lo incierto se entroniza. La imaginación reconstruye, condiciona sentidos, la arquitectura del texto, incluso también, puede ser así determinante en el destino de los personajes.
Pero, como se ha señalado, el espacio conlleva en sí el concepto de límite, el lugar que ocupa lo habitable nos condena a imaginar bordes, fronteras. Se trazan líneas demarcatorias, límites dentro de los cuales se puede permanecer. En la Introducción a su libro Las paredes del miedo, Cathryn Cramer recurre a una cita que nos permitirá introducirnos en el próximo apartado:
Como ha mantenido Julia Kristeva en su libro Powers of Horror, el tema objeto emocional del terror es materia al borde de la represión. Si lo material estuviera completamente reprimido, no tendríamos acceso a él. De este modo, la tierra fronteriza al borde de la represión es el territorio natural del terror.⁹
El miedo interactúa con los límites. Su desafío es no sobrepasarlos. Es un juego inquietante ya que ir más allá, atravesar el borde de la represión satura el significado. Cuando esto sucede, los símbolos pierden su efectividad, se desvanecen.
Las relaciones con el miedo. Lo fantástico
La literatura fantástica nos deja entre las manos dos nociones:
realidad y literatura, tan insatisfactoria la una como la otra.
TZVETAN TODOROV
Según Roger Caillois, el miedo de las especies animales es único, idéntico a sí mismo, inmutable: el de ser devorado.
Mientras que el miedo humano, hijo de nuestra imaginación, no es uno sino múltiple, no es fijo sino perpetuamente cambiante.¹⁰
Es quizás esta una de las razones por la que la literatura fantástica y el miedo están íntimamente relacionados. No necesariamente siempre, aunque sí en muchas ocasiones y, sobre todo, cuando de espacios se trata. La subversión del orden, tan afín a lo fantástico¹¹, abona con más facilidad cuando los lugares se vuelven protagonistas. Es el caso de numerosas obras de la literatura gótica o de aquellas más cercanas todavía que hacen uso de sus modelos, aunque en contextos diferentes y con otros fines. Sirva como un ejemplo paradigmático la nouvelle de Henry James, antes citada, Otra vuelta de tuerca.
Es posible definir las reacciones que son provocadas por el miedo desde una perspectiva orgánica. Ante una emoción de shock, sorpresiva, que alerta sobre la inmediatez de un peligro que amenaza nuestra integridad, el individuo reacciona, y para decirlo con autoridad, aunque no sin un resto de ironía,
...el hipotálamo reacciona mediante una movilización global del organismo, que desencadena diversos tipos de comportamientos somáticos, y provoca, en especial, modificaciones endócrinas.¹²
Las reacciones pueden ser múltiples según el sujeto e incluso diversas en una misma persona en ocasiones diferentes. En algunos casos el corazón se acelera y en otros se detiene, según sea la contracción o dilatación de los vasos sanguíneos. Un proceso análogo puede producirse en la secreción de las glándulas. Quizás una de las principales causas del miedo sea la sorpresa, por lo que, como afirma Delumeau¹³, la premeditación sea una de las formas de neutralizarlo: prepararse para resguardarse de las causas que puedan motivarlo.
No obstante, el miedo es ambiguo. Si, por una parte, quien está dominado por él corre el riesgo de desintegrarse, su yo se desestabiliza y "proporciona al alma un estremecimiento de angustia"¹⁴, por otra, opera como una garantía contra el peligro y nos permite defendernos de éste. Sin embargo, aun cuando sea una forma de preservar nuestra integridad, de ponernos a salvo del vértigo, su condición de dominador, su continua acechanza, persevera y se manifiesta de innumerables formas que son representables desde el origen del mundo. Desde el miedo a los dioses, a las fueras de la naturaleza, a los muertos, hasta el miedo a las bestias salvajes, a la oscuridad o —y siempre y sobre todo— a lo desconocido. En cada una de estas u otras formas en que aparezca, el miedo agobia porque amenaza nuestra conservación.
Pero no conviene confundir el miedo con manifestaciones de angustia. El miedo tiene un objeto determinado al que puede hacer frente; la angustia, no. La literatura representa ambas formas y múltiples veces las combina. Son enemigos que ponen en riesgo nuestra integridad, pero la ansiedad, la inquietud que produce la angustia, necesita de armas que pertenecen al mundo invisible
del inconsciente. Los corredores, las sombras, los crepúsculos —para citar solo algunos signos accidentales del espacio—, impactan en la sensibilidad tanto de los personajes como del lector, los hacen vacilar acerca de su percepción de la realidad y de su propia condición de entes materiales. El tópico de las casas encantadas es, sin duda, un ejemplo determinante.
Para concluir, sírvanos recontextualizar una reflexión de Jean Delumeau. Miedo y angustia están íntimamente relacionados, para el autor, con cuatro categorías: agresión, inseguridad, abandono y muerte. Ya sea que provengan de bestiarios de cualquier tiempo y lugar, o de objetos o seres malignos, la agresión proporciona innumerables representaciones a lo largo de la historia y es al historiador, como él mismo dice, a quien le corresponde realizar la doble transposición de lo singular a lo plural y de lo actual a lo pasado. Por su parte, la inseguridad tiene como corolario la fe, así como, por temor al abandono, el hombre se consuela y encuentra en ella refugio. Y unos u otros se reducen al miedo a la muerte. Un sentimiento de fragilidad atraviesa al hombre de todos los tiempos. Las guerras, las pestes, el hambre, las grandes masacres en cualquiera de sus manifestaciones, sintetizan el estado de indefensión del individuo. Pero, a la vez, todas estas experiencias tienen un denominador común: el sufrimiento. En sus múltiples variantes éste los contiene a todos. Quizás reste agregar una forma que, no por haber estado ajena nunca, nunca sin embargo ha estado tan presente como en los días que corren: el miedo a nosotros mismos:
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.¹⁵
HÉCTOR ROQUE PITT
1 Jesús Palacios, Solarizados
, Prólogo a Solaris, de Stanislaw Lem, Impedimenta, Madrid, 2011. ¿…inteligente desde el punto de vista humano? (¿Desde qué otro punto de vista podría ser?) y nuestra tendencia inevitable a antropomorfizar todo intento de aproximación a formas de vida —imaginarias o reales— que no pertenezcan a la especie humana.
2 Ramírez, Juan Antonio, Diecinueve puntos para una arquitectura literaria, S/D.
3 Paul Zumthor, La medida del mundo, Cátedra, Madrid, 1994.
4 Ídem supra.
5 Ídem supra.
6 Ídem supra.
7 Ídem supra.
8 Cabe recordar el caso de Nabokov: su análisis de Dr. Jeckill y Mr Hyde. Claro que Stevenson se ocupa minuciosamente del espacio.
9 Cramer, Kathryn, dir. de ed., Las paredes del miedo, Madrid, Grupo Libro, 1991.
10 Delumeau, Jean, El miedo en Occidente, Madrid, Taurus, 2012.
11 Jackson, Rosmary, Fantasy. Literatura y subversión, Buenos Aires, Catálogos Editora, 1986.
12 Delumeau, Jean, op. cit. supra.
13 Ídem supra.
14 De Maupassant, Guy, citado por Delumeau, J., op. cit. supra.
15 Thomas Bailey Aldrich, Works, 1912.
Joseph Sheridan Le Fanu.