Una estrella en la noche
Por Diana Palmer
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Duro como un roble, taciturno como un nubarrón, el ranchero Callaghan Hart maravillaba a las mujeres e intimidaba a los hombres. Así que… ¿cómo era posible que aquella pelirroja hubiera estado a punto de lograr que se pusiera de rodillas?
Tess Brady, la nueva cocinera del rancho, era suave como un gatito, delicada como el rocío… y comprendía secretamente a Callagham. Cosa que volvía loco al endurecido vaquero. La juvenil inocencia de Tess lo atraía como fruta prohibida. Quería tocarla, saborearla… hacerla suya. Pero de ningún modo se acostaría con una mujer de ojos brillantes como estrellas cuyos sueños jamás podría colmar. No estaba dispuesto a caer en la trampa del matrimonio. Por muy tentador que fuera el cebo…
Diana Palmer
The prolific author of more than one hundred books, Diana Palmer got her start as a newspaper reporter. A New York Times bestselling author and voted one of the top ten romance writers in America, she has a gift for telling the most sensual tales with charm and humor. Diana lives with her family in Cornelia, Georgia.
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Una estrella en la noche - Diana Palmer
Capítulo 1
EL GATO giró en torno a las piernas de Tess y estuvo a punto de hacer que tropezara cuando iba camino del horno. Ella lo miró, sonriente, y fue a servirle comida en su cuenco. Al parecer, el gato siempre estaba hambriento. Probablemente seguía temiendo morir de hambre, porque cuando Tess lo encontró estaba perdido y en los huesos.
Tess Brady no podía resistir ver animales perdidos o heridos. Había pasado gran parte de su juventud viendo rodeos en los que intervenía su padre, doble campeón del mundo de lazo de ganado. Ahora que su padre se había ido y ella vivía sola, disfrutaba teniendo pequeñas criaturas de las que ocuparse. Éstas iban desde pajarillos con las alas rotas a terneros enfermos.
Aquel gato era su última adquisición. Había llegado a su puerta trasera justo después del Día de Acción de Gracias, maullando en medio de una noche tormentosa. Tess lo había adoptado, a pesar de los gruñidos de protesta de dos de sus tres jefes. El «gran» jefe, aquel al que no le caía bien, fue su único aliado para que se quedara con el gato.
Eso la sorprendió. Callaghan Hart era un tipo realmente duro. Fue capitán de los Green Berets y había estado en la Operación Tormenta del Desierto. Era el segundo de los cinco hermanos Hart, dueños de Propiedades Hart Ranch, un conglomerado de ranchos y granjas de piensos localizados en varios estados del oeste. El rancho principal estaba en Jacobsville, Texas. Simon, el hermano mayor, era abogado en San Antonio. Corrigan, que era cuatro años más joven que Simon, se había casado hacía un año y medio. Él y su esposa, Dorie, habían tenido un hijo. Quedaban otros tres Hart solteros: Reynarf, el más joven, Leopold, el segundo más joven, y Callaghan, que era dos años más joven que Simon. Todos vivían en Jacobsville.
El padre de Tess llevaba trabajando para los Hart poco más de seis meses cuando cayó muerto en el establo debido a un ataque de corazón. Fue terrible para Tess, cuya madre los había abandonado siendo ella pequeña. Cray Brady, su padre, fue hijo único. Tess carecía de familia conocida. Los Hart también sabían eso. Cuando la mujer que se encargaba de cocinar para ellos expresó su deseo de retirarse, Tess les pareció una sustituta ideal, pues sabía cocinar y ocuparse de las labores domésticas. También sabía cabalgar, disparar y maldecir en un español muy fluido, pero los Hart no conocían esas habilidades porque Tess no había tenido ocasión de mostrarlas. En aquellos días, su talento estaba exclusivamente centrado en preparar unos bizcochos sin los que los hermanos no sabían vivir y en cocinar abundante comida. Todo excepto dulces, porque a ninguno de los hermanos parecían gustarle.
Habría sido el trabajo perfecto, incluso con las continuas bromas de Leopold, de no ser porque temía a Callaghan. Y lo peor de todo era que se le notaba.
La miraba todo el rato, desde su rizado pelo rojizo dorado y sus pálidos ojos azules hasta los pies, como si estuviera esperando a que cometiera el más mínimo error para despedirla.
Durante el desayuno, aquellos negros ojos podían penetrar en su rostro como si fueran diamantes. Estaban situados en un rostro delgado y oscuro, con una ancha frente y oscuras cejas. Tenía la nariz grande, las orejas grandes y los pies grandes, pero su larga y bien modelada boca era perfecta y su pelo, liso y fuerte, era negro como un cuervo. No era guapo, pero sí dominante, arrogante y atemorizador incluso para otros hombres. Leopold le dijo a Tess en una ocasión que los hermanos trataban de intervenir si Cag perdía el control lo suficiente como para ponerse violento. Sabía pelear, pero incluso tan sólo su tamaño habría bastado para hacerlo peligroso. Era una suerte que casi nunca perdiera el control.
Tess nunca había logrado entender por qué le desagradaba tanto a Cag. No dijo una palabra de protesta cuando los demás decidieron ofrecerle el trabajo de cocinera tras la repentina muerte de su padre. Y fue él quien hizo disculparse a Leopold tras una broma especialmente desagradable en una fiesta. Pero nunca dejaba de encontrar formas de meterse con ella.
Como aquella mañana. Tess siempre ponía mermelada de fresa en la mesa para el desayuno, porque a los hermanos les gustaba. Pero esa mañana, Cag quería mantequilla de manzana y ella no había podido encontrarla. Murmurando protestas sobre su falta de organización, Cag se fue de la cocina hecho un basilisco, sin tomar otra galleta ni otra taza de café.
—Falta una semana para su cumpleaños —explicó Leopold—. Odia hacerse viejo.
Reynard asintió.
—El año pasado por estas fechas se fue una semana. Nadie sabía dónde estaba —movió la cabeza con pesar—. Pobre viejo Cag.
—¿Por qué lo llamas así? —preguntó Tess con curiosidad.
—No sé —dijo Rey, sonriendo pensativamente—. Supongo que porque es el más solitario de todos nosotros.
Tess pensó que tenía razón. Cag estaba solo. No tenía citas con chicas y no salía con «los muchachos», como hacían los demás. Era muy reservado. Cuando no estaba trabajando, cosa poco habitual, estaba leyendo libros de historia. Cuando comenzó a trabajar en la casa, Tess se sorprendió al comprobar que leía sobre la historia colonial española, en español. No sabía que era bilingüe, aunque lo averiguó cuando dos de los vaqueros hispanos se pelearon con uno tejano que se había estado metiendo con ellos. El tejano fue despedido, y los dos latinos fueron severamente reprendidos por Cag en un perfecto y duro español. Ella también era bilingüe, pues había pasado gran parte de su juventud en el suroeste.
Cag no sabía que ella hablaba español. Era una de las muchas cosas que no le gustaba mostrar cuando él estaba cerca. Tess también era muy reservada, excepto cuando Dorie iba de visita al rancho con Corrigan. Vivían en una casa a varias millas de distancia, aunque aún dentro del rancho Hart. Dorie era dulce y amable, y Tess la adoraba. Ahora que tenía un bebé, Tess esperaba sus visitas con verdadero anhelo. Le encantaban los niños.
Pero no le gustaba Herman. Aunque adoraba a los animales, su adoración no se extendía a las serpientes. La gran pitón albina con su blanca piel con manchas amarillas la aterrorizaba. Vivía en un enorme acuario que se hallaba contra una pared de la habitación de Cag, y tenía la mala costumbre de escaparse de vez en cuando. Tess la había encontrado en varios sitios inverosímiles, incluyendo la lavadora. No era peligrosa, porque Cag la mantenía bien alimentada. Con el tiempo, Tess aprendió a no gritar. Como el sarampión y los catarros, Herman era una fuerza de la naturaleza que simplemente debía ser aceptada. Cag adoraba al reptil. Parecía ser lo único por lo que realmente se preocupaba.
Aunque era posible que también le gustara el gato. Tess lo había visto jugando con él en una ocasión, con un trocito de cuerda. Él no lo sabía. Cuando no era consciente de que alguien lo estaba mirando parecía una persona diferente. Y nadie había olvidado lo que sucedió después de que Cag viera la famosa película del cerdito. Rey juró que su hermano lloró como una magdalena durante una de las escenas más conmovedoras de la película. Cag la vio tres veces y luego compró una copia en video.
Desde entonces no comía nada que tuviera que ver con el cerdo. Era una de las muchas paradojas de aquel complicado hombre. No temía a nada sobre la tierra, pero al parecer ocultaba un corazón muy sensible en su interior. Tess nunca había tenido el privilegio de verlo, porque no le caía bien a Cag. Le hubiera gustado no sentirse tan incómoda estando cerca de él. Pero eso era algo que le sucedía a la mayoría de las personas.
La Nochebuena llegó a finales de semana y Tess preparó una suculenta comida tradicional con toda la típica guarnición. Los Hart casados estaban iniciando su propia tradición familiar para el día de Navidad, de manera que la celebración del conjunto familiar tuvo lugar en Nochebuena.
Tess comió con ellos, porque los cuatro hermanos se empeñaron en que así lo hiciera.
Se puso el mejor vestido que tenía, de cuadros escoceses rojos, pero era barato y se notó especialmente en contraste con el que llevaba Dorie Hart. Todos se esforzaron en hacer que se sintiera cómoda, y para la hora del postre, Tess ya había dejado de preocuparse por su vestido. Todo el mundo la incluía en la conversación. Excepto por el silencio de Cag, la cena habría sido perfecta. Pero éste ni siquiera la miró. Ella trató de no preocuparse.
También recibió regalos, y ella entregó a los hermanos las elegantes fundas de ganchillo que había hecho para los cojines del salón. Los regalos que ella recibió no estaban hechos a mano, pero le encantaron de todos modos. Los hermanos le habían comprado un chaquetón de invierno. Era de piel negra con grandes puños y cinturón. No había visto en su vida nada tan bonito, y lloró al recibirlo. Dorie le regaló un delicioso perfume floral y la señora Lewis, que se ocupaba de la limpieza general de la casa, un elegante pañuelo en tonos azules. Se sintió en la cima del mundo mientras recogía la vajilla y la llevaba a la cocina para meterla en el friegaplatos.
Leo se detuvo junto a la encimera y, sonriendo traviesamente, tiró del lazo con que Tess se había sujetado el delantal.
—Ni se te ocurra —advirtió ella, aunque sonrió antes de volver a centrar su atención en el friegaplatos.
—Cag no ha dicho una palabra —comentó Leo—. Se ha ido a revisar la valla del río con Mack antes de que oscurezca.
Mack, un hombre aún más silencioso que Cag, era el capataz encargado del ganado. El rancho era tan grande que había capataces para cada cosa: el ganado, los caballos, la maquinaria, las ventas… incluso había un veterinario de guardia. El padre de Tess había sido el encargado de los animales de cría durante el breve tiempo que pasó en el rancho Hart antes de su inesperada muerte. La madre de Tess los abandonó cuando ésta era una niña, harta de la vida nómada que tanto gustaba a su marido. En los últimos años, Tess no había tenido noticias de ella. Se alegraba de ello. Esperaba no volver a verla nunca más.
—Oh —dijo mientras colocaba un plato—. ¿Por mí? —añadió con suavidad.
Leo dudó.
—No lo sé. Últimamente no ha sido él mismo. Bueno —corrigió, sonriendo irónicamente—, sí lo ha sido, sólo que peor de lo habitual.
—Yo no he hecho nada para enfadarlo, ¿verdad? —preguntó Tess, mirando a Leo con gesto preocupado.
Era tan joven, pensó él, viendo la inseguridad que reflejó su rostro, ligeramente pecoso. No era bonita, pero tampoco era vulgar. Tenía una luz interior que parecía irradiar de ella cuando estaba contenta. Le gustaba oírle cantar mientras estaba en la cocina o cuando salía a alimentar a las pocas gallinas que tenían para surtirse de huevos. A pesar de la reciente tragedia que había tenido lugar en su vida, era una persona feliz.
—No —dijo con firmeza—. No has hecho nada. Ya te acostumbrarás a los cambios de humor de Cag. No suele ponerse así a menudo. Sólo en Navidad, en su cumpleaños y, a veces, durante el verano.
—¿Por qué? —preguntó Tess.
Leo se encogió de hombros.
—Participó en la operación Tormenta del Desierto, en la guerra con Irak. Nunca habla de ello. Fuera lo que fuese lo que hizo, era secreto. Pero estuvo en zonas peligrosas y volvió a casa herido. Mientras se recuperaba en Alemania, su prometida se casó con otro hombre. Las Navidades y el