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La educación en peligro: Análisis crítico de la reforma educativa 2022
La educación en peligro: Análisis crítico de la reforma educativa 2022
La educación en peligro: Análisis crítico de la reforma educativa 2022
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La educación en peligro: Análisis crítico de la reforma educativa 2022

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Esta obra pretende manifestar la preocupación por las potenciales consecuencias negativas del proyecto de nuevos planes y programas de estudio (PPE) para la educación básica que la Secretaría de Educación Pública (SEP) dio a conocer recientemente. Los maestros, en su mayoría, ignoran los contenidos y las implicaciones de esta nueva reforma y experimentan un sentimiento de angustia por las nuevas cargas de trabajo que este cambio traerá consigo.

La SEP no solicita una reforma curricular convencional —como fueron las de 2011 y 2017—, y las autoridades plantean un reordenamiento completo de la actividad educativa sin un diagnóstico claro de los problemas relevantes y sus causas profundas. No hay antecedentes históricos, en México ni en el extranjero, de una educación comunitaria como la que se proyecta. Por ende, proponemos la fuerza social, que permitirá abrir un horizonte de esperanza para que los mexicanos construyamos una sociedad democrática en un estado de derecho, de justicia social y paz.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ago 2023
ISBN9786075719054
La educación en peligro: Análisis crítico de la reforma educativa 2022

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    La educación en peligro - Elisa Bonilla Rius

    1. Algunas reflexiones técnicas sobre el diseño de una propuesta curricular

    Elisa Bonilla Rius

    Los currículos son relevantes en tanto que representan lo que las comunidades desean que aprendan las nuevas generaciones. En este sentido, constituyen una de las expresiones más concretas de transmisión cultural que queda de manifiesto, al menos, en los propósitos y fines educativos de cada sociedad.

    UNESCO

    , 2021

    ¿Qué es una propuesta curricular?

    Una propuesta curricular, currículo o Plan de estudios es el documento oficial que establece los objetivos a alcanzar por las escuelas de un sistema educativo, a lo largo de un nivel escolar o de varios, y, por tanto, por las y los estudiantes que cursan ese trayecto formativo.

    Dicho documento se construye —explícitamente o no— a partir de lo que la sociedad espera de la escuela o, dicho de otro modo, se elabora respondiendo a preguntas fundamentales sobre los fines de la educación, por ejemplo, ¿cuál es el bagaje de conocimientos, habilidades, actitudes y valores necesarios para incorporarse a la sociedad? (Coll, 2006, p. 3).

    La respuesta a la pregunta sobre los fines de la educación en una sociedad expresa las creencias de esa sociedad sobre el currículo, o bien de quienes, al diseñarlo, responden a la pregunta a nombre de toda la sociedad. A la hora de responder a la pregunta, hay una variedad de enfoques y, por ende, los hay también para el diseño del currículo, no solo desde el punto de vista de sus contenidos, sino de los matices en los elementos pedagógicos que contenga y de las características de la evaluación del aprendizaje que proponga.

    Asimismo, el diseño del currículo no es neutro y refleja la visión que los responsables de desarrollarlo tienen sobre la educación y sobre sus propósitos. El currículo refleja las intenciones educativas de quienes lo elaboran y de la sociedad de la que forman parte. La definición de los propósitos educativos puede no representar la visión del conjunto de la sociedad, pues esta, por lo general, no es homogénea y se compone de visiones del mundo muy diversas.

    Al ser el diseño del currículo responsabilidad del gobierno en turno y con los cambios de una administración gubernamental a otra, a menudo se producen también vaivenes en las definiciones curriculares. Son contados los países que establecen objetivos con plazos largos, que incluso abarcan varias décadas, e incluso se extienden a lo largo de diversas administraciones gubernamentales, las cuales pueden estar, o no, lideradas por visiones políticas opuestas.² Dichos países entienden que la educación debe ser más una política de Estado que de gobierno, pero, sin duda, son minoría.

    Al definir los objetivos educativos del currículo, sus diseñadores pueden poner el acento en atender a necesidades sociales, en garantizar los derechos de los individuos o una combinación de ambas. En todo caso, en la definición de los propósitos de la educación siempre existe una tensión entre dos polos, el polo social y el polo personal; es decir, entre las necesidades de la colectividad y las aspiraciones y capacidades de las personas en lo individual.

    A lo largo del tiempo, las formas de proyectar y estructurar un currículo han ido evolucionando, pero el diseño de sus objetivos siempre depende de cómo se conciba a la educación, en función de la siguiente pregunta: ¿para qué educar?

    Los propósitos de la educación

    A decir de Bower (2020) y otros autores (Robeyns, 2006), las respuestas sobre los propósitos o fines de la educación se fundamentan en tres modelos teóricos: a) el derecho a la educación, b) el desarrollo de capital humano, y c) la atención a las capacidades individuales. Como se explicará a continuación, cada uno de estos modelos presenta fortalezas y también desafíos para el diseño curricular.

    a) El derecho a la educación

    Este modelo se fundamenta tanto en el derecho legal de acceder a la educación como en el derecho moral de garantizar a cada persona las condiciones para que pueda educarse. El derecho a la educación es un imperativo consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (

    ONU

    , 1947, art. 26), la cual establece que:

    Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. […] La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales...

    Cerca de doscientos países se han adscrito a esta declaración y, por ende, en sus legislaciones nacionales se consagra el derecho de las personas a la educación. En el caso de México, este derecho es anterior a la declaración y emana del artículo 3º constitucional, promulgado en 1917.

    En este modelo, la educación no se concibe "simplemente como algo deseable que puede lograrse siempre y cuando haya algunos fondos disponibles, sino como el derecho de todos los niños" a educarse (Robeyns, 2006, p. 75). Desde que, a finales del siglo

    XIX

    y comienzos del

    XX

    , la mayoría de las naciones se plantearon universalizar la educación,³ los gobiernos han tenido que asegurar cuantiosos recursos para ofrecer educación a todos los futuros ciudadanos de cada país.⁴

    El modelo de derechos humanos se ha enfocado específicamente en garantizar la accesibilidad a la educación, en asegurar la escolaridad de todas las personas, pero no necesariamente ha puesto el foco en que la educación que brindan las escuelas —especialmente las públicas— sea de calidad y, menos aún, en que todos sus egresados, independientemente de su contexto o condición social, alcancen los objetivos establecidos en el currículo.

    Cuando las naciones se propusieron impulsar la universalización de la educación, estaba implícita la garantía de que aprenderían, en el magno esfuerzo de asegurarles un lugar en la escuela a todos los niños y jóvenes. Pero, después de varias décadas en el avance de la cobertura de los servicios educativos, fue quedando claro que la mera escolarización no es suficiente para garantizar la calidad educativa de los centros escolares ni, por tanto, el desempeño académico de sus egresados. Es decir, hoy es bien sabido que el mero acceso a la escuela no garantiza que se alcancen los objetivos planteados en el currículo.

    El número creciente de evaluaciones del desempeño escolar, tanto nacionales como internacionales, muestran que muchas personas egresan de la educación obligatoria sin dominar los contenidos del currículo. Por ejemplo, los estudios que periódicamente realiza la

    UNESCO

    (2021) para medir el desempeño de los estudiantes de primaria en América Latina y el Caribe han dejado al descubierto que, en promedio, un tercio del alumnado de tercer grado de educación primaria, en los 18 países en los que se aplican las pruebas, no domina las habilidades básicas de lectura y escritura que establecen los currículos de la región.

    Otros estudios muestran que una de las razones para ese bajo desempeño, aunque no la única, es la uniformidad en la aplicación del derecho a la educación, que si bien escolariza universalmente no garantiza la equidad en el aprendizaje y genera desigualdades. Por ejemplo, Rodríguez (2013) argumenta que, al uniformar la accesibilidad a la escolarización en contextos políticos que privilegian la conformidad y la estandarización sobre la capacidad de respuesta y la inclusión, los educadores se enfrentan a fuerzas hegemónicas que dan forma a la educación pública descuidando a la mayoría de los estudiantes que viven en la pobreza o que son étnica o lingüísticamente diversos.

    Por lo tanto, este modelo de derecho a la educación, al menos como ha sido aplicado hasta ahora, presenta serias limitaciones, pues al tiempo que, sin duda, ha garantizado a las personas el acceso a la escuela,⁵ también ha sido deficiente en términos de la calidad de la educación que se imparte en muchas aulas.⁶

    b) El desarrollo de capital humano

    El segundo modelo para definir los propósitos de la educación que dan vida a un currículo se refiere al desarrollo de capital humano y pone el foco en las necesidades de la sociedad de contar con personas preparadas, más que en el derecho de la ciudadanía a formarse. Parte de considerar las necesidades de crecimiento económico de la sociedad. Además, en este modelo, el propósito último de la educación es visto como instrumental: se trata de preparar a las personas para el mundo del trabajo, ya que supone que los conocimientos y habilidades que les brinde la escuela les permitirá acceder a los mejores empleos; hecho que se presume beneficiará a las personas directamente y la suma de beneficios individuales favorecerá, a su vez, a la economía, es decir, al conjunto de la sociedad.

    Un sistema educativo basado en este modelo promueve currículos, pedagogías y sistemas de evaluación que reflejen las necesidades percibidas por la sociedad o, más bien, por aquellos grupos sociales capaces de poner su visión por encima del resto de visiones. Es posible que en dicho contexto los alumnos se sientan motivados e inspirados por un futuro laboral promisorio, en el cual eventualmente lograrán buenos ingresos económicos e incluso podrán valorar su educación como una contribución al bien colectivo.

    Si un gobierno está convencido del potencial de la educación para mejorar la situación económica del país, es probable que esté más dispuesto a invertir en ella, lo que representa una clara ventaja del modelo.

    Para definir sus objetivos, un currículo basado en el modelo de capital humano necesita nutrirse de lo que los empleadores perciben como valioso en la fuerza laboral que requieren contratar. En este sentido, desde hace algún tiempo, diversas organizaciones en distintos países se han abocado a definir las llamadas habilidades del siglo

    XXI

    , que tratan de sintetizar las competencias que deben tener las personas para insertarse en el mundo laboral incierto y cambiante al que nos enfrentamos en la actualidad.⁷ Desde esa óptica, corresponde a las escuelas desarrollar dichas habilidades en su alumnado para, con ello, garantizar a sus egresados una buena inserción en la compleja sociedad del conocimiento.

    Dichas habilidades, denominadas a veces como habilidades blandas (soft skills, en inglés) se refieren precisamente a aquellas competencias que no están ligadas a una profesión o empleo específicos, sino que son de carácter más general y ayudan a los empleados a prosperar en el lugar de trabajo, sin importar su nivel de antigüedad, función que desempeñen o industria en la que laboren. A menudo se les denomina también habilidades transferibles o habilidades interpersonales. Estas habilidades son precisamente las que el mundo del trabajo demanda, cada día más, a sus futuros empleados. Heppell (2016), por ejemplo, reporta que los directores ejecutivos de las empresas ponen la colaboración (50 %), la honestidad (27 %) y la visión (25 %) por delante del conocimiento (19 %) como elementos esenciales de sus empleados para el éxito en el espacio laboral.

    Hilton y Pellegrino (2012) hicieron una síntesis de las habilidades del siglo

    XXI

    —quizá la más completa hasta ahora— y las organizaron en tres dominios competenciales (pp. 3-4).

    Dominio cognitivo: incluye tres grupos de competencias (procesos cognitivos y estrategias, conocimiento y creatividad). Agrupando habilidades como el pensamiento crítico, la alfabetización computacional, el razonamiento, la argumentación y la innovación.

    Dominio intrapersonal: incluye tres grupos de competencias (apertura intelectual, ética de trabajo y escrupulosidad, y autoevaluación). Agrupando habilidades como la flexibilidad, la iniciativa, el aprecio por la diversidad y la metacognición (la capacidad de reflexionar sobre el propio aprendizaje).

    Dominio interpersonal: incluye dos grupos de competencias (trabajo en equipo y colaboración, y liderazgo). Agrupando habilidades como la comunicación, la colaboración, la responsabilidad y la resolución de conflictos.

    En la última década y con fundamento en el modelo de capital humano, diversos países han diseñado currículos que se enfocan en el desarrollo las habilidades del siglo

    XXI

    (Reimers, 2020), lo que no implica, necesariamente, que las escuelas encargadas de enseñar con base en estos currículos hayan sido mayoritariamente capaces de implementarlos correctamente y, con ello, hayan logrado desarrollar en sus egresados las habilidades mencionadas. De hecho, en una encuesta global aplicada en 2017 a directores ejecutivos de empresas de 157 países, el 77 % expresó que, durante los procesos para reclutar empleados, enfrentan muchas dificultades para identificar candidatos con las habilidades de creatividad e innovación que sus empresas requieren (PwC, 2017).

    El modelo de capital humano —que, sin duda, es relevante para la mejora económica de la población— también presenta limitaciones importantes. A decir de Robeyns (2006, p. 74), estos inconvenientes se presentan tanto en términos de la educación que imparten las escuelas como en la filosofía que impulsa el sistema educativo, ya que no reconoce la importancia intrínseca de la educación, ni los roles sociales instrumentales personales y colectivos de la educación. Este autor alerta además sobre la posibilidad de que los valores del mercado se impongan sobre los intereses humanos individuales, lo que le parece reprochable.

    Asimismo, Steven Klees (2016, p. 647), estudioso del desarrollo de capital humano asociado a las tasas de retorno, argumenta que es imposible medir el impacto de la educación en la sociedad en su conjunto y que decidir invertir en aspectos particulares de la educación o grupos de edad específicos en función de lo que se percibe como eficiencia económica es creer en un mundo donde la tasa de retorno sea fácilmente medible. Klees (2016, p. 657) argumenta que la tasa de retorno basada en el salario que perciben las personas no es útil, porque no brinda una imagen completa y precisa de cuál es la rentabilidad social, y puede resultar en importantes desviaciones de las políticas públicas. Concluye diciendo que no es posible medir con precisión el impacto de la educación en los ingresos, ya que hay demasiadas variables que intervienen en ello, como son la salud, la cantidad y calidad educativas, el género, las habilidades cognitivas o las características étnicas.

    Por su parte, el economista Amartya Sen (2003, pp. 2 y 3) también cuestiona esta idea y plantea que:

    … un país puede ser muy rico en términos económicos convencionales (es decir, en términos del valor de los productos básicos producidos per cápita) y aun así ser muy pobre en la calidad de vida humana alcanzada. […] En primer lugar, la prosperidad económica no es más que uno de los medios para enriquecer la vida de las personas. Es una confusión sustantiva darle el estatus de fin. En segundo lugar, incluso como medio, el simple aumento de la opulencia económica promedio puede ser bastante ineficiente en la búsqueda de fines realmente valiosos.

    En síntesis, el modelo de desarrollo humano plantea propósitos relevantes para la educación y objetivos loables para las personas y su bienestar futuro, pero también tiene limitaciones tanto para los procesos de diseño curricular como para la evaluación de su efectividad.

    c) Atención a las capacidades individuales

    El tercer modelo, denominado atención a las capacidades individuales, plantea la necesidad de que el currículo se oriente a atender el desarrollo de las capacidades reales de cada persona para lograr que, al egresar de la educación obligatoria, tengan una vida que disfruten y valoren, y no solamente tengan el derecho o la libertad para valorarla.

    Este modelo fue concebido en la década de 1980, en ámbitos destinitos al educativo, como un enfoque alternativo a la economía del bienestar. Amartya Sen (2003) y Martha Nussbaum (2003), dos de sus exponentes más notables, relacionaron una variedad de conceptos de la economía del bienestar para desarrollar el modelo; el cual se ha empleado también en otros campos, por ejemplo, el filosófico (Robeyns, 2016). Más recientemente, se ha comenzado a introducir en el ámbito educativo (Bower, 2020), pero aún presenta algunos retos para su plena incorporación al desarrollo curricular, especialmente en lo tocante a la implementación del currículo en el terreno escolar, entre otras cosas, por la falta de preparación docente para atender y desarrollar las capacidades individuales de sus estudiantes.

    El punto central de este modelo es mejorar el acceso a las herramientas (intelectuales, sociales, emocionales y éticas) que las personas requieren para vivir una vida plena. Se enfoca tanto en las capacidades como en la libertad de una persona para tomar decisiones sobre lo que quiere hacer y ser, por lo que se torna especialmente relevante para definir el propósito de la educación.

    La atención a las capacidades individuales está centrada en la justicia social y se podría argumentar que este hecho la asocia directamente con el modelo de derechos. Sin embargo, el modelo basado en los derechos, si bien se funda en garantizar educación a todos, no toma en cuenta las barreras que enfrentan los individuos o grupos para brindar una educación con la calidad suficiente para todos; es decir, para brindar servicios educativos de calidad con equidad.

    En contraste, este modelo de atención a las capacidades individuales invita a quienes diseñan políticas (en particular, a quienes diseñan currículos) a atender todos aquellos aspectos que generan desigualdad en las oportunidades que se brindan a las personas. En ese sentido y por principio, en este modelo es imprescindible llevar a cabo el análisis de las capacidades individuales; aun si su realización presenta grandes retos es indispensable esforzarse por conocer los aspectos que son significativos para que las personas logren su mayor desempeño, a fin de plasmar en el currículo las estrategias de atención a dichos aspectos, (Robeyns 2006, p. 79).

    Este modelo promueve la idea de que a las personas se les debe dar la libertad de hacer y ser lo que quieran, pero, por supuesto, necesitan desarrollar sus capacidades (o competencias) para lograrlo. Las escuelas tienen el poder de brindar oportunidades, motivación, recursos, ideas, conocimientos, espacio, apoyo y un entorno propicio; también tienen el poder de restringir todos estos elementos, reduciendo así las oportunidades de los alumnos de lograr su desarrollo pleno, ya que las escuelas y las comunidades siguen reflejando los equilibrios de poder que se dan en las sociedades en las que están inmersas. Se trata de equilibrios abiertos y sutiles que se relacionan con la historia económica, política y social y con el contexto de la sociedad, en todos los niveles (Rodríguez, 2013, p. 103).

    La atención a las capacidades individuales tiene fuertes conexiones con la noción de Grant (2012, p. 911) de la importancia de cultivar vidas prósperas, que resultan de una educación que responde a la identidad y a los antecedentes culturales e históricos de las personas. En ese sentido, el propósito de la educación —y el trabajo de cada maestro— es cultivar el intelecto de cada estudiante (Grant 2012, p. 915). Para lograrlo, los maestros deben tener altas expectativas para todo el alumnado. En especial deben reconocer la capacidad intelectual de los estudiantes marginados y ofrecerles una enseñanza que los rete y que a la vez sea culturalmente receptiva. Asimismo, han de valorar su efectividad, aplicando una evaluación continua que explicite sus reflexiones sobre lo que enseñan, cómo lo enseñan y por qué lo hacen.

    Atender a las capacidades individuales no solo pone el acento en los objetivos que el currículo busca lograr, sino en los retos que tienen los docentes y las escuelas (y, por ende, las autoridades educativas) para lograrlos. En ese sentido, el modelo de atención a las capacidades individuales marca el camino para que el diseño curricular considere tanto los propósitos (qué) como que oriente sobre su implementación (cómo), que pueden variar de un contexto a otro.

    La interconexión entre modelos

    Estos tres modelos teóricos han influido en el desarrollo curricular a lo largo de décadas, pero, como dice Bower (2020), tal vez encontrar el equilibrio entre los tres sea lo que debería ocupar y preocupar a quienes tienen la encomienda de desarrollar un currículo.

    Los tres modelos mantienen su vigencia y aportan a la compleja tarea del desarrollo curricular, pero no es conveniente ni deseable adscribirse solo a uno de ellos, ya que sería difícil argumentar a favor de una educación que no plantee objetivos de aprendizaje para todos (y yo añadiría los mismos objetivos para todos, porque eso es lo que hace equitativa a la educación). Asimismo, no se puede estar en contra de una educación que prepare a los estudiantes para su futuro y les brinde la oportunidad de progresar y de contribuir a que la sociedad de la que forman parte sea más prospera. De la misma forma, el desarrollo curricular ha de incorporar la variabilidad y especificidad de las personas, para con ello atender a los intereses, necesidades y capacidades individuales de las y los educandos, haciéndose cargo de introducir estrategias que contribuyan a eliminar las barreras de aprendizaje, colectivas e individuales.

    En síntesis, el diseño curricular ha de tener presente los tres modelos y encontrar el balance adecuado entre ellos para clarificar de la mejor manera los propósitos de la educación que orientarán la determinación de los objetivos del currículo.

    A decir de Biesta (2015, p. 76), en este empeño, el reto radica más bien en el propio ejercicio de definición de los propósitos del currículo. Por ejemplo, en concretar a qué se denomina una buena educación, o educación de calidad; o bien, en cómo se conciben los futuros deseables de los egresados; o en identificar en qué consiste una vida exitosa.

    En el marco de la discusión sobre las características de una educación de calidad, este mismo autor argumenta que el propósito de la educación no puede ser simplemente aprender y postula que "el punto de la educación es que los estudiantes aprendan algo, que lo aprendan por alguna razón, y que lo aprendan de alguien". Tres asuntos clave que nos llevan de vuelta a los tres modelos antes analizados, ya que estos, por supuesto, ofrecen elementos clave a considerar en el ejercicio de construir las definiciones necesarias, si se busca que el currículo de pie a una educación de calidad.

    ¿Qué aprender?

    Acerca del algo que aprender, los currículos habrán de proponer, como lo han hecho hasta ahora, conocimientos, pero también habilidades y valores. En particular, en el momento actual, para conseguir un desarrollo sostenible, que es la agenda⁸ a la que se han adscrito la mayoría de los países del mundo. Esta situación también llama a que el currículo marque directrices para desarrollar personas con una postura crítica y cuestionadora, las cuales son indispensables para construir un presente y un futuro que asegure la sostenibilidad necesaria para brindar bienestar a toda la sociedad.

    ¿Por qué aprender?

    En lo que toca al clarificar la razón para aprender, esta puede tener múltiples explicaciones. Tales como aprender para el trabajo, la satisfacción intelectual, el placer de aprender, desarrollar las capacidades individuales y ¿para qué más? Para enfrentar un futuro incierto también. Pues al ritmo al que hoy se presentan las transformaciones pareciera muy necesario que las personas adquieran la capacidad de adaptarse a los cambios, especialmente para ser capaces de sortearlos provechosamente, lo que muy probablemente solo lograrán si se les garantiza una educación que incluya el aprendizaje permanente. En este sentido, el currículo está dejando de ser una brújula exclusiva para la educación escolarizada y, cada vez más, se le está exigiendo orientar la educación y el aprendizaje de las personas en ámbitos extraescolares.

    ¿De quién aprender?

    Por lo que se refiere a la identificación de ese alguien de quien aprenderán, habrá que incluir a los diversos actores de la implementación del currículo —de su puesta en acción en el terreno—, desde las más altas autoridades de gobierno, de quienes surgen las directivas prescritas, las autoridades locales, los directores escolares, los docentes frente a grupo, los supervisores, los ayudantes en el aula, y demás personas involucradas (como las familias), cada una contribuyendo a la educación de calidad con su agenda propia.

    En este sentido, contar con un propósito claro y una comprensión profunda de lo que sustenta la enseñanza y el aprendizaje para el siglo

    XXI

    requiere que las escuelas conozcan a fondo las capacidades y las necesidades de sus estudiantes y que comprendan las circunstancias de sus contextos.

    Para conseguirlo puede ser necesario que las escuelas deban desafiar a los poderes (legítimos o fácticos) que centralizan las decisiones, exigiendo su derecho a ser innovadoras y atreviéndose a participar en el diseño curricular, siendo cocreadoras de los planes de estudio. En este sentido, el diseño curricular debe dar autonomía a las escuelas, brindarles margen de maniobra, tanto en los aspectos de gestión escolar como en los de gestión curricular. No para que definan todo lo que su alumnado ha de aprender, porque al formar parte de un sistema educativo (nacional o estatal) ha de haber un consenso mínimo de aprendizajes fundamentales para todas las y los educandos de dicho sistema —lo básico imprescindible, como lo llama Coll (2006)—, pero sí para atender a sus capacidades y necesidades individuales. Es precisamente en la esfera local, en el contexto particular de cada escuela, en la que es posible dimensionar con claridad esas capacidades y necesidades individuales y atenderlas con efectividad.

    Consensos y disensos sobre los propósitos educativos

    Por lo general, para poner en marcha una reforma curricular, las legislaciones de los países —y el sentido común— llaman a consensuar entre diversos grupos de interés tanto los propósitos del currículo, como sus contenidos.⁹ En particular es necesario consensuar sobre lo que Biesta (2015) llama ese algo que debe aprender el alumnado, ¿el qué aprender?

    Al respecto, Coll (2006, p. 10) plantea que no es necesario ni deseable lograr un consenso absoluto sobre los propósitos y contenidos del currículo. A este respecto y …a efectos de la búsqueda de un acuerdo social amplio sobre la educación…, distingue entre dos tipos de contenidos curriculares, dos tipos de algo: los contenidos básicos imprescindibles y los contenidos básicos deseables. Cada uno de los cuales requiere de un consenso específico.

    En el primer caso, para los contenidos básicos imprescindibles, explica que:

    No ponerse de acuerdo sobre lo básico imprescindible que deben aprender todos los alumnos cuestiona la existencia misma de un proyecto social compartido. La consecución de un amplio acuerdo social al respecto aparece así, no sólo como algo deseable, sino también como algo necesario para mantener la cohesión de una sociedad.

    En ese sentido, como en una sociedad democrática es imposible e incluso no deseable lograr visiones únicas, las amplias consultas públicas sobre el currículo han de ceñirse a preguntar sobre lo básico imprescindible, a generar consensos sobre aquellos objetivos que todas las personas que cursen la educación obligatoria han de alcanzar, porque, como dice Coll (2006), esa visión unificada cohesiona a la sociedad sobre los fines de la educación. La buena marcha de la educación requiere de ese consenso mínimo, pero vital.

    Por otra parte, en lo tocante a los contenidos básicos deseables, Coll (2006, p. 10) expresa que es natural no estar de acuerdo en los contenidos básicos que sería deseable aprender, pero que no son imprescindibles, pues justamente ello refleja distintas visiones de la sociedad actual y del futuro y pone de manifiesto la existencia de opciones ideológicas distintas sobre el proyecto social compartido que se desea construir. Entonces, también invita a lograr el consenso sobre la importancia del disenso, sobre la necesidad de la variabilidad, específicamente en lo que se refiere a los contenidos que, siendo básicos, no son imprescindibles para todos. En los que las escuelas, los maestros, las familias, las y los estudiantes pueden y deben tener margen de decisión.

    De esta forma, también desde la definición de los propósitos educativos es viable y deseable disentir, lo cual refuerza —desde el modelo de atención de capacidades— la necesidad de atender a la variabilidad de intereses, necesidades y capacidades, para lo cual debe propiciarse, como ya se decía antes, la autonomía curricular de las escuelas.

    ¿Qué constituye lo básico imprescindible y deseable?

    Con base en el análisis de propuestas curriculares formuladas por diferentes instancias nacionales e internacionales,¹⁰ Coll (2006, pp. 14-16) propone un esquema muy sucinto, organizado en cinco grandes apartados, para orientar la construcción de los contenidos de un currículo, según las tendencias mundiales actuales. Se esmera en precisar que es un ejercicio meramente orientativo: En ningún caso debe ser entendido como una propuesta, ni siquiera en estado de borrador, de organización del currículo de la educación básica.

    Capacidades metacognitivas y cognitivas de alto nivel: planificación, autorregulación, autocontrol, adaptabilidad, manejo de la incertidumbre, etcétera.

    Capacidades afectivas, emocionales y de equilibrio personal: autoestima, autoconcepto, agencia, seguridad, autoconfianza, entre otras.

    Capacidades de relación interpersonal: comunicación, empatía, trabajo en equipo, habilidades sociales, etcétera.

    Capacidades para el ejercicio de la ciudadanía a nivel local, nacional, internacional y mundial: solidaridad, responsabilidad, implicación en los problemas sociales y de la comunidad, entre otras.

    Alfabetización en la sociedad actual: alfabetización en diversos ámbitos, por ejemplo, en la cultura letrada (dominio de la lengua oral y escrita); la cultura matemática (dominio del cálculo aritmético, razonamiento matemático, solución de problemas); la cultura científica (comprensión de los fenómenos científicos, de las interrelaciones medioambientales y de la capacidad de las ciencias para explicar el mundo); la cultura económica (identificar problemas económicos, analizar situaciones y políticas, valorar sus consecuencias, etcétera); la cultura tecnológica (qué es la tecnología, para qué sirve, cómo funciona, cómo utilizarla para sacarle provecho, entre otras); la cultura visual (interpretar, utilizar, valorar y producir imágenes fijas y en movimiento para comunicarse, aprender, pensar, etcétera); la cultura de la información (manejo de la información —localizar, seleccionar, valorar, sintetizar y utilizar— que se necesita con las tecnologías apropiadas); la multiculturalidad (conocimiento, aprecio y respeto de la cultura propia y de otras culturas); y la cultura de la globalización (conocimiento y comprensión de las interrelaciones entre fenómenos y procesos que tienen lugar en diferentes lugares del planeta).

    A la hora de elaborar un currículo, tanto desde la fase de consulta pública como durante el propio proceso de desarrollo curricular, estos grandes apartados del esquema sucinto de Coll (2006) ofrecen una pauta, pero sería indispensable analizar cada dimensión para determinar, para ese

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