Detestable, no. ¡Soy adolescente!
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Contestadores, alegres y extrovertidos, los personajes de este libro representan el intrigante universo de los adolescentes. Se tratan en profundidad temas como las adicciones, las dificultades en las relaciones con los padres, la violencia y el noviazgo. Como en la realidad, en este libro los jóvenes def
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Detestable, no. ¡Soy adolescente! - Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
Capítulo I
Camila azotó la puerta del dormitorio, se acostó en su cama y exclamó enojada:
– ¡Voy a llorar hasta las últimas lágrimas, como dice el abuelo!
Y llegó el llanto.
– ¿Por qué la abuela es tan molesta a veces? Me alegro que sea solo a veces, ¡me gusta tanto! - Gruñó de nuevo. Camila pensó que su abuela Esmeralda era la mejor. Pero no la vio llorando que decía: Niña, un día te vas a romper de tanto llorar.
- ¡Es mejor llorar nadie me entiende!
– Ca – gritó su hermano Leonardo – Bia está al teléfono.
¿Vas a responder?
- ¡Por supuesto que lo haré, mocoso!
Saltó de la cama, abrió la puerta y su hermano estaba allí, de pie.
Él la miró enojado y murmuró:
- Te hago el favor de llamarte y me ofendes.
La niña prefirió no discutir con su hermano para no dejar a Bia esperando al teléfono. Solo murmuró:
- ¡Está bien, discúlpame!
Le dio la espalda y se alejó. A Camila le gustaba su hermano, era dos años menor, ¡pero pensaba que era tan inmaduro! Era travieso, siempre tramaba cosas malas, pero era cariñoso. Si tan solo él no revisara tanto sus cosas y no la molestara con sus travesuras y cosas malas... Se olvidó que quería llorar. Ana Beatriz, su amiga Bia, había ido a una fiesta y seguro que tenía noticias que contarle.
Llevaba ya un rato hablando cuando llegó Rejane, la criada, a decir:
– Camila, doña Lúcia llamó a la vecina y te pidió que colgaras el teléfono porque quiere hablar contigo.
- "Y ésta – pensó -, ¡no puedo hacer nada en esta casa!
Todavía quedaban unos minutos, no podía colgar, Bia todavía tenía que decirle cómo terminó la fiesta. Se despidieron y ella se quedó junto al teléfono, esperando.
Sonó, era su madre.
– Camila, por favor, ¡quería llamarte allí y no pude! No estaré en casa para el almuerzo, dile a Rejane que haga lo de siempre. Vuelvo por la noche. ¡Cuida a tu hermano y tu genio!
Camila fue a dar el mensaje. Leonardo estaba viendo la televisión y, mientras escuchaba, comentó:
– ¡Pobre madre, trabaja mucho! ¿Podría ser, Ca, que papá hubiera logrado pagar la matrícula de nuestro inglés? Yo tampoco quiero dejar el judo.
– Sí, Leo, la situación económica es difícil, espero que mamá no pierda su trabajo.
Camila suspiró.
- Bueno, ahora que todo está en calma, puedo ir a llorar de nuevo. ¿Llorar? Ya no tengo ganas. ¿Por qué estaba llorando de todos modos? Oh, sí, papá no me dejó ir a la fiesta en un dormitorio, lo cual es una casa donde viven solo 6 estudiantes. Estoy asqueada. Además de un no, tengo que escuchar: Camila, hija mía, eres muy joven para ir a estas fiestas, ahí van chicos mayores. ¡Mayores! Yo ¡No soy una niña! – Murmuró enfadada –. No es injusticia. ¡Me dejaron ir por nada, o casi por nada! Me dijeron mocosa, un chico me dijo que la fiesta era de adultos, ya no voy a esas fiestas y no voy a ir a la de hoy. Cristiano ni me miró y terminó con una niña . Bia se ofendió y con razón. Tampoco quería ir más a esa fiesta que tanta discusión había generado en casa.
– ¡Qué aburridas vacaciones escolares! - Gruñó.
- ¿Por qué todo es aburrido para ti? – Preguntó Leo -. No para mí. Voy a la casa de Fabiano después del almuerzo, vamos a jugar fútbol. Sería bueno que inventaran más vacaciones escolares, más reuniones, así tendríamos más tiempo libre.
- Y terminaríamos sin aprender - respondió Camila.
– Bueno, a ver si vienen unos amigos a la casa.
Mariana, su mejor amiga, y Sara vinieron por la tarde y charlaron animadamente.
- Me gustaban las fiestas familiares, era bueno conocer a los primos y perder el tiempo, pero ahora no creo que sea divertido - dijo Sara.
- Me gusta. No tengo muchos primos, solo dos, somos amigos y seguimos hablando. Creo que las reuniones familiares son importantes, y es lindo estar unidos y saber que podemos contar con ellos – dijo Mariana.
– Prefiero una fiesta con amigos, con mucha gente que no conozco – expresó Camila -. Pero no me gusta sentirme fuera de lugar. Quería ir a una fiesta vestida con un atuendo maravilloso que llamara la atención de todos.
– Si mucha gente me mira fijamente, me da vergüenza – sonrió Mariana.
- Bueno, ¡me gusta ser el centro de atención! - Exclamó Camila.
– ¡Pues quién habla, entonces tú, Ca, que eres tímida! - Dijo Mariana con una risa.
- Era, ya no soy - se defendió la niña.
Y cada una imaginó la fiesta de sus sueños, y la tarde pasó rápidamente. Por la noche, su madre llegó cansada y aun fue a hacer algunas tareas, guardar la ropa, preparar el almuerzo. Después de almorzar, Leo encendió la televisión, pero su madre la apagó. Camila intercambió una mirada con su hermano, regañando.
– Trabajo todo el día, estoy cansada, llego a casa y ustedes dos, que ni siquiera tenían clase, no pudieron hacer nada para ayudarme. Leo, comiste en la sala de estar, ¿por qué no limpiaste tú mismo? Tú, Camila, ¿por qué no me dejaste la ropa planchada de Rejane? Ya eres grande y debes tener responsabilidades.
– Soy grande para muchas cosas y niña para otras. ¡No puedo soportar esto más! - Camila murmuró.
– ¡Es verdad! – Dijo la madre -. Eres niña para algunas cosas y grande para otras. Cuestión de punto de vista. Para mí, ya tienes algunas responsabilidades, como ayudarme y comprender que aun no tienes la edad suficiente para ir a ciertos lugares. Pero el asunto no tiene que ver con la edad, sino con un teléfono. Quiero pedirte, Camila, que no lo uses tanto. Quería mandarte un mensaje, intento, intento y nada. ¡Qué nervios! Tengo que llamar a la vecina para pedirte que cuelgues para poder hablar.
– Fue Bia quien llamó – se defendió Camila.
– Hija, el teléfono se hizo para los mandados, debes ser rápida para usarlo. ¡Te encuentras todos los días, ya hablas tanto! Ya no quiero que pases horas en ese teléfono. ¡No quiero!
El padre, Osmar, también llegó cansado y escuchó el final de la conversación. Después de los saludó y dijo:
– La cuenta del teléfono es alta, te la descontaré de tu mesada, Camila. Es mejor usarlo menos.
- No soy solo yo, Leo también habla mucho – acusó la chica.
– ¡Yo no! – Leonardo se defendió.
- Bueno, será mejor que lleguemos a un acuerdo. Es mejor usarlo menos - dijo su madre.
Lucía fue con Osmar a la cocina. Camila se sentó en el sofá, molesta.
- Ca - dijo Leo -, será mejor que cooperemos. Si no hacemos economía, adiós clases de inglés.
– ¡Eso no! – Exclamó, pensando en el gato
de Rogerio, que estudiaba en su salón de clases.
- Pobre gente, papá y mamá trabajan mucho - suspiró el niño.
– Sí... Pero tú, mocoso, no hiciste tu parte. ¡Mira el lío que hiciste!
Leo se levantó y comenzó a ordenar la habitación. Camila pensó:
- Mi hermano tiene razón, papá y mamá trabajan, se esfuerzan por darnos lo mejor. ¡Debo cooperar!
Llegaron sus abuelos, los padres de Lucía: el abuelo Basilo y la abuela Matilde. Era el día de hacer el Evangelio en el Hogar