Storytelling como estrategia de comunicación: Herramientas narrativas para comunicadores, creativos y emprendedores
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Storytelling
Advertising
Conflict
Creativity
Marketing
Hero's Journey
Mentor
Coming of Age
Mentorship
Redemption
Rags to Riches
Call to Adventure
Revenge
Transformation
Underdog
Communication
Branding
Personal Growth
Empathy
Character Development
Información de este libro electrónico
Las historias nos emocionan, nos inquietan, permanecen en nuestra memoria y reaparecen para influirnos cuando tenemos que actuar. Este libro desgrana el arte del storytelling como técnica de comunicación y lo aborda en todas sus dimensiones -vivencial, cultural, racional- para que comprendamos bien sus mecanismos de funcionamiento y logremos transmitir eficazmente mensajes en forma de narración.
Guillaume Lamarre nos lo cuenta todo sobre las historias: su relación con las marcas, sus características fundamentales, su estructura y elementos básicos. a través de la combinación de ejemplos de la cultura popular, campañas de comunicación, explicaciones teóricas, ejercicios prácticos y entrevistas a grandes narradores de nuestro tiempo. Un manual necesario, en definitiva, para hacer que una marca comunique cosas, lanzar acertadamente un producto al mercado o presentar un proyecto de forma convincente.
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Storytelling como estrategia de comunicación - Guillaume Lamarre
EL PODER DE LAS HISTORIAS
En este capítulo haremos un recorrido panorámico que nos permita contextualizar y comprender por qué contar historias es algo consustancial al ser humano.
1. La guerra del fuego
Hay que hacerse a la idea de que las historias forman parte de nuestro patrimonio genético. Incluso que estas son una de las razones que explican nuestra supervivencia en este mundo.
Antes del verbo
No tiene nombre, y mucho menos apellido. Apenas puede nombrar a su madre. Su padre, por otro lado, podría ser cualquiera de los hombres de la tribu. Sin embargo, esto no es algo que le quite el sueño. Sus días están consagrados a un único objetivo: sobrevivir hasta el día siguiente. Se levanta mucho antes de que salga el sol sin que exista la más mínima seguridad en el futuro, salvo la de la presencia de amenazas y peligros permanentes. Pero esa noche, mientras todos descansan al fondo de la cueva, ella se pone en pie con otras intenciones. Su instinto ha descubierto una sensación nueva. Es un deseo más sofisticado, más profundo que el hambre o la sed. Durante la cacería, uno de los hombres de la tribu fue corneado por la presa que perseguían, y ahora mismo se agita tumbado sobre unas pieles dispuestas junto al fuego. Todo el mundo sabe que está sentenciado. Es entonces cuando nuestra heroína se pone manos a la obra. Humedece sus dedos en el ocre del suelo húmedo de la cueva. Luego, con mucho cuidado, va depositando el color con la punta del dedo índice en las zonas de la pared que le parecen más lisas. Pretende reconfortar a su compañero, pero también dar salida a la cólera que ella misma siente. A la luz de su antorcha, las siluetas van poco a poco cobrando vida bajo la mirada agonizante de su amigo y de los miembros desconcertados de su tribu. Las formas que ha dibujado les representan rodeados de reses bóvidas y de algunos felinos. Cada figura está dispuesta en un orden muy concreto y en un lugar determinado. Una vez terminado el dibujo, aplica su mano cubierta de color contra la pared, y después toma la mano de su compañero y hace lo mismo.
Un arma de destrucción masiva
Las pinturas rupestres son las primeras manifestaciones de la necesidad que tienen los seres humanos de contar historias. Los investigadores las han llamado el gran libro de las mitologías primitivas
. Como mínimo se trata de una tentativa prehistórica de dotar de orden al espacio y el tiempo. Hace 70.000 años que se pintaron, y en aquel entonces convivían varias especies. Estaba, claro, el Homo sapiens, pero también el hombre de Neandertal y el Homo floresiensis. La pregunta es ineludible: ¿cómo logró el sapiens imponerse, en detrimento del resto de las especies? En parte, la respuesta podemos encontrarla en el lenguaje. O, mejor dicho, en la manera como nosotros, los sapiens, hemos sabido emplearlo. En efecto, uno de los recursos que nos ha permitido sobresalir tiene que ver con nuestra capacidad de hacer uso del lenguaje para describir lo intangible, para evocar aquellas cosas que no somos capaces de experimentar, que no podemos vemos ver, oír, tocar ni saborear. No podemos reducir el lenguaje a un mero utensilio que permitía alertar a los demás. Con él, el campo de lo posible está abierto. Gracias a él, era posible compartir las evocaciones del pasado y las previsiones. Se reunían por primera vez las condiciones para concebir y teorizar las religiones, para establecer las premisas de una cultura. El sapiens llegó así a convertirse en un grupo muy numeroso, superando el estadio del clan. De este modo, se elevó hasta lo alto de la cadena alimentaria, que otrora dominara el tigre dientes de sable. El hombre no se sirvió del lenguaje como una simple herramienta preventiva o de acción, a la manera de los monos y los pájaros, sino para el intercambio con sus semejantes; para, literalmente, comunicar, poner en común
. Por esta razón llevamos en nuestros mismos genes la habilidad de contar historias. Esta sería, incluso, la explicación principal de nuestra supervivencia.
Por otra parte, el Homo sapiens es un animal con conciencia de poseer un destino. Sabe que tiene un principio y que tendrá un final. El hecho de poder contarlo le permite aprehender esa realidad. Las historias dan sentido a esa realidad. Como luego veremos, ponen en circulación un mundo en el que cada causa tiene su consecuencia. Como señala el filósofo Paul Ricoeur, antes de otorgar un orden al mundo debemos darle forma. Eso es lo que le confiere un carácter fundamentalmente humano. Para el filósofo, la experiencia narrativa contiene una propiedad esencial: transforma la hípercomplejidad de lo real en un modelo imaginario esquemático y coherente, un gesto que permite al ser humano apropiarse de dicha realidad y lograr la satisfacción que da entender la posición que la humanidad ocupa en el universo: El tiempo deviene tiempo humano en el momento en que se articula de forma narrativa
. Como ha subrayado Nancy Huston: El universo, en sí mismo, no tiene Sentido. Es puro silencio. Nadie ha introducido el Sentido en el mundo. Nadie, salvo nosotros
.2 Para los investigadores, esta evolución lingüística es una verdadera evolución cognitiva; la mayor de todas. Según ellos, la gran revolución humana no procede tanto del ámbito de lo físico como de lo cerebral.
Orquestar el tiempo
Obsérvese hasta qué punto nuestro calendario, sea en la cultura que sea, está plagado de elementos narrativos: fiestas religiosas, nacionales o estacionales. Las marcas, en tanto que construcciones narrativas, tampoco pueden escapar de estos límites temporales. Fijémonos, por ejemplo, en una galleta de la marca LU. Todos sus elementos nos cuentan algo sobre el calendario. El borde de la galleta está formado por cincuenta y dos dientes, el número de semanas que hay en un año, posee cuatro puntas, como las cuatro estaciones, y tiene veinticuatro agujeritos que simbolizan las horas el día, el tiempo que dichas galletas han de acompañarnos. Es decir: todo el año. En la medida en que al diseñar los contenidos de una campaña estamos obligados a recurrir al storytelling, estos elementos temporales son decisivos. La marca es la que tiene que crear su propio ritmo, su propia actualidad en función del calendario de su sector. Es una primera forma de apoderarse del tiempo y del espacio de su público. El posicionamiento de Red Bull, la bebida energética, le ha permitido adueñarse del sector de los deportes extremos. Más allá de su actividad como patrocinador, ha creado sus propios medios —impresos, digitales, televisivos—, que le han permitido asegurar su presencia en los acontecimientos del sector y terminar convirtiéndose en una imagen irrecusable para su público (ver capítulo 7).
Una advertencia
En esta obra hemos preferido emplear la palabra público
antes que target (o cualquier otro término de raíz más agresiva). Es importante entender que cuando evocamos la noción de storytelling hablamos de algo que suele expresarse en forma de don. Contar una historia es un privilegio que requiere de toda nuestra atención si deseamos contar luego, en contrapartida, con la atención de nuestro auditorio.
Ejercicios para
CALENTAR
– ¿Cuáles son las fechas más señaladas de tu existencia? Seguramente, las primeras que se te vengan a la cabeza serán cumpleaños, navidades y demás. Pero intenta ir un poco más allá. Piensa bien en las casualidades, los encuentros, las revelaciones. Anota tus grandes momentos. Seguro que puedes enumerar los detalles tal y como lo hacía el escritor Georges Perec, todo un amante de las listas, quien decía: Nada parece más sencillo que hacer una lista, pero es mucho más complicado de lo que parece: en las listas uno siempre se olvida de algo o tiene la tentación de desarrollar algún detalle, etcétera. Pero justamente una lista se basa en eso, en escribir lo menos posible
.3
– Empieza el calentamiento para crear historias. Elige, al azar, cinco palabras de un diccionario, de un libro o de una revista e intenta armar con ellas una historia respetando su orden de aparición.
– Fíjate en cómo logra representar la temporalidad una tira cómica. Ejercítate creando secuencias temporales usando solo tres imágenes sucesivas que ilustren una progresión, un desarrollo o una transformación.
2 En toda su obra, Nancy Huston escribe la palabra Sentido
con mayúscula para insistir en su naturaleza narrativa. El Sentido le correspondería plenamente al sapiens.
3 Georges Perec, Notas acerca de los objetos que hay sobre mi mesa de trabajo
, Pensar/Clasificar, en Les nouvelles littéraires, núm. 2521, 26 de febrero de 1976.
2. La cebolla de Ibsen
El ser humano es una construcción narrativa. Está constituido enteramente de relatos y vive permanentemente inmerso en ellos.
El amor heredado
Louis nació en Londres hace siete años. Vio la luz, concretamente, en el barrio de Fulham. Si preguntamos a Louis cuál es su equipo de fútbol favorito, no lo dudará ni un segundo. Como todos los niños ingleses, su respuesta se corresponde con el barrio en el que ha nacido, en este caso el Fulham FC, un modesto club londinense fundado hace ciento treinta y ocho años. Inglaterra es la cuna del deporte rey. La forma de vivir el fútbol que tienen allí no puede compararse con la que hay en Francia. Solo en Londres hay catorce clubs, de los cuales seis forman parte de la élite futbolística (la Premier League), mientras que París, lamentablemente, sólo cuenta con tres, de los cuales apenas uno está en la primera división. Los seguidores ingleses heredan su equipo de modo natural, al nacer, sin cuestionarse nada. Como Louis, disponen de héroes que le acompañarán toda su vida, al margen de cuál sea la calidad de su equipo. Lo que quizá Louis no sabe todavía es que con ello ha heredado también adversarios. Enemigos jurados a los que estará encantado de detestar. Los encuentros entre clubs londinenses desatan pasiones a ese lado del Canal de la Mancha. Esos enfrentamientos se denominan derby
y, en unos años, serán más fuertes que el propio Louis. Viva donde viva, le pille en el lugar del mundo que le pille, no podrá evitar consultar en internet o en los periódicos cuál ha sido el resultado del Fulham ese fin de semana.
Un océano de historias
Todos somos una construcción narrativa. Historias con patas, por decirlo de otro modo. Cada uno de nosotros nace en una calle, en un barrio, en un municipio, en una provincia, en una región, en un país, en un planeta. Además de nuestro equipo de fútbol, heredamos una línea de ancestros, una familia más o menos grande, llena de historias pobladas por figuras emblemáticas: las ovejas negras, los familiares heroicos, uno o dos perdedores y, quizá, incluso algún antiguo bandolero. Heredamos también un apellido, que podría cambiar a lo largo de nuestra existencia —por ejemplo, en algunos países, en caso de matrimonio— y se nos asigna un nombre que, antes de acabar vinculado a nosotros, ha sido dotado de Sentido. Probablemente perteneció antes a un santo, a un antepasado, a la protagonista de una canción célebre, al personaje de una novela, una ópera o una serie de televisión…
.4 Cada uno de estos elementos, y muchos otros más, son piezas de un sistema narrativo. Funcionan como pequeñas cápsulas repletas de relatos, historias, leyendas que se difuminan en nuestra mente a lo largo de nuestra vida para constituir nuestra propia historia personal. Los hilos de esta madeja van entrelazándose hasta tejer un relato individual, rico y complejo. A veces, la propia disposición de este relato nos incomoda, hasta tal punto que sentimos la necesidad de atravesarlo para apropiarnos de sus partes y así desligarnos de él. Esa es la posibilidad que nos ofrece el psicoanálisis y la exploración de nuestro inconsciente, que tiene una estructura lingüística
según Jacques Lacan. Nuestras culturas comunes están erigidas sobre un mismo fundamento: ante todo los mitos, después las leyendas y, finalmente, la Historia con hache mayúscula. Actúan como una verdadera fuerza de integración social, preparando el terreno para un gran relato colectivo. Así, los textos de la Ilíada o la Odisea constituyeron, durante mucho tiempo, la base de la educación de los jóvenes griegos (ejercicios escolares de escritura, comentarios de texto…). Como señala el dramaturgo noruego Henrik Ibsen en su obra Peer Gynt, el ser humano es como una cebolla. Si la pelamos entera, iremos encontrando capas y capas, pero en su centro no hay nada. Preguntarse por la naturaleza de los relatos sería como pedirle a una carpa que se preguntara por la naturaleza del agua. Nuestro ser está tan inmerso en la idea de relato como constituido por ellos. Esa es, al mismo tiempo, nuestra fuerza y nuestra maldición. Dependemos del sentido que los relatos otorgan a nuestra existencia, y no podemos evitar encontrarlos por todas partes.
Un maestro formidable
No se nace mujer, se llega a serlo
, dijo Simone de Beauvoir. Esta misma frase puede aplicársenos, de hecho, a cada uno de nosotros, sea cual sea nuestro sexo, nuestro género o nuestra nacionalidad. Los relatos poseen un gran poder pedagógico. Funcionan como demostraciones que superan la simple explicación. La tensión narrativa permite, entre otras cosas, como lo ha indicado Bruno Bettelheim, impregnar profundamente nuestra conciencia al convertirnos en actores de una historia. Aunque a los adultos la crueldad de ciertos cuentos pueda espantarnos, para los niños estos pueden resultar tranquilizadores pues, mediante la identificación con los personajes, les muestran modos de enfrentarse a aquello que les angustia profundamente: la muerte, la pérdida, el abandono, etcétera. Literalmente, los niños se vuelven adictos a las historias. Y, de hecho, muchos de ellos están en deuda con esta adicción. Por ejemplo, Steven Spielberg, cuando era pequeño, estaba fascinado por un árbol que había en su jardín. Al caer la noche, el árbol cobraba un cariz mágico, monstruosamente espantoso. La tensión tenía su origen en el miedo nocturno que sentía el niño y la relajación posterior con la llegada del día. A pesar del miedo paralizante, el pequeño Steven no podía evitar observar el árbol, escrutarlo y contar historias terroríficas en las que este era el protagonista. Este binomio entre la tensión y el sosiego, como luego veremos, constituye en buena medida el núcleo de toda buena historia.
Al comienzo de los 2000, cuando al escritor Paul Auster le pidieron que animara con sus propios relatos una emisión de la cadena National Public Radio, decidió trasladar el protagonismo a las historias de los radioyentes. Les pidió historias que desafíen nuestras expectativas sobre el mundo, esas anécdotas que revelan las fuerzas ocultas y misteriosas que animan nuestras vidas, nuestras historias familiares, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, nuestras almas
.5 El escritor recibió casi cuatro mil. Leyó varias de ellas en directo, y luego escogió ciento ochenta para recopilarlas en un libro: True Tales of American Life. Ese libro es una prueba de cómo opera el storytelling en nuestras vidas. Cada historia debía cumplir con dos requisitos: ser una historia real y que el autor no hubiera publicado nunca nada. Es sorprendente constatar cómo muchos de esos textos poseen más giros, azares y coincidencias de los que un escritor se atrevería a introducir en sus propias historias. Igual de sorprendente es comprobar hasta qué punto nuestro universo común está tejido a partir de detalles íntimos y de interpretación personal. Más adelante tendremos ocasión de volver sobre estas ideas.
Un poco de storytelling político
Las elecciones presidenciales, especialmente en Francia, son uno de los escenarios privilegiados para la aparición flagrante de esta noción de construcción narrativa. Son un momento central en la vida colectiva de la sociedad. El presidente que sale elegido es el que ha logrado que su relato personal sintonice con el relato colectivo de una mayoría. Es interesante comprobar cómo, en las elecciones de 2017 en Francia, el candidato que mejor y con más eficacia supo utilizar el storytelling en ese contexto fue, precisamente, Emmanuel Macron. En efecto, apostó por conjugar el espíritu filosófico que le había inspirado Paul Ricoeur —autor del que fue discípulo, y que hemos mencionado más arriba— con las técnicas modernas de Barack Obama. De algún modo, Macron envolvió su figura en una cierta aura novelesca, al tiempo que se esforzaba por encarnar la renovación. De este modo, el pueblo francés elegía un presidente jupiterino. Al menos así se designaba él a sí mismo. Júpiter, en la mitología romana, era el dios de todos los dioses, último monarca de los mortales y de los inmortales al mismo tiempo. Este concepto, mitológico donde los haya, es totalmente opuesto al concepto de presidente normal
que encarnaba François Hollande, predecesor de Macron. Esta sucesión hacía sentir a sus electores, por tanto, que habían puesto a la cabeza del gobierno a un hombre providencial, acabando con el anterior y permitiendo la renovación del conjunto de la casta política. Al menos en apariencia, y, sin duda, temporalmente. Libre de las coerciones típicas de un partido político, y siendo