Las pequeñas palabras
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Las pequeñas palabras - Reinaldo Cedeño Pineda
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INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
EDITORIAL ORIENTE
J. Castillo Duany No. 356
Santiago de Cuba
editorialoriente.wordpress.com
www.facebook.com/editorialoriente.scu
Tabla de contenido
Pequeñas palabras,grandes seducciones
HAY APLAUSOS QUE NUNCA TERMINAN
Luis Carbonell: el artista total
El tiempo nos devora
La hija del poeta
El día que chiflé… a Mireya Luis
Annia Portuondo: una medalla partida en dos
2
Adela Legrá: la mirada que atrapóun país
Imagen del cine cubano
Nancy Morejón: palabra eternizada
Otra rosa de Francia
Que no me vea
En Cuba sobra c…
Pomares
Ado Sanz: adiós al príncipe de las palabras
Para despedir al caminante
Hay aplausos que nunca terminan
ABRAZOS
La tarde en que toqué el sol
Los ojos de Comala
Patricia: dolor ante el espejo
La bendecidora
Cuando Caridad lloró ante Caridad
2
3
Riquísimo
Maestra
Una nota demorada
Lo humano y lo divino
Road movie
Toma uno
Toma dos
Toma tres
Sagua: tendida sobre el metal
2
3
112 escalones
Porque soy como el árbol talado que retoño…
Un periodista detrás de un huracán
Reproche
Cuando una higuera se volvióun país
Sanchos
El hombre que peinó a la Virgen
2
Espejos
2
3
Abrazos
TRAIGO MI ISLA DEBAJO DEL BRAZO
La otra isla
Dulce María Loynaz y Alicia Alonso: el drama de la luz
De la Duncan a la Alonso
Muchacha de nombre Libertad
Eusebia Cosme: píntame angelitos negros
Un carácter continental
La dama y el conspirador
Joel James: de las letras y la estirpe
El crepúsculo de Christian Campbell
Solo de saxo de Leonardo Acosta
En defensa del patrimonio artístico
La visualidad oriental: memoria, conquista y prejuicio
¿Héroes o artistas?
Maestros
La imagen oriental
Traigo mi Isla debajo del brazo
Cronicar es salvar
De como Juan Carlos Roque pudo bailar con el Buena Vista Social Club
Martí frente al micrófono
El que siempre nos acompaña
Datos de autor
A Gilda Callejas, por abrirme las puertas del mundo
A Magaly Gutiérrez
A Lilian Cala
A Rosalía Arnáez
A Mirtha Clavería, por la rara joya de la lealtad
Propietario de la nada
artífice del idioma
son ascendiendo la loma
lirismo de la mirada.
Verso, en lugar de charada
conjuro y adivinanza
Mío Cid sin Sancho Panza
dramaturgia sorpresiva
jardín que va a la deriva
como un dios que no descansa.
Cedeño
. Efraín Nadereau
Pequeñas palabras,grandes seducciones
He leído, o tal vez escuchado —hoy es tan difícil precisarlo—, que cada vez se lee más en el mundo. Que cada vez se lee más pero que, al mismo tiempo, cada vez se lee menos. No existe contradicción en ello y sí una gran paradoja. Ahora que vivimos en la era de Internet y los niveles educativos se han elevado en todo el planeta, los hombres y las mujeres leemos mucho más: en las pantallas de las computadoras y televisores, en las tabletas y teléfonos móviles, en las miles y miles de páginas web, en las vallas publicitarias, en los periódicos y revistas del corazón. Y, sin embargo —y al mismo tiempo—, leemos menos libros.
No sé cuán cierto pueda ser el dato, o si solo será válido para determinado tipo de literatura, pero lo que sí parece incuestionable es que el desarrollo tecnológico ha venido imponiendo un cambio de paradigma cultural, de consumos culturales, y ha fomentado la paradoja que mencionaba en el párrafo anterior: la de una humanidad más informada pero menos ilustrada, más dispuesta al entretenimiento y la frivolidad y menos deseosa —o quizás menos apta— para aquello que invite a un conocimiento más profundo, a una recreación menos superficial.
Los lectores están, no hay que engañarse, solo han ido cambiando sus prácticas de lectura y, en alguna medida, sus intereses. Y con ello, se han ido transformando también las prácticas e intereses de los que escriben y publican. El reto, no obstante, es en esencia el mismo: seducirlos, atraparlos desde la primera línea, mantener su atención en un mundo marcado por la premura, la competitividad, la democratización del acceso a la información y la multiplicidad de propuestas de consumo. La pregunta, entonces, sigue siendo cómo hacerlo.
No creo que haya una fórmula única, como tampoco hay un gusto único entre los presumibles lectores. Pero entre los varios caminos posibles, el que propone un libro como Las pequeñas palabras es, sin dudas, valioso, seductor. Lo digo no como un elogio obligado de prologuista, o por la comprometida alabanza que se dispensa al trabajo de un amigo. No. Lo digo con el convencimiento de que quien se adentre en estas páginas hallará muchas y apreciables razones para culminar su lectura. O mejor aún, para el agradecimiento. Me explico.
Las pequeñas palabras es, ante todo, un libro hermoso. Para quien conoce la obra anterior de Reinaldo Cedeño esto no puede resultar una sorpresa. Cedeño es un orfebre, un domador de palabras, un poeta. Lleva el oficio de periodista bien adentro y sabe que la vida, por ruda que sea, no está exenta nunca de la belleza. Donde otros no ven sino cenizas, logra él descubrir el diamante y situarlo ante los ojos del lector. Sale entonces a relucir toda su sensibilidad, toda su experiencia. Bruñe y bruñe el texto, revisa una y otra vez buscando el adjetivo preciso, la frase iluminadora. Pero no hay artesanía rutinaria en ello, hay inspiración.
Leer a Cedeño es un viaje emotivo y, a la vez, enriquecedor. Es adentrarse en un universo de recuerdos y saberes, de sentimientos e impresiones. Sus palabras son puertas a otras épocas, a infinidad de personajes, a nuevas perspectivas. Puede que los hechos y lugares que describa sean de dominio público, que los caracteres que dibuje vivan ya en nuestra memoria colectiva, pero aun así sabrá conducirnos más allá del umbral de lo conocido, de lo dicho y vuelto a decir. Los cronistas y los poetas son gente de atrapar instantes, de renombrar las cosas. Ora miran desde una colina, ora desde el hueso
. Así dice el autor al hablar del entrañable Jesús Cos Causse. Así pudiera decirse de él mismo.
Y es que, además de poeta, Reinaldo Cedeño es un cronista natural. Su obra —no solo la que aparece en este libro— demuestra que ambos términos no son excluyentes, que incluso bien pueden fundirse en uno solo. Cronistas y poetas, poetas y cronistas, asumen la vida desde el prisma de lo personal; hacen de la realidad una nueva materia, construida de palabras y emociones, pero no para dar forma a un agujero sin sentido, a un edificio fatuo y vacío que solo pretende encandilar con sus neones, sino a un retrato íntimo, humano, de lo que los rodea y lo que son, de lo que los sobrecoge y apasiona.
Pasiones y sobrecogimientos no faltan en Las pequeñas palabras. Pasiones y sobrecogimientos que revelan al cronista, al poeta, al hijo, al ser humano. Como antes sucediera en El hueso en el papel (Editorial Oriente, 2011), en su blog La isla y la espina, en sus libros de poemas y en sus trabajos para diversos medios y sitios digitales, afloran aquí sus obsesiones y vivencias, sus des-garramientos y alegrías, y también —llegado el caso— sus atinados puntos de vista.
No hay un entorno único en este volumen. Predominan, sí, los temas y personajes de Santiago, los del mundo del arte y la literatura. Son estos los escenarios habituales de Cedeño, sus parcelas de vida y de trabajo y, por ello, sus más raigales fuentes de inspiración. Un repaso por estas páginas nos lleva de la mano hasta figuras imprescindibles de la cultura cubana: el artista total que fue Luis Carbonell, Nancy Morejón y su poesía eternizada, Leonardo Acosta entre el jazz y la escritura, esa gran dama omnipresente que es Dulce María Loynaz. También a grandes del deporte como Mireya Luis o Annia Portuondo.
Para Santiago guarda el autor momentos memorables. Nos descubre la poesía trunca y aun así luminosa de Libertad Dearriba, el doloroso silencio de Ado Sanz, el príncipe de las palabras... Otras crónicas tienen la gracia y el calor de la ciudad, el fragoroso murmullo de sus calles, sus hallazgos y tempestades. Atrapa la imagen de Zenón Vizarro San Miguel mientras peina a la Virgen del Cobre, conmocionan las memorias personales tras el paso del huracán Sandy. Este libro tiene tanto que contar.
Dos textos bastan como evidencia de la pericia de Cedeño para mostrar el carácter de sus personajes, para tensar las cuerdas de la historia y conducir a los lectores paso a paso hasta su clímax. La primera, Que no me vea
, revela de manera diáfana y jocosa la personalidad del ya desaparecido locutor Julián Ercilio Navarro Coello. Toda la gravedad de su voz, toda la trascendencia de sus palabras, están allí, en unas líneas breves y veloces como el paso apurado del periodista que las narra.
La segunda historia es todo dramatismo, está dibujada entre el peligro y la fe. Un niño, inocente, se traga un sello metálico con la imagen de Lenin. La familia corre, los médicos se movilizan, a tres milímetros está la aguja del sello de atravesar un órgano vital. La madre, desesperada, pide a la Virgen de la Caridad por la vida de su hijo. Ocurre el milagro. Y una vez salvado el niño, cumple su promesa. Al santuario de El Cobre llega sangrante. El amor, nos dice el cronista, es, a veces, dolor. Pero aún falta al lector descubrir a los protagonistas.
Hay más en Las pequeñas palabras, más que historias personales y desgarramientos. Hay también reflexión certera, textos de aliento ensayístico para una lectura más reposada y sugerente. Llegan así acercamientos al libro, a la poesía, a la visualidad oriental en los medios, a la crónica. El autor los ha reunido en un último bloque con toda intención, con el mismo tino y exactitud con que está armado todo el libro. Cierra con ellos una obra redonda en organización y propósitos. Cada una de las partes define desde el título su tono y objetivo. No son gratuitas las acotaciones que distinguen a cada sección en el índice: retratos, diversidades y aproximaciones. Tales son los puntos cardinales de este volumen.
Esta variedad de tonos y sentidos —que también se refleja, de alguna manera, en los formatos— es otro acierto de Cedeño. ¿Por qué entender un libro como una línea recta cuando tiene la capacidad de ser un mandala? ¿Para qué empeñarse en un color único, cuando hay toda una paleta por exhibir? El público tiene entonces ante sí varias propuestas en una sola, varias posibilidades de ser cautivado, varias vías para emocionarse y/o aprender. Solo tiene que abrir sus páginas y leer. Las pequeñas palabras atesoran en realidad grandes seducciones.
Al comienzo de este prólogo comentaba sobre los cambios experimentados hoy en los hábitos de lectura, en los paradigmas y consumos culturales. Los lectores, decía entonces, sí están; solo hay que hallar cómo atraparlos, cómo mantener su atención desde la primera línea. Reinaldo Cedeño sabe cómo hacerlo. En esta aventura y este afán lleva ya no pocos años, no pocas satisfacciones y desvelos. Cuando la página impresa no le pareció suficiente se lanzó sin temor por las profusas aguas de Internet. Ahora regresa al libro como luz y génesis, pero también como una forma de cerrar el círculo. Los lectores, estoy seguro, lo seguirán acompañando, seducidos.
Eric Caraballoso Díaz
HAY APLAUSOS QUE NUNCA TERMINAN
(Retratos)
Donde no puedas amar, no te demores
Frida Khalo
Luis Carbonell: el artista total
Si pudiera decirles quién fue Luis Carbonell, pero ni él mismo lo sabía. No ando buscando palabras. Una madrugada irrepetible en el salón del aeropuerto, me confesó: Yo no conozco a Luis Carbonell, yo aprendo con él, me sorprendo, lo ando descubriendo todavía
.
No vengo a repetir la biografía de este hombre nacido un 26 de julio, en 1923, en estas calles. Me conmovió —me conmueve aún— su declaración