Su alteza imperial
Por Sinesio Delgado
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Su alteza imperial - Sinesio Delgado
Su alteza imperial
Copyright © 1903, 2023 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726881936
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
REPARTO
Ocho ministros, mozos y mozas, damas, caballeros, soldados y pajes.
____________
La acción en una época imaginaria y en un país no menos imaginario que la época.
ACTO PRIMERO
Zaguán de una hostería. Portón grande al foro. Dos puertas á la derecha y otras dos á la izquierda. Es de noche.
ESCENA I
José.—Mozos y Mozas.
Música.
Mozos. (Dentro. ) Cantando nuestros amores
andamos por esas calles,
que sin mujeres no hay rondas
y sin amor no hay cantares.
Asómate, dueño mío,
al oir mis dulces quejas,
y alúmbrame con tus ojos,
que está la noche muy negra.
Al pasar por tu calle
siento un mareo
que luego se me quita
cuando te veo.
No digan que jugamos
al escondite.
¡Asómate, si quieres
que se me quite!
Mozas. (Dentro. ) Cantando coplas de amores
los mozos rondan las calles
y el corazón se me ensancha
al escuchar sus cantares.
(Salen todos á escena por el portón del foro. )
Coro. Aquí estamos todos,
señora Bernarda,
pidiendo jolgorio,
buscando belén;
aquí lo florido
del pueblo la aguarda,
por ver si se luce
tratándonos bien.
José. Orden, amigos,
no es conveniente
portarnos mal
con la hostelera
más complaciente
del arrabal.
Coro. Tú estás prudente
porque algún día
serás el dueño
de la hosteria.
José. Ya no es posible
ser hostelero,
ya no me admiten,
ya no lo espero.
La ingrata que juraba
que me quería
va perdiendo el cariño
de día en día
y el desprecio me mata
las ilusiones,
porque se han separado
los corazones.
¡Cantad, amigos
y compañeras,
á ver si salen
las hosteleras!
Todos. Cantando nuestros amores
andamos por esas calles,
que sin mujeres no hay rondas
y sin amor no hay cantares,
Da pena que juguemos
al escondite;
asómate, si quieres
que se me quite.
ESCENA II
Dichos.—Bernarda.—Cristeta.
Hablado.
Bernar. Bueno, bien; basta de alboroto. Yo os esperaba, pero no tan pronto ni á todos juntos.
José. Pues eso era de suponer, señora Bernarda. Venimos pronto para que la fiesta con que queréis obsequiarnos sea más larga, y venimos juntos porque nadie se ha ido á casa desde la romería.
Bernar. ¡Ah! ¿Todos habéis estado de romería?
José. Naturalmente.
Bernar. ¡Pues buenos vendréis!
José. ¡Ya lo creo que venimos buenos! Hemos bebido poco y no hemos bailado casi nada, para hartarnos aquí de bebida y de baile y celebrar como es debido el cumpleaños de Cristeta.
Chisteta. Gracias.
José. No hay de qué darlas. Lo que yo siento es que tú no podrás divertirte mucho.
Cristeta. ¿Por qué?
José. Porque como Valentin, por lo visto, no ha venido todavía...
Bernar. Ni falta que hace. Me va cargando ya Valentin y estoy por despedirle en cuanto venga.
Cristeta. ¡Madre!
Bernar. No hay madre que valga. ¿Qué crees, que no le he conocido á ese ganapán las intenciones? Hace apenas una semana que le tomé á mi servicio para guardar el ganado que nos dejó tu padre, y ya se le ha puesto en el magin quedarse con el ganado y con la ganadera.
Cristeta. Os equivocáis, madre. Valentín es muy bueno y no ha pensado semejante cosa.
José. ¿Que no? Pues ¿por qué se ha enamorado de ti en seguida?
Cristeta. Por... pues por eso, porque se ha enamorado. Porque se conoce que le gusto mucho.
Bernar. ¿Le gustas, eh? ¡Pues á mí no me conviene que le gustes!