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La Magia Del Amor
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Libro electrónico135 páginas1 hora

La Magia Del Amor

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La magia del amor está en el aire.


Mallie, una estudiante universitaria que iba de camino a casa, es atropellada por un coche y cae en un coma del que no puede despertar.


Por su parte, los planes de Daniel, un abogado de un prestigioso bufete, cambian drásticamente a causa de un aneurisma cerebral.


Desde dos mundos diferentes y dentro de sus inconscientes, se encontrarán luchando por sus vidas a dos puertas de distancia el uno del otro en el mismo hospital. Lo que no esperan es que la magia del amor una sus almas.


Pero, ¿podrá un amor encontrado de esta manera sobrevivir al viaje de vuelta al mundo físico?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento7 mar 2023
La Magia Del Amor

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    La Magia Del Amor - Betty McLain

    CAPÍTULO 1

    Todas las máquinas dentro de la habitación pitaban y mostraban líneas rojas y garabateadas; mientras una señora seguía sentada en la silla junto a la cama, agarrando con firmeza la mano de su hija, que estaba conectada a las máquinas. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no hacía ningún esfuerzo por detenerlas, salvo secárselas de vez en cuando con un leve roce de la mano.

    —Oh, Mallie —gritó—. ¿Por qué tuvo que pasarte esto?

    Miró a su preciosa hija, con la cara magullada por el accidente. Malinda había vuelto a casa en su scooter después de su clase en la universidad, cuando un coche dobló una esquina y la atropelló. El joven que conducía el coche no vio su scooter hasta que fue demasiado tarde. El chico no había resultado herido, pero Malinda estaba ahora en coma. Los médicos le habían hecho ya una serie de pruebas para ver la gravedad de sus heridas. Pero no habían llegado a algo concluyente hasta ese momento.

    La enfermera entró en la habitación para comprobar el estado de las máquinas. Miró a Dana Wilson sentada al lado de su hija, sosteniendo su mano y llorando en silencio. Sacudió la cabeza, le daba mucha lástima ver a la madre de Mallie. Siempre resultaba ser más duro para los padres, sobre todo cuando se trataba de un accidente que les cogía por sorpresa. En silencio, puso una mano en el hombro de la madre.

    —Sra. Wilson, ¿por qué no se toma un pequeño descanso? Puede pasear por el hospital, quizá debería bajar a la cafetería y comer algo —la animó la enfermera.

    —No, estoy bien.

    Dana se sentó más recta para demostrar que se encontraba en buen estado. Pero los cuarenta años que tenía le estaban cobrando factura. La enfermera suspiró, pero no la presionó.

    —Si necesita algo, hágamelo saber —respondió.

    —Gracias, eso haré —afirmó Dana.

    Cuando la enfermera se marchó, Dana empezó a pensar en la vida que habían llevado ella y Mallie juntas. Eran sólo ellas dos, y así había sido durante los últimos diez años, desde la muerte de su marido, el padre de Mallie. Él había tenido la mala suerte de caerse de una pila de madera en el aserradero donde trabajaba. Había caído delante de una carretilla elevadora que avanzaba y fue atropellado por esta; murió más tarde en el hospital a causa de las heridas internas que había sufrido.

    Incluso con el dinero del seguro, a veces le costaba salir adelante. Dana era gerente de una oficina inmobiliaria local. Bob Jenkins, el propietario de la inmobiliaria, entendía que Dana se tomara algo de tiempo libre para estar con Mallie. Siempre les daba ese tiempo cuando ella se lo pedía. Mallie ayudaba en casa y trabajaba a tiempo parcial cuidando niños después de la universidad. El dinero había sido escaso a veces, pero siempre lo conseguían, y Mallie ya estaba en su último año de formación para ser enfermera. A los veintidós años estaba lista para empezar su propia vida. Tenía que salir adelante. Dana no podía soportar la idea de seguir existiendo sin su hija.

    —Mallie, tienes que escucharme. No voy a dejar que te vayas. Aguanta y vuelve conmigo. —Dana apretó la mano de Mallie y siguió hablándole en voz baja.

    La puerta de la habitación de Mallie se abrió con facilidad. Bob Jenkins se asomó a la habitación. Dana levantó la vista, asustada.

    —Bob —exclamó—. ¿Qué estás haciendo aquí?

    Bob se sonrojó ligeramente. Se acercó y entregó un gran ramo de flores a Dana.

    —Quería comprobar cómo estaba Mallie —respondió.

    —No ha habido ningún cambio —suspiró Dana y miró a su jefe—. Es muy muy amable de tu parte pasar por aquí. ¿Cómo van las cosas en la oficina?

    —Bueno…

    Bob miró a Dana e intentó ocultar lo que sentía por ella, pero estaba seguro que se le notaba en la cara. Llevaba un tiempo intentando reunir el valor para invitarla a salir, Bob era una persona bastante tímida y temía que ella lo rechazara. Todo el mundo de Dana giraba alrededor de su hija; una hija, que ahora yacía en una cama de hospital con soporte vital. No nadie tenía ni idea de cuándo o si al menos iba a despertar.

    —Hacemos lo mejor que podemos, pero te echamos de menos —Él vio la mirada de ella ante esta afirmación y se apresuró a tranquilizarla—. No te preocupes, estaremos bien. Tómate el tiempo que necesites hasta que Mallie mejore.

    Dana le sonrió agradecida.

    —Gracias, Bob. —Se levantó de la cabecera y le dio un rápido abrazo. Se sonrojó ligeramente y se apresuró a volver junto a Mallie.

    —Bueno —balbuceó Bob mientras se sonrojaba—, te veré más tarde. Hazme saber cómo está Mallie.

    —Lo haré —aceptó Dana—. Gracias por venir y por las flores.

    —De nada, cuídate. —Bob se dio la vuelta y salió de la habitación.

    Dana se quedó mirando mientras él caminaba hacia la puerta. Hacía tiempo que se sentía atraída por él, pero no tenía ni idea de lo que él sentía por ella. Se volvió hacia Mallie. No tenía por qué pensar en Bob ahora. Mallie tenía que ser su máxima prioridad.

    Dos puertas más abajo, se encontraba otro joven, también en coma. Abogado de veintiséis años, recién contratado en un bufete, había sufrido un aneurisma y se había desmayado tres días antes. Sus padres se turnaban para estar junto a su cama. Hoy era el turno de su madre. Ella le hablaba suavemente al oído, tratando de obtener una respuesta.

    —Daniel Grey, escúchame. No es propio de ti quedarte ahí tumbado tanto tiempo. Eres un luchador. Encuentra el camino de vuelta a nosotros, sé que puedes hacerlo. ¡No te rindas! Vuelve con nosotros, hijo.

    Mary inclinó la cabeza mientras rezaba por la recuperación de su hijo.

    Aquel mismo joven caminaba por una playa. Solo alcanzaba a ver arena y agua hasta donde le alcanzaba la vista. Siguió caminando lentamente, disfrutando de la sensación del sol en la cara. A lo lejos pudo ver a una chica sentada observando el agua, y no parecía haberse dado cuenta de que él se acercaba. Él no quería asustarla, así que habló a cierta distancia de ella.

    —Hola —llamó.

    La chica miró hacia él, pero no parecía asustada. Se limitó a mirarle fijamente mientras él se acercaba.

    —Me llamo Daniel Grey. No te he visto por aquí antes. He estado aquí durante los últimos días y el lugar ha estado desierto.

    Soy Mallie Wilson. Es la primera vez que vengo aquí. Es un lugar hermoso y pacífico. Mallie suspiró y volvió a mirar hacia el agua.

    —¿Quieres que me vaya? —preguntó Daniel—. No quiero molestarle.

    —No, me alegro de tener a alguien con quien hablar. A veces puede ser solitario.

    Mallie le sonrió a Daniel. Él le devolvió la sonrisa y tomó asiento junto a ella para contemplar el agua mientras hablaban.

    —¿Vives por aquí? —preguntó Daniel.

    respondió Mallie—, vivo aquí en Denton. Estoy haciendo un curso de formación para enfermeras en la universidad local. Iba de camino a casa cuando me atropelló un coche y ahora estoy en coma en el hospital local. Puedo oír a mi madre hablándome y se me rompe el corazón cuando no puedo responderle. Parece estar pasándola mal—. Mallie apoyó la cabeza en sus piernas estiradas y luchó por controlar sus lágrimas.

    Daniel pasó un brazo por el hombro de Mallie para reconfortarla.

    —Sé lo que quieres decir, yo tambn estoy en el hospital. Tuve un aneurisma en el trabajo y tambn estoy en coma. Llevo tres as en ese estado. Apenas soporto oír a mi madre y a mi padre rondome que despierte.

    Daniel suspiró con fuerza.

    ¿Te tienen conectado a un montón de máquinas? preguntó Mallie.

    —Sí, casi me vuelve loco escuchar todas esas máquinas. Lo único peor que eso sería que las apagaran. Eso sí que da miedo. No sé qué pasaría entonces. —Daniel se estremeció al imaginarse sin la ayuda de las máquinas.

    Sí, sé lo que quieres decir Mallie se puso de pie. Creo que tengo que volver pronto con mamá. ¿Quieres volver conmigo? preguntó.

    —Claro —respondió Daniel, poniéndose en pie. Cogió la mano de Mallie y siguieron hablando mientras volvían a caminar lentamente por la playa. Mallie le contó del accidente y de la posterior muerte de su padre.

    —Debió ser muy duro —respondió Daniel—. No puedo imaginarme estar sin alguno de mis padres. A veces me vuelven loco, pero es bueno saber que están ahí cuando los necesito. Ahora deben estar sufriendo una tortura. Mamá llamó a mi

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