Reparto de máscaras: Paleros, acarreados y reventadores
Por David Bak Geler
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David Bak Geler
David Bak Geler Maestro en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en filosofía por la New School for Social Research en Nueva York. Sus intereses giran en torno a la filosofía política moderna y contemporánea, y en particular a la filosofía del lenguaje ordinario, el pragmatismo y la teoría de la democracia radical. Ha trabajado el concepto de improvisación práctica como una categoría para repensar la agencia democrática. Actualmente es miembro del Departamento de Estudios Políticos en la Universidad de Guadalajara.
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Reparto de máscaras - David Bak Geler
Reparto de Máscaras
Paleros, Acarreados y Reventadores
© David Bak Geler
Imagen de cubierta: Alejandro Ángel López Abriz
Diseño de interiores: Rafael Cruz Sánchez
Primera edición: septiembre de 2022, Ciudad de México
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa Mexicana, S.A.
Tepeji No. 86 Col. Roma sur
06760, Ciudad de México
México.
www.gedisa-mexico.com
ISBN: 978-607-8866-10-6
IBIC: JPWF
Impreso y hecho en México
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Lo que sigue es inesperado. Llegan por un costado del Zócalo grupos incitados por la espontaneidad del acarreo. Son burócratas de la Secretaría de Hacienda y de la SEP, y hacen gala de sus facultades corales: ¡Somos borregos! ¡Nos llevan! ¡Bee-bee! ¡Somos borregos! ¡Bee-bee!
Carlos Monsiváis
Uno duda siempre a partir de bases específicas. La pregunta es ésta: ¿cómo se introduce la duda en el juego del lenguaje?
Ludwig Wittgenstein
Índice
Introducción
Las palabras desdeñadas
Capítulo 1
¿Quién está detrás?
El escepticismo sobre los agentes democráticos
Capítulo 2
Paleros
Capítulo 3
Acarreados
Capítulo 4
Reventadores
Capítulo 5
Reparto de máscaras
Introducción
Las palabras desdeñadas
Es imposible llevar la cuenta de los artículos y libros que se escriben sobre conceptos como democracia, liberalismo, nacionalismo y más recientemente, populismo. Sin embargo, la mayoría de las personas describen el mundo que les rodea con palabras muy distintas a esas nociones abstractas. En México, la política se entiende y se practica con palabras como grilla, hueso, dedazo, destape, chapulín, chayote, acarreados, paleros y reventadores, entre muchas otras del mismo tipo. Todas estas palabras se refieren a procesos, prácticas y actores políticos, pero en vano buscaríamos traducciones más correctas para ellas. Estos vocablos no son versiones envilecidas de antiguos conceptos griegos o latinos, sino que son formas originales de nombrar y organizar una realidad específica. No sólo se refieren a un sistema político particular, sino que conforman en buena medida ese sistema. Y, sin embargo, a pesar de su importancia, este vocabulario es a menudo desdeñado como una simple jerga pintoresca, como una anomalía lingüística de los mexicanos.
Las palabras que se mantienen en circulación en el habla común lo hacen porque proveen distinciones que resultan de alguna manera útiles o significativas para sus hablantes. El lenguaje ordinario ayuda a ver lo que hay que ver, y resalta lo que realmente importa a una comunidad determinada. Sea lo que sea la política en México, debemos reconocer que su léxico se constituye en buena medida por un vocabulario de apariencia barroca, con matices variados y tonalidades sutiles. Estas palabras del lenguaje corriente funcionan como atajos, lupas y tenazas. Con ellas sus hablantes señalan diferencias, demarcan fronteras y organizan un mundo compartido.
¿No deberíamos sospechar que en la profusa habla política mexicana se encuentra inscrita una sutileza extraordinaria? ¿Y no sería posible interrogar este lenguaje para intentar construir un saber sobre lo político, aunque sea oblicuo y parcial? Para encontrar ese posible saber, en todo caso, sería necesario revisar estas palabras con un cuidado y una atención que demasiado a menudo se les deniega. Utilizando herramientas de la filosofía del lenguaje ordinario y de la crítica cultural, este libro intenta hacer frente al constante desdén hacia el lenguaje político cotidiano, al examinar a profundidad tres palabras claves del vocabulario de la política mexicana: palero, acarreado y reventador.
Si el análisis de este vocabulario es importante, no es porque sea capaz de revelarnos una psicología o un carácter propios del mexicano. Es importante aclarar que el análisis crítico del lenguaje ordinario no busca revivir la cuestión de la mexicanidad o de la esencia del ser mexicano. Mientras que un gran número de intelectuales durante el siglo XX se sintieron compelidos a encontrar el núcleo de la identidad mexicana, hoy, a pesar de que de vez en cuando surgen intentos por resucitar tal proyecto, éste se nos antoja más bien una quimera anticuada. Las mexicanas y los mexicanos, tan diversos como somos, ¿cómo podríamos empezar a buscar un común denominador que nos descifre? Sacudidos y transformados por la historia, ¿dónde encontraríamos ese núcleo intemporal de nuestra identidad? Y además, ¿no resulta una afirmación esotérica -y francamente sospechosa para la sensibilidad del siglo XXI- la de que existe algo así como un mexicano o una mexicana arquetípicos, o una serie de rasgos representativos que podríamos encontrar a través de distintas geografías, clases socioeconómicas, religiones y culturas?
Si bien es cierto que los buscadores de la mexicanidad en el siglo XX, entre los cuales podemos incluir a Samuel Ramos, Octavio Paz, Jorge Portilla, Santiago Ramírez, entre muchos otros, no desdeñaron el lenguaje ordinario, también es cierto que le prestaron atención en sus obras siempre como síntoma de algo más. El lenguaje ordinario fue a menudo considerado con desagrado y menosprecio. Un buen ejemplo de este desdén lo encontramos en Samuel Ramos, quien, en El perfil del hombre y la cultura en México, empleó grandes circunloquios para justificar la mención de palabras provenientes del lenguaje común del mexicano pobre: el lector no debe tomar a mal que citemos aquí palabras que en México no se pronuncian más que en conversaciones íntimas, pues el psicólogo ve, a través de su vulgaridad y grosería, otro sentido. Y sería imperdonable que prescindiera de un valioso material de estudio por ceder a una mal entendida decencia del lenguaje. Sería como si un químico rehusara analizar las sustancias que huelen mal
.¹ Cuando por fin refiere algunas frases del pelado, Ramos lo hace para comprobar la particular obsesión fálica que lo domina, así como un permanente deseo por afirmar su predominio.
Este pudor lingüístico desaparece gradualmente, y unos años más tarde, no encontramos residuo de él en Octavio Paz. En El laberinto de la soledad, Paz no siente necesidad de justificar su interés por el lenguaje coloquial, y logra hilvanarlo con sus argumentos sobre la identidad mexicana. Sin embargo, al igual que el resto de los buscadores de la mexicanidad, Paz recurre al lenguaje ordinario sobre todo como prueba de sus propias conjeturas teóricas: El verbo chingar indica el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte, sobre lo abierto
; Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender
.² Entre los buscadores de la mexicanidad, la función que tienen palabras como chingada
, ninguneo
, desmadre
, valemadrismo
y muchas otras, es la de confirmar teorías sobre el ser mexicano y acreditar a nivel sensible sus recónditas patologías. Ya sea como sustancia maloliente, o como Verbo en el que encarna el espíritu de la mexicanidad, el lenguaje ordinario no es importante por sí mismo, sino como prueba y constatación de las teorías sobre el ser profundo del mexicano.
A través del análisis crítico del lenguaje ordinario, por el contrario, no buscamos en este libro corroborar ninguna idea previa sobre la mexicanidad, ni solventar de una buena vez el problema de la identidad del mexicano. El propósito de este libro es identificar a través de las palabras del lenguaje ordinario, en su uso vivo y cotidiano, algunos patrones de nuestra vida en común: ciertas pautas encubiertas y vigentes de nuestra convivencia social. Porque a pesar de que el decoro posmoderno nos impide creer en las esencias que perseguían los buscadores de la mexicanidad, no podemos eludir el hecho de que ser mexicanos sí implica compartir con los otros algunos vocabularios, repertorios de palabras con las que damos o rehusamos el reconocimiento.
Como todos los estados nacionales modernos, México ha llevado a cabo un ambicioso proceso histórico para dotar a sus miembros de prácticas comunes, símbolos, imágenes y sentimientos compartidos. Entre algunos otros,