Argumentación y desacuerdo
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Argumentación y desacuerdo - Mario Gensollen Mendoza
Rectoría General
Ricardo Villanueva Lomelí
Vicerrectoría Ejecutiva
Héctor Raúl Solís Gadea
Secretaría General
Guillermo Arturo Gómez Mata
Rectoría del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas
Luis Gustavo Padilla Montes
Coordinación de Entidades Productivas para la Generación de Recursos Complementarios
Missael Robles Robles
Dirección de la Editorial
Sayri Karp Mitastein
Primera edición electrónica, 2022
Autor
© Mario Gensollen Mendoza
Coordinación editorial
Iliana Ávalos González
Jefatura de diseño
Paola Vázquez Murillo
Cuidado editorial
Nancy Gaspar Santana
Diagramación y diseño
Maritzel Aguayo Robles
Gensollen Mendoza, Mario, autor
Argumentación y desacuerdo / Mario Gensollen Mendoza. -- 1a ed. –Guadalajara, Jalisco: Universidad de Guadalajara: Editorial Universidad de Guadalajara, 2022.
(Tablero de disertaciones).
Incluye referencias bibliográficas
ISBN 978-607-571-651-0
1. Razonamiento. 2. Discusión 3. Debate 4. Persuasión I. t. II. Serie
169 .G33 CDD22
BC177 .G33 LC
QDTL THEMA
D.R. © 2022, Universidad de Guadalajara
Universidad de GuadalajaraJosé Bonifacio Andrada 2679
Colonia Lomas de Guevara
44657 Guadalajara, Jalisco
www.editorial.udg.mx
01 800 UDG LIBRO
ISBN 978-607-571-651-0
Octubre de 2022
Se prohíbe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por cualquier sistema de recuperación de información, existente o por existir, sin el permiso previo por escrito del titular de los derechos correspondientes.
Índice
Introducción
1 El desacuerdo en la argumentación
2 Adversarialidad argumentativa
3 Desacuerdo y progreso epistémico
A modo de conclusión
Referencias
Notas al pie
Para mi amigo Marc, un abogado del diablo.
El ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, a mi entender, la conversación. Su práctica me parece más grata que la de cualquier otra acción de nuestra vida. Y ésa es la razón por la cual, si ahora mismo me obligaran a elegir, aceptaría más bien perder la vista que perder el oído o el habla.
Michel de Montaigne, Ensayos, III, VIII, 1377-1378
Introducción
Cuando me llevan la contraria, despiertan mi atención, no mi cólera; me ofrezco a quien me contradice, que me instruye. La causa de la verdad debería ser la causa común de uno y otro.
Michel de Montaigne, Ensayos, III, VIII, 1380
El ocaso de nuestra cultura argumentativa
Mientras a lo largo y ancho del mundo se ofrecen cientos de cursos y se escriben decenas de manuales de pensamiento crítico, mientras parece haber una sed ciudadana por aprender a argumentar y discutir, y mientras se considera que las habilidades argumentativas son necesarias para el empleo y vitales para nuestras democracias,¹ nuestra cultura argumentativa ha alcanzado nuevos mínimos (Sinnott-Armstrong, 2018). Este hecho no debería sorprendernos. En cualquier conversación, diálogo o debate —sea en el ámbito privado o público— lo que escuchamos o leemos en su mayor parte son eslóganes fáciles, opiniones sin sustento, bromas y burlas; así como percibimos abusos, humillaciones y evasiones del tema relevante por parte de quienes discuten. La argumentación, por el contrario, debería ser una práctica que nos permitiera obtener conocimiento, así como comprometernos con los problemas comunes, comprendernos entre nosotros y trabajar en conjunto para resolverlos. La argumentación debería ser una empresa cooperativa, no una batalla dialéctica en la que se busque ganar una discusión o vencer a los interlocutores. Lo cierto es que el estado actual de nuestra cultura argumentativa está muy lejos de acercarse a un ideal cooperativo.
A inicios de 1994 la sociolingüista Deborah Tannen publicó una columna de opinión en The New York Times en la que buscaba alertarnos sobre el declive de nuestra cultura argumentativa. La tituló El triunfo del grito
. El punto relevante de su crítica es que concebimos a nuestros intercambios argumentativos como discusiones en las que nuestros interlocutores deben perder. Así, en las discusiones la gente se comporta atacando a los demás, quienes deben estar equivocados para que ellos tengan razón. A esta manera bélica de relacionarnos argumentativamente Tannen la denomina cultura de la crítica. No obstante, aunque la verdad puede surgir a partir del disenso, no se requieren adversarios para indagarla y descubrirla.
Para Tannen la cultura de la crítica suele deformar los puntos de vista de nuestros interlocutores, quienes pierden demasiado tiempo corrigiendo dichas distorsiones y defendiéndose de los ataques. De manera adicional, las discusiones dentro de esta cultura suelen estructurarse de manera binaria: todo punto de vista debe tener un contrario, contra el cual se argumenta. Esta estrategia, piensa Tannen, puede ser muy útil para vender periódicos, pero nos aleja de la verdad. La cultura de la crítica también vuelve a las personas innecesariamente precavidas con lo que afirman y sostienen; y, cuando comunicamos menos de lo necesario, también nos distanciamos de la verdad. No a todas las personas les gusta fungir de sparrings verbales, por lo que la cultura de la crítica también desincentiva a las personas a participar en la argumentación, empobreciendo los insumos que requerimos para acercarnos a la verdad. Tannen desarrolló con mucho mayor detalle esta crítica en su libro La cultura de la discusión (1998), en el que además analizaba el ocaso de nuestra cultura argumentativa en la prensa, en la política, en las cortes y en la educación.
Tannen perseguía la que pienso que es la pista correcta, pero no sólo acerca de lo que ha provocado el ocaso de nuestra cultura argumentativa, sino también de la manera en la que por siglos hemos pensado la argumentación. El ocaso de nuestra cultura argumentativa no sólo se percibe en diversos ámbitos de nuestras vidas, sino también en la manera en la que desde la academia se teoriza acerca de la argumentación. Este libro es un humilde intento por contribuir a esa crítica de nuestra cultura argumentativa, a la vez que intenta poner algunas piedras en la construcción de una concepción cooperativa de la argumentación.
Pienso que existe un justificado resquemor por cambiar el estado presente de nuestras prácticas argumentativas, así como por abandonar algunos presupuestos fundamentales de las que han demostrado ser nuestras mejores teorías de la argumentación en la actualidad. Con frecuencia el temor al cambio —ese conservadurismo que nos aqueja tanto en la vida pública como en la academia— se debe a que los argumentólogos y los educadores han insistido en subrayar ante quienes toman las decisiones públicas la importancia que tiene la argumentación y el enseñar a la gente a argumentar. Entonces, ¿qué sentido tiene agitar las aguas? Pienso que, si bien hemos fundamentado nuestra defensa del pensamiento crítico y la argumentación en la necesidad que tenemos de resolver los desacuerdos que nos aquejan en nuestras sociedades plurales y cada día más polarizadas, esa defensa es compatible con la degeneración cada día más palpable de nuestra cultura argumentativa. Si ahora más personas están interesadas en aprender a mejorar la manera en la que piensan y argumentan, ¿por qué lo hacemos cada día peor? Dudo que pueda dar una respuesta que sea justa con todos los factores que inciden en el ocaso de nuestra cultura argumentativa. Quizá no sabemos cómo razonamos ni argumentamos, quizá no sabemos cómo deberíamos hacerlo idealmente, y quizá tampoco sabemos cómo enseñarlo. Pero estoy convencido de que algunas respuestas parciales son las siguientes: no tenemos clara la relación entre la argumentación y el desacuerdo, creemos que la argumentación es una batalla dialéctica en la que siempre hay perdedores (nos comportamos así y así lo enseñamos a los más jóvenes) y nos olvidamos de que la argumentación puede ser un medio cooperativo para explorar posiciones y refinarlas, para someter a escrutinio nuestras creencias, y para construir conjuntamente el conocimiento. Espero que este pequeño libro logre al menos el objetivo de brindar plausibilidad a la necesidad que tenemos de fomentar un ideal cooperativo tanto en la manera en la que argumentamos como en la que pensamos la argumentación.
Hoja de ruta
En este libro sostengo una concepción normativa de la argumentación como una práctica epistémica y cooperativa. También una concepción progresista del desacuerdo, que lo concibe como una oportunidad de mejora epistémica. En breve: sostengo que el progreso epistémico depende —al menos en parte y muchas veces— de que argumentemos de manera cooperativa con aquellas personas que tienen puntos de vista distintos a los nuestros. Así, la argumentación, el acuerdo y el desacuerdo están en el centro de nuestra búsqueda conjunta y común del conocimiento y otros bienes epistémicos. Para articular este punto de vista defiendo diversas tesis conectadas en cada uno de los capítulos.
En el primer capítulo niego —a pesar de que existe una fuerte correlación entre la argumentación y el desacuerdo— que argumentar sea un sinónimo de disentir, que el desacuerdo sea una condición necesaria para la argumentación, que la argumentación esté estructurada de manera inherente como una batalla dialéctica, y que la función de la argumentación sea resolver o reducir desacuerdos. Una o varias de estas tesis funcionan como presupuestos de las ortodoxias al interior de la mayoría de las actuales teorías de la argumentación, así como del movimiento educativo conocido como pensamiento crítico. Combatirlas tiene relevancia si deseamos articular una concepción cooperativa de la argumentación a partir del desacuerdo.
En la actualidad muchos argumentólogos defienden que nuestra cultura argumentativa ha empeorado —o, al menos, se ha estancado— debido a la incivilidad con la que enfrentamos nuestras desavenencias, o a que afrontamos nuestros desacuerdos argumentando de manera adversarial. En contra de una creciente tendencia, pienso que la civilidad no es un prerrequisito para argumentar de manera fructífera. La incivilidad puede tener alguna utilidad en ciertos contextos y en ciertas fases de la argumentación, así como puede ayudarnos a obtener ciertos propósitos sin romper el compromiso argumentativo que requiere una argumentación cooperativa. Algo similar sucede con ciertos tipos de adversarialidad. Para defender esta última tesis propongo una tipología entre distintos tipos de adversarialidad argumentativa, y sostengo que sólo un tipo de adversarialidad estropea nuestras argumentaciones: aquella en la que ganar en una argumentación requiere que nuestros interlocutores pierdan. Sólo en ese caso se rompe el compromiso argumentativo, en tanto se inhibe la cooperación desde el inicio.
La epistemología concibe a menudo al desacuerdo como un conflicto de creencias entre individuos. También como uno de sus potenciales insumos epistémicos, pero considera que su naturaleza sui generis requiere un tratamiento especial. Así, si consideramos que el desacuerdo es una condición necesaria para la argumentación, es razonable pensar que la argumentación es una batalla dialéctica en la que compiten individuos que disienten. Uno de los objetivos centrales del tercer capítulo es negar este supuesto a partir de un análisis de los distintos debates epistemológicos relacionados con el desacuerdo. Concluyo el capítulo mostrando que, desde una perspectiva social, el desacuerdo y la argumentación son recursos cognitivos necesarios para el progreso epistémico.
Advertencias y agradecimientos
Algo quisiera decir de la forma y el tono del texto, así como de su audiencia esperada. Este no es un texto dirigido a teóricos de la argumentación o a epistemólogos en exclusiva. No obstante, tampoco es un texto de divulgación en el sentido más común del término. Es un texto escrito para una audiencia informada, inteligente e interesada en los temas de los que trata, sin que presuponga demasiado contenido esotérico para los no especialistas. Así, en ningún momento he buscado prescindir del rigor argumentativo. Es por ello por lo que, aun cuando no es un texto excesivamente técnico, tampoco es una lectura ligera.
Agradezco a Fernando Leal la provocación y el estímulo intelectual que me brindó para escribir este libro, el cual resume muchas de mis preocupaciones filosóficas pasadas y actuales tanto en teoría de la argumentación como en epistemología. Como podrán darse cuenta los más familiarizados con la filosofía analítica contemporánea, en sentido estricto éste es un libro de epistemología social. Desde hace casi una década la enorme mayoría de mis intereses intelectuales se relacionan con las repercusiones que nuestras interacciones sociales tienen en el aspecto epistémico de nuestras vidas.
Casi ninguna idea que expongo en este libro es completamente nueva. Las he defendido en distintos lugares y foros, y algunas de ellas las he articulado por separado en otras publicaciones académicas. Para la redacción de los primeros dos capítulos de este libro he tomado fragmentos de dos publicaciones recientes (Gensollen, 2020; 2021), y mis contribuciones semanales para la columna de opinión El peso de las razones
, que escribo desde hace cinco años para el diario La Jornada Aguascalientes (ahora LJA.MX), me han servido para exponer algunas de estas ideas en un tono claramente de divulgación. Para mi sorpresa, al público en general suelen interesarle más de lo que sospechaba estos (en apariencia) abstrusos temas académicos. Agradezco a los lectores sus comentarios habituales, pues de muchos de ellos he aprendido demasiado. En distintos congresos y coloquios académicos me he beneficiado en especial de los comentarios y las críticas de Fabián Bernache, Anna Estany, Claudia Galindo, José Ángel Gascón, Ángel Adrián González, Fernando Leal, Raymundo Morado, Carlos Pereda, Gerardo Ramírez Vidal, Raúl Rodríguez Monsiváis, Tania Rodríguez, Alger Sans y Jordi Vallverdú. Agradezco también a Adán Brand y Alejandro Vázquez Zúñiga,