Silencio
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SILENCIO
Escasos son los que saben cuando hablar y cuando callar y dificiles de encontrar son aquellos que responden con la sabiduria del SILENCIO cuando no existe la opcion de renegar ni hacer justicia por ningun medio mas que esperar callados confiando en un Dios maravilloso.
SILENCIO viene a ser ese mar de palabras que fluyen en el alma con la total autoridad para no detener la mano justa de Dios; porque hemos decidido callar y esperar en su tiempo, es ademas la alternativa para dar descanso al desenfreno de nuestras palabras y esperar callados bajo la sombra de la fe.
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Silencio - P. Julissa Garcia
Agradecimientos
Siempre a mi amada familia, al amor fortalecedor de mis dos hijos, amor que me impulsa.
A todos los episodios que en el transcurrir de mi vida me han hecho madurar, y han sido responsables de moldear mis emociones, al proceso que inevitablemente me recordó que soy barro; y por último a los más importantes: al Padre que provocó mi encuentro con él cuando más lo necesitaba, al Hijo que me convirtió en instrumento de las notas de su evangelio, al Espíritu Santo, que con su poder a logrado moldear mi carácter y con su mentoría me ha enseñado el poder del silencio cuando en las palabras no hay sabiduría.
Bendiciones,
P. Julissa García.
Prólogo
A través de la lectura de este manuscrito titulado silencio; aprenderemos cuantas cosas nos fueron necesarias abandonar, sacrificar, cambiar, desechar y callar por el precio de la presencia de Dios en nuestras vidas, y la permanencia de personas y posiciones en el proceso de la misma. Estaremos conversando de varios testimonios vividos, que nos ayudarán a conocer el precio para mantener la presencia de Dios en nuestros corazones, y la paz con nosotros y nuestro entorno en nuestro diario vivir. Nos fortaleceremos e identificaremos en no permitir que ningún balde de agua helada cargado de miedo, pecado, resentimiento, ego, orgullo, impotencia o maldad, apaguen el fuego de la gloria de Dios en nuestras vidas, ni del futuro victorioso que se nos aproxima.
El silencio también es: ausencia de noticia o de palabra alguna, sobre el asunto. Ese silencio que no da señales de vida, silencio que nos hace ausentes, con el conocimiento presente pero sin prisa, con estrategias de sabiduría que no se muestran. Silencio que acredita que el verdadero yo, quedó atrás y que ahora mi vida la gobierna la intensión y el conocimiento de que la venganza no es mía, silencio que siembra frutos de madurez y cosecha dulces y amargas experiencias en nuestras vidas, trabajo y ministerio.
Les invito a dar un paseo por estas líneas que sin duda alguna te dejarán con sabor a valentía y a fuerzas, párrafos que marcarán la determinación que necesitas para que jamás y por nada cambies su presencia, y la salvedad de que en cada paso que das, tendrás retos que asumir y una enorme responsabilidad de que las cosas que no puedes cambiar, tampoco impidan que se realicen los sueños por los cuales incursionaste en ellos.
Silencio viene a decir que aunque tengas que callar, aún así puedes mantener viva la palabra fe, constantemente diciendo que ya pronto va a amanecer y podrás ver nuevamente ponerse sobre ti el sol de la justicia que será expuesta en el tiempo de Dios pero no en la voluntad tuya.
Silencio mientras permitimos que la verdad se exponga a nuestro favor y Dios haga su voluntad que siempre será buena, agradable y perfecta.
Disfrútalo,
P.Julissa García.
Indice
I - Arrepentimiento
II - El Primer Amor
III - El Llamado
IV - El Llamado Que Me Hizo El Señor
V - Escogido
VI - Fieles
VII - Identidad
VIII - Identidad Como Hija De Dios
IX - Asignación
X - Cuando Dios Asigna
XI - Cumplimiento
XII - Podré?
XIII - La Guerra
- La Subestimación
- Mis Deseos Personales
XIV - Las Ovejas
XV - Persistencia
XVI - El trabajo principal de los Escogidos
XVII - La Familia Y El Ministerio
XVIII - El matrimonio
XIX - El Ganador
XX - Lo Que Pensamos, Lo Que Creemos, Y Lo Que Hablamos
XXI - Silencio
Glosario
Epílogo
I
Arrepentimiento
A principios del año 1997 escuché acerca del nombre de Jesús, todos los domingos asistía a la iglesia con mi mamá y mi hermana, pero estoy segura que amaba más ir a comer helado después de misa, que estar en ella.
Nunca me interesó tener una relación con Dios ni con su hijo y del Espíritu Santo no sabía nada, a esa edad me creía muy inteligente y entendida, creía que lo más importante era, estar bien con mis padres y ser agradable a mi grupo social, dígase compañeras de colegio y vecinas. Conocía el miedo a los monstruos, a la oscuridad y a lo desconocido pero, no sabía que era el temor y mucho menos que practicarlo me haría sabia. Era una joven común y corriente, amaba el voleibol y destacarme en lo que hacía, siempre anhelé ser conocida y dar un buen ejemplo con mi comportamiento, esperé siempre ser admirada por mis padres y el círculo en el cual me movía.
Cuando mi mamá aceptó a Cristo en su corazón como su único salvador y empezamos a asistir a una iglesia cristiana de mi pueblo, entonces la cosa cambió mucho en nuestras vidas; particularmente amaba ir a ese lugar, amaba cantar, llorar sin explicación cuando adoraban al Señor, abrazar los hermanos después de cada servicio, llamarlos hermanos, oír gente hablar lenguas, mirar como danzaban en el espíritu, oír esa palabra fresca en la boca de un hombre al cual yo tenía cercanía, (el pastor) oírlo profetizar, orar por sanidad y ver milagros, ir más de una vez en la semana y que siempre haya alegría y más gozo a medida que nos reuníamos, amaba esos encuentros, ayudar al prójimo, enterarnos de las necesidades y acudir a orar, para mi era increíble y llegué a creer que sólo iba a necesitar creer y adorar para que se manifestara ese poder en todos los caminos que me faltaban por recorrer en la vida.
Era extremadamente increíble creerme que cuando dijera EN EL NOMBRE DE JESUS las cosas podían pasar, descubrir que Dios mandó a su único hijo a morir por mi, que él vino a la tierra hecho hombre nacido de mujer y que murió sin pecado alguno, sólo por amor a mi, esas cosas a mi me despertaban alegría, curiosidad y compromiso, era algo así como querer que cada día esa iglesia estuviera abierta para ir y volver a sentir escalofríos, latidos anhelados del corazón, alegría inexplicable y expectación, quería saber que decía ese Dios que hablaba, qué iba a suceder hoy, cómo era eso de que el Espíritu Santo estaba dentro de mí, cómo no estar casi enloqueciendo cuando me enteraba de que lo que había dicho un profeta, sucedía … era como una película de acción espiritual, algo que me enamoraba y me motivaba. Un día le dije a ese Dios, que le dijera al Espíritu Santo que morara en mí, que me hiciera sentirlo más y más, que yo quería que usara mi boca, mis pies , mis manos, quería ser instrumento, así como tantas veces escuché que eso éramos para él. Recuerdo ese tiempo de arrepentimiento con tanta alegría y entusiasmo, aquel tiempo era único, Dios estaba oyendo lo que yo decía y a mi me daba temor hacer lo que a él no le agradaba. Era una relación emocionante entre un gran Rey y una humilde joven que aspiraba llegar a ser su sierva.
Cuando me incorporaba en mi vida normal, en el colegio con mis amigas, recuerdo que sabía que no me creerían pero, empecé a decir: Dios es real, conozco un Dios de poder, él tiene un aliado y se llama Espíritu Santo y ese a su vez habla, se mueve, y hace milagros
. Les decía que Dios tenía un hijo que se llamaba Jesús que cuando yo hacía cosas malas, él apelaba por mi frente a Dios, que a eso se le llamaba intercesor, y que ese Jesús había venido a la tierra y yo lo había conocido, que ya no era como antes que sólo oía de él pero, no sabía lo que hacía, que no era de yeso, ni de ningún metal, que era real, estaba vivo, peleaba por mi defensa frente a Dios allá arriba en el cielo, aquello era mucho para mi, y para cualquiera que me oyera. Les estaba tratando de explicar a mis amigas, algo que ni yo entendía pero, que había decidido creer.
Cuando entraba en el tema del ARREPENTIMIENTO, pues ahí no entendía bien o no quería entender, para mi, yo estaba bien, yo no hacía cosas que según yo estaban mal, era deportista, buena estudiante, joven y para adorno también iba a la iglesia tres veces por semana, o sea, yo estaba bien, no tenia nada por lo cual arrepentirme de esa manera que oía que se predicaba y se llamaba al arrepentimiento, pues yo, no había hecho nada malo.
Era de esas cristianas que me hacia acompañar de la biblia, que desde el día 1 amé al Señor, le temí y anhelé un encuentro con él. No obstante también me deleitaba en lo de afuera, amaba la moda, soñaba con tener dinero, casarme con alguien rico y de buen parecer, quería hijos, irme de mi pueblo, y ser conocida por mis méritos, valores humanos y por las hazañas que como mujer sobresaliente hubiera podido lograr. A veces como a muchos de nosotros inclusive me costaba decir que era cristiana, tenía un semblante en la iglesia y otro en la calle. Mi arrepentimiento no era genuino, amaba más el milagro de una oportunidad en la vida, que el Dios que lo podía hacer posible.
Crecí, y conmigo muchos de mis sueños maduraron sin hacerse realidad pero, igual estaba muy agradecida de la vida que el Señor me permitió vivir, sobreviviendo a altas y bajas, muchas bajas como consecuencias de mis actos, superando mentiras y desengaños, pues es inevitable que en la vida no te desengañes y tú no llegues a desengañar a alguien … pero, siempre Dios estuvo en mi mente, en mi corazón y en mi espíritu, era como cuando sabes que alguien va contigo, entra y sale a tu lado y no te vuelves a sentir jamás solo.
Luego por razones de trabajo me fui a vivir sola a una ciudad grande de mi país, ahí recuerdo lo difícil de empezar, lo pesado de asumir responsabilidades por si sola, extrañaba a mis padres como cuando le desprenden algo bien arraigado del corazón a uno, no sabía que amaba tanto mis padres hasta que me fui de casa de ellos; mi casa de la infancia.
Arrepentirme real y genuinamente para mí era un gran deber, pues conocía a Dios y también me estaba exponiendo a la libertad de hacer lo que quería o se me antojaba, no asumía un compromiso real con el Señor. Recuerdo claramente que fue en esos años de soledad que aprendí a temerle al Señor, sabía que él me estaba mirando y que me escuchaba al hablar, yo no sé cómo pero, yo sólo sabía que alguien me podía ver, escuchar; y que en algún momento tendría que ajustar cuentas por haberle conocido, haberme rendido y haberle dicho que escribiera mi nombre en el libro de la vida pero, descaradamente hacía lo que me placía.
Sí, estaba arrepentida de episodios en mi vida sí, estaba muy arrepentida de no haber obedecido lo que decía la palabra en ciertas cosas que hice a mi manera en fin; debo aceptar que me costó mucho entender que realmente no era sólo estar apasionada por las manifestaciones de liberación, sanidades, adoración, que veía en mi iglesia, entendí que debía sentirlas y vivirlas, que no era sólo emocionarme al ver todo aquello, ni llorar, ni siquiera estar ansiosa esperando el próximo día de servicio. Era algo más, era asumir el compromiso del arrepentimiento abandonando la vida cómoda de hacer lo que quisiera hacer y empezar a hacer lo que debía hacer, para ser agradable a ese Dios que si existía, que estaba vivo, que ciertamente mandó su hijo Jesús, que era tan cierto y estaba tan vivo como el Espíritu Santo, que era el que permitía o provocaba o hacía que las personas sintiéramos esa corriente o energía que le transformaban la vida a uno y todo recobraba esperanza y valor cuando nos invadía ese poder superior, inexplicable, extraordinario y sobrenatural.
A mis 21 años me ARREPENTÍ de la vida que vivía, le pedí perdón al Señor, por los años que conociéndole lo puse de lado y tomé decisiones propias y a mi conveniencia. Le pedí al eterno que borrara mis rebeliones y me diera una oportunidad nueva, le rogué que por favor escribiera mi nombre en el libro de la vida y que no permitiera que mis desobediencias le hicieran borrarlo de el. Ese día recuerdo haber tomado la decisión de creerle a mi Dios, dejando atrás mis conceptos personales y mi deseo de sobresalir con mis fuerzas; no había sido fácil mi transición de niña a mujer, venía de un hogar conservador de mujeres respetables y estables a llegar a vivir sola y enfrentarme a muchas responsabilidades que a su vez me vinculaban a más compromisos para los cuales no me habían educado. Viví muchos años de desobediencia, sabiendo que conocía al autor de la verdad pero, no había honrado