Agujeros de gusano: Volumen II
Por Jorge Cervantes
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En esta aventura plagada de dificultades, darán con nuevas civilizaciones, hasta ahora ocultas para los habitantes de la botella de cerveza, lograrán dar explicación a los mayores misterios de un país en miniatura, creado por dos científicos en la década de los sesenta.
Se trata del desenlace final de esta historia que se ha narrado a lo largo cuatro libros. El bucle temporal en el que viven los protagonistas llega a su fin, solo para volver a comenzar exactamente como siempre, arrojando luz sobre el gran misterio que nos atañe: Vidmar, el país dentro de la botella de cerveza del que Paco Cabrales es el rey.
Jorge Cervantes
Jorge Cervantes (Cervan) nacido en 1986 en Cartagena, vive su infancia entre esta ciudad y O Carballiño (Ourense), donde termina sus estudios y establece su vida adulta. En 2019 escribe, ilustra y edita dos cuentos infantiles: "Los tres piratas y el león" y "El elefante Guisante". Su primera novela, "Peli de zombies en Si bemol", es también la inspiración para el disco homónimo cuyas canciones se corresponden con cada uno de sus capítulos . En "La casa blanca de las babosas gigantes" (2021) se adentra en el universo de la literatura fantástica.
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Agujeros de gusano - Jorge Cervantes
Indice
Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capitulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capitulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Epílogo I
Epílogo II
Prólogo
El final de un viaje así siempre trae consigo un agridulce contrapunto entre emoción y nostalgia. La alegría de haber llegado al destino, al momento en que la historia que te ha obsesionado durante años ya está escrita. En que la certeza de que esa aventura frenética en la que pensabas será transmitida, leída por quien sea que desee conocerla. Esa dicha se oscurece, en parte, por una inevitable lástima, al darte cuenta de que no volverás a sentir la excitación al relatar un pasaje de acción, la emoción al lograr dar con una solución plausible para los embrollos en los que has metido a tus pobres personajes que, con el paso del tiempo han pasado a formar parte de tu día a día.
Toca ahora despedirse de los habitantes de Vidmar. Decir adiós a uno de los proyectos más emocionantes de mi carrera artística y volver a buscar la ilusión en otra parte.
En este último tomo, mi querido lector, vas a encontrar respuesta a muchos de los interrogantes que se plantean durante la acción de sus tres predecesores. La casa Blanca de las babosas gigantes
, El príncipe, la bruja y el campesino
y Agujeros de gusano. Volumen I
sentaban las bases de una aventura descomunal, que se repite una y otra vez en el tiempo, en forma de bucle.
Mientras algunos de los protagonistas buscan desesperadamente romper ese ciclo para que los acontecimientos dolorosos que han marcado sus vidas no se repitan, otros luchan porque todo pase como debe. Con el objetivo de evitar desenlaces peores.
El mundo real se une con el del interior de la botella, hechos que se confundían con magia, son racionalizados desde la ciencia ficción, pero sin perder el toque fantástico de la historia.
Sin más dilación, espero que goces de este desenlace tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.
Capítulo I
Clara se resistía a abrir los ojos. Acurrucada en su regazo, su hija lloraba desconsolada mientras ella era incapaz de escucharla. Aquel le resultaba un sonido lejano, que apenas podía oír.
Paulatinamente, fue tomando consciencia de la situación tan precaria en la que se encontraba y los quejidos del bebé acapararon todo el rango sonoro, logrando que ninguna de las otras sensaciones que ofuscaban sus sentidos continuase siendo prioritaria. A pesar de ello, notó un vaivén mientras se retorcía persiguiendo el sonido de los llantos. Abrazó a la pequeña Clara contra su pecho, tratando de apaciguar a la criatura mientras alguna fuerza las balanceaba de manera rítmica, y cuando por fin reunió el valor para observar lo que las rodeaba, se dio cuenta de que flotaban sobre los restos de madera de una de las cabañas de la aldea.
Se hallaban a la deriva en un mar de color amarillo, bajo un sol abrasador y con lo que parecía un muro de vidrio interminable, que se elevaba hasta perderse entre las nubes y era tan descomunalmente largo que se perdía en el horizonte, a la derecha de las náufragas.
Sumergió su mano en el frío océano, en parte para terminar de asumir que no estaba soñando y que no despertaría en la cama junto a la cuna, en la que se había estado acostando los dos últimos años.
Al mojarse, no sin cierta dificultad, la cara, se percató de que todavía tenía los ojos hinchados de llorar y en ese instante todos los acontecimientos acaecidos desde el día del incidente se agolparon en su cabeza, como en un flashback de una serie de televisión.
Hacía dos años que su marido, Paco y su hijo Beltrán, desaparecieron en el laboratorio en el que su esposo investigaba. Cada noche, cuando el hombre trataba de explicarle los experimentos que había realizado durante la jornada, ella asentía sonriente, como si comprendiese de qué le estaba hablando, aunque no tenía la formación suficiente como para comprender aquellos detalles tan técnicos. ¿Qué sabía ella sobre agujeros de gusano, antimateria o rayos láser? Absolutamente nada. Aun así, atendía a cada una de las explicaciones y fingía emocionarse con sus monólogos, por pura empatía.
Aquel día, su marido y su hijo acabaron dentro de un mundo en miniatura, que se había creado a resultas de los experimentos de Paco. Un universo dentro de una placa de Petri en el laboratorio, en el que el tiempo no transcurría de la misma forma que en el mundo real, pues cada hora en el exterior equivalía a casi dos meses dentro.
Al enterarse de este hecho, Clara decidió introducirse a través del portal que se formaba emitiendo un rayo láser sobre una extraña piedra que Elisa, la compañera de Paco, había recuperado de unas ruinas en Sudamérica. Aquel túnel se denominaba puente de Einstein-Rose y conectaba un diminuto agujero negro con otro blanco. El resultado de atravesarlo no era otro que terminar con tus huesos en Vidmar, el mundo en el interior del experimento.
Allí estuvo dos años, dio a luz a su hija Clara, y llegó a formar parte de una comunidad compuesta por indígenas, autóctonos de aquel universo.
La madre analizó la situación, que era crítica. Estaba sola con la pequeña, flotando encima de unas tablas, sin nada que beber ni comer y un dolor horrible en el costado. Instintivamente, colocó la palma de la mano bajo sus costillas y se dio cuenta de que la escena era incluso más desesperada, pues tenía un profundo corte y estaba perdiendo mucha sangre.
-Maldita sea…
Decidió ignorar el dolor. Debía calmar a la pequeña antes de poder pensar en cómo salir de aquella.
La apretó contra sí, provocando que la hemorragia se acrecentase, mientras susurraba una nana con la esperanza de que dejase de llorar. Se levantó pesadamente, luchando por mantener el equilibrio sobre la inestable embarcación, de modo que pudiese ampliar su campo de visión. Por suerte no estaban del todo perdidas. Veía tierra en la lejanía.
Con la niña sujeta solo con el brazo izquierdo, se posicionó en cuclillas, introdujo la mano derecha en el agua y comenzó a remar de manera ineficaz, avanzando a duras penas en la dirección en la que había visto la costa. Las corrientes no ayudaban en aquella misión, pues las enviaban de un lugar a otro en paralelo al continente a pesar de los esfuerzos de Clara, que empezaba a acusar el cansancio.
Las tablas sobre las que navegaban estaban completamente teñidas de rojo. No tenía forma de presionar su herida al tiempo que sujetaba al bebé y remaba, además cada instante se sentía más agotada, perdiendo poco a poco las fuerzas hasta que no le quedó más remedio que tumbarse y permitir que la deriva las arrastrase a su antojo.
Los minutos se volvieron horas. La pequeña Clara se meneaba al lado de su madre tratando de incorporarse en busca de algún entretenimiento, mientras la mujer perdía la consciencia de manera intermitente.
Entonces, como si se hubiese encendido el motor fueraborda de una lancha, el tablón comenzó a desplazarse a toda velocidad. Algo las empujaba con fuerza, haciendo que el viento frío de alta mar despertase a la madre, que abrazó a la pequeña, aplastándola contra su tórax completamente helado. Cerró los ojos y dejó de respirar, en el mismo instante en que su improvisada embarcación encallaba en la arena de la playa.
La pequeña, aún entre los brazos sin vida de su madre, lloraba angustiada y sin nadie que hiciese nada por calmarla, cuando un enorme tentáculo emergió del mar, sigiloso. A este le siguieron otros tres, que se endurecieron, levantando sobre ellos una enorme mole de piel grisácea y resbaladiza. El agua que chorreaba por el cuerpo de aquel monstruo marino empapaba tanto a la madre como a la hija, haciendo que los litros de sangre que aún rodeaban el cuerpo de la adulta se diluyeran y acabasen tiñendo la orilla. Se trataba de un animal similar a un pulpo, pero de dimensiones descomunales, que acercaba su horrendo pico a la cara de la niña. Goteaba una baba fétida y templada sobre la piel de la criatura, cuando apartó de un tirón el cadáver de la madre, que calló inerte sobre la arena mojada.
La pequeña, curiosa, tocó a aquel ser con suavidad y, al notar el tacto gomoso y extraño, se echó a reír. Uno de los apéndices del monstruo acarició la cabeza de la niña y una voz resonó dentro de su mente infantil.
-No te preocupes pequeña, yo cuidaré de ti
.
Se trataba del Xasha, un animal que parecía haber evolucionado del pulpo que Paco y Elisa hicieron pasar por el agujero de gusano en una de sus primeras pruebas. Una bestia inteligente y muy territorial, que vivía en una isla recóndita, pegada al muro del fin del mundo, donde ningún ser humano osaría acercarse a molestar.
El cefalópodo adoptó a la pequeña Clara y dio sepultura a su madre. Extraño acto, viniendo de un ser que detestaba profundamente cualquier cosa que viniese de esa especie descendiente de mono, que destruyen todo lo que tocan y que se apropian de los hogares de los demás habitantes del mundo, sin pensar en que pueden estar provocando penurias en todos los seres que los rodean. Egoístas y malvados esos humanos
, solía pensar el Xasha, y a pesar de ellos, no pudo resistirse a ayudar a aquella diminuta cría, indefensa, curiosa y llena de energía.
La crio con todo el mimo y el amor de una verdadera madre, educándola y protegiéndola con absoluta devoción. Vivían en una pequeña gruta en el litoral, en la que los medios terrestre y marino se unían en un lago, en el interior de una cueva. La niña dormía en una cama fabricada con paja y había aprendido a desenvolverse con soltura entre los escarpados acantilados. A sus tiernos cinco años, sabía encender el fuego, fabricarse su propia ropa, pescar…
Cuando la infanta fue lo bastante mayor como para comprender de qué se trataba, su madre adoptiva le hizo entrega de la única pertenencia que conservaba de la biológica, una diminuta caja de madera que contenía una bonita piedra.
-Imagino que se trata de algo muy importante, cariño. El día que os encontré, tu mamá sujetaba esto tan fuerte como te abrazaba a ti. Así que debe ser una reliquia muy querida para ella. Te la doy, para que no olvides que aquella mujer dio su vida por mantenerte a flote y que, gracias a su sacrificio, estamos juntas y vivimos felices en nuestra isla.
Intensas palabras para una chiquilla, pero a pesar de ello, calaron hondamente en la mente de la criatura, que cuidó con celo de aquel tesoro durante gran parte de su vida.
El día a día transcurría sin más para el Xasha y su hija, que sobrevivían juntas sin contactos del exterior. Eran ellas dos contra el mundo y no existía nada que pudiese acabar con aquella paz. La felicidad de una madre y su pequeña que jugaban, reían y lloraban siempre juntas. Las jornadas invernales, en las que las noches eran más largas, las pasaban en la caverna que habían convertido en su hogar. Un lugar protegido de la intemperie, donde ambas podían descansar a pesar de las diferencias fisiológicas que las separaban físicamente, pues la madre pernoctaba sumergida en el lago, mientras que la niña dormía en su cama. Un lugar, aquella cueva, en el que aprovechaban para jugar a juegos de mesa inventados por ellas mismas, contar historias que Clara disfrutaba como si fueran el más entretenido de los pasatiempos, o simplemente charlar a cerca de las pequeñas cosas que les acontecían en su rutina. En definitiva, un hogar que habían hecho propio, tan bueno y confortable como cualquier otro.
Cierto día llegó por primera vez desde hacía años una persona desconocida a la playa. Una mujer de tez morena y pelo negro, con enormes y cautivadores ojos marrón oscuro. La pequeña no pudo evitar acercarse para saciar su curiosidad, a pesar de las advertencias del Xasha de que debía alejarse de los desconocidos, si es que alguna vez llegaba a toparse con alguno.
Aquella dama llegó sin más, en medio de un día normal, en el transcurrir de una jornada ordinaria, y la criatura simplemente tuvo que calmar su inherente sed de socializar.
Como he dicho, se trataba de una mañana como todas, quizás más calurosa de lo habitual en aquella época. Clara paseaba cerca de la orilla, mientras su madre pescaba el almuerzo. Tarea que, por cierto, no le llevaba demasiado tiempo, pero aun así fue suficiente como para que la niña se aventurase a conocer a la visitante.
La extraña vagaba desorientada, como si buscase algo. No paraba de mirar a un lado y a otro. Escudriñaba sin parar tanto los animales como las flores del entorno, como si no las hubiese visto nunca. Se movía veloz hacia el norte, hacia los acantilados que la pequeña tenía taxativamente prohibido transitar.
De nuevo, la niña desobedeció las indicaciones del pulpo y siguió a la invasora, para ver a dónde se dirigía.
Se encontraba de pie, observando cómo las olas rompían en el acantilado cuando, al fin, reunió el coraje para superar la vergüenza propia de su edad e ir a presentarse.
-Hola.
La extranjera tardó una eternidad en girarse para corresponder el saludo de la pequeña. La miraba como si nunca hubiese visto a otra persona, como si, en lugar de a una niña, estuviese viendo el espíritu de algún familiar que llevase décadas muerto.
Vestía con ropas de cuero decoradas con preciosas conchas marinas y otros abalorios. Su larga melena hondeaba con el viento que provenía de la costa y por su cara se escurrían gotas de agua que se habían ido depositando en su piel a medida que la bruma formada por el romper de las olas quedada impregnada en su rostro. Era muy bella, tanto que la niña no pudo evitar observar incisivamente cada uno de los rasgos de su anatomía. Los pechos firmes y turgentes, la parte baja de su espalda, que quedaba a la vista cada vez que el viento hacía que su ropa ondease… En definitiva, cada parte de aquella persona le hizo sentirse diminuta, ante una mujer tan exquisitamente hermosa y fuerte. Lo que multiplicó por cien sus ganas de forjar una relación con ella.
De pronto contestó con una tenebrosa sonrisa forzada en los labios.
-Hola.
Clara le devolvió la sonrisa, evidenciando la falta de los dos incisivos superiores, que había perdido hacía muy poco tiempo y que guardaba como oro en paño bajo su cama.
-¿Estás aquí solita?, ¿Dónde están tus padres?
¿Es que aquella señora no sabía nada? Por supuesto que estaba sola, ¿con quién iba a estar?
-¿No me contestas pequeña?
La insistencia de la mujer, que le estaba clavando los ojos como si tratase de ver incluso el interior de su cuerpo, la estaba poniendo nerviosa.
-Es la primera vez que hablo con alguien que no sea mi mamá.
-Entonces, ¿vives con tu mamá?
La chiquilla asintió, moviendo la cabeza arriba y abajo a gran velocidad.
- ¿Y dónde está?
- Ha ido a pescar. - Explicó.
-Entiendo…
-Yo me llamo Irene, ¿y tú?
- Clara. ¿Quieres ver mis tesoros?
A pesar de las primeras sensaciones que le había provocado la visita de la extraña, Clara no dejaba de ser una niña de cinco años, deseosa de interacción, inquieta e inocente.