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Breve historia del Espionaje N. E. revisada y ampliada. A color
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Breve historia del Espionaje N. E. revisada y ampliada. A color

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Breve historia del espionaje le introducirá en el enigmático mundo del espionaje desde la Antigüedad hasta nuestros días. Trataremos su evolución desde el uso de las técnicas más básicas como el engaño y la traición, pasando por la criptografía en la Edad Media, el surgimiento de la Inquisición o la tecnología más avanzada en la actualidad.
Cuando se habla de espías enseguida pensamos en Mata-Hari, pero ya en la Biblia aparecen los primeros escritos que hacen referencia a espías que trabajaban para Moisés, David o Josué. Y desde entonces, el espionaje ha ido evolucionando y convirtiéndose en un arma que ha transformado el devenir de la historia. Gracias al experto análisis de Juan Carlos Herrera Hermosilla, el lector podrá conocer todos los entresijos de una actividad controvertida como el espionaje que causa a la vez múltiples sentimientos encontrados, podrá saber quiénes fueron los espías que cambiaron la historia del mundo y los hechos que dieron lugar a esos cambios.
IdiomaEspañol
EditorialNowtilus
Fecha de lanzamiento1 nov 2022
ISBN9788413053042
Breve historia del Espionaje N. E. revisada y ampliada. A color

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    Breve historia del Espionaje N. E. revisada y ampliada. A color - Juan Carlos Herrera Hermosilla

    El espionaje en la antigüedad

    O

    RÍGENES DEL ESPIONAJE

    El espionaje es tan antiguo como la guerra y, por lo tanto, podemos decir que sus orígenes se remontan a la propia historia del hombre. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con la historia de la guerra, apenas encontramos testimonios de las más antiguas actividades de espionaje en el mundo, debido a su propia naturaleza secreta. Aun así, no es descabellado pensar que en las primeras evidencias de enfrentamientos entre humanos como, por ejemplo, los de los pueblos neolíticos del asentamiento de Talheim, en lo que es hoy el estado alemán de Baden-Württemberg, o los representados en Abrigo de Les Dogues, en la provincia española de Castellón, hubiera un reconocimiento de la zona y de sus habitantes previo al ataque por parte de los asaltantes, lo que facilitaría el ataque relámpago. La masacre que se produjo en Asparn-Scheltz, en la actual Austria, hacia el 5000 a. C., muestra una matanza que podría calificarse de «selectiva», porque de entre los sesenta y siete individuos que han salido a la luz en las excavaciones, sólo cuatro cuerpos corresponden a mujeres jóvenes. Esto podría ser un indicio de que se realizó un raid o incursión rápida con el fin de raptar a las mujeres, lo cual demostraría, a su vez, que la tribu asaltante conocía de antemano la estructura social del poblado enemigo.

    No obstante, sólo podemos tener constancia de la utilización de la inteligencia y de la información proporcionada por el espionaje en época histórica, en la que los testimonios han perdurado hasta nosotros mediante la escritura.

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    Sargón I, en acadio Sharrum-kin, (2334 a. C-2279 a. C.) fue el primer rey del que tenemos constancia que llegó a formar un imperio. La leyenda de su origen es paralela a la de otro conductor de pueblos de la Antigüedad, Moisés, ya que ambos fueron rescatados al nacer de las aguas de un río, y ninguno de los dos dudó en utilizar el espionaje para conseguir sus objetivos. Máscara de Sargón, 2250 a. C. Museo Nacional de Irak, Bagdad.

    Las primeras manifestaciones de la utilización de los servicios de inteligencia y de espionaje los encontramos en Mesopotamia en el III milenio a. C., cuando Sargón I de Acad se hizo con el poder, reuniendo bajo su cetro un imperio que abarcaba desde las costas de Siria hasta el sur del actual Irán. Así, su dominio se extendía desde el Golfo Pérsico al Mediterráneo; había creado el Imperio acadio. Para su formación, Sargón I era consciente de la necesidad de información, de inteligencia, más allá de las tierras de Acad. Por ello se sirvió de espías que lo informaban puntualmente, a modo de exploradores, de las características de las tierras que se disponía a conquistar. Una tablilla en acadio, datada hacia el 2210 a. C. y escrita con caracteres cuneiformes, nos muestra cómo el rey de Acad utilizó mercaderes, verdaderos espías durmientes del imperio, para que lo informaran sobre las regiones que planeaba dominar y así proveerle de inteligencia con la que planificar adecuadamente la marcha de sus ejércitos.

    Incluso en la mitología sumeria, especialmente en el poema épico de Ninurta, hacia el 2200 a. C., se hace mención al espionaje. Dicho dios guerrero tiene un atributo que le sirve como si fuera sus ojos y su fuente de información: su maza Sharur, que es descrita como un ser vivo que espía para él y le aconseja. Aun moviéndonos en el plano mitológico, este poema puede entenderse como una demostración del uso del espionaje en el engranaje y la táctica militar de la antigua Mesopotamia. Sharur podría ser, sin duda, el símbolo mítico de una fuerza de exploradores, cuyo cometido sería servir de espías del rey.

    Estas epopeyas mitológicas mesopotámicas se enmarcan totalmente en el trasfondo religioso que tenía la guerra en la Antigüedad. Efectivamente, la victoria entre dos ejércitos contendientes dependía en gran manera de la victoria de los dioses de una nación sobre los de la enemiga. Por ello era fundamental que, antes de entrar en combate, la suerte de la guerra se dejara en manos de los sacerdotes que servían como adivinos. Estos, mediante oráculos y profecías, auguraban el devenir del enfrentamiento. A su vez, en Mesopotamia lideraban las tropas y frecuentemente actuaban como espías al enviar detallados informes sobre asuntos políticos y militares al rey, como, por ejemplo, el hecho de que el enemigo estuviese reclutando guardias de fronteras, elegidos de entre las tropas de élite, o tropas auxiliares para preparar la guerra.

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    Ninurta, el dios acadio asociado al planeta Saturno, aparece normalmente representado como una deidad guerrera, entre cuyas armas destacan el arco y la maza Sharur, que le servía para recabar información sobre sus enemigos, actuando como un espía para él. Bajorrelieve en alabastro de Ninurta persiguiendo al demonio Anzu, 865 a. C.-860 a. C. Museo Británico, Londres.

    En el año 1930, arqueólogos franceses descubrieron en la ciudad siria de Mari, actual Tell Hariri, más de veinticinco mil tablillas escritas en acadio, la mayoría datadas entre los años 1800-1750 a. C., poco antes de que la ciudad fuera destruida por Hammurabi, el sexto rey de Babilonia. Cubren, pues, uno de los períodos más activos e importantes desde el punto de vista militar de la historia de Mesopotamia. El archivo de Mari incluye en su mayor parte las cartas que le fueron enviadas al rey de dicha ciudad, Zimri-Lim, por sus comandantes. Estas contienen importantes informes sobre aspectos militares tales como las listas de las tropas, los desertores, las bajas, la solicitud de órdenes concernientes a los asentamientos, a sus reemplazos, o a las tropas mercenarias bajo las órdenes del rey. Dentro de esta organización se hace mención por primera vez a los soldados dedicados a la exploración, que conformarían un verdadero cuerpo de espías militares, conocido como skabum. Esto demuestra la importancia del reconocimiento del terreno (es decir, saber qué hay más allá de la colina) por parte de los antiguos ejércitos. Los exploradores y los espías son mencionados frecuentemente en los archivos de Mari. De ellos se dice que espían y observan los movimientos del enemigo. Cuando se actuaba en terrenos desconocidos, se utilizaban como rastreadores y guías a los propios habitantes de dichas zonas. También se enviaban espías a los campamentos enemigos durante los asedios para que descubrieran sus planes y los transmitieran puntualmente a los mandos mediante frecuentes despachos. Estos agentes son mencionados habitualmente como los «ojos» y los «oídos» del rey, mientras que los informadores enemigos eran llamados las «lenguas».

    Los espías a las órdenes de Hammurabi, el que fuera rey de Babilonia entre 1792 y 1750 a. C., intentaban conseguir dicha información infiltrándose en el ejército de Zimri-Lim y así minar los planes de sus comandantes. Un informe de los archivos de Mari menciona el descubrimiento de espías en la corte de Zimri-Lim que habían estado enviando información al enemigo. En otra tablilla se informa de que se desbarataron los planes de ataque de una fuerza mariota de tres mil hombres que pretendía atacar la ciudad de Eshnunna, en el actual Irak, debido a que un espía del ejército enemigo reveló estos planes y el grueso del ejército tuvo que regresar sin conseguir su objetivo.

    La antigua Babilonia también vivió un período de complicadas intrigas diplomáticas. Muchos reyes mantenían embajadores permanentes en las cortes rivales. Estos funcionarios, tal como ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la diplomacia, sirvieron como espías. Por ejemplo, Zimri-Lim mantuvo a dos embajadores espías en la corte de Hammurabi, de los cuales incluso conocemos el nombre: Ibalpiel e Ibalel, que quizá sean los dos primeros espías identificados de la historia de la inteligencia. Estos agentes se utilizaban para recabar información sobre los planes militares de Hammurabi que posteriormente era transmitida a través de la correspondencia con su rey.

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    Senusert I, o Sesostris I, llegó al poder en Egipto tras el complot que acabó con la vida de su padre, el faraón Amenemhat I. Para él trabajó como espía el verdadero Sinuhé el Egipcio. Estatua de Sesostris I, 1956 a. C.- 910 a. C. Museo de Luxor, Egipto.

    Tampoco fue ajeno a las actividades de espionaje otro de los grandes imperios de la Antigüedad: Egipto.

    Esta gran civilización de las orillas del Nilo conoció las intrigas palaciegas, los complots que se orquestaban alrededor del faraón y que en algunos casos llegaron al regicidio, tal como ocurrió con la muerte de Amenemhat I, en el año 1947 a. C.

    Las fuentes de información y los servicios de inteligencia no funcionaron siempre correctamente en el Antiguo Egipto. Durante el reinado de Ramsés II, en el siglo XIII a. C., un imperio se alzaba como su oponente más poderoso: el Imperio hitita de Muwatallis. Estos dos colosos se disputaban el Oriente Próximo. Ramsés II deseaba apoderarse de la ciudad de Qadesh, actual Kinza, en Siria, en aquellos momentos en manos de los hititas. Esta ciudad era la llave de una importante región estratégica. Debido a esto, para el faraón egipcio era primordial dominar Qadesh. La batalla se libró el año 1247 a. C. Además de la importancia de las fuerzas concentradas para la confrontación, fue capital en el desenlace del combate la acción del espionaje. Una vez entabladas las hostilidades, las tropas egipcias capturaron a dos beduinos que fueron interrogados por el propio faraón. Estos declararon que el grueso de la tropa de Muwatallis no se encontraba en la llanura de Qadesh, como creía el Alto Mando egipcio, sino en Khaleb, una localidad situada al norte de Tunip, en la región de Alepo. Sin embargo, estos dos beduinos eran en realidad dos espías instruidos por el ejército hitita para llevar a cabo una maniobra de inteligencia sorprendente, puesto que dieron una información falsa; es decir, eran dos agentes cuya misión era contaminar al ejército egipcio con inteligencia falsa. Las declaraciones de los dos beduinos no fueron comprobadas por los servicios del faraón y este dio la orden de que marchara contra Qadesh la división Amón. En las cercanías de la muralla asentó su campamento. Posteriormente el faraón descubrió que los beduinos eran agentes de los hititas que habían sido enviados para espiar al faraón. Por fin confesaron que las tropas de Muwatallis estaban tras la muralla de la antigua Qadesh. Este error supuso un primer ataque sorpresa de los carros hititas, que arrasaron la división de Ra al acudir esta en ayuda de la solitaria división comandada por el propio faraón. El combate continuó durante once días. La victoria, a pesar de que Ramsés se apropió de ella, no quedó clara; el faraón egipcio no consiguió apoderarse de la tan ansiada Qadesh. Quizá el soberano hitita tomó la iniciativa del armisticio instigado por los informes sobre la crueldad del faraón que le dieron sus comandantes cuando fueron liberados, tras ser obligados a ver la dura represalia que tomó Ramsés mismo contra sus propias tropas al ejecutar al décimo soldado de cada fila en formación.

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    La crueldad con la que trataba el faraón Ramsés II no sólo a sus prisioneros, sino incluso a sus propias tropas, consiguió influir tanto en el ánimo de sus enemigos, que forzó el armisticio en la batalla de Qadesh. Relieve de Ramsés II matando a sus prisioneros, en el templo de Abu Simbel, construido tras la batalla de Qadesh en 1274 a. C.

    Aunque la utilización de la inteligencia militar se dio en todas las civilizaciones antiguas, será en el Imperio chino donde encontremos el primer tratado militar en el que se hace referencia al espionaje: el Arte de la guerra, de Sun Tzu. Considerado tradicionalmente como un general que sirvió bajo el reinado de King Helu, hacia el año 512 a. C., las experiencias de Sun Tzu al servicio de su señor le sirvieron para componer su tratado. En el capítulo XIII expone la importancia que tiene el conocimiento, la información y la inteligencia por parte de un jefe militar antes de entrar en combate. Sun Tzu parte de premisas realistas a la hora de establecer de dónde tiene que partir la información: no se puede obtener ni «de fantasmas ni espíritus», es decir, el teorizador chino rompe con la tradición militar de las civilizaciones mesopotámica y egipcia, cuyos ejércitos, antes de entrar en combate, consultaban la viabilidad o no de ir a la guerra. Sun Tzu fundamenta la obtención de información en el factor humano. Para ello un buen jefe militar debe tener a su disposición cinco clases de espías: el espía nativo, contratado entre los habitantes de una población; el espía interno, captado entre los funcionarios enemigos; el agente doble, atraído entre los espías enemigos mediante sobornos tras inducirlo a que colabore con el propio bando espiado en principio por él; el espía liquidable, el que debe contaminar la información del enemigo con datos e informes falsos; y, por último, el espía flotante, encargado de transmitir los informes. Sólo con esta inteligencia, según Sun Tzu, se puede alcanzar la victoria, ya que hay que conocer previamente al enemigo antes de poder vencerlo.

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    Las teorías de Sun Tzu acerca del espionaje han influido en personajes tan dispares como el dirigente chino Mao Tse-Tung o el general estadounidense Norman Schwarzkopft, que utilizó las técnicas de decepción y espionaje prescritas por Sun Tzu en la I Guerra del Golfo. Estatua de Sun Tzu en Yurihama, Japón.

    Sin duda, Sun Tzu es el teorizador del arte de la guerra y de la inteligencia aplicada al combate que más importancia ha tenido en la posteridad, sin embargo, no es el único gran pensador sobre el espionaje que ha dado la Antigüedad.

    En la antigua India, tras la muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C., el rey indio Chandragupta Maurya (c. 317-293 a. C.) empezó la conquista de tan vasto territorio deteniendo, a su vez, el avance de los invasores griegos. A su lado tenía a uno de los más grandes estrategas de la Antigüedad, su consejero Chanakya, también llamado Kautilya. Éste, conocido como «el Maquiavelo de la India», plasmó sus ideas sobre el buen gobierno en un tratado titulado Arthasastra. En él establece el espionaje como un elemento imprescindible para el poder, no como elemento de opresión, sino como una de sus herramientas. Para ello propugna la creación de toda una red de espías en los diversos estratos de la población, desde un mercader que pueda obtener información al vender sus productos en el mercado o a particulares, hasta «un hombre de cabeza rapada o de pelo trenzado bajo la apariencia de un asceta que practique la austeridad», ya que puede rodearse de un grupo de seguidores que le sirva como su propia red de espías. Capital importancia da el tratadista hindú a la mujer también como agente de inteligencia, sobre todo, a las de la casta superior o brahmán, porque podían servir al rey al espiar incluso a sus propios ministros, a los sacerdotes, a los comandantes del ejército e incluso al heredero al trono. Un papel relevante dentro del sabotaje y la conspiración tienen también los envenenadores, tanto los preparadores de salsas como los encargados de la higiene del rey o los simples aguadores. Por ello, Chanakya recomienda que en la corte, junto al rey, siempre haya un catador. Asimismo, prescribe que se ha de atraer a los partidarios y a los detractores del enemigo para que espíen a favor del rey. De la misma manera, Chanakya pone muy de relieve el papel de la diplomacia como herramienta de la inteligencia, ya que el rey ha de utilizar a sus embajadores tanto para proveerse de información como para protegerse de los espías de los demás reinos.

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    Chanakya, también conocido como Kautilya, ayudó a Chandragupta a sentar las bases del Imperio Maurya, sirviendo a su rey como consejero. Tras abandonar al último rey hindú de la dinastía Nanda, Dhana Nanda, Chanakya consiguió mediante sobornos ganarse al consejero del rey para que pasara al bando de Chandragupta.

    E

    L ESPIONAJE EN LA

    B

    IBLIA

    Sin embargo, los primeros testimonios escritos que de manera explícita nos hablan de la utilización de espías para los más diversos fines los encontramos en la Biblia.

    Los israelitas, conducidos por Moisés, tras dejar el desierto del Sinaí llegaron al desierto de Farán. Allí Yavé le dijo a Moisés que enviara a un príncipe de cada una de las doce tribus para explorar la tierra de Canaán. Su misión era informarse acerca de cómo era la tierra, qué pueblo la habitaba, si era fuerte o débil; tenían que comprobar si sus ciudades estaban amuralladas o si eran abiertas, si el suelo era fértil o pobre, con árboles o sin ellos. Por último se les mandó que trajeran algunos frutos de dicha tierra. A los cuarenta días estaban de vuelta e hicieron una narración detallada de todo lo que habían visto. En este relato les hicieron saber que el pueblo que habitaba la tierra de Canaán era poderoso y que las ciudades en las que vivía eran fuertes y grandes.

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    Cuando volvieron los doce espías que Moisés envió a la tierra de Canaán, le dieron el informe de su exploración y además llevaron una rama con un racimo de uvas; por eso a aquel lugar lo llamaron arroyo de Escol, que significa ‘racimo’ en la lengua hebrea. Giovanni Lanfranco, Moisés y los mensajeros de Canaán, 1621. J. Paul Getty Museum, Los Ángeles, EE. UU.

    Asimismo, les informaron de los pueblos que habitaban esas regiones. Este episodio de Números 13, 1-26 es el primer caso de espionaje en la historia de la humanidad del que se conserva un testimonio con la información recabada por los exploradores espías.

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    El episodio de Rahab y los espías de Josué demuestra cómo en la guerra antigua los distintos bandos en litigio utilizaban a los espías. En este caso, por un lado nos encontramos con los dos agentes enviados por Josué y la mujer que los ayuda, Rahab; por otro, los soldados que fueron a buscarlos a la casa de la prostituta, obviamente, avisados por informadores. Anónimo de la escuela italiana, Rahab y los espías de Josué, siglo XVII. Museo de Bellas Artes, Nimes, Francia.

    Josué, el sucesor de Moisés para regir los designios del pueblo de Israel, utilizó el espionaje de la misma manera que lo hizo su antecesor. Cuando estaba en Sitim envió dos agentes para que espiaran en la tierra de Jericó, antes de penetrar en la ciudad, hacia el 1450 a. C. Estos dos espías se alojaron en casa de una cortesana cananea llamada Rahab. El rey de Jericó, al conocer la existencia de los dos espías, pues él también tendría su propio servicio de información, se personó en casa de Rahab exigiéndole que hiciera salir a los dos espías que habían llegado para explorar todo el país. Sin embargo, ella los escondió en el terrado de su casa. Cuando se hubieron ido los hombres del rey, los espías se escaparon de Jericó, deslizándose por una cuerda que les había tendido.

    También en las Sagradas Escrituras encontramos a la primera Mata Hari, en la historia de Sansón y Dalila, narrada en Jueces 16, 4-20, de hacia el siglo XI a. C. Sansón se enamoró perdidamente de una mujer filistea: Dalila. Temiéndole por su fuerza, y ante el deseo de vencerlo, los príncipes filisteos convencieron a Dalila para que sedujera a Sansón a cambio de una cantidad de dinero que ascendía a mil siclos de plata cada uno. Ella accedió. Intentó sonsacarle de dónde le venía esa fuerza sobrenatural, al principio vanamente, pero, ante el apremio de su amada, Sansón le confesó que su fuerza provenía de su melena. Esa misma noche, Dalila durmió a Sansón sobre sus piernas e hizo que un hombre le rasurara las siete trenzas de su cabeza. Así pudieron los filisteos apresarlo, arrancarle los ojos y llevarlo a Gaza, donde lo encarcelaron.

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    A lo largo de la historia, el papel de la mujer como agente de inteligencia e información ha sido fundamental. El caso de Sansón y Dalila es un paradigma de ello. Jan Steen, Sansón y Dalila, 1668, County Museum of Arts, Los Angeles, EE. UU.

    Parejo al caso de Dalila es el de Judit, tal como se relata en el libro deuterocanónico homónimo. Esta, viuda de extraordinaria belleza, utilizó una treta propia de la guerra solapada para acabar con el asedio de Betulia por las tropas de Holofernes. Judit convenció a los jefes de dicha ciudad de que le permitieran presentarse junto con su doncella en el

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