UN EXTRAÑO EN EL PARQUE
Por E. Larby
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Un miembro de los cuerpos de seguridad del Estado, da rienda suelta a sus frustraciones, desilusiones y amargura. Para preservar su identidad lo hace entregando , anónimamente, unos pen drives que contienen algunos de los momentos más difíciles y duros que ha tenido que afrontar en su lucha contra el terrorismo y el narc
E. Larby
Su trabajo y espíritu aventurero le han llevado a vivir en nueve países, montar en globo y descender a 40 metros de profundidad en un submarino, ha estado en la selva y en el desierto, a 52ºC y a 20ºC bajo cero.Ha trabajado en nueve países tan dispares como Suecia y Arabia Saudita, pasando por Portugal, Indonesia, Rusia, Pakistán, Argelia, Nigeria y Egipto, 17 años de su actividad profesional han transcurrido en el extranjero, empezó en la industria naval, y pasando por el campo del petróleo y del gas terminó en la industria del cemento.Comenzó su andadura literaria a los ochenta años, fruto de una promesa que le hizo a su queridísima nietaEmpezó su aventura literaria cuando cumplió los ochenta años, nació en Cádiz y estudió ingeniería naval en la misma ciudad, por los avatares de la vida reside, felizmente, en Madrid, acompañado de su joven esposa y de su familia. Tiene tres nietos a los que adora y dedica todas sus obras.
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UN EXTRAÑO EN EL PARQUE - E. Larby
UN EXTRAÑO EN EL PARQUE
UN EXTRAÑO EN EL PARQUE
E. LARBY
Autor: E. Larby
Diseño de cubierta: E.Larby
ISBN: 9789403681252
© E.Larby
A mis seres más queridos, mis hijos Ernesto y Tatiana y mis nietos Alexandre, Mikaela y Roy.
Y a mí animadora e impulsora mi esposa Lilia.
ÍNDICE
I EL EXTRAÑO
II SU NIÑEZ
III LAURA
IV LA BENEMÉRITA
V EL NUEVO GUARDIA
VI EL INFILTRADO
VII LAS MÁRTIRES
VIII LAS «CAGADAS»
IX EL TRAIDOR
X «LOS TEJEMANEJES»
XI LA DROGA
XII 30 AÑOS DESPUES
XIII EL 11 M
XIV EL FINAL
XIV POST SCRIPTUM
I EL EXTRAÑO
Yo suelo ir al parque Alfredo Kraus, en el distrito de Pinar del Rey / Hortaleza de Madrid, que está situado cerca de mi vivienda. Por la tarde hago pedales, manivela y estiramientos. Y por la mañana temprano, sobre las ocho, suelo pasear. Normalmente llevo una camiseta blanca y una gorra con visera del mismo color, ambas prendas lucen el logo 3e que son las siglas del partido Tercera Edad en acción que hemos fundado un grupo de jubilados.
Los primeros días que acudí a este parque me llamó la atención un individuo que merodeaba por allí, no parecía un paseante, iba y venía sin rumbo, no parecía ir ningún sitio. Tenía muy mal aspecto, vestía ropas con aspecto de estar muy usadas, era alto, muy delgado y piel muy oscura, agitanada.
Me produjo un rechazo instintivo, lo catalogué como un vagabundo, un sin techo. Parecía no tener a donde ir, se sentaba en un banco y permanecía allí horas y horas, como si se fuera a quedar a vivir en ese lugar.
Cada día lo observaba, analizaba su comportamiento, pero debo decir que no hacía nada que me pereciera sospechoso.
Al parque suelen acercarse gente que llevan a pasear a sus perros. El hombre hablaba con todos, parecía necesitar compañía, se debía sentir muy solo. Cuando enhebraba la agujano parecía que fuera a terminar de charlar nunca, se pegaba unas parrafadas muy largas.
Me llamaba la atención que la gente lo saludaba y hablaba con él, me pareció que incluso algunos lo trataban con cierto aprecio, con cariño.
A mí me seguía provocando rechazo, también es verdad que me cuesta mucho relacionarme con gente a la que no conozco. Los extraños me producen un cierto sentido de malestar. Me gusta estar solo y procuro evitar a desconocidos. No sé si tengo algún trauma infantil.
Así pasaron varios meses, yo seguía practicando mis ejercicios y el individuo seguía deambulando solitario, taciturno, por el parque. Nos ignorábamos. Incluso alguna vez que hemos estado los dos solos en el parque, ni él intentó abordarme ni yo tampoco lo hice.
Un día que vinieron mi hija y mi nietecito a visitarme, nor acercamos al parque, mi nieto y yo estábamos haciendo pedales, el hombre estaba por allí cerca charlando con otros visitantes, entonces llegó un chico con dos perros preciosos, parecían iguales, mi nieto me dijo: «mira Belo dos Huskys siberianos». Los perros eran grandes, bien alimentados y con mucha vitalidad, su pelaje estaba bien cuidado, relucía, el color blanco de sus pechos y cuartos delanteros que contrastaba con el grisáceo de sus lomos y cuartos traseros. correteaban jugando, haciendo carreras. Saltando, se les veía felices.
Mi nieto que tiene nueve años, se quedó maravillado de la belleza de los perros, le preguntó al joven si los podía tocar. Este le aseguró que lo podía hacer sin peligro, que eran animales muy nobles y muy cuidadosos con los niños. Mi nieto se acercó, los acaricio y llevado por un impulso infantil los abrazó.
Entonces el hombre, guardando una prudencial distancia, no llevaba mascarilla, todavía era la época del Covid, le dijo: «Aquel, y señaló a uno de ellos, es un husky siberiano y aquel otro es un Husky de Alaska» y luego le preguntó a mi nieto: «¿Te gustan los perros?», mi nieto le respondió que le gustaban mucho. El hombre le dijo: - «Si quieres te regalo uno, tengo 270».
A mí esto me sonó a baladronada, no tenía aspecto de tener medios para cuidar de 270 perros, ¿y qué hacía tanto tiempo en el parque?, no me constaba que en los alrededores hubiese ningún establecimiento para cuidar perros.
Mi hija que es muy curiosa entabló conversación con él.
No sé de qué hablaron, pero estuvieron más de media hora dale que dale a la húmeda. Yo estaba sudado por el ejercicio, quería irme a casa y ducharme, me tuve que armar de paciencia hasta que se cansaron de parlotear.
De camino a casa mi hija me contó que el hombre parecía una persona educada, que denotaba que sabía de lo que hablaba. Le había contado su vida, le dijo que había sido Guardia Civil, que había trabajado de guardaespaldas, había estudiado leyes y ahora era adiestrador de perros para la Guardia Civil en las instalaciones que esta institución tiene en los montes de El Pardo.
Que adiestraba perros en la detección de drogas, identificación de terroristas y en la busca de personas sepultadas en derrumbes de edificios, etc.
Parecía haber llevado una vida muy ajetreada, muy intensa.
Me pareció que, si lo que contaba era cierto, sería interesante plasmar su travesía por la vida en un libro. Y si la historia no era cierta, demostraba mucha imaginación, así que decidí abordarle un día y hablar con él.
Venciendo mi natural rechazo, lo abordé, me identifiqué y le comenté lo que me había contado mi hija. Comenzó a contarme cosas. Le propuse que escribiéramos un libro, que me contara su vida y yo trataría de escribirla. Se negó categóricamente, argumentó que sería muy peligroso para él. No aceptó mi argumento de que se podría desfigurar su imagen, hacerlo irreconocible, a lo que me respondió que, si hablara haría mucho daño a empresarios, periodistas, políticos e insinuó que incluso a altas esferas del estado y del sistema. Eran escándalos de faldas, de tejemanejes financieros, de conspiraciones y de golpes de estado encubiertos. ¡que sería una bomba!
Ante una negativa tan tajante decidir desistir y olvidarme del tema. Busqué otras fuentes de inspiración y escribí una novela titulada "El hombre que burló al CNI" sobre un etarra que había sido asesinado por sus propios compañeros.
Nunca más volví a hablar con él. Lo veía en la distancia, yo iba a lo mío y él seguía su particular rutina.
Yo suelo ir al parque llevando un bolso de tela, con el anagrama de mi partido, y llevo el estuche de las gafas de sol, una pequeña cantimplora, guantes y una camiseta de repuesto.
Una tarde había dejado mi bolso colgado, como siempre hago, en el respaldo de un banco, estaba dando pedales, en los aparatos fijos del parque, al cabo de un tiempo me fui al área de las manivelas y otros artilugios. Estaba concentrado en mi labor y no me percaté de nada. Cuando regresé a mi banco de pedales, al coger la cantimplora para beber agua, encontré un gran sobre, de esos que en el interior tienen un plástico con burbujas, qué alguien había introducido en el bolso.
Miré alrededor y no había nadie, el depositante había desaparecido.
No salía de mi asombro, palpé el sobre, pero el plástico interior con burbujas no me permitió distinguir nada. No sabía qué hacer, el tema del terrorismo y los sobres bomba me preocupaba, no creía que nadie tuviera motivos para entregarme un sobre bomba, pero hay tantos locos por el mundo que no sabía qué hacer, estaba confuso, aturdido.
Pensé llevarlo a la policía, pero mi experiencia con ellos era muy negativa. Un día fui a denunciar un posible fraude a través de Internet y no se rieron de mí por educación, pero en sus caras vi, que pensaban: «otro capullo con historias para no dormir». Volví a palpar el sobre, noté unos trocitos de algo alargado y aplanado, no parecía ningún artefacto explosivo.
Alargué mis brazos lo máximo posible, doble la cabeza para evitar que si algo explotaba me hiriera en la cara. Muy despacio y cuidadosamente, muy cautelosamente, fui despegando la solapa del sobre, en cada tironcito que hacía aspiraba profundamente, mis manos empezaron a sudar Cuando despegué totalmente la solape exhalé un amplio soplido, no había bomba ni nada parecido. Metí la mano y saqué un paquetito que contenía cuatro pen drives de 4tb de capacidad cada uno. No comprendía nada, estaba ansioso por llegar a casa y ver que contenían. No podía dominar mi curiosidad Conecté el pc, introduje el primer pen, estaban numerados, me quedé sin habla, allí estaba compilada la historia de una vida.
II SU NIÑEZ
Los pen drive no contenían, en sentido estricto, unas memorias sino más bien un compendio de su vida.
Comenzaba comentando a grandes rasgos que había nacido y se había criado en una ciudad del sur de España en Cádiz, en la década de los cuarenta, en una familia muy humilde, su padre trabajaba de linotipista en el único periódico que había en la pequeña ciudad y su madre ayudaba al sustento de la numerosa familia limpiando los suelos en una oficina bancaria.
Yo, que conozco muy bien este ambiente, me daba cuenta del sacrificio de la pobre mujer, en aquellas fechas las mujeres fregaban el suelo hincadas de rodillas y usaban una bayeta. No había fregonas y mucho menos las máquinas automáticas que se usan ahora. En invierno, del frio, tenían, siempre, las manos llenas de sabañones. Y al final de sus vidas terminaban con las rodillas destrozadas.
El relato proseguía: «mi padre era un alcohólico y maltratador, cuando llegaba a casa borracho, lo que hacía un día sí y el otro también, mi madre sufría las consecuencias de sus frustraciones, yo que apenas tenía cinco años, me escondía debajo de la cama, cuando al final, el bastardo, se dormía, buscaba consuelo en los brazos de mi madre, que me decía: no pasa nada hijo, tu padre me quiere mucho».
Un día mi padre desapareció, yo no entendía nada, pero estaba contento porque cuando no estaba en casa me lo pasaba muy bien con mi madre. Aunque pasaba mucho tiempo solo en casa, mis hermanos más mayores se iban a la calle a jugar, y mi madre estaba siempre ausente. Eso creo que me marcó y me convirtió en un lobo solitario.
Al cumplir cinco años, empecé a ir al colegio, me gustaba aprender y me refugié en los libros. Pero en el colegio sufrí lo que ahora llaman «bullying» pero que en aquellas fechas era simplemente acoso y malos tratos. Más tarde comprendí que el colegio no es más que la representación, en diminuto, de lo que es la sociedad. El abuso al que los más poderosos someten a los más débiles.
La mayoría de los niños llevaban calzados Gorila, que tenía una suela de goma muy gruesa y hecho con piel de vaca. Yo