Operación Carlos V
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Paco Giraldo Sánchez
Paco Giraldo nació en Ventas de San Julián, provincia de Toledo. Desde los catorce años hastala fecha reside en Ibahernando, provincia de Cáceres, de donde son sus padres, aunquetuvieron que emigrar y regresaron. En Ibahernando ha sido regidor municipal durante veinteaños, y al finalizar esa etapa cambió el bastón de mando por la pluma ofreciéndonos conIMPOSIBLE su séptima obra.
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Operación Carlos V - Paco Giraldo Sánchez
Prólogo
Iniciamos la lectura de la nueva obra de Paco Giraldo inmersos en un marco de una acción trepidante pero a la vez pausada y reflexiva. A lo largo de las próximas páginas el lector podrá comprobar cómo evolucionan los acontecimientos, en ocasiones presuntamente previsibles, pero con un desconcertante y esforzado retrato de las situaciones que nos engancha de principio a final.
Se trata, por un lado, de personajes que nos empujan, de manera casi involuntaria, a reconocerlos y por otro de una temática de candente actualidad de la que nadie puede escaparse sin tener una opinión previa formada.
Nos encontramos con una descripción muy minuciosa del entorno. Se adivina que el autor conoce y aprecia el tema de fondo.
Es una visión espacial encontrada: dos espacios geográficos tan diferentes. Extremadura y Cataluña giran alrededor de un tema esencialmente nacional. Sin olvidarnos del paso de uno de los protagonistas por la capital de España.
A ello se le suma un ingrediente, que lejos de dar exotismo, aporta mayor credibilidad al relato: la aparición de un grupo de oligarcas rusos.
Tenemos, por tanto, una trama muy estudiada. Paco Giraldo ha debido pasar mucho tiempo documentándose. La minuciosidad y el detallismo, incluso hasta en momentos en los que se utilizan expresiones o un lenguaje más técnico o especializado dominan el conjunto de la novela.
El desenlace imprevisto ayuda a mejorar la obra y a que el lector permanezca expectante.
En definitiva, la extensión breve de este relato hace, asimismo, que una vez comenzado no podamos esperar hasta terminar de leer las últimas páginas que, insisto, no decepcionan.
Buen rato hemos pasado. Anímense con Operación Carlos V. Merece mucho la pena.
Fernando Ayala Vicente
Capítulo 1
A la falda de la sierra de Gredos, el pueblo verato de Jarandilla de la Vera se despertaba en una despejada mañana del caluroso verano. Enclavado en la comarca de la Vera, este lugar ejerce de cruce de caminos entre Losar de la Vera y Navalmoral de la Mata. Después de un largo viaje, al pueblo llegó un misterioso hombre de negocios en cuya cartera, aparte de mucho dinero y otro tanto de odio, transportaba también macabras intenciones, ya que sus designios eran cambiar el devenir del país, ese devenir que él imaginaba que de una vez y por siempre convendría alterar; ya estaba cansado de exigencias que no les habían traído éxito alguno.
Esta vez todo sería diferente. Era necesario atacar la raíz, y posiblemente después todo se advirtiera de otra manera. Por supuesto, el hombre de negocios no actuaría solo, una maniobra de tal calibre no podría tejerse por una sola persona, pues la delineada tela de araña era tan complicada que requería otros cómplices, aunque eso el hombre de negocios ya lo tenía meticulosamente organizado.
El parador de Jarandilla fue el lugar nominado, sitio majestuoso entre el panorama del valle de la Vera y Tiétar, donde asalta un castillo que data del siglo XV. Dicho castillo también es conocido como el palacio de los condes de Oropesa. Sus paredes de piedra han sido residencia de varias figuras históricas a lo largo de los siglos, incluido el sacro emperador Carlos V, que vivió allí antes de que se construyera su residencia en el monasterio de Yuste.
—Buenos días —dijo el hombre de negocios al recepcionista del parador.
—Buenos días, señor. Dígame, ¿qué desea?
—Tengo reservada una habitación.
—¿Podría facilitarme su DNI, por favor?
—Sí, claro. Ahí lo tiene.
—Muy bien, señor. Aquí le entrego la llave. Confío en que disfrute de su estancia entre nosotros.
El hombre de negocios recogió su bolso de viaje y la llave antes de encaminarse hacia su lujosa habitación.
Una vez dentro, lo primero que hizo fue abrir el bolso de viaje y extraer un maletín del interior; allí trasladaba su tesoro. Lo abrió y contó los billetes de quinientos euros que allí dormían.
«Todo tiene un precio», maduró para sus adentros mientras contaba los billetes. Estaba seguro de que serían suficientes. Ya se había argumentado mucho acerca de los precios, pero no consideraba que los costes fuesen descomunales pese a que se trataba de una importante cantidad de dinero. Aquel no solo era asunto de desplegar dinero, también existía un riesgo que era necesario correr, un peligro que de cumplirse mandaría al recién llegado a la cárcel durante el resto de su vida, pero confiaba a ciegas en la tela de araña que habían tejido, esa tela de araña que no debería tener ninguna fisura. El hombre de negocios estaba convencido de que así era.
Reposado sobre la cama con unos ojos que soltaban inquietud a raudales, hizo una citación desde su móvil.
—Buenos días, ya me encuentro por su tierra. Si lo considera oportuno, esta noche podríamos mantener una conversación. Será un goce invitarle a cenar en este majestuoso lugar que poseen ustedes los extremeños.
—Sin inconveniente —dijo la voz al otro lado de la línea—. Dígame a qué hora cenaremos y allí estaré.
—Con estos calores creo que la hora aconsejable sería sobre las once.
—Perfecto, allí estaré. Como no nos conocemos, sepa que acudiré con un vaquero y un polo azul. Levante la mano cuando me vea con esa vestimenta.
—Así lo haré. De todos modos, sí le conozco —aseguró el hombre de negocios—. A menudo he visto su cara en vídeos y revistas cinegéticas. ¡Hasta la noche!
Una vez terminada la conferencia, el cliente del parador de Jarandilla se desvistió para ponerse el bañador y se dirigió a la piscina en busca de un baño con el que mitigar el sofocante calor que esa mañana afectaba a las tierras extremeñas. Una vez tomado el baño, se dirigió con el bañador aún mojado a recepción para reservar una mesa para comer y cenar.
Después de una suculenta comida a base de viandas y delicias extremeñas, se tumbó la siesta hasta bien entrada la tarde. Aún le subsistían un par de horas hasta la cita anunciada, período que consagró al deporte tras extraer un chándal del enorme bolso de viaje. Una vez vestido, se dispuso a correr por los aledaños al castillo.
A las once menos cuarto estaba afinadamente trajeado y sentado en el claustro del patio donde había reservado la mesa.
Con puntualidad escrupulosa, vio florecer a una persona vestida con pantalón vaquero y polo azul, ambas prendas impolutas, así como los zapatos del recién aparecido.
Nada más verlo, el hombre de negocios levantó la mano para indicarle al recién llegado que se acercase a la mesa.
—Buenas noches. Mi nombre es Fausto —dijo el hombre del polo azul mientras extendía su mano.
—Buenas noches. Conozco su nombre. Veo que la puntualidad extremeña es escrupulosa, son las once en punto —expresó el cliente del hotel con un acento que evidenciaba su origen catalán mientras le estrechaba la mano—. Muy bien, Fausto, mi nombre es Gustavo. Si no le importa, podríamos tutearnos. Creo que correspondemos tener más o menos la misma edad, aunque esta no se halla reñida con la educación.
—Sí, claro que sí —dijo Fausto—. Por cierto, mi edad son cincuenta años.
—Pues la mía cuarenta y cinco. Lo dicho: más o menos la misma.
En esos pormenores superficiales estaban cuando se les aproximó el camarero con dos cartas de menú y otra de vinos.
Gustavo le solicitó a Fausto que eligiera la cena, ya que se encontraban en tierras extremeñas y sabría mejor que él sobre las particularidades de la casa. Así lo hicieron, quedándose el que parecía catalán muy boquiabierto al dar el primer trago del vino pedido por Fausto.
—Es Habla del silencio, vino extremeño esmerado en tierras trujillanas —le indicó Fausto al ver como el otro comensal lo degustaba con cierta complacencia—. Bueno, pues tú me dirás qué pretendes de mí. Si el otro día, cuando me emplazaste, me hubieras adelantado el motivo de tu visita quizás no hubiera sido necesario este desplazamiento tan largo desde Barcelona.
—Me gusta hacer las cosas de otra forma —dijo Gustavo—. Hoy día los correos electrónicos y los teléfonos móviles nos solucionan muchas cosas, pero yo prefiero el trato directo y me apetecía bajar a conocer Extremadura.
—Tú me dirás —repitió Fausto con cierta impaciencia que no pasó desapercibida para el catalán.
—Sí, vayamos al grano. Sé que disfrutas de una buena finca de caza que aquí llamáis cercón. He visto muchos vídeos sobre las monterías que celebráis cada año, así como las revistas del sector y tu finca, cinegéticamente, es de las mejores de España, ya que he visto los resultados en la junta de carnes año tras año. Sé que la cazan las mejores orgánicas del país y para eso estoy aquí.
—¿Un puesto para el próximo año? — Preguntó Fausto—. Veré qué puedo hacer. Tengo la montería medio apalabrada a un buen orgánico, y seguro que tiene los catorce puestos vendidos. Joder, haberme dicho por teléfono que ambicionabas un puesto y no hubiera hecho falta el desplazamiento. Aunque aun así sería complicado, mi cliente tiene sus asiduos y es leal a su clientela.
Gustavo no movió ni un músculo al oír a Fausto desbaratar lo que parecía que en principio le había traído a tierras extremeñas. Tomó la palabra.
—No me gusta la caza y no quiero un puesto, sino la montería entera.
Fausto quedó impresionado, una persona a quien no le gusta la caza pero quiere comprar la montería del cercón. No le encajaba.
—Es imposible, Gustavo —dijo el extremeño—. La montería ya le tengo medio apalabrada, y mi palabra vale mucho.
—En tal caso tendré que buscar otra finca. Espero que me auxilies, tú conocerás alguna similar a la tuya. A mí me ambicionaba tu cercón, sé que tiene mucho prestigio y quiero impresionar a mis invitados, sé que en tu finca han cazado gentes muy significativas y decir eso es muy goloso. Espero que me ayudes a encontrar algo semejante. Por cierto, si no es mucha indiscreción, ¿cuánto te paga la orgánica por la montería?
—No es indiscreción, hombre. Me pagará noventa mil euros. Probaré buscarte algo, pero nada comparable a mi cercón, en mi propiedad se caza por espacio de casi seis horas sin dejar de pegar tiros. Tardamos ese tiempo porque los cazadores seleccionan cada vez más el trofeo a abatir.
—Eso lo sé, por eso vine hasta aquí —dijo el catalán—. Pero veo que no podrá ser, yo estaba dispuesto a pagarte los noventa mil euros ahora y otros noventa mil euros el