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Engaño
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Libro electrónico166 páginas4 horas

Engaño

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Jazmín Infiel 4
Se casaron poco después de conocerse… pero el matrimonio duró solo un mes.
Segura de que su marido la había engañado, Erin puso en marcha el divorcio, pues no quería que volviese a burlarse de ella. Sin embargo, aunque pronto dejaría de ser su esposa, nunca quedaría completamente libre de él porque iba a tener un hijo suyo.
Francesco no podía creer que Erin le hubiera ocultado que estaba embarazada. Pero no iba a permitir que el divorcio se llevara a cabo, pues tenía una misión que cumplir: recuperar a su mujer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2022
ISBN9788411410199
Engaño
Autor

Kim Lawrence

Kim Lawrence was encouraged by her husband to write when the unsocial hours of nursing didn't look attractive! He told her she could do anything she set her mind to, so Kim tried her hand at writing. Always a keen Mills & Boon reader, it seemed natural for her to write a romance novel - now she can't imagine doing anything else. She is a keen gardener and cook and enjoys running on the beach with her Jack Russell. Kim lives in Wales.

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    Engaño - Kim Lawrence

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    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

    28036 Madrid

    © 2007 Kim Lawrence

    © 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Engaño, n.º 4 - noviembre 2022

    Título original: Claiming His Pregnant Wife

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Este título fue publicado originalmente en español en 2008

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

    I.S.B.N.: 978-84-1141-019-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    FRANCESCO Romanelli acababa de detener el coche en el arcén de la autopista cuando el móvil que llevaba en el bolsillo comenzó a vibrar de nuevo. Un gesto de impaciencia frunció su alta e inteligente frente mientras lo ignoraba. Sin embargo, la interrupción le hizo volver brevemente la mirada hacia el asiento de pasajeros, donde había otro teléfono, aquél apagado.

    Era lo único que había sobrevivido al desastre, cuando había acudido a la casa que tan brevemente había compartido con su esposa para llevarse todo lo que le recordara en lo más mínimo a ella y a su fugaz matrimonio. O eso había creído.

    Si su diligente asistenta no hubiera sido tan meticulosa en su guerra contra el polvo, él no habría llegado a enterarse de la existencia de aquel teléfono y no habría llegado a enterarse de su explosivo contenido.

    Que, probablemente, era justo lo que su esposa pretendía.

    ¿Qué podía pensar si no?

    Apretó la mandíbula mientras se esforzaba por contener la indignación que amenazaba con adueñarse de él cada vez que pensaba en la situación en que se encontraba. Y, de hecho, apenas había podido pensar en otra cosa durante los cuatro días pasados.

    Tras los acontecimientos del mes anterior resultaba irónico que el año anterior, por aquellas mismas fechas, se hubiera estado quejando a su hermano gemelo de que su vida se había vuelto demasiado predecible.

    Por aquella época acababa de romper con su amante del momento. Había sido una separación civilizada, como lo había sido la relación. A pesar de ser considerado alguien bastante perspicaz, Francesco no lo había visto venir. Sin embargo, luego comprendió que ya había habido indicios de lo que iba a suceder cuando ella le preguntó hacia dónde creía que iba su relación.

    Él se vio obligado a admitir que no creía que fuera en ninguna dirección específica.

    En aquel momento no se le ocurrió que ella pudiera tener algún problema con aquella admisión. ¿Por qué iba a tenerlo? La dama en cuestión, una abogada tan guapa como inteligente, había dejado muy claro al comienzo de su relación que no tenía tiempo para enredos emocionales. De manera que para Francesco resultó una sorpresa escucharle decir:

    –No es nada personal, querido. De hecho, nunca he disfrutado de mejor sexo, pero, con mi reloj biológico en marcha, no puedo arriesgarme a perder el tiempo con un hombre alérgico al compromiso.

    Aquel comentario no hizo perder el sueño a Francesco, pero sí lo hizo cavilar.

    –¿Crees que soy alérgico al compromiso? –preguntó más adelante a su gemelo.

    –Claro que no –respondió Rafe con tacto–, pero tal vez estaría bien que dedicaras tanto esfuerzo a tus relaciones personales como a tu trabajo.

    –Ése es el problema. Algunos días no tengo que esforzarme demasiado en el trabajo… –admitió Francesco–. A veces me encuentro deseando que suceda algún desastre para poder arreglarlo. No hay sorpresas. Mi vida es totalmente predecible. No hay retos reales, nada realmente estimulante.

    –Puede que haya una sorpresa a la vuelta de la esquina que cambie tu vida –sugirió su hermano con una sonrisa.

    –Eso espero.

    ¿Qué solía decirse? «Ten cuidado con tus deseos porque pueden hacerse realidad».

    Tal vez era cierto, pensó Francesco sombríamente. Desde luego, su vida había cambiado de forma radical.

    En pocos meses había sufrido la devastadora pérdida de su hermano gemelo en trágicas circunstancias y, mientras aún trataba de recuperarse de la pérdida, había descubierto que el amor a primera vista no estaba exclusivamente confinado a las páginas de las novelas románticas.

    ¡Aunque tal vez sí debería haberlo estado el casarse con alguien cinco días después de haberse enamorado!

    Contempló el anillo que llevaba en su mano izquierda y aferró con fuerza el volante a la vez que su boca se curvaba en un gesto despectivo. ¡Amor! No había sido amor, se dijo con firmeza. Tan sólo había sido una mezcla de deseo y encaprichamiento pasajero.

    Algunas personas habrían pensado que su reacción a la carta que había recibido de Erin hacía una semana sugería algo más que un mero encaprichamiento o deseo. Pero esas personas no comprendían hasta qué punto rechazaba él la idea del fracaso. Y, en esencia, ero era el divorcio: un fracaso.

    Sin duda, marcharse de la oficina dos minutos antes de una reunión importante sin comunicarle a nadie adónde iba y subirse a un avión con dirección a Inglaterra con la intención de decirle a su esposa en persona que nunca le concedería la libertad era una reacción bastante fuerte a la sugerencia del fracaso.

    Pero él habría explicado a los escépticos que la palabra «fracaso» nunca había formado parte de su vocabulario. El fracaso era algo que les sucedía a otras personas. Su premisa en la vida siempre había sido que, si querías algo de verdad, luchabas por ello hasta conseguirlo.

    El avión aún estaba aterrizando cuando se le ocurrió preguntarse por qué iba a luchar por ella. No la quería.

    A fin de cuentas, ¿por qué iba a querer estar con una mujer que no confiaba en él?

    Sabía que Erin podría interpretar su llegada como un paso hacia su reconciliación, pero eso no iba a suceder. Era ella la que estaba equivocada.

    Era ella la que debería haber acudido a él arrastrándose.

    Volvió de nuevo la mirada hacia el asiento de pasajeros. Todo había cambiado cuando aquel teléfono reveló la información que contenía.

    Ya daba igual quién diera el primer paso. No había ninguna decisión que tomar; el divorcio ya no era una opción. Si Erin hubiera sido lo suficientemente adulta también lo habría comprendido.

    La situación requería una acción inmediata.

    Cuando la asistenta le entregó el teléfono estuvo a punto de tirarlo, pero, afortunadamente, no lo hizo.

    Erin tenía un mensaje.

    Sin apartar la mirada de la carretera, Francesco recordó el momento en que escuchó aquella educada voz excusándose antes de explicar que la cita para la revisión del embarazo de la señora Romanelli se había adelantado una semana.

    Tuvo que escuchar el mensaje tres veces antes de que su mente asimilara finalmente la información.

    ¡Iba a ser padre!

    Se suponía que un hombre debía sentir un gran júbilo en un momento como aquél, pero Erin le había negado la posibilidad de sentirlo. Porque cada vez parecía mas evidente que había planeado robarle a su hijo. Se preguntó si alguna vez podría perdonarla por ello.

    ¿Habría pensado decírselo en algún momento?

    Aunque durante aquellos últimos días había analizado la situación desde todos los ángulos posibles, buscando todas las justificaciones razonables para el silencio de Erin, no había logrado dar con ninguna excusa adecuada.

    Incluso le había concedido el beneficio de la duda y había aceptado que tal vez no sabía que estaba embarazada cuando se fue, pero ya hacía semanas que debía de saberlo.

    Semanas durante las que no había hecho ningún esfuerzo por ponerse en contacto con él, excepto por la carta en que le había expresado su deseo de divorciarse lo antes posible. Era evidente que Erin había decidido no contarle que iba a ser padre. Y ser consciente de ello era como tener una espina clavada en el corazón.

    Erin había tomado una decisión unilateral, como si él fuera irrelevante. Aunque hubiera decidido que no tenían futuro como pareja, había cosas que discutir, arreglos… ¡opciones! Aunque para él sólo había una opción: criar y educar a su hijo con sus dos padres.

    Había tratado de ponerse en contacto con ella para darle la oportunidad de explicarse, pero la manipuladora madre de Erin se había dedicado a tomarle el pelo.

    ¿De verdad creía Erin que podía tener a su hijo sin que él se enterara? La áspera risa que escapó de entre los labios de Francesco se interrumpió en seco cuando el móvil que llevaba en el bolsillo se puso a sonar de nuevo. Al parecer, quienquiera que fuera el que trataba de ponerse en contacto con él no iba a rendirse fácilmente. Con un suspiro de irritación, encendió el intermitente para indicar que dejaba la autovía.

    Erin se sorprendió cuando Valentina, la prima de Francesco, se puso en contacto con ella y la invitó a pasar el fin de semana en la granja de caballos que tenía con su marido inglés.

    Pensó que tal vez no supiera que Francesco y ella habían roto. Pero no creía que nadie creyera que tenía el corazón destrozado y, con el tono más despreocupado que pudo, preguntó:

    –¿Sabes que Francesco y yo ya no estamos juntos?

    –Sí, lo sé, y no sabes cuánto lo siento –replicó Valentina–. Pero supongo que eso no significa que ya no podamos ser amigas, ¿no?

    Erin no tenía demasiadas ganas de aceptar la invitación, pero Valentina se mostró tan entusiasmada ante la idea de verla que sintió que habría resultado grosero negarse.

    Había llegado la tarde anterior y Valentina le había explicado que los demás invitados no llegarían hasta el día siguiente. Miró su reloj y se preguntó si ya habría llegado alguien.

    El sonido de los cascos de un caballo la hizo acercarse a la ventana. Fuera, en el patio, un mozo de cuadra estaba teniendo dificultades para sujetar las riendas de un semental negro que no dejaba de alzar las patas traseras.

    La primera vez que vio a Francesco, éste

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