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Segunda entrega de la saga "Sin prejuicios".
Álvaro, desde niño, tiene un don especial. Siempre supo su destino: sería sacerdote y guiaría a las almas dolientes. Sin embargo, la partida de Miguel, su mejor amigo y confidente, lo cambió todo. Los cuestionamientos y el dolor se hicieron presentes y su año sabático se tornó indispensable.
Una visita a Nueva Orleans.
Una confusión inesperada que lo cambiará todo.
Un apartamento compartido y la mujer más interesante del universo que lo impulsa a cuestionarlo todo.
Luisiana carga una maldición milenaria y, sin embargo, jamás perdió la calma.
Ella vive sus designios con entereza y soledad.
Ella sabía que él vendría porque sus premoniciones nunca fallan.
Ella lo desafía con palabras simples y él ni siquiera lo ve venir.
Debí escuchar las señales mientras subía las escaleras.
Debí considerar mis intuiciones.
Debí salir corriendo cuando me encontré, cara a cara, con la mujer que acosa mis sueños.
No debí ir en busca de la reina blanca o desoír la única regla: No tocar.
Debía aferrarme al rosario de nácar negro y orar más...
¿Cómo burlar al destino cuando todo está escrito en las estrellas?
Nosotros lo presagiamos... nosotros rompimos las reglas.
Ara Gonz.
"Soy una juntaletras apasionada por la lectura, los chocolates y los clásicos del cine. Tengo la mente llena de historias que cobran vida en un abrir y cerrar de ojos" - Ara Gonz. Ara Gonz es psicóloga desde hace dos décadas. Dedicó 15 años a defender los derechos de los niños en el tránsito. Donante de órganos por convicción. Defensora de los derechos de las mujeres por decisión. Se define como una lectora empedernida, viajera gustosa, noctámbula. Considera que el mejor plan es pasar un día de museos o recorrer a pie ciudades que no conoce. Autora de “Boca de Cereza”, “Cuentos para Valentín”, “Los secretos de las moscas”; entre otros. Autora multi-géneros donde el humor, el romance y los mensajes esperanzadores son el hilo conductor.
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Praesagium. El tormento de Álvaro - Ara Gonz.
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Diseño de Portada: Ara Gonz
Corrección y edición: H—R editoras
Ara Gonz
Agosto 2022-Primera edición
Todos los derechos reservados ©Safe Creative 2208211832825
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas reales, empresas, acontecimientos o lugares es mera coincidencia.
Sin Prejuicios — II
Praesagium
El tormento de Álvaro
Ara Gonz
Si te caes, yo te atraparé.
Te estaré esperando,
una y otra vez.
Si estás perdido, búscame
y me encontrarás...
Una y otra vez.
Cyndi Lauper.
1.Presagio
El alzacuello cae sobre la cama y el dolor en mi garganta continúa apretando. Me quedo parado, con la mirada perdida en ese colchón que fue mi sostén durante tanto tiempo. ¿Cómo continuar en esta vida cuando las desgracias aparecían de la nada?
Crecí dentro de una familia numerosa; con padres que portaban la misma cantidad de cansancio físico como sonrisas y hermanos revoltosos que nunca entendieron lo que era una casa silenciosa. Una vida bonita, sin sobresaltos y llena de amor.
Cuando mi madre enfermó, hicimos un pacto de hermanos: no la dejaríamos caer. Ella superó el cáncer y la vida de mi padre pareció regresar con esa noticia. Ese amor desprendido y honesto es la más cruda prueba del éxito de nuestra familia.
No, jamás experimenté eso por una mujer y no me siento mal por ello pues mi destino siempre fue claro —diría que desde mi adolescencia—: servir al Señor, mi Dios.
Desde siempre tengo una condición particular, algunos la llaman sexto sentido, otros visiones o premoniciones; yo, por mi parte, prefiero decir que es una bendición de Dios sobre mi persona.
Por favor, no piensen que hablo desde la soberbia pues nada está más alejado de la realidad. El Señor consideró que puedo con ello y escucho sus mensajes. Algunas veces llegan en forma de sueños diurnos; otras, es una sensación y en raras ocasiones es como si entrara en trance y vivo lo que sucederá. Son fracciones de segundos que me anticipan la vida y debo hacer algo con ello.
Como ahora, que mi pecho se aprieta y la imagen de una mujer llorando enojada se instala en mi mente. Ella está furiosa con Dios, con la vida, con todo. Maldice el odioso momento que le toca vivir y caigo de rodillas al lado de mi cama. Uno mis manos y entro en santa oración por su alma atormentada.
No sé quién es; jamás la he visto y; sin embargo, la sensación de familiaridad me ahoga. La dulce voz de nuestra santa madre alcanza mis oídos y susurra que debo partir; que es momento de pedir ese año sabático que me corresponde y que «Luisiana» me espera. No estoy segura si ese nombre hace referencia a una mujer o al lugar donde debo estar. Pido ayuda con esta confusión, mas el silencio se instala a mi alrededor. No importa cuánto tiempo me mantengo orando, al final, no recibo respuestas.
Mi cuerpo pesa tanto que me arrastro sobre la cama hasta alcanzar la almohada y me quedo dormido al instante... Soñando con ella.
Con la sonrisa más perfecta y descarada del mundo.
Con la mirada más hermosa que he visto jamás.
Y un cuerpo armonioso que baila descalzo sobre césped húmedo.
Un patio trasero y la lluvia que hace brillar su piel.
Ella extiende los brazos a los lados del cuerpo, deja caer la cabeza hacia atrás y sonríe mientras danza en círculos.
Ha embrujado mi alma.
Sedujo mi mente.
Y sólo puedo pensar en encontrarla.
Entonces me mira, se muerde los labios y susurra «ven a mí, Álvaro».
☪
Jugueteo con el rosario de nácar negro que llevo en el bolsillo derecho de mi pantalón; algo me dice que esta reunión no será fácil y mi ansiedad se dispara. No debería preocuparme, pues mis visitas son frecuentes al arzobispado; sin embargo, mi corazón late con fuerza.
En busca de calma, miro más allá de este lugar y me centro en los niños que juegan en la plaza que está justo cruzando la calle. Un par de ellos gritan a viva voz y se lanzan en una carrera hacia las hamacas. Una madre mece a su niña pequeña en ese juego y otras dos se encuentran sentadas, con pequeñas chaquetas sobre los muslos, mientras hablan entre ellas.
Más niños juegan en los diferentes artefactos de entretenimiento y un vendedor de dulces espera a que alguien se acerque hasta su puesto.
—Hoy es un día tranquilo —la voz del arzobispo me hace girar el cuello. Él sonríe cuando se acerca y apoya la mano sobre mi hombro—. No te levantes —ordena cuando detecta mis intenciones—. ¿Cómo has estado, Álvaro?
—Bien.
—Me alegra escuchar eso —responde mientras rodea el escritorio y se sienta frente a mí—. Temí que la precipitada partida de Miguel afectara tus emociones.
—No voy a mentir, excelencia; me sorprendieron sus decisiones y también extraño nuestras reuniones.
—Desde el principio fueron amigos; lo recuerdo muy bien.
—Sí.
Mis dedos continúan jugueteando con el rosario y el silencio se extiende más allá de un par de minutos. Los gritos de los niños siguen llegando hasta nosotros; única muestra que hay vida más allá de este lugar porque «esto» se asemeja más a un museo que a un lugar de oración y acogida para almas impuras y necesitadas de redención.
Por años, el arzobispo se encargó de mantenerlo como si fuera su santuario personal. Jamás vi que un objeto fuera removido de su lugar original o que los cuadros fueran cambiados por otros más actuales. Nada de nada.
Me pregunto cuál era la necesidad de mantener todo en perfecto orden e, inmediatamente me reprendo pues no tengo derecho cuestionarlo todo; no es la forma en que fui formado. El juzgar no entra en mi léxico.
―Han pasado ocho meses desde su partida ―lo miro y asiento con la cabeza― y él está bien donde está ―asiento otra vez; no entiendo hacia dónde quiere ir con esto―. Comprendo que el afecto que sienten uno hacia otro trasciende la simple camaradería y... ―suspira― apreciaría que me informaras si detectas algo que... debamos preocuparnos.
―¿Me está pidiendo que espíe a Miguel?
―Estoy pidiendo que seas leal al Señor; hay diferencia, Padre Álvaro.
Miro hacia la ventana. Más niños en el parque y, por un instante, mi mente regresa a mi infancia. Mis memorias me recuerdan el motivo de mi vida religiosa; estaba dispuesto a ayudar en lo que sea y a quien fuera. Jamás dudé de mis intenciones; sin embargo, ahora no deseo hacerlo. Siento que espiar no es parte de mi trabajo.
―¿Qué hay del secreto de confesión? ¿Debo quebrarlo, excelencia? ―susurro sin regresar apartar la vista del parque.
―Dejaré pasar este comentario poco acertado, padre.