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Información de este libro electrónico
Trece años atrás, Yannis Markides echó de su cama a una joven princesa. Todavía ahora a Marietta se le sonrojaban las mejillas al recordar su juvenil intento de seducción. Rechazar a una Marietta ligera de ropa fue el último acto de caballerosidad del melancólico griego. El escándalo que siguió destruyó su vida y destrozó a su familia. Ahora ha reconstruido su imperio, ha recuperado el buen nombre de los Markides… ¡y está listo para hacerle pagar a la princesa!
Marietta está en deuda con él. Y su virginidad es el precio que debe pagar…
Trish Morey
Trish always fancied herself a writer, but she dutifully picked gherkins and washed dishes in a Chinese restaurant on her way to earning herself an economics degree and a qualification as a chartered accountant instead. Work took her to Canberra where she promptly fell in love with a tall, dark and handsome hero who cut computer code, and marriage and four daughters followed, which gave Trish the chance to step back from her career and think about what she'd really like to do. Writing romantic fiction was at the top of the list, so Trish made a choice and followed her heart. It was the right choice. Since then, she's sold more than thirty titles to Harlequin with sales in excess of seven million globally, with her books printed in more than thirty languages in forty countries worldwide. Four times nominated and two times winner of Romance Writers of Australia's RuBY Award for Romantic Book of the Year, Trish was also a 2012 RITA finalist in the US. You can find out more about Trish and her upcoming books at www.trishmorey.com and you can email her at [email protected]. Trish loves to hear from her readers.
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El griego implacable - Trish Morey
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Trish Morey
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El griego implacable, n.º 2005 - agosto 2022
Título original: The Ruthless Greek’s Virgin Princess
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-121-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
París
Tenía una tormenta en la cabeza, un sabor desagradable en la boca y una mujer desnuda en la cama. Esto último bastaba para hacerle olvidar todo lo demás. Era suave, su piel desnuda parecía seda bajo aquellas manos suyas que resultaban demasiado torpes. Las manos pequeñas de ella calmaban su frustración, encendiendo su excitación con dedos sabios que parecían seguir el rastro de su piel mientras su boca prendía fuego a otros puntos… el ángulo de su mandíbula, la juntura del cuello, y más abajo.
Él trató de abrazarla con brazos de plomo, todavía pesados por el alcohol y el sueño, pero ella se rió con picardía y escapó de él. Estaba demasiado oscuro para ver, así que él volvió a caer sobre las almohadas. La neblina de su cabeza se agudizó mientras trataba de encontrarle sentido a las cosas. Pero no podía pensar con ella atacándole desde una dirección diferente. Su boca era un círculo de fuego en el interior de una rodilla, su lengua fuego en la piel de su muslo.
Aquellas sensaciones se abrieron un hueco en su dolor de cabeza, pequeñas fisuras de recuerdos que cobraban vida. Recuerdos de su llegada a París siguiendo las órdenes de su padre, de los gritos de su padre, de su contestación y del golpe que sintió en el estómago cuando se dio cuenta de que no tenía opción…
Sentía la lengua dormida, la boca seca y el poco familiar sabor del whisky en el aliento. ¿Cuánto había bebido?
La sangre se le agolpó en los oídos, retumbándole por el cráneo, que le dolía más a cada latido del corazón, un latido que le bombeaba la sangre hacia el sur, hasta que otra parte de él comenzó a latir. Sintió dos manos pequeñas abrazándole, y la respiración se le quedó retenida en los pulmones. Manos frías. Manos suaves. Manos fascinantes.
Y entonces, cuando creía que ya no podía seguir soportándolo, ella le pasó la lengua por la punta. Fue sólo un roce, pero se retorció debajo de ella como si le hubieran dado una descarga eléctrica.
Se llevó la mano al corazón, que le latía a toda prisa, convencido de que el cráneo se le debía de estar hinchando a cada martilleo. ¿Aquello era idea de su padre para sellar el acuerdo y que no hubiera marcha atrás?
Desde las pútridas profundidades de su cerebro confundido por el alcohol, todo parecía posible. Ambos se habían mostrado firmes en que el compromiso debía seguir adelante. Así que habían puesto a Elena desnuda en su cama para que lo sedujera y para que tal vez concibiera un hijo, lo que significaría que no habría posibilidad de escapar, ninguna opción de evitar el destino que su padre había labrado para él.
Se rascó la frente sudorosa con una mano y deseó poder pensar con claridad, deseó poder disipar la niebla que llenaba su cerebro, pero sabía que podía ser cierto. Después de aquella noche, sabía que sus padres eran capaces de cualquier cosa. Su destino estaba sellado. No había vuelta atrás.
Entonces Elena lo montó a horcajadas sin dejar de sujetarlo con una mano, y él retiró el brazo y volvió a abrir los ojos, luchando contra el dolor que le atravesó la frente mientras trataba de enfocar la mirada en la oscuridad.
Elena se movió encima de él, guiándole a través de la capa de vello de su entrada, y el fuego volvió a encenderse cuando lo colocó en aquel dulce y húmedo punto. Pero un latigazo de rebeldía le atravesó el cerebro.
Aunque no había nada que pudiera hacer respecto a aquel matrimonio, no permitiría que lo tomaran como si fuera un trofeo de guerra.
Si alguien se dedicaba al pillaje, ése sería él. Y Elena iba a enterarse de ello.
Soltando un gruñido que retumbó en su cabeza como un cañonazo, se incorporó sujetándole los brazos y colocándola debajo de él antes de que su grito de sorpresa se extinguiera. Le latía la cabeza ante aquel movimiento brusco y su estómago se revelaba, pero tenía cosas más importantes en la cabeza. Por un instante permitió que sus manos subieran por el dulce cuerpo de Elena. Esta vez, atrapada debajo de él, no escaparía. Le cubrió los senos, que eran más pequeños de lo que había esperado, pero no era la primera vez que la realidad no se ajustaba a las expectativas. Además, eran firmes y estaban erectos, y en medio de la niebla que cubría su cerebro, no tenía intención de protestar. Además, eran lo mejor que había sentido en toda la noche. Y si podía sentir algo, lo que fuera, a través de la zona de guerra que era su cabeza, lo haría.
Aun así, la haría pagar por jugar aquel papel en el sórdido acuerdo de negocios de sus padres. Inclinó la cabeza y se introdujo uno de sus senos tirantes en la boca. El cuerpo de Elena se arqueó bajo el suyo, estremeciéndose cuando su mano le sujetó el otro pecho y lo apretó con fuerza y no poca rabia.
¿Cómo se atrevía a intentar atraparle? Había accedido a casarse con ella, ¿no era así? En su interior creció un fuego, alimentado por el whisky, el deseo y aquella mujer de carnes firmes que se había metido donde no debía.
Él había dado su palabra a sus padres. ¡Maldita fuera, pagaría por esto!
A través de su cerebro cubierto de niebla y del fuerte latido de la sangre, la escuchó gritar, trató de entender la razón y finalmente le soltó el seno que tenía fuertemente agarrado entre los dientes apretados. Era un milagro que no le hubiera hecho sangre. Ella se relajó al instante, y él le quitó el resto de la tensión lamiendo y succionando hasta que volvió a acurrucarse como un gatito, enredando sus piernas de seda alrededor de las suyas en muda y ancestral invitación.
Había terminado de jugar con ella. Elena estaba a punto, él lo sabía, así que se retiró trazando círculos indolentes alrededor del manojo de terminaciones nerviosas que la llevaron a gritar de placer mientras él se colocaba en su apretada entrada.
Otra sorpresa. Consideraba a Elena una mujer de mundo. Tenía cuatro años más que él, estaba convencido más allá de toda duda de que había tenido una buena cantidad de amantes. Y sin embargo…
Empujó contra su piel húmeda pero que a la vez se resistía extrañamente, y sintió cómo se ponía tensa debajo de él, notó cómo contenía el aliento.
«No puede serlo», pensó. Sólo estaba borracho y torpe, y esta vez…
Entonces la escuchó gritar, y hubo algo familiar y al mismo tiempo inesperado en su voz que provocó que se le helara la sangre. Se apartó, luchando contra la llamada de su cuerpo para aliviarse. Su cabeza protestó contra aquellos movimientos bruscos mientras él buscaba enloquecido el interruptor que sabía que tenía que estar por algún lado. La luz inundó la habitación e hizo explosión en su cabeza. Unos arponazos de dolor le atravesaron los ojos, pero no tuvo más remedio que ignorarlos para poder averiguar si lo que se temía era cierto.
Y entonces se giró, y el insoportable dolor de cabeza fue la última de sus preocupaciones. Marietta Lombardi, la hermana adolescente de su mejor amigo, estaba desnuda en su cama con los ojos abiertos de par en par y asustada como un conejito atrapado por la luz. Tenía el largo y rubio cabello enredado alrededor de la cabeza, y movía las blancas piernas con incomodidad sobre la ropa de cama.
–¿Qué diablos estás haciendo aquí? –cada palabra chocaba contra su cabeza como un disparo. El efecto que tuvieron en ella resultó todavía más devastador. Parecía mortalmente herida cuando se apoyó contra el cabecero de la cama, subiendo las rodillas al pecho y rodeándolas con los brazos.
–Quería darte algo –le temblaba el labio inferior, un labio inferior que él se había sentido tentado a besar con frecuencia, aunque nunca lo había hecho y nunca lo haría–. Vine a… entregarme a ti.
–¡No! –bramó él levantándose de la cama y arrastrando la colcha de damasco con él para cubrir su desnudez hasta que pudiera alcanzar su bata.
Era la hermana pequeña de su mejor amigo. Era virgen. Y aunque él había pensado que tal vez algún día, en el futuro… pero ahora ya no cabía aquella posibilidad. Nunca. No después de aquella noche.
–¿En qué diablos estabas pensando?
–Estaba pensando en que quería hacerte un regalo de cumpleaños.
Allí estaba otra vez aquel temblor del labio. Y entonces vio en su seno la marca de sus dientes allí donde la había mordido en su rabia, y la visión de aquella marca roja en su piel perfecta le provocó una nueva punzada de dolor.
Oh, Dios, aquello estaba mal en muchos sentidos. Había estado a punto de tomarla, de hundirse en ella, de castigarla como si hubiera hecho algo mal.
Y le había hecho daño.
Se pasó las manos por el pelo.
–Tienes que irte.
–Pero… Yannis…
–¡Tienes que irte!
–Ibas a hacerme el amor. Es verdad. ¿Por qué te detuviste?
Él gruñó.
–¡Porque no sabía que eras tú!
–¿Y quién creías que era? –Marietta tuvo el valor de indignarse, y él estuvo a punto de reírse. A punto. Porque aquello no tenía nada de gracioso.
–Sal de aquí.
–Pero te quiero.
–Tienes dieciséis años. No puedes quererme.
–Pero tú me quieres. ¡Me lo dijiste!
Yannis se dio la vuelta bruscamente con los puños apretados en la frente, luchando contra la agonía interior, contra la injusticia y la insensatez que acompañan el recuerdo de un día lleno de prados verdes, margaritas, cielo azul y una joven que siempre le había parecido perfecta para él.
Sintió su mano en el hombro y se giró. Marietta