La tiranía del cuerpo: ¿Por qué no me veo como soy?
Por Rosa Maria Raich
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La prevención es el mejor antídoto contra la insatisfacción corporal. En este libro se dan las pautas para protegerse tanto a nivel individual como familiar y social y a ser más competente para sobrevivir ante la presión mediática de la perfección pero también a nuestras propias inseguridades.
La obsesión por la delgadez o el cuerpo musculoso se está cobrando demasiadas víctimas que son atrapadas por la anorexia o el trastorno de la imagen corporal.
También nuestros niños y adolescentes están sumergidos en la presión mediática por lo que debemos tener estrategias para orientarlos a que sean capaces de valorar y criticar los mensajes que pueden iniciar las primeras distorsiones de su imagen. En el libro se muestran estos métodos de concienciación para prevenir posibles trastornos.
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La tiranía del cuerpo - Rosa Maria Raich
- CAPÍTULO 1 -
A MODO DE INTRODUCCIÓN:
LA IMPORTANCIA DE LA IMAGEN
Rosa María Raich Escursell
NOS QUIEREN PERFECT@S
En una sociedad que glorifica la belleza, la juventud y la salud, no es raro que la apariencia física esté en el centro de las preocupaciones de muchas personas. De hecho, el gasto anual dedicado a mejorar la apariencia física no para de crecer. Uno de los negocios más lucrativos que existen en la actualidad gira, precisamente, en torno a la mejora del aspecto físico. Solo hay que pensar en el dinero que se invierte en peluquería, cosméticos, ejercicio físico, alimentos bajos en calorías y, por último, en cirugía estética, que ya está al alcance de muchos. La preocupación excesiva por la imagen puede llegar a ser obsesiva y son las mujeres el principal objetivo de la publicidad en el ámbito de la estética. También son las mayores consumidoras de cosméticos aunque, desde hace unos diez años, ha aumentado la presión ejercida sobre los hombres para que su cuerpo sea musculoso y sin grasa.
Por otra parte, la búsqueda de la belleza (y belleza, hoy en día, es sinónimo de delgadez en el sexo femenino) está mucho más arraigada en las mujeres que en los hombres. Por este motivo, son más propensas a sufrir trastornos de la alimentación. Muchas publicaciones contribuyen a aumentar la presión generada por los supuestos beneficios de la delgadez, que son elogiados por los medios de comunicación y, generalmente, aceptados por la sociedad. Las voces críticas que advierten sobre el impacto adverso de esta creencia en los jóvenes son cada vez más numerosas. A pesar de ello, la obsesión por la delgadez se cobra todavía muchas víctimas. En la sociedad actual, las básculas de los baños se han convertido en el famoso espejo de la madrastra de Blancanieves: cuando una mujer se sube a una de ellas, no busca saber los kilos que pesa sino hasta qué punto es bella o es fea. Parece que interiorizar estas normas, asociado a una deficiente autoestima, y aceptar ciertos ideales de perfección es el punto de partida ideal para sentirse mal en el propio cuerpo, iniciar dietas restrictivas, seguir ayunos, provocarse vómitos, practicar ejercicio extenuante o incluso consumir anabolizantes... El objetivo es conseguir un cuerpo más delgado en las chicas (que, en muchas ocasiones, terminan siendo atrapadas en la espiral de los trastornos alimentarios) y/o conseguir un cuerpo musculoso, en los chicos, para lo que pueden seguir una alimentación muy particular y, en ocasiones, utilizar drogas que les permitan mejorar su físico.
UNA BELLEZA PARA CADA ÉPOCA
De todas maneras, en todas las culturas y en todos los tiempos se ha valorado un determinado modelo de belleza a seguir y el saber popular hace ya varios años que nos habla de la importancia de la imagen. Refranes como
«Dame gordura y te daré hermosura»
están hoy en día absolutamente pasados de moda porque la apreciación de las mujeres sobre la gordura es negativa. Debería reconvertirse en «dame delgadez y te daré belleza», a tenor de la presión mediática en favor de la la esbeltez.
Otro, como
«La suerte de la fea la bonita la desea»
podría pensarse que es un premio de consolación para las «feas» (afortunadamente, nadie habla de «feas» hoy) aunque haya algo de razón en el proverbio, puesto que frente a la creencia muy difundida de que ser bella es igual a ser feliz, las biografías de muchas personas muy bellas muestran escasa felicidad.
Estos adagios se refieren a la mujer, aunque hay algunos que pueden servir para ambos sexos. Por ejemplo,
«La belleza está en los ojos de quien la mira»
plantea una enorme verdad. Aunque el modelo estético puede pesar mucho en la consideración de la belleza, es innegable que se puede considerar irresistibles o tremendamente atractivos una sonrisa, unos hoyuelos, un gesto o cierta elegancia en el trato...
También se dice:
«Aunque la mona se vista de seda, mona se queda».
O sea, que el saber popular piensa que no todo puede conseguirse con un atuendo determinado... pero en Cataluña tenemos un refrán que nos dice lo contrario: «Vesteix un bastó i semblarà un senyor», es decir: «Viste un bastón y parecerá un señor».
Existen sentencias exclusivamente para hombres:
«El hombre y el oso cuanto más feo, más hermoso»
o en su otra versión:
«El hombre y el oso, cuanto más peludo más hermoso».
Inventados, obviamente, por hombres y, en la versión peludos, sin duda por alguno con abundante pelo.
«Si quieres al marido gordito, después de la sopa, le das un traguito.»
Es difícil, hoy en día que alguien quiera al «marido gordito», pero en épocas de carestía podía ser un rasgo muy apreciado.
En la literatura podemos hallar muchísimos ejemplos de los diferentes modelos de belleza que ha habido a lo largo de la historia...Veamos alguno ejemplos.
Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita (1254-1351), ya cita en el Libro de Buen Amor, una de las obras cumbre de la literatura medieval española:
«Ancheta de caderas, esta es talla de dueña».
El escritor italiano Baltasar de Castiglione (1478-1529) hace declarar a uno de sus personajes de El Cortesano, donde describe el ideal de vida del Renacimiento:
«Que ciertamente a la mujer que no es hermosa no podemos decir que no le falte una muy gran cosa».
Garcilaso de la Vega (1501-1536) construye la siguiente poesía dedicada a la mujer bella:
En tanto que de rosa y d’açucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que’l cabello, que’n la vena
del oro s’escogió, con buelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparze y desordena
De los hombres, más bien se destaca que la belleza no es lo más importante... Tal como afirma Don Quijote:
«Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho».
En muchas ocasiones se alaba o se propone un modelo diferente al actual y se ensalzan las virtudes de una cierta obesidad como afirma Pickwick, el famoso personaje del novelista inglés Charles Dickens (1812-1870), en su obra Los papeles póstumos del Club Pickwick (1836-37), donde afirma:
«La prudencia y la barriga crecen al mismo tiempo».
El cuentista catalán Joaquim Ruyra (1858-1939) juega con las palabras en su cuento Els vint corders de Blanes. En la Blanes del siglo
xix
la palabra corders se refería a los hombres que trabajaban haciendo «cuerdas» y los operarios de esta localidad gerundense eran muy apreciados. Pero también significaba «cordero».
En el cuento, un general solicita corderos «gordos» y en el ayuntamiento lo interpretan como «hombres que hacen cuerdas gordos», lo que crea una cierta confusión y da origen al relato, que alcanza momentos tragicómicos cuando los supuestos «corderos» se enteran de que los quieren para comérselos.
El cuento comienza:
En los borrascosos tiempos del general Zapatero se recibió en Blanes una comunicación suya, dirigida al alcalde, redactada en los términos siguientes:
«Sírvase mandar a la mayor brevedad a este cuartel de Santa Coloma de Farnés los veinte corderos más sanos y gordos que pueda encontrar en esa villa de Blanes. Dios guarde a V., etc.»
El secretario, el chico Samarugues, la leyó y re-leyó tres o cuatro veces y no entendía nada...
—A ver, ¿por qué demonios quiere tantos corderos el general? Y aún en el caso de que los necesitara, ¿qué le importa que sean gruesos o delgados, mientras sean buenos trabajadores y listos en su tarea?
El alcalde, Pau Bagué, no lo encontró tan raro.
—Ciertamente veinte corderos son muchos corderos pero un ejército es como un pueblo: todo lo necesita a lo grande y tanto puede necesitar cuerdas como cañones o comida.
—Pero, y de quererlos gordos, ¿qué me dice?
—Gordos —dijo el alcalde—. Los quiere gordos y sanos.
Como se ve, en este momento se apreciaba «la gordura» en los hombres.
Asimismo, el escritor judío de nacionalidad austriaca Stefan Zweig (1881-1942), en su autobiografía El mundo de ayer, publicada póstumamente, explicaba que los facultativos de 24 y 25 años de edad, que acababan de pasar el examen médico, solían lucir enormes barbas, llevaban lentes dorados aunque sus ojos no los necesitaran... y trataban de conseguir un ligero embonpoint.
O sea, en esa época, los médicos recién licenciados intentaban parecer mayores para generar más confianza en sus pacientes y, para ello, se ponían gafas, se dejaban crecer la barba y buscaban un cierto sobrepeso, que es a lo que los franceses llaman embonpoint (en su buen punto).
Tras ver estos refranes y pinceladas literarias se observa que, a lo largo de la historia, se ha deseado, exigido o admirado la belleza en la mujer y, en cambio, no se ha considerado muy importante en el hombre.
El modelo estético femenino ha cambiado con los tiempos y ha tendido a apreciar cuerpos más delgados cuanto más saneada es la economía. En cambio, en épocas de escasez, el modelo estético es más «carnoso». De hecho, algunas autoras americanas afirman que parece como si la cultura marchara en dirección contraria a la biología puesto que, cuando existe más alimento, se admira más a la gente (y especialmente a la mujer) delgada, aunque sea en época de abundancia cuando el peso de las personas tiende a aumentar (en el mundo occidental, los porcentajes de obesidad actuales son los más altos de la historia). En cambio, tradicionalmente en el hombre se ha apreciado la fuerza, el poder, la riqueza, la destreza... (Las madres de las chicas mexicanas aconsejaban a sus hijas que buscaran un marido con las tres F: fuerte, feo y formal). El modelo estético masculino no ha variado tanto a través de la historia. Lo que sí ha cambiado ha sido la importancia concedida a la imagen también para ellos.
EL PARADIGMA CONTEMPORÁNEO Y SUS PELIGROS
El modelo estético actual de la mujer es un modelo estilizado, de gran perfección, con cabello abundante y largo, caucásico (alta, rubia, delgada, de ojos claros...), y el masculino es también uno de gran perfección pero musculoso, con mucho cabello, sin grasa ni abdomen y asimismo caucásico.
Sin embargo, la búsqueda de una imagen bella puede llegar a ser obsesiva. El motivo más importante para la publicación de este libro ha sido mostrar un problema socialmente determinado que puede llegar a ser invalidante y provocar no solo un trastorno dismórfico, sino estar en el origen de trastornos alimentarios y muy relacionado con trastornos depresivos, de ansiedad social y obsesivo-compulsivos.
El trastorno de la imagen corporal es al que se denomina trastorno dismórfico y aparece definido en los DSM¹ (Manuales Diagnósticos) como: «La preocupación por algún defecto imaginado del aspecto físico en una persona aparentemente normal. Cuando hay leves anomalías físicas, la preocupación del individuo es excesiva, provoca malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo, y no se explica mejor por la presencia de otro trastorno mental» (DSM V).
Puede presentar diferentes características clínicas. A nivel cognitivo, los pacientes expresan interpretaciones de los hechos sesgadas desde la crítica al defecto físico. Estas distorsiones cognitivas o creencias irracionales son la manera de interpretar los acontecimientos, entender la realidad y prever el futuro. Además, estas personas menosprecian su apariencia y creen que todo el mundo se fija en su defecto. También piensan que su defecto es una prueba fehaciente de la imposibilidad de ser queridas o apreciadas, y una muestra de debilidad, pereza o defecto de carácter. Evitan situaciones sociales donde sus defectos puedan ser escudriñados y presentan sentimientos de enfado, tristeza, desesperación y malestar tan agudo como una crisis de ansiedad o un ataque de pánico, incluyendo miedo intenso, sensación de muerte inminente, dolor en el pecho, palpitaciones, sudor, temblores y dificultad para respirar.
Figura 1: