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Convivencialidad y resistencia política desde abajo: La herencia de Iván Illich en México
Convivencialidad y resistencia política desde abajo: La herencia de Iván Illich en México
Convivencialidad y resistencia política desde abajo: La herencia de Iván Illich en México
Libro electrónico220 páginas3 horas

Convivencialidad y resistencia política desde abajo: La herencia de Iván Illich en México

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¿Es posible una política desde abajo, más allá del Estado y el partidismo? ¿Puede el horizonte de la convivencialidad brindarnos pistas para transitar la realidad actual? ¿Existe una herencia viva y relevante de Iván Illich en México? Y si es el caso ¿qué puentes y relaciones puede tener con los feminismos y otras corrientes de pensamiento crítico como el decrecimiento, la teología de la liberación, la teoría crítica o el pensamiento decolonial? Este libro presenta un collage de nombres que atienden a dichas interrogantes. Se trata de Iván Illich, Betsie Hollants, Jean Robert, Sylvia Marcos, Gustavo Esteva, Javier Sicilia y Roberto Ochoa. Se ofrece una introducción a la vida, ideas y obras de cada uno de los personajes, además de una primera bibliografía sugerida. El propósito del libro es ser una puerta de entrada a un mosaico diverso de reflexiones, así como subrayar la pertinencia, aportes y actualidad de sus voces. Este ensayo busca dar a conocer alternativas para que "una ola de inspiración contagie y conmueva muchos corazones en un diverso palpitar de convivencialidad y resistencia política desde abajo"
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 may 2022
ISBN9786075713113
Convivencialidad y resistencia política desde abajo: La herencia de Iván Illich en México

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    Convivencialidad y resistencia política desde abajo - Alberto Elías González Gómez

    Prólogo

    Fue por allá de 1999 cuando leí por primera vez a Iván Illich. Su libro sobre La Sociedad desescolarizada me impactó muchísimo. Hijo de una familia terrateniente de Dalmacia de lado paterno y de una familia de judíos convertidos al catolicismo del lado materno, durante la década de los cuarenta Illich abrazó el sacerdocio. Por causa de su compromiso sociopolítico (labor con las comunidades puertorriqueñas, crítica al coup d’État en Brasil y la fundación del centro intercultural de formación, posteriormente, conocido como CIDOC) en 1968 es llamado a comparecer ante las autoridades de la Congregación de la doctrina de la fe (la inquisición de los tiempos modernos). En el 2019 leí sus últimas conversaciones con David Cayley y debo decir que sus planteamientos me siguen pareciendo de una acuciante actualidad. Crítico de las instituciones, Illich encuentra en el siglo XII una profunda transformación no sólo en las estructuras sociales (creación de parroquias y construcción de las torres de los campanarios), tecnológicas (uso de la herradura y de la collera que permitió el reemplazo de los bueyes por los caballos en la agricultura, emergencia de la noción de herramienta) sino, lo más importante, teológicas (criminalización del pecado, institucionalización de los sacramentos). Aunque podría mencionar otros aspectos como el desplazamiento de la conspiratio a la conjuratio (contrato), la secularización de la parábola del Samaritano (expresada en el imperativo categórico kantiano), la obsesión iatrogénica del paradigma médico, la des-encarnación de la mirada (custodia oculorum), la importancia del cuarto concilio de Letrán (1215), considero que su principal tesis (entender a la sociedad moderna como el intento perverso de institucionalizar el Evangelio) sigue siendo fructífera para comprender las formas enajenadas de la modernidad.

    Por otra parte, la colonialidad del saber ha ocultado muchas contribuciones del pensamiento crítico de América Latina en general y de México en particular. Sin caer en el burdo esencialismo de algunas derivas decoloniales que postulan la existencia de una pobre ontología del origen y de la pureza, para retomar la expresión de Martín Cortés, y, por consiguiente, omiten la historia de contactos, evidentemente conflictivos, y la circulación de saberes; pienso que es necesario rastrear la huella de los senderos recorridos por el pensamiento radicalmente crítico de nuestro continente. Esta tarea la ha emprendido Alberto Elías González Gómez con este potente texto. En esta obra, el autor reconstruye la trayectoria y el aire de familiaridad de pensadores y pensadoras que están elaborando una teoría desde abajo, es decir, al lado de las organizaciones locales y comunitarias. Se trata, efectivamente, de un pensamiento encarnado.

    Aunque la figura de Iván Illich es un punto de encuentro de estos autores, Elías González expone de manera rigurosa el diálogo y las propuestas de cada uno ellos. De este modo, de la mano del autor observamos las mudanzas epistémicas en sus perspectivas teóricas. Al respecto, el autor identifica un quiebre epistémico en el enfoque de Illich: el paso de la era de la herramienta a la era de los sistemas. Así, la distancia que existía entre la herramienta y el usuario se ha desvanecido, ahora, los seres humanos formamos parte del sistema. Estamos pues en una nueva etapa de la condición humana.

    Ahora bien, en la reconstrucción de la trayectoria y del pensamiento de Illich, el autor aborda la importancia del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) como plataforma para la génesis y desarrollo de proyectos radicalmente críticos de la modernidad. Fundado en 1966 en la ciudad de Cuernavaca, el CIDOC cumplió un papel crucial no sólo en la producción teórica de Illich sino también en el horizonte sociopolítico de algunas organizaciones sociales. Independientemente de si existe o no algo a lo que podamos llamar la Escuela de Cuernavaca, se podría decir que el autor nos propone una suerte de biografía coral de esta corriente de pensamiento. Por consiguiente, este trabajo merece un especial reconocimiento pues se conjuga una recepción activa de las lecturas realizadas por el autor con una buena cantidad de entrevistas hechas con los protagonistas de esta historia. En ese orden de ideas, Elías González aborda la crítica radical de la modernidad efectuada por Iván Illich, el papel de la feminista belga Betsie Hollants, las reflexiones en torno a los lugares de Jean Roberts, la elaboración de un feminismo descolonial de Sylvia Marcos, el planteamiento de la insurrección en curso de Gustavo Esteva, la contribución de la desobediencia civil no-violenta del poeta Javier Sicilia y la propuesta del tamaño de los cuerpos políticos de Roberto Ochoa.

    La radicalidad de los planteamientos de estos intelectuales trastoca diversos campos que van desde la ecología política hasta la filosofía intercultural, pasando por los estudios de las sociedades en movimiento (Zibechi) y, en ese sentido, observamos que se trata de una constelación de pensamiento radicalmente crítico de la formación social hegemónica, esto es, de la modernidad capitalista.

    Por otra parte, debo apuntar que uno de los rasgos característicos de este texto es que Elías González se aleja del ampuloso lenguaje academicista y logra comunicar de manera clara sus ideas. No por ello el libro es menos exigente. Al contrario, se observa un conocimiento erudito de parte del autor.

    Frente a la crisis civilizatoria que estamos viviendo, se impone la necesidad de buscar alternativas, tanto teóricas como sociopolíticas, que nos permitan vislumbrar que otro mundo es posible. El libro que nos ofrece Elías González da cuenta de esos proyectos de convivencialidad (o convivialidad) que ya están en marcha en diversos lugares y territorios y en donde la resistencia política desde abajo ya es una realidad. En ese sentido, este texto contribuye no sólo al reconocimiento de la labor de nuestros intelectuales, sino también al rescate de la memoria indómita de nuestras comunidades. Por tanto, estoy convencido que después de la lectura de este libro, el lector/lectora no podrá salir indemne de las provocaciones planteadas a lo largo de estas páginas.

    Luis Martínez Andrade

    Bruselas

    Verano del 2021

    Introducción

    Hace varios años, cuando recién iniciaba mi interés por reflexionar mis experiencias en comunidades indígenas y campesinas, mi madre me recomendó un artículo que hablaba de un tal Iván Illich. Al principio me confundí pensando que se trataba del personaje de León Tolstoi. Eso, sumado a mi rebeldía de joven universitario que no presta mucha atención a lo que le dicen sus progenitores, hizo que en ese momento no le diera importancia al texto. Años después, como si mi encuentro con estas ideas fuera inevitable, me encontraría a mí mismo fascinado con todo lo que oliera a Illich.

    Leer a Illich y a sus amigos me provoca aquello que Gustavo Esteva denomina como el efecto ajá, una suerte de iluminación sobre recovecos oscuros que la mente no lograba captar pero que la experiencia ya había vislumbrado. De pronto los encuentros con grupos indígenas de Chihuahua, Jalisco, Chiapas y Sudamérica tenían sentido, así como mi breve pero significativo lapsus de subsistencia familiar sembrando chayotes en el campo.

    Continué leyendo libros de Illich, textos de Esteva; comencé a colaborar con la Universidad de la Tierra Oaxaca, dialogué con La Colectiva de Cultura de Paz y Noviolencia de la UNAM (acompañada por Pietro Ameglio) y aquel ensayo que en la universidad escribí sobre el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) se transformó en una amistad con Javier Sicilia y en el inicio de mi postulantado en la Comunidad del Arca noviolencia y espiritualidad. Pero conforme me relacionaba más con las ideas y los rostros detrás de ellos, me percataba que había cimientos profundos, que aquel famoso Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) que Illich fundó en Cuernavaca no había muerto y que había algo así como una línea de pensamiento que, a pesar de sus diferencias, convocaba a diversas personas en sentipensares conectados.

    Comencé a investigar y a relacionarme con otros: Jean Robert, Roberto Ochoa, Sylvia Marcos, George Voet, David Barkin… La lista seguía. Había leído el libro de Otra modernidad es posible, de Humberto Beck.¹ Me di cuenta de la diferencia que existía entre la lectura que Beck hace de Illich y la que por su parte realiza Esteva. Más recientemente leí un texto sugerente titulado La economía es la continuación de lo sagrado de José Antonio Pardo, quien distingue entre illichianos de izquierda y de derecha.² Entre los de izquierda nombra a algunos que ya he mencionado, y entre los de derecha menciona a Gabriel Zaid (a quien, por cierto, Beck dedica un libro).³ Conocí, además, pensadores jóvenes que también bebían de estas aguas, tales como Juan Manuel Escamilla y Diego I. Rosales.

    Podía comprender el término illichiano. Es común este tipo de expresiones en el campo intelectual. Uno puede denominarse como nietzscheano, levinasiano o heideggeriano, lo que suele indicar que encuentra inspiración en las ideas de dicho autor. Me parecía que ese no era el caso. Sí podría decir que Robert, Marcos y Esteva eran illichianos no sólo en pensamiento sino también en tanto que formaron parte del ambiente Illich, de su círculo cercano de colaboradores, los dos primeros desde la época del CIDOC y el último a partir de los años 80. De cierto modo también Sicilia y Ochoa se inspiran fuertemente en Illich, aunque no estuvieron presentes en los tiempos fuertes de Illich en Cuernavaca y no conocieron a Iván hasta después. Pero ¿basta esto para dar cuenta de la interconexión y tipo de relación que existe entre estos pensadores e ideas? No me satisfacía. Siempre me ha gustado hacer suertes de árboles genealógicos. Tejer ideas y conexiones entre personas y pensamientos es para mí un hermoso modo de ejercer la vocación del filósofo. Por ello, estaba seguro de que el tipo de relación entre las y los illichianos no era como la de un heideggeriano alemán que de pronto se encuentra con una heideggeriana argentina y pueden tomar un café y hasta enamorarse discutiendo sobre el olvido del ser.

    Fue en este punto que me topé con una hipótesis que me pareció fascinante, pues de buenas a primeras parecía responder a mis inquietudes. Esta hipótesis versaba sobre la supuesta existencia de algo así como una Escuela de Cuernavaca. La primera vez que lo leí fue en un libro de CarlosMendoza-Álvarez, quien a su vez lo retoma de Pablo Romo Cedano.⁴ Para el segundo, hay dos grandes escuelas de pensamiento crítico mexicano: la de Cuernavaca y la de San Cristóbal. Ambas se tocan, por supuesto, pero también se distinguen en cuanto a inspiraciones. En San Cristóbal hallamos la fuerte influencia de la teología de la liberación y la teología india, particularmente la mayense, así como figuras de la talla de Tatic Samuel Ruíz, de movimientos como el zapatismo y de centros como el CIDECI.

    Cuernavaca, por su parte, presenta su propia red de nudos. Beck, en quien encontré por segunda ocasión la alusión a una Escuela de Cuernavaca, habla de Illich, Borremans y Robert, pero también de Paulo Freire, André Gorz y Jean-Pierre Dupuy.⁵ Podemos, sin embargo, agregar más nombres, puesto que, sin que haya una explicación definitiva de por qué se dio de esa manera, Cuernavaca llegó a hospedar a variedad de mentes brillantes entre los años 60 y 70 del siglo XX. Destacan algunas figuras nacionales como el obispo rojo Sergio Méndez Arceo, así como internacionales: Erich Fromm (vecino y amigo de Illich), Gregorio Lemercier y Ernesto Cardenal, por no mencionar la larga lista de asistentes al CIDOC en sus años dorados, entre ellos estuvieron un joven Boaventura de Sousa Santos, Miguel León Portilla, Hélder Cámara, Gustavo Gutiérrez, Augusto Salazar Bondy y Ramón Xirau.

    Para Beck, hablar de Escuela de Cuernavaca implica presentar una analogía con la prestigiosa Escuela de Frankfurt, cuna de la Teoría crítica. Así como esta última se formó alrededor del Instituto de Estudios Sociales en dicha ciudad alemana, la Escuela de Cuernavaca se tejió alrededor del CIDOC impulsado por Valentina Borremans e Iván Illich. En ambas se desarrollaron, dice Beck, una teoría crítica a las sociedades modernas. Podría decirse que una parte desde Marx y la otra desde Illich. Comparten similares diagnósticos y conclusiones acerca de la masificación, la racionalidad instrumental y los males de la industrialización. Empero, mientras que la alemana cree que la modernidad se estanca (Horkheimer y Adorno) o puede corregirse a sí misma (Habermas), la teoría crítica creada en la ciudad mexicana parte de la convivencialidad y lo vernáculo como una alternativa a la desproporción y desmesura moderno-occidental.

    Parecía entonces que el asunto estaba resuelto. Incluso Javier Sicilia, Sylvia Marcos y Roberto Ochoa encuentran acertada esta categorización de Beck.⁶ Ese aire común que iba encontrando entre tantas voces significativas en mi camino podían englobarse bajo una corriente de pensamiento llamada Escuela de Cuernavaca. Pasaron los meses y no me sentía convencido. ¿Cómo hablar de una escuela común entre quienes critican a la escuela como institución? ¿Se puede meter tanta diversidad en el mismo cajón? ¿No se pierde bastante en el trayecto? Sí, Illich estaba de telón de fondo, así como Méndez Arceo, pero ¿no lo estaban también los zapatistas, Lanza del Vasto y Gandhi? Cuando hablé con Gustavo Esteva al respecto, me respondió que él no veía dónde estaba la escuela. Me dijo que Illich sin duda nos inspira a todos nosotros: Jean, Javier, Pietro, Ochoa, Beck... pero tenemos profundas diferencias entre nosotros, en parte derivadas de las diversas influencias a las que hemos estado expuestos cada uno y de nuestras trayectorias tan diversas.

    Después de eso mi inquietud dejó de ser una mera inquietud y pasó a ser un interés intelectual. ¿Puede hablarse realmente de una Escuela de Cuernavaca? Me parecía que, a pesar de poder encontrar alguna respuesta rápida a la cuestión decantándome por el sí o el no basado en los diferentes argumentos hasta el momento encontrados, la pregunta necesitaba mayor tratamiento. Una salida fácil era matizar la expresión y decir: sí, podemos hablar de una Escuela de Cuernavaca, pero solo por esfuerzo de comprensión, para agrupar a una serie de autores que se relacionan entre sí, más eso no significa que exista una como tal. Podía también rechazar sin más la hipótesis de Beck e inclinarme por el sentipensar de Esteva, o viceversa.

    Cualquiera que fuera la respuesta elegida, me sentía al final insatisfecho. No porque no tuviera alguna inclinación, sino porque intuía que la potencia de esa pregunta no estaba en su respuesta sino en la misma pregunta, la cual abría la posibilidad de reflexionar en serio varias cuestiones. Por ello decidí pensar el tema en voz alta, como me enseñó Pietro Ameglio. Me interesaba más dialogar la pregunta, conocer distintas opiniones tanto de personas que ya conocían estas ideas como para quienes recién se encontraban con ellas. No era, al final del día, muy illichiano responder a una pregunta con algún argumento de autoridad. Además, era hasta cierto punto anti-filosófico, pues la filosofía se caracteriza más por las preguntas que plantea que por las respuestas que forja.

    Con esto en mente fue que me decidí dialogar dichos planteamientos en colectivo. En un primer momento inicié grabando videos desde el blog Amanecer⁷ (blog que coordino) sobre algunos libros que consideraba clave: La gran transformación de Polanyi, El colapso de las naciones de Kohr, Los ríos al norte del futuro de Illich, La crisis: el despojo impune de Robert, Muerte al Leviatán de Ochoa… Al principio todo iba bien, pero la retroalimentación que recibía no me ayudaba mucho a mis objetivos. Veía el interés por estas ideas en los comentarios, pero era difícil mantener una reflexión con seguidores esporádicos. Fue en este punto que di, por casualidad, con el Centro de Estudios Críticos Latinoamericanos (CECLA). Lo encontré en internet y me llamó la atención, así que escribí e inmediatamente me abrieron la puerta para que les propusiera un tema e impartir un seminario. No lo pensé dos veces, esta era la ocasión ideal para pensar en colectivo.

    Después de algunos arreglos y algunas semanas eligiendo lecturas y materiales, mandé mi propuesta y el curso fue aceptado. Se llamó Convivencialidad y resistencia política desde abajo: aproximaciones a la ¿Escuela de Cuernavaca? El texto que tienes en tus manos es el resultado de este diálogo que emprendimos un grupo diverso de 16 personas de distintos frentes, formaciones, intereses, edades e incluso nacionalidades. Entre nosotros había quienes conocieron a Illich en su juventud, otros que habían hecho su tesis de maestría sobre su pensamiento; activistas, estudiantes interesados en la educación popular, caminantes que se relacionaban con colectivos urbanos, indígenas y campesinos, doctorandos… Era, pues, el grupo ideal, ya que no se trataba de un grupo de expertos sino de personas interesadas que tejimos nuestras voces.

    Rápidamente la pregunta por la existencia o inexistencia de algo así como una Escuela de Cuernavaca pasó a segundo o tercer plano. En realidad, pienso que este es un trabajo para historiadores o para personas involucradas de forma más directa. A lo que este ensayo respecta, lo más relevante es poder conocer este ámbito del pensamiento y algunas de sus

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