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De amor y de lágrimas
De amor y de lágrimas
De amor y de lágrimas
Libro electrónico241 páginas3 horas

De amor y de lágrimas

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Información de este libro electrónico

Una mañana de noviembre de 2018 desperté sin ánimos y con deseos de desaparecer. Mi esposo, mis hijos y yo teníamos dos meses de haber llegado a vivir a Madrid, cuando a mi marido le dio un infarto y murió. Nuestra familia y amigos se encontraban a más de diez mil kilómetros de distancia y, en esa circunstancia, desecha y sin fuerza, me tuve que enfrentar a mis más profundos miedos e inseguridades.

Hoy, quiero compartir algunos momentos clave que he enfrentado como esposa, madre y mujer reflejando mi más profundo sentir. Las caídas, tropiezos y éxitos; los instantes de obscuridad y mi ser víctima y aquellos de luz, en los que me he convertido en protagonista de mi vida. Te ofrezco mi historia, deseo que las circunstancias que he atravesado y los aprendizajes que me han dado puedan ser una una motivación y una invitación para seguir adelante.

"De amor y de lágrimas. Transformando el dolor en amor", es el resultado de mi gusto por la lectura, la escritura, y mi deseo de servir a otros.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2022
ISBN9788411147682
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    De amor y de lágrimas - Ana Espinosa

    1500.jpg

    Título original: De amor y de lágrimas - Transformando el dolor en amor.

    Editorial: Letrame Grupo Editorial.

    Correción: Anna Roig y Javier Allard.

    Diseño gráfico: www.somosmucha.com.ar

    Arte de tapa: www.somosmucha.com.ar

    ©2021, Ana Espinosa

    Agosto 2021. Madrid, España.

    www.anaespinosa.com

    Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial.

    Todos los derechos reservados.

    Ana Paula Espinosa de la Mora

    Registro: 2107228412832

    ISBN: 978-84-1114-768-2

    Depósito legal: AL 87-2022

    .

    A Paco, por supuesto…

    mi amor, cómplice

    y compañero de vida.

    A nuestros adorados hijos:

    Paqui, Pau, Ángela y Manuel.

    Al Dr. Rafael Espinosa, quien,

    guiado de la mano de Dios,

    hizo posible que nuestro

    Paco viviera once años más,

    después de su primer infarto.

    Introducción

    .

    DDesde que era niña tenía dos pasiones: escribir y leer. Me gustaba tener un diario para registrar lo que me sucedía cada día, también me gustaba escribir cartas y participar en los concursos de redacción que se organizaban en la escuela.

    Leer es igual de fascinante para mí. Cuando mis papás me regalaron El diario de Ana Frank, su historia me conmovió y se convirtió en mi libro favorito. Por momentos, soñaba con ayudar a la familia Frank y deseaba trasladarme en el tiempo para estar cerca de ellos, especialmente de Ana. Más adelante, siendo adolescente, leí las historias de muchas personalidades que se entregaron a otros para mejorar sus vidas. Entonces, surgieron dos fuertes deseos en mí: escribir un libro y acompañar a otras personas para que pudieran vivir mejor.

    Con el paso de los años, seguí leyendo y escribiendo para mí y para mis amigos. Con frecuencia me decían que compartiera mis historias con más personas. Mi estilo de escritura y mis experiencias les parecían interesantes, y me insistían con que mis posibles lectores podrían beneficiarse de alguna forma. El tiempo pasó y lo fui posponiendo. Sin embargo, varios acontecimientos me hicieron comprender que había llegado el momento de hacerlo, y mi deseo se convirtió en una fuerza interna que necesitaba salir y ya no podía esperar. En un lapso de seis años, mi vida dio varios vuelcos: murieron mis padres, mi esposo perdió su trabajo y la situación económica de nuestra familia cambió por completo. Nos desprendimos de casi todas nuestras pertenencias, emprendimos un nuevo proyecto de vida y elegimos comenzar en otro país, donde mi marido, tras unos meses de llegar, murió. Viví intensamente los cambios que se nos presentaron. Cada una de estas experiencias me sacudieron, me produjeron muchísimas emociones y tuve aprendizajes muy importantes. Entonces me di cuenta de que necesitaba buscar nuevas posibilidades y me hice consciente de que, a través de mis líneas, podía acercarme a las personas para ayudarlas.

    Decidí iniciar este proceso y comencé a sentarme, día tras día, frente a la computadora. Estaba segura de que quería plasmar en el papel algo más que un libro de autoayuda. Mi reto ha sido escribir la historia de estos años de mi vida, reflejando mi alegría, mi tristeza, mi rabia, mi ternura, mi miedo, mi nostalgia, mi frustración… Ha habido caídas, tropiezos y empoderamiento como esposa, madre y mujer; momentos de movimiento y de quietud, momentos de oscuridad y muchos otros de luz… En fin, todas las circunstancias que he atravesado, las enseñanzas que estas me han traído, así como la forma en la que he enfrentado el día a día, pueden ser una herramienta para que quizás tú, al leerlo, encuentres en mi historia una motivación.

    Hoy, mi sueño es una realidad. He abierto el corazón para compartirte mis momentos de mayor desesperación y dolor, así como los de gozo y paz. A través de este libro te ofrezco mi compañía. Estoy segura de que tú también podrás enfrentarte a los momentos difíciles que se te presentan, resolver las dificultades con valentía y levantarte de las caídas. Si en algún momento te pareciera imposible, te invito a detenerte, a indagar en tu interior para hallar respuestas y a regresar a estas páginas esperando que te inspiren en tu andar. Es hora de encontrar nuevas oportunidades, llenarte de aprendizajes y seguir adelante. ¡Vamos juntos por el camino!

    Ana Espinosa

    Capítulo 01

    .

    Algunos domingos, después de pasear por Madrid, Paula, Ángela, Manuel y yo nos sentamos a ver una película. El día de hoy escogimos la de una chica que no estaba contenta con su vida, pero que para poder tomar un nuevo camino tenía que romper con las rígidas costumbres familiares y dejar atrás relaciones importantes. En un par de escenas, la protagonista de la historia saca, de lo más hondo de sí, una fuerza interior que me impresionó y me llevó a recordar aquella noche de terror.

    Han pasado cuatro años desde aquel mes de diciembre en la Ciudad de México. Los meses anteriores habíamos estado muy tensos. Ni Paco ni yo encontrábamos trabajo y nos sentíamos muy cansados. Durante la cena de fin de año empecé con una molestia en el oído y al día siguiente el dolor era terrible. El 2 de enero busqué una cita con el otorrino y lo fui a ver. Durante la consulta me revisó y me dijo que tenía herpes zóster dentro del oído izquierdo. Me recetó medicamentos y comentó que el herpes había atacado por la zona por la que pasan los nervios de la cara. Dos días después eso me causó una parálisis facial.

    Mi mamá vivía en Puerto Vallarta. Como nos visitaba con frecuencia, siempre tuvimos para ella una habitación en nuestra casa. Al enterarse de que estaba enferma, decidió trasladarse a la Ciudad de México para estar conmigo, con Paco y con sus amadísimos nietos. Una semana después de su llegada, cuando me estaba terminando de vestir, Paula, mi hija mayor, entró en el vestidor.

    —Hola, Pau, buenos días.

    —Buenos días, ma. Oye, mi abuela no ha salido a la cocina y anoche nos dijo que prepararía chilaquiles para desayunar. Me parece muy extraño, siempre se levanta muy temprano…

    —Se ha de haber dormido tarde —le dije, mientras me ponía la sudadera y me encaminaba a la habitación de mi madre.

    Al llegar, Pau abrió la puerta y la vimos tendida sobre la cama, bañada en vómito y parecía que no respiraba. En ese momento pensé que había muerto, aterrorizada grité:

    —¡Paco, mi mamá se murió!

    En pocos segundos, él estaba junto a nosotras. Al verla, marcó desde su teléfono al doctor Sánchez, quien le indicó que la moviera y así lo hizo. Después de unos momentos escuchamos un quejido y supimos que seguía con vida. El médico le indicó que llamáramos a una ambulancia y que la trasladáramos de emergencia al hospital. Media hora más tarde, estábamos con mi esposo en la sala de urgencias y a ella la atendían en una sala especial para pacientes críticos. Paula, Ángela y Manuel se habían quedado en casa. Asustados, ansiosos y con miedo, me llamaban una y otra vez para tener noticias de la abuela Paty.

    Después de tres horas, una enfermera nos llamó para llevarnos a una sala de juntas en la que había varios doctores esperando. Ahí nos explicaron que mi madre había sufrido un infarto cerebral y que la trasladarían a terapia intensiva. El pronóstico era reservado y tendríamos que esperar. Pronto llegaron mi hermana, Dulce, y la tía Mary. Mientras desayunábamos, comentamos lo sorprendidos que nos sentíamos, pues mi mamá era una mujer que nunca se enfermaba. También hablábamos de la parálisis facial que seguía ahí, pero solamente me acordaba de ella si la mencionaban o cuando bebía líquidos (pues se me escurrían por la comisura de los labios). La siguiente semana la pasamos sentados en la sala de espera del hospital. Durante los primeros tres días su situación no mejoró, pero después empezó a evolucionar favorablemente y una semana después pudimos llevarla a casa con nosotros. En apariencia, no había secuelas serias. Además de darle medicina, solo había que observarla. Algunos días la veía muy callada, otros me parecía que se movía lentamente y con frecuencia nos expresaba su preocupación por lo ocurrido. Se preguntaba cómo iba a poder vivir sin manejar, sin viajar sola o nadar sin compañía, entre otras cosas. Una tarde, escuché un ruido extraño en la lavandería y fui a verificar que todo estuviera bien. Cuando entré, me encontré con la llave del agua abierta y el suelo con poco más de dos centímetros de inundación. Al salir rumbo a la habitación de mi madre, noté que una de las llamas de la estufa estaba encendida. Me preocupé mucho.

    —¿Cómo estás, mami? —le dije al entrar a su habitación.

    —Contenta —me dijo riendo de una manera extraña, diferente a como ella lo hacía.

    —¿Te sientes bien? Mírame a los ojos, ¿estás bien? —no me contestó. Mi mamá estaba totalmente desorientada.

    Salí de la habitación y tomé el teléfono para llamar al neurólogo, quien también se alarmó y acordamos vernos en su consultorio al día siguiente.

    Por la noche, en la sala de televisión, las niñas veían un programa de concurso de canto y Paco trataba de dormitar en el sillón, pero no encontraba una posición cómoda, se levantaba al baño y regresaba… Parecía inquieto. Yo leía una novela que me tenía muy entretenida y Manuel estaba dormido en su recámara.

    De pronto, escuchamos un ruido fuerte que nos llamó la atención. Mi marido se levantó del sillón y caminó hacia el cuarto de mi mamá. Desde ahí, levantando la voz, me dijo que ella estaba convulsionando en el suelo. Paula y Ángela se levantaron rápidamente y fueron hacia allá. Cuando me estaba incorporando, Paco venía de regreso y me comentó que él tampoco se sentía bien, que a su corazón le estaba pasando algo, que hacía un rato que sentía incomodidad e inquietud. Entonces, me dejé caer nuevamente en el sillón y pensé «ya no puedo más». Estaba emocionalmente rebasada, me zumbaban los oídos y me sentía físicamente mal.

    Paula y Ángela volvieron a donde yo estaba. Pau venía muy pálida y con náuseas, las dos estaban muy asustadas. Al llegar, les comenté que su papá tampoco se sentía bien y que a mí me había bajado mucho la presión, que me sentía muy mareada y sin fuerza en las piernas. Ángela, con sus quince años y sin dudarlo, tomó el teléfono, llamó al servicio de ambulancias para que fueran por mi mamá y la trasladaran a urgencias. También le marcó a nuestro compadre Raúl para que recogiera a su papá y lo llevara al hospital en el que atendía su cardiólogo. Recuerdo que yo veía todo como en cámara lenta. No podía creer que en la misma noche y en el mismo momento, mi mamá convulsionara y mi esposo tuviera nuevamente un problema con su corazón. Ángela estaba desesperada, pues Paula se seguía sintiendo mal. En un impulso, le dio una cachetada para que reaccionara y le gritó:

    —¡Necesito que me ayudes!

    —¡No me pegues! —contestó Pau, repuesta y con los ojos muy abiertos.

    —¡No puedo yo sola! Mamá se siente mal y mi abuela sigue tirada en el suelo de su habitación.

    —¡Vamos!

    Minutos después llegaron Raúl y Lola, su esposa. Él se llevó a Paco para que lo atendieran y, antes de salir, me prometió que tan pronto tuviera alguna noticia me llamaría. Lola se quedó en la casa para ayudarnos y se acercó a mí para decirme que no me dejaría sola. Luego, junto con Ángela, fue a levantar y a limpiar a mi mamá mientras Paula monitoreaba por teléfono la llegada de la ambulancia, trataba de hacer contacto con mi hermana y con la tía Mary para que esperaran a mi madre en urgencias. No sé cuánto tiempo tardaron en llegar por mi mamá, pero se me hizo eterno. Recuerdo que, mientras tanto, mis hijas se acercaban para darme jugo de manzana y, muy preocupadas, me preguntaban si ya me sentía mejor. En algún momento escuché que tocaron el timbre los paramédicos. Oí la voz de uno de ellos dando instrucciones para poner a mi madre en la camilla y sacarla de su cuarto. Yo quería verla. Traté de levantarme para darle un beso, pero no pude. Me sentía muy mal, no había logrado recuperarme.

    Después, Lola se fue a sentar conmigo y, guiada por ella, comencé a hacer respiraciones profundas. Mis hijas nos miraban atentas y aún asustadas, luego se unieron al ejercicio de respiración y un poco después me empecé a sentir mejor. Pasó mucho tiempo antes de que sonara mi teléfono y pudiéramos tener noticias de alguno de los dos. Primero me llamó mi tía Mary y me dijo que mi mami había llegado muy grave al hospital, que ya estaba ingresada en terapia intensiva y que le empezarían a hacer diferentes pruebas. Raúl también me llamó y me explicó que Rafael, el cardiólogo de Paco, ya estaba con él y que aún no tenía un diagnóstico.

    Ángela y Paula se acercaron para besarme y luego se fueron a acostar porque era muy tarde. Lola me acompañó hasta mi cama, donde me recosté. Acomodó mi teléfono en el buró y también me dejó un vaso con agua. Con mucho cariño me abrazó y se despidió de mí, pidiéndome que la llamara si necesitaba algo. Después, se fue a su casa a descansar y yo me quedé envuelta por el silencio, el terror y la incertidumbre. Me acomodé en posición fetal y comencé a llorar. El llanto me ahogaba, me sentía desgarrada, perdida en la habitación que en ese momento me parecía enorme y esperando escuchar el sonido del teléfono. A las cuatro de la mañana me despertó, con su llamada, Rafael.

    —Hola.

    —Hola, Ana, soy el doctor Espinosa.

    —¿Cómo estás, Rafa? ¿Cómo están las cosas?

    —Te cuento. Paco llegó con una arritmia seria y decidimos hacerle un cateterismo para ver que todo estuviera bien. Esta vez no hay obstrucción de las arterias, pero va a ser necesario que se quede ingresado. En los siguientes días le colocaremos un resincronizador cardíaco. Con este aparato vamos a poder controlar las arritmias. En general, a los pacientes con quienes lo utilizamos les va muy bien. Por ahora se quedará en terapia intensiva y a las diez de la mañana, en el horario de visitas, lo puedes ver y aquí platicamos.

    —¿Qué es un resincronizador cardíaco? —pregunté.

    —Es un dispositivo que regula las palpitaciones del corazón para que lata de manera uniforme y sin arritmias. Y, en caso de ser necesario, puede dar descargas eléctricas para que el corazón siga funcionando.

    —¿Va a estar bien?

    —Ahora lo tenemos controlado con medicamentos y está en observación permanente. Descansa un rato y nos vemos más tarde.

    —Ahí estaré a las diez. Muchas gracias, Rafa.

    Cuando colgué el teléfono, vinieron a mi mente el nombre del aparato e imágenes de la sala de terapia intensiva en la que mi esposo ya había estado en dos ocasiones anteriores. Regresaba a mí el sentimiento de impotencia, de cansancio, la tristeza, la rabia. ¡Quería desaparecer!

    Pronto dieron las siete de la mañana y Pau entró en mi habitación para decirme que se iba a la universidad, pues tenía una práctica a la que no podía faltar. Conversamos unos minutos sobre su papá y su abuela, después nos abrazamos y se fue desencajada. Ángela y Manuel seguían dormidos y decidí no despertarlos, no me importó que faltaran a la escuela. Yo me levanté para darme un baño caliente, arreglarme y desayunar algo, para después salir e ir a ambos hospitales. Mientras me quitaba el pijama me vi la cara en el espejo, aún seguía paralizada del lado izquierdo. Era imposible seguir las recomendaciones del otorrino. Descansar y no estar tensa no eran opciones para mí, lo único que me importaba era el bienestar de Paco y de mi mamá. Cuando Manuel se despertó, me encontró en la cocina tomando café y comiendo un poco de fruta. Me saludó y preguntó por qué no lo había despertado para ir a la escuela.

    Una vez más tenía que enfrentar a mi hijo, de once años, con el estrés que nos provocaba la enfermedad del corazón de su papá. Pero, en esta ocasión, también se sumaba la situación por la que atravesaba su abuela. Lo miré a los ojos y le pedí que se sentara para explicarle lo que había sucedido la noche anterior. No había acabado de hablar cuando, inquieto, me interrumpió para saber si Paco y mi mamá iban a estar bien. Sus ojos se llenaron de lágrimas, se puso muy ansioso, comenzó a mover una rodilla de arriba abajo rápidamente y se arrugaba la manga de la camiseta con la mano. Con tristeza, me acerqué para abrazarlo y transmitirle que lo entendía y que no estaba solo. Odiaba no poder prometerle que todo estaría bien. Le besé la frente y le pedí que me llamara cuando Ángela estuviera despierta.

    Cuando estuve lista, me trasladé al Hospital Angelina. A las diez en punto estaba entrando a ver a mi marido. Los olores, colores y movimientos de las personas que trabajaban ahí ya no me eran ajenos. Todo me parecía conocido. Sabía en dónde se encontraban las batas y los cubrebocas para los familiares de los pacientes, conocía el lugar en el que debía lavarme las manos. Todo era familiar, desagradable y muy doloroso.

    En el cubículo seis lo encontré, pálido y con una expresión de tristeza profunda.

    ME DOY LA OPORTUNIDAD DE SENTIR TRISTEZA, NOSTALGIA, COMPASIÓN O ALEGRÍA, ENTRE MUCHAS OTRAS, AÚN EN MEDIO DE LOS MOMENTOS DOLOROSOS.

    —Hola, amor —me dijo cuando entré.

    —Hola, mi vida, ¿cómo estás? —le contesté, acercándome para besarlo.

    —Muy preocupado… Otra vez aquí. ¿Te explicó algo Rafa?

    —Sí, me llamó anoche y me dijo que tuviste arritmia. Será necesario colocarte un aparato para regularla. Quedamos en que nos veríamos aquí, no debe tardar en llegar.

    —Estoy harto, cansado de estar enfermo. ¿Qué voy a hacer en esta situación y sin trabajo? ¿Qué vamos a hacer? ¡Carajo, otra vez!

    —Tranquilo. Verás que de una u otra forma resolveremos la situación. Ahora lo importante es que te pongan eso y hagan lo que sea necesario —le dije tomándole la mano.

    —¿Qué pasó con tu mamá?

    —Está en el Hospital San Mateo, también en terapia intensiva. Aún no saben qué tiene. Iré más tarde y regresaré aquí para el segundo horario de visitas y poder estar contigo.

    Minutos después, llegó el doctor. Nos saludó cálidamente, como siempre,

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