Agujeros de gusano: Volumen I
Por Jorge Cervantes
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Un accidente, hará que el protagonista y su hijo, Beltrán, queden atrapados dentro del experimento poco antes de que el coronel Prado, militar al mando del proyecto, se vea obligado a inocular un virus mortal en ese diminuto universo. Cada segundo será crucial para lograr escapar de ese extraño lugar.
Una historia llena de acción y suspense que nos explica cómo se formó Vidmar, el país dentro de una botella de cerveza en el que se desarrollan sus precuelas: "La casa blanca de las babosas gigantes" y "El príncipe, la bruja y el campesino".
Jorge Cervantes
Jorge Cervantes (Cervan) nacido en 1986 en Cartagena, vive su infancia entre esta ciudad y O Carballiño (Ourense), donde termina sus estudios y establece su vida adulta. En 2019 escribe, ilustra y edita dos cuentos infantiles: "Los tres piratas y el león" y "El elefante Guisante". Su primera novela, "Peli de zombies en Si bemol", es también la inspiración para el disco homónimo cuyas canciones se corresponden con cada uno de sus capítulos . En "La casa blanca de las babosas gigantes" (2021) se adentra en el universo de la literatura fantástica.
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Agujeros de gusano - Jorge Cervantes
Inhaltsverzeichnis
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo I
La avenida estaba abarrotada. Cientos de personas se apiñaban alrededor de las barracas con tómbolas y juegos de feria, mientras los niños revoloteaban cerca de las atracciones mecánicas, observando el vaivén de estas y comiéndose las uñas a la espera de su turno. Clara tiraba de mí sin parar para que la acompañase a visitar el máximo número posible de puestos, me pedía que le comprase dulces típicos de las fiestas, que jugase a los engañosos juegos que proponían los feriantes, presionándome sutilmente para que le consiguiese alguno de los trastos que ofrecían como premio. Las luces y el ambiente estival la hacían retroceder a su infancia y la llenaban de ilusión, provocando que se comportase como si tuviese diez años. Lo curioso del asunto era que, a nuestro hijo de diez años, Beltrán, no le gustaba demasiado todo aquello. El ruido de los fuegos artificiales le asustaba y pasaba las horas festivas, temeroso de que alguno de aquellos petardos pudiese explotar cerca de sus oídos. Tampoco le entusiasmaban las chucherías, los payasos ni los juegos de habilidad o fuerza que habían tomado por unos días, las calles de nuestra ciudad.
-¡Paco, mira! ¡Un artista callejero! ¡Hazte un retrato!
-Clara…, para qué queremos un retrato mío, ¿no será mejor que te lo haga a ti?, eres mucho más bonita a la vista.
Sonreí a mi mujer, que me devolvió una mirada de cariño mientras tiraba de mi mano para que cediese a su capricho.
Cada año pasábamos por lo mismo, Clara desbocada, apresurándonos para probar todas y cada una de las atracciones, puestos y comidas de las fiestas mientras mi hijo y yo la seguíamos como podíamos hasta caer exhaustos. Para más inri, este año contaba con un problema añadido, su avanzado estado de gestación impedía que se desplazase entre el gentío con la destreza de otras ocasiones.
-¡Madre de Dios, qué cosa más horrenda!
-¿Pero qué dices? Te ha clavado.
Aquel dibujante me había inmortalizado portando un cetro y una corona, como si fuese el rey de algún tipo de reino medieval. Aunque a mí me parecía bastante impreciso, Clara insistió en conservarlo. Bromeó con enmarcarlo y exponerlo en nuestro salón, como si se tratase del retrato del soberano de nuestro particular imperio doméstico.
Ese momento se convertiría en uno de los momentos determinantes en la historia. Un instante que hoy por hoy, borraría de la existencia si pudiera, dadas las implicaciones que tendría y la cantidad de personas que verían sus vidas destrozadas por culpa de un pedazo de papel pintado a carboncillo por un supuesto artista, que se ganaba la vida retratando a la gente en ferias itinerantes. Por suerte, me habré muerto antes de vivir en mis carnes las consecuencias de aquel acto.
¿Qué cómo voy a morir? Para dar una respuesta a esa pregunta debemos remontarnos al año 1973. Yo acababa de obtener un ascenso en mi trabajo como investigador en la universidad. Estudiaba un invento novedoso, un haz de luz de una sola longitud de onda producido por un cristal de rubí al que se le aplica un voltaje. Un concepto bastante técnico y con muchas aplicaciones potenciales, a mi juicio. Normalmente, iba del laboratorio a casa y viceversa, tratando de aprovechar mis escasos momentos de ocio con mi hijo y mi esposa. Ni era el más brillante de los investigadores de mi generación, ni tenía intención de serlo. Solo deseaba terminar mi jornada laboral, llevar a cabo mis experimentos, sacar mis conclusiones e irme a mi hogar, a ser verdaderamente feliz. Hasta que una mañana de octubre ocurrió algo que cambió mi vida y la de los que me rodeaban para siempre. Me hallaba en el laboratorio, llevando a cabo una serie de pruebas rutinarias, cuando escuché una serie de carreras por el pasillo. Me asomé a ver qué estaba pasando y casi me atropella una manada de estudiantes que iban a toda velocidad hacia la planta baja. Allí se celebraba una charla a cerca de un mineral que el equipo de arqueólogos de la universidad había encontrado en la tumba de no sé qué faraón egipcio o maya, o de alguna civilización antigua, de las que solo se oye hablar en este tipo de charlas.
-¡Vamos Paco! ¡Vamos a ver qué ocurre!
Mi compañero de laboratorio, Óscar me instaba a que dejase mis experimentos a medias para ir con él a escuchar una aburrida exposición a cerca de un pedrusco. No estaba dispuesto a perder mi valioso tiempo con semejante estupidez, así que dije que no.
-¡Venga hombre! ¡Pasas demasiado tiempo con esa lucecita
! ¡Distráete un poco!
A regañadientes, accedí a bajar, aunque solo fuese para fumarme un cigarro, ya que al contar mi laboratorio con balas de oxígeno y otros gases, me estaba prohibido hacerlo dentro.
Descendimos la escalera, rodeados de la marabunta de estudiantes a los que poco más que a mí les debía interesar la charla, ya que estaba claro que solo iban para escaquearse un rato de alguna clase tediosa. Nos colocamos en la parte de atrás, pues tenía la idea de desaparecer en cuanto la cosa se pusiese más aburrida de lo que fuese capaz de soportar, pero al final no me fui. El que habían descubierto era un material con una configuración molecular extrañísima. Físicamente, era imposible que aquel pedazo de cristal pudiese existir, según los datos que había recabado el equipo de investigación que lo había examinado. Se trataba de átomos de un elemento superpesado, con una configuración electrónica del todo imposible. Sin carga y sin ningún tipo de enlace entre sus moléculas. Era imposible, desde el punto de vista de la ciencia que aquello estuviese allí y fuera estable, pero, de hecho, allí estaba, ante nuestros atónitos ojos. La mayor parte de los estudiantes bromeaba tirando de los escuetos conocimientos que habían adquirido. Bromeaban a cerca de materia exótica o negativa, términos referidos a moléculas que solo existen a nivel teórico y de las que, evidentemente no tenían la formación necesaria para atreverse a clasificar. Qué atrevida es la ignorancia.
Los siguientes minutos estuve demasiado absorto en mis pensamientos a cerca de aquel material tan peculiar como para darme cuenta de que la sala se había quedado completamente vacía. Solamente quedábamos la ponente, que recogía distraída los materiales de su exposición y yo, que continuaba de pie, apoyado cerca de la puerta. Hasta Óscar me había dado por imposible y se había ido a continuar con su trabajo, mientras yo seguía dándole vueltas a posibles explicaciones para la existencia de aquel cristal.
-Doctor Cabrales, ¿está usted bien?
Ante mí una mujer muy morena de cara delgada y mirada intensa, que me observaba desconcertada ante mi aparente crisis de ausencia.
-Sí, disculpe. Una ponencia fascinante. Me he quedado maravillado con cómo ha abordado los análisis del material.
-¡Gracias!, es mucho viniendo de usted. Quería preguntarle algo…
-Usted dirá.
-He estado haciendo muchas pruebas con el mineral, tratando de determinar sus propiedades físicas, pero no he llegado a nada concluyente.
Sospecho que puede actuar como una especie de prisma, dividiendo los haces de luz blanca en rayos con distintas longitudes de onda, creo que usted trabaja con una especie de emisores de rayos de luz de una sola frecuencia o algo así.
Me encendí un cigarro. No me apetecía nada explicar en qué consistían los experimentos que estaba llevando a cabo, pero aun así me vi obligado a hacerlo por cortesía.
-Entonces, ¿usted cree que podríamos llevar a cabo una prueba con el mineral que yo traigo?
Si hubiera dicho que no tenía tiempo para juegos, o me hubiese inventado cualquier excusa, todos los acontecimientos que destrozaron mi vida y la de tantos otros nunca habrían tenido lugar.
Por desgracia, mi educación me obligó de nuevo a acceder a las peticiones de mi colega.
-Muchísimas gracias, señor Cabrales. Soy Elisa San Javier. Encantada de conocerle.
Elisa estaba muy emocionada. Llevaba años estudiando aquel pedrusco sin obtener ningún resultado y aquella era la primera vez que podría llevar a cabo algo realmente novedoso. Estaba harta de experimentos cuyos resultados eran