Para mi biografía
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Pero esta aclamada canción no solo ilustra las tradiciones colombianas; sino que transmite la inconformidad del poeta ante la injusticia social de la que fue testigo en su tierra.
Este libro es para dar a conocer el contexto histórico que enmarcó la vida de Héctor Vargas, el hombre. Ese que se forjó entre vaivenes económicos, dificultades familiares y amor por su patria.
Estas páginas no solo resguardan el vasto repertorio musical del ilustre colombiano; también dan fe de su fuerza humana, creatividad y espíritu de lucha.
Educadores, músicos e instituciones culturales tienen en este libro un compendio de música y anécdotas que dan forma a la historia de Colombia y América Latina.
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Para mi biografía - Héctor Adolfo Vargas Ruiz
AGRADECIMIENTOS
Este libro fue posible gracias a mi madre Ana Julia Ruiz Amaya por su permanente e incondicional respaldo, ánimo e interés en que se publicara. También por la disposición de los manuscritos de mi padre y de su álbum de fotografías.
Gracias a mi hija, la Doctora Naira Esperanza Vargas Galindo por animarme y ayudarme a dar los pasos en firme para lograr esta publicación.
A mi sobrina, la lingüista Luna Catalina Beltrán Vargas por la revisión de estilo y corrección lingüística.
A Carlos Mauricio Romero Romero por la portada, digitalización y restauración de las fotografías.
Al Maestro Fredy Fonseca por la transcripción musical de gran parte de la obra de mi padre y al maestro Francisco Cristancho por las primeras transcripciones.
A mis hermanos Elkin Yury y Julia Amparo por sus reflexiones sobre este proyecto.
A mi esposa Doris Galindo por su posición frente al libro.
A Viviana Romero por los retoques finales del texto.
La división por capítulos se basó en la obra del Doctor Jaime Escobar Triana Dimensiones ontologicas del cuerpo
y en el sistema DOFA de Maxneef.
A todas las personas que de una u otra forma contribuyeron con la realización de este proyecto: Gracias.
PRESENTACIÓN
El libro que les presento a continuación es la compilación hecha por mi padre durante más de dos decenios: de la vida y obra artística musical de mi Abuelo, quién falleció ya hace 25 años y que este año cumpliría un centenario de vida, mismo que en vida inició este proyecto al que denominó: Para mi biografía
escribiendo a puño y letra el contenido de estas páginas en un ahora viejo y desgastado cuaderno común (que reposa, gracias a la intervención de mi Abuelita Julia, en el archivo de la biblioteca nacional para su conservación) texto que mi padre ha trascrito inicialmente a máquina de escribir y recientemente ha digitalizado junto al contenido de otros tantos papeles, un libro verde
, hemerotecas, libretas personales, pequeñas hojas sueltas que hemos atesorado en archivos familiares, como también grabaciones de audio domésticos guardados en cassettes, y algunos otros fonogramas encontrados en varias fonotecas nacionales como la de la radio nacional y otras grabaciones como las de caracol radio y de la ya extinta radio sutatenza, además de fotografías y partituras de las obras musicales.
En estas páginas se muestra la vida de un hombre extraordinario, a quién yo he conocido a través de amigos y admiradores, siendo el número uno: mi padre, y he reconocido aún mejor a través de estas palabras escritas en las que él expone en prosa, verso y melodía su intimidad en una especie de autoautopsia, suya y de muchos que compartieron su momento histórico y geográfico; por medio de su relato y obras yo he podido viajar en el tiempo y experimentar sus vivencias sensoriales: a través de sus ojos vi un grupo de casas moviéndose, así describió su primer encuentro con algo desconocido para él: un tren; Olí la caja de mierda que recibió disfrazada de regalo siendo un niño vendedor de tintos en la fría Bogotá de los años 30, he escuchado los versos cantados por los promeseros que pasaban por su pueblo vía Chiquinquirá, he degustado la gastronomía boyacense que exalta en sus composiciones y he sentido las manos ásperas y los fuertes músculos de nuestros campesinos, así como la suavidad de otras pieles gracias a sus innumerables alusiones a la sensualidad femenina.
En este libro se leen muchas de sus vivencias hechas canción y también se muestra su legado que perdura tras su inevitable deceso físico, legado que expande mi pecho al saberme orgullosa heredera: al oír a mi abuelo en las voces que cantan sus canciones y sentirlo vivo en las manos que las interpretan, o sonreír en su presencia al esperar el cambio de luz del semáforo en las intersecciones cercanas a la plazoleta de las nieves en Tunja, en programas de radio u homenajes varios desde los más sencillos a los más solemnes, como el que espero atestiguar cuando se abra la Cápsula del tiempo
en 2052, de estas y muchas maneras reconozco que su legado no es sólo mío, sino que es nuestro: de mi familia, de mis pueblos y paisanos: Boyacenses y Colombianos todos.
La vida y obra de mi abuelo son en conjunto una invitación a sentir la dicha de ser quiénes y de dónde somos y a conocer y ser embajadores de nuestra: Historia, raza y paisaje, cultura, clima y riqueza
teniendo la certeza que No hay en el mundo otra tierra que encierre tanta grandeza
con sus vivos, con sus muertos y los que están por nacer
.
Naira Esperanza Vargas Galindo
PRÓLOGO Y PREFACIO
Hiende el espacio con su voz sonora,
El tiple rasga con pausado ritmo,
Canta el bambuco que, cual patrio himno,
Tiene en sus notas lo que más se adora:
Olor de campo, atardecer, aurora,
Recuerdos idos del placer divino.
Vuelca su canto en alegre ambiente
Al compás de música olvidada,
Recuerda a todos nuestra edad pasada,
Gustando el néctar del amor ardiente
Ante la reja de la novia amada:
Serenatas, amigos y aguardiente.
(Tunja, agosto de 1978)
Hay un hombre como artista consagrado
En el canto, en la música, en el trago;
Con su tiple, que maneja como un mago,
Toca y canta con amor de colombiano.
Otras veces, bien mareado y sin centavo,
Revélase atrayente y sugestivo.
Vive siempre cabizbajo y pensativo
Al sentir los efectos del guayabo.
Recibe mil aplausos cuando arranca
Girones de la Patria con su canto,
Aplausos que se tornan en quebranto
Si la fiesta se termina en una tranca
.
Pedro A. Rosas
(Aquitania, Boyacá)
Sutamarchán
Vengo de Leyva con gran anhelo,
donde turistas vienen y van:
quiero embriagarme bajo este cielo
que te cobija, Sutamarchán.
Vengo a postrarme feliz y en calma
a tu santuario santo y divino;
traigo canciones dentro del alma
para las fiestas del torbellino.
Cuna bendita de un trovador
que, de Colombia, palmas merece
y ha enriquecido nuestro folclor
con su famoso Soy Boyacense
.
En mis guayabos los lunes sigo
tras tu cuchuco entre risa y risa
y cuando calmo, cantando digo:
¡Que viva Suta y su longaniza!
Luis Salazar Ojeda
(Cocuy, Boyacá: 1907)
Prefacio
No sé si será fortuna
la de nacer y crecer,
porque vivir pa’ sufrir
¿qué fortuna puede ser?
De cuatro, quedé sin padre,
porque un tifo lo mató;
sin madre, quedé a los cinco,
porque ella me abandonó.
Una abuela octogenaria
de maternal corazón
fue, de mi trágica infancia,
mi guía y mi protección.
Mis juguetes siempre fueron
pica, pala y azadón
y por manjares, guarapo,
maíz tostado o mojicón.
De monaguillo serví,
alternando con la escuela:
mi única preparación
que pudo lograr mi abuela.
Luego, a servirle a la Patria,
a lista fue la llamada:
media vida y un fusil
sin servirme para nada.
Luego, el hambre me empujó
dizque a hacer versos sin rima,
sin métrica y sin mensaje
para ganarme la vida.
Héctor José Vargas Sánchez
INTRODUCCIÓN
Sentado frente a un destartalado escritorio, tan viejo como mi partida de nacimiento, muchas veces cavilé, pensando en la proximidad de mi muerte, para tomar la decisión de escribir sobre mi biografía y algo más, ya que, estando a las puertas del siglo veintiuno, es conveniente que las nuevas generaciones del pequeño mundo que me rodea, lean y se enteren de lo que fue una vida de frustraciones, incomprensión y orfandad.
1. MI SITIO
Nací el cuatro de julio de 1921 en un paraje cerca de Tinjacá. Eran los primeros días de un caluroso mes, momentos en que nuestro decadente Gobierno celebraba un nuevo aniversario de la Independencia de Estados Unidos, el mismo que veinte años antes, con los yankees, había cercenado a Colombia y dado el zarpazo a la provincia de Panamá, mientras el Gobierno recibía a cambio su plato de lentejas
. Estábamos pasando los umbrales de los primeros cinco lustros del siglo veinte con un inventario de hechos intrascendentes, unos, y trágicos e infortunados, los demás; no bien terminada la guerra que se llamó De Los Mil Días
, el Presidente de turno le estaba dando los últimos plumazos a las reglas que enseñaban a memorizar Con zeta se escribe azada, vergüenza, pezón, ...
y algo más, cuando al cabo de unos años debió suceder lo inevitable: Al liberalismo le cobraban, con el asesinato del caudillo Rafael Uribe Uribe, el atrevimiento y osadía de medir sus fuerzas con el partido de Dios.
Por aquellos tiempos, la comarca se debatía en una alarmante pobreza, primero, por los efectos de lo que llamaron la Primera Guerra Mundial, acontecimiento que, originado en Europa, le tocó a nuestro país sufrir sus consecuencias en lo que concierne a la economía y a las pestes que, implacables, diezmaban los pueblos con la presencia del tifo, el sarampión, la viruela, la difteria y la malaria, entre las más terribles; segundo, por la prolongada ausencia de las lluvias y la violencia de los vientos; tercero, por el flagelo del piojo, el pito, la nigua, la pulga, la cuesca, el chirivico y el mismís, insectos éstos que no dejaban tranquilos ni a los santos de las iglesias, todo esto debido a la ausencia total de programas de saneamiento ambiental; y cuarto, a la modorra que se apoderaba de la población humana que, por ser descendiente de la nobleza española, le era humillante el trabajo material y un poco difícil el intelectual, por lo cual el ingenio popular producía coplas como éstas:
El juez pregunta al alcalde,
y ambos preguntan al cura,
llama el cura al sacristán
y el sacristán a Resura.
Son los jurungos de Turca
bichos, chivatos, patojos,
que abundan, pican y ofenden
como la nigua y el piojo.
Cuando el destino fatal
se adueña de una persona,
por más conjuros que se haga,
el piojo no la abandona.
Ni la abandonan tampoco
los odiosos chirivicos,
si no son niguas y pulgas,
cuescas, manetas y pitos.
En un tiempo era Guatoque
lo que hoy es Santa Sofía
desde que Segundo Sáenz
lo volvió carnicería.
A Muzo voy por el uso,
a Coper, por devoción,
a Maripí, por desgracia
y a Pauna, por maldición.
Pero ya pronto estaremos
ante la Virgen bendita
pa’ que nos haga el milagro
a cambio ‘e la limosnita.
Estas coplas rompían la monotonía de la región al paso de los promeseros que se desplazaban hacia el santuario de la Virgen más bella y milagrosa que el cielo y la tierra hayan tenido en los tiempos pretéritos, en los presentes y puedan tenerla en los venideros: la Virgen del Rosario de Chiquinquirá. En medio de esta danza de la pobreza, de la pereza y de la torpeza, nació este niño predestinado a ser durante su larga existencia, protagonista de una serie interminable de hechos insólitos, siendo primogénito del matrimonio entre Adolfo Vargas Sanabria, de diecinueve años de edad y Ana Elisa Sánchez Castellanos, de catorce. La criatura ya había sido sometida a una dura prueba desde el vientre de la madre, quien, en uno de esos arrebatos propios de la inexperta juventud, ante una ligera desavenencia conyugal, salió a veloz carrera y se lanzó al río que bajaba crecido, con tal suerte que fue rescatada a poca distancia por un cazador que acechaba una guagua. Una vez rescatada viva la joven esposa, fueron necesarios muchos remedios para evitar el aborto del primogénito.
A pesar de la escasez imperante en la región, en aquel hogar de Tinjacá había buena provisión, debido a la no poca heredad y a las actividades comerciales del jefe de familia, lo que permitía que allí se congregara una buena parte de la parentela paterna y la vida trascurriera en ambiente de camaradería y colaboración en los diferentes oficios propios del campo. Zapateaban grandes ollas de tiesto sobre fogones de piedra en el piso de tierra, dentro de las cuales, abundaban cereales, tubérculos y carne de ovejo, cuyos olores mezclados con el humo de los tizones traspasaban los techos y tejados y se metían preciso en las narices de los moradores, como preludio de una suculenta cena. El guarapo, más chicha que guarapo, era ingrediente indispensable tanto para quitar la sed como para templar el ánimo desgastado por la rudeza del trabajo diario. Así que, bajo el influjo de esta agradable bebida, y antes de apetecer la cena, el jefe del hogar sacaba su tiple, que tocaba con destreza, para entonar las últimas guabinas y torbellinos que había compuesto. Es grato recordar la sencillez de las cosas, el calor humano y la lentitud de los sucesos, no obstante el gran atraso en que se vivía en aquella región; así, mientras las muchachas se encargaban de arrimar el agua y la leña de los quehaceres de la cocina y el lavado de ropas, los muchachos se entregaban al manejo del ganado y de las labranzas.
En su corta existencia, mi padre fue muy afortunado, pues desde adolescente se distinguió como buen administrador de los bienes de sus progenitores; era tiplista y cantador, muy aficionado a la caza y a mantener muy bien amaestrada su jauría. Prestó el servicio militar y dejó varios hijos extramatrimoniales. Cuentan que, estando sentado cerca de unas matas de olivo entonando guabinas, acompañado de su tiple, de repente empezaron a gruñir y a danzar con un raro compás unos marranos que estaban amarrados muy cerca del lugar y sólo se aquietaron cuando mi padre suspendió su concierto, no sin antes observar que los tales cerdos, en el furor de su danza, habían reventado sus lazos y se habían defecado y orinado de la emoción experimentada. Por supuesto, este relato me llevó a interesarme desde muy niño por la música y el canto, aunque no por el extraño comportamiento de los cerdos.
Como el tiempo corría veloz en la casa de La Resaca, que así se llamaba la heredad, llegó la hora de bautizar al primogénito de aquel joven matrimonio, pero hubo que esperar un poco más, mientras se acordaba el nombre adecuado para el nuevo ser, pues mientras unos opinaban que debía llamarse Moisés, por haber sido salvado de las aguas, otros opinaban que no le campeaba ese nombre, porque no le veían la aureola del Espíritu Santo y, además, porque, por línea materna, era anticlerical, si se tenía en cuenta que al abuelo le gustaba leer todos los libros de José María Vargas Vila, por cuya mala maña había sido excomulgado por el cura de la parroquia. Al fin, sobre esta disputa, llegaron a un acuerdo las partes en litigio y le acomodaron un nombre que, para fortuna del recién nacido, estaba fuera del santoral. Para que las cosas no se fueran a complicar con el párroco del lugar, fue preciso celebrar el sacramento en la parroquia vecina de Sutamarchán, pero eso sí, con padrinos con las mismas inclinaciones vargasvilistas del abuelo: -Porque tengo con qué educarte – le decía el padre al recién bautizado- tendrás que ser un gran hombre para honra de la familia. Ya verás que pronto pasarán estos malos tiempos, mejorarán las cosechas, engordarán los ganados y mejorarán los negocios para que no nos falte nada. ¡Ah! pero será preciso que tengas hermanitos para que te acompañen.- Mientras transcurría esta plática, la criatura no hacía nada más que patalear en el canto del padre y mirarlo fijamente a la cara como queriendo darle las gracias por tan buenas y sinceras intenciones, además de que, con sus diminutas manecitas, trataba de arrancarle la nariz.
Mi feliz infancia quedó trunca a los cuatro años de nacido, pues mi padre murió de tifo en el año veinticinco, quedando mi madre viuda a la edad de diecinueve años. En aquella misma época, mi madre me abandonó para contraer segundas nupcias.
2. MI PASADO
1.jpgAbuela Carlina Castellanos
Mi anciana abuela materna me recogió y se encargó de mi crianza en Sutamarchán, dentro de unas mendicantes circunstancias económicas, mientras mi madre dilapidaba en su nueva vida la no muy despreciable fortuna recibida de mi padre. Aquel pueblo, como toda esa comarca, se debatía entre una pobreza enfermiza y una somnolencia colectiva que parecía no tener remedio. Mi inolvidable abuela, quien estimulaba mis asomos de trovero desde cuando oyó ésta, mi primera copla,
Por la mañana cantó el curruco
y por la tarde bailé un bambuco,
me llevó a la escuela del pueblo donde me recibieron sin haber cumplido aún los cinco años de edad y desde