Breve historia de la vida cotidiana de la Grecia clásica
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Su sistema político fragmentado y los derechos de los ciudadanos, la educación, las artes y el ocio, la vivienda y el urbanismo, sus ceremonias y mitología, los viajes, la alimentación y el mundo militar.
Un recorrido riguroso y didáctico por la sabiduría, costumbres y tradiciones de la cuna de la civilización occidental.
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Breve historia de la vida cotidiana de la Grecia clásica - Gonzalo Ollero de Landáburu
Cronos
Hace mucho, mucho tiempo en Grecia... Más de uno lo habrá leído y automáticamente la banda sonora de Star Wars habrá comenzado a sonar en su cabeza. Si bien la tierra de la que hablamos se encuentra relativamente cerca de nuestro país, el período al que nos referimos sí está lejano en el tiempo.
B
REVE REPASO DE LOS ACONTECIMIENTOS
La época clásica comienza en el año 499 a. C. con la sublevación de Jonia y finaliza en el año 323 a. C. con la muerte del famosísimo Alejandro Magno, creador de un vasto imperio que se extendía desde Grecia hasta el río Indo. Este período, denominado así por el gran desarrollo cultural que alcanzó la civilización griega, fue también testigo de numerosas guerras, conflictos políticos y luchas de poder por conseguir la hegemonía en la Hélade. Estas luchas, ya fueran contra un enemigo externo o entre los propios griegos, influían de forma directa en la vida de los habitantes de la Grecia clásica. Por ello, en este capítulo haremos un breve repaso de los principales acontecimientos que tuvieron lugar durante estos casi doscientos años de historia.
El primer gran acontecimiento que tuvo lugar y que da inicio al período es la sublevación de Jonia (499 a. C.). Jonia era una región situada en la costa occidental de Turquía, a orillas del mar Egeo, poblada desde varios siglos antes por griegos que hablaban el jonio (dialecto griego). Organizados en diferentes polis (ciudades-Estado), llegaron a alcanzar un notable grado de desarrollo e importancia dentro del mundo griego. Estas ciudades se encontraban bajo dominio lidio hasta que dicho reino fue conquistado por el Imperio persa. Así estuvieron varias décadas hasta que en el verano de 499 a. C. protagonizaron una revuelta contra el dominio persa. ¿Los motivos? Deseos de libertad y de un sistema político menos tiránico y más igualitario. Inicialmente, la rebelión tuvo éxito y griegos de otras regiones se unieron a ella. Sin embargo, sin la ayuda de los griegos continentales, es decir, de los griegos que vivían en la actual Grecia continental, esta era una lucha imposible de ganar. La derrota definitiva se producía en el año 494 a. C., cuando tropas persas tomaban al asalto la ciudad de Mileto, núcleo de la resistencia, y ponían fin a la rebelión. Las cosas volvían a la situación anterior. El rey persa, Darío I (522-486 a. C.), comprendió que era necesario conquistar toda la cuenca del Egeo para asegurar sus posesiones en Asia Menor. Por ello, Mardonio, yerno del rey, marchó contra Grecia por tierra y mar. Se conquistaron Tracia y Macedonia, pero el naufragio de la flota frenó la invasión. A pesar de este revés, Persia había tomado posiciones y gozaba de una excelente situación para lanzar futuros ataques y campañas contra el resto de Grecia.
S
ITUACIÓN POLÍTICA EN NUESTRO MOMENTO
Esta era la situación existente cuando en el año 490 a. C. un nuevo ejército persa se lanzó a la conquista de las Cícladas. Tras conquistar la isla de Naxos, navegaron hacia Eubea, isla en la que desembarcaron y donde tomaron las ciudades de Caristos y Eretria. A continuación, desembarcaron en la llanura de Maratón, en el Ática, con la ciudad de Atenas a tan solo cuarenta kilómetros de distancia. Atenas, junto con una pequeña ayuda de la ciudad de Platea, salió a enfrentarse a los persas en la llanura de Maratón. Los atenienses salieron victoriosos del enfrentamiento y los persas se vieron obligados a reembarcar y marcharse. Sin embargo, esta victoria ni fue decisiva ni logró unir a los griegos, quienes volverán a enzarzarse en rencillas y peleas entre sí. De esta manera concluía la primera guerra médica. Tendrían que pasar diez años hasta que los persas trataran de nuevo de someter a los estados griegos que aún no estaban bajo su dominio.
Grecia durante las guerras médicas [Figura 1]
La segunda guerra médica comenzó en el año 480 a. C. Jerjes, nuevo rey del Imperio persa tras suceder a su padre Darío, reunió un nuevo y poderoso ejército (entre ciento cincuenta mil y doscientos sesenta mil soldados) con la intención de lanzar una ofensiva contra los griegos. Ante la inminente amenaza, una serie de estados griegos (treinta y uno en total) decidieron unir fuerzas y hacer causa común contra el invasor. Establecieron como línea de defensa el paso de las Termópilas (seis mil doscientos hombres bajo el mando del espartano Leónidas) y el cabo Artemisio (donde se concentró la flota aliada).
La flota griega se desenvolvía con gran habilidad frente a la escuadra enemiga en diversas escaramuzas, mientras que en tierra los persas se estrellaban una y otra vez contra la línea helena. A pesar de estos éxitos iniciales, los persas consiguieron rodear el paso de las Termópilas y coger por la espalda a sus defensores. Leónidas, ante esta crítica situación, tomó la decisión de quedarse junto con sus trescientos espartanos para contener a los persas y permitir así la retirada en orden del resto de las fuerzas terrestres griegas. Mientras esto ocurría en tierra firme, en el mar la flota griega también se veía obligada a retirarse y abandonar sus posiciones en el cabo. Así pues, rotas las defensas que cerraban las rutas de acceso a Grecia central, los persas avanzaron sin oposición alguna. Los atenienses evacuaron su ciudad y los persas encontraron una ciudad prácticamente desierta.
La flota aliada se agrupó frente a la isla de Salamina. Allí tuvo lugar la batalla de Salamina que, con una ingeniosa maniobra, los griegos ganaron. Viendo el desastre de su flota (perdieron doscientas naves), el rey persa decidió regresar a casa. Se quedaba al mando Mardonio.
Después de un período de duda entre los aliados tras su victoria en Salamina, finalmente decidieron enfrentarse al invasor. El ejército griego (unos cincuenta mil hombres) y el ejército persa (igual que los helenos pero con caballería) se enfrentaron en la batalla de Platea y los griegos resultaron vencedores nuevamente. Tras la victoria, los aliados penetraron en Tesalia, por lo que toda la Grecia continental quedó libre de persas. A pesar de la gran victoria en Platea, la flota persa aún operaba en el Egeo. Se encontraba refugiada en la costa de Asia Menor, en el cabo de Mícale, frente a la isla de Samos. Hasta allí se dirigió la flota griega, y tuvo que desembarcar debido a que los persas se habían posicionado en tierra firme al conocer la llegada del enemigo. Al ver como cada una de sus posiciones iba cayendo en manos griegas, los persas decidieron incendiar sus naves. Finalizaba así la segunda guerra médica (480-479 a. C.), con los griegos triunfantes y los persas retrocediendo.
El fin de la guerra trajo lecturas interesantes. Por un lado, si bien los diferentes estados griegos continuaron independientes unos de otros y enfrentados entre sí, el sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo se reforzó. Por otro, Esparta y Atenas quedaban claramente como las potencias hegemónicas, destacando la primera por su gran fuerza terrestre y la segunda como la potencia naval indiscutible.
El final de la segunda guerra médica dio paso a un período de cincuenta años conocido como Pentecontecia, que abarca desde el año 479 a. C. hasta el 431 a. C., año del comienzo de la guerra del Peloponeso. La batalla de Mícale había supuesto la liberación de las islas de Rodas, Lesbos, Quíos y Samos, así como algunas ciudades del litoral. Sin embargo, la victoria lograda no había sido definitiva. Los persas aún controlaban Tracia y algunas ciudades griegas por lo que podían atacar nuevamente a los griegos con contundencia.
Algunos estados griegos querían proseguir con la lucha hasta que la victoria sobre el enemigo persa fuera definitiva. El regente de Esparta, Pausanias, compartía esta opinión y la puso en práctica. Dirigió la flota aliada contra Chipre, donde expulsó con bastante facilidad a las guarniciones persas. Tras este éxito marchó hacia Bizancio, que sucumbiría rápidamente ante su ofensiva. Atenas, por su parte, creaba la Liga ático-délica (477 a. C.), cuyo objetivo era continuar la guerra contra Persia y la liberación de todos los griegos. En teoría, todos sus miembros eran iguales y tenían los mismos derechos y obligaciones. En la práctica, era Atenas quien mandaba.
La Liga ocupó Bizancio, enclave de suma importancia económica y estratégica. A continuación, llevó una campaña de desalojo de las guarniciones persas en el litoral tracio. Tomaron la ciudad fortificada de Eión y los atenienses decidieron enviar una colonia para asegurar la zona en beneficio propio, pues esta era rica en madera, elemento imprescindible para mantener la poderosa flota ateniense. Como podemos observar, son actuaciones que por un lado expulsaban a los persas y por otro consolidaban las posiciones atenienses en el Egeo. Al seguir acosando a los persas, ningún miembro de la alianza podía quejarse de la actuación de Atenas.
La ambición de Atenas iba en aumento y parecía no tener fin. Además de establecer colonias en zonas estratégicas y de aprovecharse de los recursos de determinadas regiones en beneficio propio, comenzó a esclavizar poblaciones, a obligar a otros estados independientes a ser miembros de la Liga (como pasó con la ciudad de Caristo en el año 472 a. C.) y endureció los mecanismos de control, lo que provocó que algunos aliados comenzaran a desconfiar de ella. Esto, añadido a que, alejada la amenaza de una nueva invasión persa, la Liga perdía parte de su razón de ser, hizo que Naxos tomara la decisión de salirse de ella en el año 470 a. C. Se trataba de una situación totalmente novedosa: por primera vez, uno de sus miembros decidía abandonar la alianza. ¿Cómo reaccionó Atenas? Tomó a la fuerza Naxos, obligándola así a entrar de nuevo en la Liga bajo condiciones más duras y a recibir una colonia ateniense. Se fijaba así la obligatoriedad de permanecer en la Liga y surgía una nueva categoría de miembro: la de los estados sometidos.
La actitud de Atenas provocó el enfado de algunos miembros de la Liga. Para acallar sus críticas y evitar que el tema fuera a mayores, decidió reanudar la ofensiva contra los persas, los cuales habían reunido una nueva y poderosa flota de doscientas naves y amenazaban con atacar las costas de Asia Menor. A su encuentro navegó la flota de la Liga, y se produjo una batalla entre ambas fuerzas en la desembocadura del río Eurimedonte (468 a. C.). El combate acabó en una rotunda victoria griega; lograron así un rico botín (que Atenas se agenció rápidamente) y que nuevos estados decidieran ingresar en la Liga. A pesar de la victoria, Atenas no había conseguido calmar la situación interna de la alianza. Tasos, isla que poseía importantes minas de plata en Tracia, decidía salir de ella. A diferencia de Naxos, Tasos contaba con el apoyo de Esparta, que había prometido invadir el territorio ateniense si Atenas trataba de hacer algún tipo de represalia. Atenas, que no tenía ninguna gana de perder los ingresos que obtenía de Tasos por sus minas, atacó la isla sin contemplaciones. Tasos aguantó valientemente durante dos largos años mientras esperaba en vano una ayuda espartana que jamás llegó. Finalmente, los atenienses tomaron la ciudad. El castigo para Tasos por su «traición» fue muy duro: sus muros fueron derribados, tuvo que entregar su flota, sus minas y pagar una gran indemnización de guerra, ¡Casi nada! Para evitar futuras rebeliones en esta zona de importancia estratégica, Atenas y sus aliados decidieron enviar diez mil colonos para que se asentaran allí.
Empezó la rivalidad, ya clara por ambas partes, entre Esparta y Atenas. Surgieron los recelos y la desconfianza. Atenas buscó abiertamente reforzar su posición en Grecia mediante el establecimiento de alianzas con otras polis (algunas de ellas aliadas de Esparta). Para ello, firmó una alianza con la ciudad de Argos y algunos estados tesalios, así como un pacto con la ciudad de Mégara (de gran valor por la situación estratégica de esta ciudad). Además, enviaron una expedición de ayuda a Egipto para apoyar a los egipcios sublevados contra el poder persa tras la muerte del rey Jerjes. Esta expedición acabará en fracaso y con un altísimo número de bajas entre muertos y prisioneros.
Si el lector pensaba que la Pentecontecia fue un período exento de guerras, siento decirle que se equivocaba. En el año 458 a. C. un ejército espartano llegaba a Grecia central en ayuda de la Dóride, región que en aquellos momentos sufría los ataques de los habitantes de la Fócide. ¿Cuál era el objetivo real de Esparta? Acabar con la influencia ateniense en esta zona de Grecia y conseguir la unión de Beocia en torno a Tebas, aliada de Esparta. Como podréis imaginar, Atenas no podía permitir que esto ocurriera. Convocó a sus aliados y, unidas sus fuerzas, marcharon hacia Beocia a hacer frente a la amenaza espartana. Daba así comienzo la llamada primera guerra sagrada.
Los ejércitos de ambas potencias se vieron las caras en la batalla de Tanagra. Atenas y sus aliados perdieron el choque, por lo que se vieron obligados a replegarse a Atenas. Curiosamente, los espartanos, vencedores del combate, decidieron también replegarse y volver a casa, sin querer sacarle partido a su victoria. Cuando constataron que los espartanos estaban bien lejos, los atenienses decidieron volver a invadir Beocia, y lograron esta vez la victoria en la batalla de Enofita (457 a. C.). Gracias a esta victoria, las regiones de Fócide y Lócride Opuntia decidieron unirse a la Liga, mientras que Beocia quedaba a merced de los intereses atenienses. La ciudad de Egina se vio obligada a capitular sin condiciones y, al igual que Naxos y Tasos, tuvo que derribar las murallas que la defendían, entregar su flota a Atenas y convertirse en miembro forzado de la Liga. Para terminar de redondear el triunfo conseguido, Atenas y sus aliados enviaron su flota a depredar las costas del Peloponeso en todo un alarde de poderío naval.
Los últimos éxitos de Atenas, sin embargo, no podían ocultar una realidad muy contundente para los atenienses: el número de frentes abiertos era tan alto que, si no se reducían, podían llevar a la caída de Atenas. Obligados, por tanto, a frenar la sangría de hombres y dinero, firmaron una tregua (454-453 a. C.) de cinco años con su directa rival Esparta y la paz con el gran enemigo del pueblo griego, el Imperio persa (449 a. C., paz de Calias). Esta última era de gran peligro para Atenas, pues significaba que la Liga perdía su razón de ser: la alianza contra la amenaza persa.
La tregua firmada entre Atenas y Esparta quedó en papel mojado cuando ambas potencias se vieron envueltas en la segunda guerra sagrada (449-447 a. C.). En esta ocasión, Esparta acudía en ayuda de Delfos, territorio invadido por sus vecinos focidios. Al igual que en la anterior, en cuanto los espartanos regresaron a casa, Atenas invadió la zona y repuso a los focidios. Atenas no estaba dispuesta a renunciar a su idea de contar con un área de influencia en Grecia central.
En el invierno de 447 a. C., exiliados beocios y locrios refugiados en Tebas decidieron tomar las ciudades de Queronea y Orcómeno. Atenas respondió a esta agresión recuperando la ciudad de Queronea. Sin embargo, fue derrotada posteriormente en la batalla de Coronea. A estos problemas en Grecia central se añade, en verano del año siguiente, la sublevación de la isla de Eubea. Atenas se ve obligada a enviar fuerzas para acabar con la rebelión, situación que aprovecha Mégara. ¿Casualidad? Para nada. Desde la sombra, Esparta había planeado estas rebeliones. Atenas se vio obligada a evacuar Beocia, mientras sus fuerzas en Mégara eran diezmadas. Por si no tenía bastante, Atenas tuvo que hacer frente a una invasión de su territorio por parte de Esparta, lo que implicó tener que retirar sus tropas de Eubea (si bien posteriormente regresaron y sofocaron la rebelión). Finalmente, decidieron concertar una paz con los espartanos y sus aliados de treinta años de duración (paz de los Treinta Años).
Tras unos años de relativa calma, estalló la famosa guerra del Peloponeso (431–404 a. C.). No fue una guerra continuada, sino que se trató de una serie de acciones bélicas separadas por intervalos de paz. El conflicto surgió por la conjunción de varios motivos previos (el conflicto de Corcira, la cuestión de Potidea, el decreto antimegárico) y la actitud de las dos potencias principales, pues ni Atenas ni Esparta querían la paz.
La acción que prendió la mecha y dio inicio al conflicto fue el intento de toma de la ciudad de Platea por parte de una fuerza tebana. Los platenses reaccionaron rápidamente y acabaron con la amenaza. Atenas decidió enviar un destacamento para proteger a su aliada de futuras incursiones. Tebas era apoyada por Esparta, que con esta decisión daba un paso definitivo hacia la guerra. Los lacedemonios contaban con el ejército terrestre más poderoso de toda la Hélade (se estima que sus fuerzas eran de 40 000 hoplitas más aliados), mientras que Atenas contaba con una flota inigualable (300 naves más las de sus aliados) mejor formación de sus tripulaciones y unos recursos financieros que sus rivales no podían igualar. Las diferentes fortalezas de cada bando iban a definir las estrategias a seguir durante el conflicto. Mientras que Esparta buscó un enfrentamiento en campo abierto donde poder aprovechar su superioridad, Atenas siguió la táctica de guerra de desgaste.
Tras el ataque tebano a Platea, Esparta decidió comenzar las hostilidades asediando el bastión de Énoe, cuya función era proteger a Atenas por el norte. Atenas reaccionó rápidamente y evacuó a los habitantes del Ática. Esparta decidió abandonar el asedio de Énoe y se dirigió a la región de Triasia, rica en cultivos. Allí su acción fue devastadora: arrasaron los campos con el trigo ya maduro y listo para la cosecha y los olivares y viñedos. Esta destrucción sin contemplaciones respondió a un plan claro por parte de Esparta: obligar a Atenas a salir de la ciudad y presentar batalla. Atenas decidió aguantar tras la protección de sus muros, lo que obligó al invasor a retirarse a Beocia. En cuanto el enemigo se hubo marchado y se encontró lo suficientemente lejos para no representar una amenaza directa a la ciudad, Atenas decidió devolver el golpe. Envió una flota de cien barcos que atacó por sorpresa la ciudad de Metane, la cual consiguió resistir. Tras este fracaso, decidieron levar anclas y depredar las costas de la Élide, Acarnania y Cefalenia. La ofensiva siguió su curso y se saquearon diferentes zonas de Tracia, Lócride, Egina y Mégara. A pesar de las evidentes destrucciones llevadas a cabo por ambos bloques, no tuvieron lugar acontecimientos bélicos de importancia ni hubo un desequilibrio a favor de uno de los dos contendientes.
El verano siguiente, cual plaga de langostas, las tropas espartanas regresaron al Ática y reemprendieron su táctica de destrucción de cultivos. Atenas reaccionó igual que el verano anterior y volvió a enviar a su flota a saquear los territorios de la Liga del Peloponeso. Su primer objetivo fue la ciudad de Epidauro que, al igual que la ciudad de Metane, resistió las embestidas de su agresor. Al ver que no tenían éxito, cambiaron de objetivos y saquearon las ciudades costeras de la Argólide y Laconia. Su ímpetu militar se vio frenado cuando apareció la peste en la ciudad de Atenas, que se llevó por delante a muchos efectivos militares.
Grecia al inicio de la guerra del Peloponeso [Figura 2]
En el año 429 a. C. los atenienses lograron la rendición de Potidea. Tras este éxito, trataron de conquistar Espartolo, la capital de la Botiea, pero fracasaron. En ese momento,