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Hijos de la fundación. Homenaje al maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov
Hijos de la fundación. Homenaje al maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov
Hijos de la fundación. Homenaje al maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov
Libro electrónico293 páginas4 horas

Hijos de la fundación. Homenaje al maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov

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Interesante colección de relatos cortos basados en la obra de Isaac Asimov. Cuentos cortos que expanden, exploran o profundizan en los confines del universo creado por Isaac Asimov, en las profundidades del espacio y los planetas por los que se extiende su Imperio Galáctico. Relatos políticos, aventureros, especulativos y, siempre, fascinantes.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento15 abr 2022
ISBN9788726983531
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    Hijos de la fundación. Homenaje al maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov - José R. Montejano

    Hijos de la fundación. Homenaje al maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov

    Copyright © 2020, 2022 Álvaro Sánchez-Elvira, Begoña Pérez Ruiz, Mar Goizueta, José R. Montejano, Salvador Bayarri, Óscar Navas, Pily Barba, Juan Antonio Oliva Ostos, Amparo Montejano, Daniel Arriero, Rubene Guirauta and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726983531

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá hacia lo imposible.

    Arthur C. Clarke

    La ciencia ficción no es algo menor. Y no es solo, ni especialmente, la Enterprise, o Star Wars. Significa experimentar con la imaginación, responder preguntas que no tienen respuesta. Implica cosas muy profundas, que cada viaje es irreversible...

    Ursula K. Le Guin

    Las historias individuales de ciencia ficción pueden parecer tan triviales como siempre para los críticos y filósofos más ciegos de la actualidad, pero el núcleo de la ciencia ficción, su esencia, se ha vuelto crucial para nuestra salvación, si queremos ser salvados.

    Isaac Asimov

    ISAAC ASIMOV

    EL SOÑADOR DE LA TIENDA DE GOLOSINAS

    Resulta sencillísimo, o quizá muy complicado, escribir sobre Isaac Asimov (1920-1992), pues era él el que tenía el don del diálogo y la conversación. No olvidemos la anécdota de que sus estudiantes le vitoreaban al unísono, escuchándose los aplausos en los pasillos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, donde algún que otro hacía la pregunta: «¿Qué está pasando allí?» Y alguien contestaba: «Es Isaac Asimov, que está dando una clase de Bioquímica».

    Y era Asimov el que sabía dar una bienvenida única y desigual ante una nueva compilación de relatos, ya fuera en los volúmenes de Los Premios Hugo, pasando por los recopilatorios Antes de la Edad de Oro y en otras de las múltiples antologías que editó, mayoritariamente, junto a Martin H. Greenberg. Y soy yo, querido lector, el que debe dar la bienvenida a esta antología, llena de imaginación, ilusión y sentido de la maravilla, así que intentaré hacerlo lo mejor posible.

    ¿Qué decir de Isaac Asimov (más de lo que él mismo escribió en sus memorias)? Empezaré diciendo que emigró con su familia a Estados Unidos cuando tan solo contaba con la edad de tres años; aunque, dos años antes tuvo que superar una amenaza letal: él fue uno de los niños (un total de diecisiete) de su pueblo natal (Petróvichi, Rusia), que contrajeron una neumonía crónica. Tan solo él sobrevivió. Después, y tras establecerse en Brooklyn, poco de Rusia quedó en él; es más, nunca llegó a aprender el ruso.

    Siendo niño, y aunque todavía era pronto para vislumbrar en él al brillante escritor y bioquímico que sería, sí destacaba por ser un lector voraz (la cadena de tiendas de dulces y prensa de su familia le daba acceso ilimitado a nuevas lecturas). Tanto le gustaba ahondar en la literatura que soñaba con una profesión infrecuente para la época. Además, padecía de claustrofilia, por lo que amaba los espacios pequeños y reducidos, llegando a imaginarse atendiendo un quiosco en el metro de Nueva York (en el que pasaría los días leyendo con el sonido de fondo de los trenes). Tanta y tan magna era su pasión por aprender y transmitir conocimiento que, desde que publicó por vez primera en 1950 Un guijarro en el cielo, tardó tan solo diecinueve años en llegar a editar más de un centenar de libros; diez años más le llevó el alcanzar los 200; cinco más los 300 y, en sus últimos ocho años de vida, casi llegó a superar la ingente cifra de más de 500 obras editadas. Y es que este norteamericano de adopción consiguió el éxito a través, tanto de la divulgación científica como de sus obras de ciencia ficción, pues él siempre se vio como un escritor de ciencia ficción, al cual, hoy en día, se considera, junto con Arthur C. Clarke y Robert A. Heinlein, uno de los pilares básicos de la edad dorada de la ficción especulativa. Él… el humanista de las grandes patillas; el hombre que nunca aprendió a nadar ni a montar en bicicleta, que dedicaba ocho horas al día, todos los días de la semana, a juntar palabras sobre un teclado. Escribir era lo único que le hacía (totalmente) feliz.

    Asimov sabía que no era de los mejores escritores de ciencia ficción, tanto por su estilo (que se debe en parte a la ferviente admiración por la literatura decimonónica inglesa y por el autor P. G. Wodehouse) como por muchas de sus historias. Sin embargo, él siempre fue honesto con sus lectores, reflejando su pasión por la ficción especulativa, los robots, los viajes temporales y por la ciencia ficción en general. ¿Quién no se ha maravillado con el candor de los robots que sueñan, las aventuras del detective Elijah Baley, la brillantez de la doctora Susan Calvin o los entresijos de Multivac?

    No hay que olvidar que fue, también, quien insufló vida a la gran saga de la Fundación o ciclo de Trántor, que, tal cual él definió: «Es una historia del futuro de la humanidad».

    La Saga de la Fundación comenzó a partir de una serie de relatos que anexionó y que conformaron Fundación (1951), a la que seguirían Fundación e Imperio (1952) y Segunda Fundación (1953): el cierre de una trilogía que sería el punto de unión de catorce libros (en sus últimos años, Asimov decidió conectar sus otras sagas, como la del ciclo de los Robots y la trilogía del Imperio Galáctico) que suponen un viaje de miles de años en la expansión del ser humano por la Vía Láctea. Sin embargo, y a pesar de la ingente labor que desarrolló Isaac Asimov para dejar una historia única y singular como legado a la sociedad, mas, no le quepa duda, querido lector, que, en ellas, alguna laguna existe, pues la creación de un escenario unificado fue algo que Asimov decidió en los años ochenta (no antes), y hasta entonces, tanto la saga de los Robots, como la de la Fundación, eran autónomas entre sí, por lo que reinan múltiples huecos en esta historia futura que podrían rellenarse: los primeros tiempos de la colonización espacial, los años de expansión del Imperio Galáctico…, inclusive, la fundación del Segundo Imperio o la evolución de la Galaxia posterior. No cabe duda de que Asimov pensaba tratar algunos de estos temas en libros posteriores. Él mismo lo afirmaba en la Nota del Autor de Preludio a la Fundación:

    ¿Añadiré más libros? Puede que sí. Hay sitio para uno entre Robots e Imperio y Las Corrientes del Espacio y entre Preludio a la Fundación y Fundación y, por supuesto, también lo hay entre los demás. Luego, puedo continuar Fundación y Tierra con volúmenes adicionales… todos los que quiera.

    Lamentablemente, la muerte se lo impidió. De hecho, en el momento en que esta le sorprendió, estaba trabajando en la redacción de Hacia la Fundación, publicado en España en 1993 por Plaza y Janés, en donde se narra el proceso por el que el psicohistoriador Hari Seldon fue desarrollando sus Fundaciones.

    Así pues, el propósito de esta antología, que se articula como un fixup o metanovela, no es otro que el de narrar leyendas: historias no sucedidas dentro del cosmos que forjó Asimov. Tramas paralelas perdidas en el tiempo. Textos apócrifos (no canónicos) que nos llevan a soñar con esos mundos únicos y singulares que trascurren, quizás, en otra realidad paralela a la del Imperio Galáctico; o bien, es que tan solo son cuentos narrados a los niños del mañana o, simplemente, epopeyas de un futuro no pasado. ¿Quién sabe? ¿Por qué no permitir que fluya el misterio? El concepto: ¿Y sí…? está ahí…, y me reitero, ¿estamos seguros de en qué línea temporal nos encontramos?

    Ya me lo dirán al iniciar su travesía, rumbo a un destino inesperado, en donde nada resulta ser lo que parece: robots calvinistas, crisis políticas, revoluciones (a gran escala), profecías de tiempos oscuros, transmutaciones evolutivas o paradojas espacio-temporales les esperan tras de estas páginas.

    Para terminar, decirte, querido lector, que me embarga un ingente sentimiento de felicidad y emoción, pues este es mi humilde y sentido homenaje a Isaac Asimov… ¡nuestro homenaje! Homenaje del que usted también forma parte al embarcarse en este particular viaje, rumbo a las lejanas estrellas. Gracias, siempre, por todo, Asimov.

    José R. Montejano

    LEYES DE LA ROBÓTICA

    Primera Ley

    Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

    Segunda Ley

    Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley.

    Tercera Ley

    Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

    Ley Cero

    Un robot no debe dañar a la Humanidad ni, por inacción, permitir que esta sufra daño.

    AXIOMAS DE LA PSICOHISTORIA

    Es necesario un gran número de seres humanos para que la humanidad pueda ser tratada estadísticamente como un grupo de individuos interactuando al azar.

    La humanidad no puede conocer los resultados de las conclusiones psicohistóricas antes de que éstas se hayan alcanzado.

    ABREVIATURAS DE TIEMPO

    aD: Anno Domini (Cronología actual)

    EE: Era Espacial (Empieza el año 2237 aD)

    EG: Era Galáctica (Empieza el año 11150 EE)

    EF: Era Fundacional (Empieza el año 12069 EG)

    ¿LA ERA DE LA PRIMERA COLONIZACIÓN?

    (2208 – 4000 aD)

    LA HISTORIA QUE JAMÁS SERÁ CONTADA

    ¹

    SALVADOR BAYARRI

    DORSIANA

    Recorro el laboratorio para comprobar, una y otra vez, los más ínfimos detalles del experimento. Si fracasa esta prueba crucial deberemos esperar a que las baterías se recarguen; siete largos días sin apenas luz y con el filtro de aire al mínimo. Dudo que Santor tenga tanto tiempo.

    Las satisfacciones que me ha deparado la investigación han llegado a costa de una asfixiante soledad, de días y noches eternos aislada en el hangar. La única presencia humana es la de los ancianos profesores que vagan por los pasillos como fantasmas, con la única ocupación de anotar el aumento inexorable de la radiación.

    Ya no me avergüenza reconocer mi arrepentimiento. Debería haber salido de la Tierra en busca de un nuevo mundo, con los demás. Lo intentamos. Mantuvimos la granja en funcionamiento tanto tiempo como fue posible, pero los campos, incluso el invernadero con su arcaico purificador, terminaron siendo tan improductivos como el resto del valle.

    Mis padres me rogaron que los acompañara en la última nave colonia. Insistieron hasta las lágrimas en mi derecho a una nueva vida en la Nebulosa. Pero mi estúpida rebeldía juvenil rechazó la oportunidad. Les grité que no dejaría nuestro hogar. Pensaba que la solución a los problemas de la Tierra no pasaban por una huida cobarde hacia el vacío.

    El profesor Gomes, mi tutor en la universidad, se enfureció al comunicarle que me quedaba en el planeta moribundo.

    —¡Dorsiana! Cuando hablé de los sacrificios para salvar la especie no me refería a esto. —Golpeó su escritorio carcomido—. Eres joven, y lo mejor que puedes hacer por la humanidad es extender su semilla por el espacio. El trabajo aquí es estéril.

    —Extender nuestra semilla según las enseñanzas del gran profeta Elijah Baley —completé con retintín—. ¿Y si a los colonos les pasa lo mismo en otros planetas? También podrían volverse radioactivos. No debemos huir de la Tierra sin averiguar por qué ha sucedido.

    El anciano respondió con una confesión a media voz.

    —Sabemos que el aumento de la radiación basal no es un fenómeno natural. Ha sido provocado.

    —Oh, profesor, no me diga que también cree en esas teorías conspiranoicas.

    Y así conseguí mi laboratorio, un enorme hangar presurizado de bóveda gris y oxidada. Me hacía pensar en los tiempos heroicos del profeta, cuando millones de terrestres se ocultaban bajo la superficie para evitar el exterior.

    La historia avanza en círculo, pienso con desesperanza.

    Los primeros dos años de trabajo fueron infructuosos. Aunque no importaba. El consejo de la universidad tampoco esperaba resultados. Si acaso, deseaban que me rindiera y les liberara de la carga sobre sus conciencias. Pero no abandoné. Me impulsaba un necio sentido del deber, o quizás la simple cabezonería.

    Una tarde, rebuscando en el almacén contiguo, encontré un antiguo compresor de campo, una reliquia de los primeros propulsores relativistas. Se me ocurrió aplicar la distorsión a una muestra de suelo, por si tuviera efecto sobre la descomposición nuclear. Y lo tuvo. Un efecto absolutamente inesperado.

    Me costaba creerlo, incluso tras repetir la demostración ante el profesor Gomes. La reacción del anciano fue contundente. Me hizo prometer que no mencionaría a nadie el resultado y se negó a comentar más el asunto.

    Pensaba ya en desmantelar el distorsionador cuando llegó la llamada, una audioconferencia interplanetaria. Al otro lado de la línea se presentó un hombre que aseguró ser Jor Santor, el magnate del comercio espacial. Según averigüé después, también era el principal donante de la universidad. Adiviné que Gomes le había avisado.

    La voz del magnate era tranquila y amable, un tanto inexpresiva, pero directa al grano. Tras preguntarme por varios detalles técnicos, prometió que me ayudaría a replicar la prueba a una escala mayor. Como miembro destacado del consejo, se encargaría de obtener los suministros y las autorizaciones que necesitara.

    Santor no me mintió. Recibí un distorsionador cien veces más potente, además de un colimador volumétrico traído de las factorías espaciales de Alfa y un contenedor con pesadas baterías de vacío cuántico. Nadie me preguntó sobre los equipos ni visitó el laboratorio para averiguar qué hacía con ellos. Seguí siendo una jovenzuela ignorada por los adultos responsables. Solo el profesor Gomes, llevado por su habitual preocupación paternal, vino a comprobar que todo estaba bien, sin indagar el propósito de mis nuevos juguetes. Santor debía habérselo contado.

    Por fin, tras un año de ansioso trabajo, hoy es el día clave. Rebosantes de energía, las baterías esperan con impaciencia la llegada del señor Santor. Durante meses no he dejado de preguntarme por qué el magnate se interesa por un oscuro experimento. La base de datos solo contiene breves biografías del presidente de la Corporación Santor, panegíricos que glosan sus hazañas comerciales y su habilidad negociadora. Ninguna información sobre su edad, origen o planeta de residencia.

    Ni siquiera una simple fotografía.

    DANEEL

    El vetusto ascensor espacial parece transportarme a una época anterior. Las cenizas han vuelto a adueñarse del paisaje yermo y gris de la Tierra, traídas por la intensificación radioactiva. El mundo originario se muere por nuestra culpa.

    ¿Hicimos lo correcto, Giskard?

    Debo apartar esta duda inútil que me impide concentrarme en lo esencial. La humanidad se está dispersando por la galaxia como un puñado de semillas por el terreno baldío y necesitan ser protegidas hasta que los frutos sobrevivan por sí mismos. Por desgracia, yo soy el único capaz de afrontar la ardua tarea. El hallazgo de la muchacha terrestre podría ser la clave para asegurar el futuro de una manera que jamás había imaginado.

    La decrépita cabina desciende hacia la superficie, zarandeada por los aullidos del viento. Espero que el riesgo valga la pena.

    ¿Por qué tuviste que morir, Giskard?

    No es una verdadera pregunta. Sé que mi compañero llegó a una conclusión lógica y actuó en consecuencia. Aun así, la cuestión persiste, agazapada entre mis cavilaciones. Será porque me sigue pesando no haber hallado antes otra solución.

    DORSIANA

    Tal como acordamos, recojo a Santor en la terminal. Me extraña que no haya preferido un recibimiento oficial, pero al verlo me resulta obvio que viaja de incógnito. Su atuendo es anodino e inapropiado para el calor y la contaminación que abrasan el exterior. Ni siquiera lleva filtro de aire.

    Examino de soslayo el rostro que elude las fotografías, delineado por ángulos firmes y una piel bronceada enmarcada por cabello ambarino. Sus facciones de inmaculada madurez son genéticamente perfectas. Siento un escalofrío. Santor no es un hombre cualquiera. Se trata de un espacial, un miembro de la raza privilegiada que colonizó los primeros sistemas gracias a su avanzada tecnología robótica.

    El mismo profesor Gomes cree los rumores sobre ellos, que fueron los espaciales los que envenenaron nuestro planeta con radiación. Por mi parte, no puedo admitir que ningún ser humano cometa semejante villanía. ¿Con qué motivo? Si querían acabar con la competencia terrestre, su táctica ha fracasado. Nuestras naves se extienden más allá de los dominios de los espaciales mientras su raza perfeccionada avanza hacia el declive.

    Mi aprensión aumenta al atravesar el campus junto a Santor. Quizás sea su silencio, o la indiferencia con la que camina entre edificios agrietados e ignora la brisa infectada de radiación. Adivino una voluntad férrea y peligrosa tras los bonitos ojos. Sin embargo, cuando abro la compuerta de metal del hangar, las pupilas que se vuelven hacia mí están libres de maldad.

    No debo sucumbir al pánico. Santor es un benefactor de la universidad. Jamás nos haría daño.

    DANEEL

    Tras calmar la ansiedad de Dorsiana, consigo que me describa los principios del aparato y las soluciones que ha improvisado para cumplir con las especificaciones. Como había anticipado, la joven es metódica, inteligente y apasionada.

    —Entonces, ¿está listo? —respondo.

    —Por supuesto, señor Santor. Le esperaba para la prueba final. He calibrado la máquina utilizando pequeñas piezas —señala los fragmentos desperdigados sobre una mesa de trabajo.

    —¿Cómo afecta el peso y la composición de las muestras?

    —El contenido no influye en la energía requerida. El único límite es el tamaño, que debe ser menor que la cápsula. —Sonríe con timidez—. Cualquier cosa que coloquemos en el interior resultará desplazada, incluso el aire.

    Conozco las respuestas, pero necesito comprobar cómo Dorsiana las construye. Es así como aprendo a leer las mentes individuales, examinando los procesos que siguen a una entrada bien definida, tal como me enseñó Giskard.

    —¿Qué sucede cuando llega al destino? —continúo con el interrogatorio.

    Dorsiana muestra un deformado armazón metálico.

    —La burbuja crece desde el centro, forzando cualquier barrera que se le oponga.

    La muchacha duda. Teme revelarme una debilidad y disimula aligerando su tono.

    —Solo hay que tener cuidado con la traslación. Se acopla al campo gravitatorio terrestre, pero un error de calibración lanzaría la cápsula a kilómetros de distancia, dejando un enorme agujero por el camino.

    Sus mejillas forman hoyuelos triangulares al sonreír. La diversidad humana me sigue sorprendiendo; sus peculiares expresiones, las variaciones producidas por la genética, el desarrollo y la experiencia. Es un tesoro de valor inconmensurable.

    —Bien —retomo mis prioridades—. Si la prueba está lista, no veo motivo para retrasarla.

    Tengo curiosidad, desde luego. Si el resultado es positivo, las implicaciones serán formidables.

    Observo las emociones de la muchacha, delineadas en su mente. Su temor ha vuelto a aumentar. Está preocupada por mi reacción en caso de que falle el experimento. Trato de aliviar su inquietud estimulando con suavidad los centros neuronales.

    Más calmada, se dirige al panel de control.

    —¿Qué desplazamiento debo programar, señor Santor? —Diez minutos, por favor.

    —Bien. Está dentro del margen de seguridad.

    Manipula los controles con destreza.

    —¿Qué objeto desea insertar? Tengo muestras de diferentes tamaños y materiales, incluso un bloque de madera bien conservada.

    —Me introduciré yo mismo, gracias.

    Parpadea. Piensa que estoy bromeando. Luego, el miedo se abre camino por sus cuerpos amigdaloides, en la profundidad de los lóbulos temporales.

    —No puede hacer eso. Los seres vivos sufren daños moleculares que…

    Adivino que va a sorprenderse.

    —Mis microestructuras son mayores, menos delicadas que las moléculas biológicas. Por tanto, la amplificación de las fluctuaciones cuánticas no me afectará. En sentido estricto, no estoy vivo.

    DORSIANA

    La revelación me deja perpleja. Mi visitante no pertenece a la mermada raza de los espaciales, sino que se trata de uno de sus robots humanoides. Mi padre contaba historias sobre seres mecánicos que trabajaban en las colonias, pero nunca imaginé que una imitación de la apariencia humana fuera tan realista. Ahora me explico la calma imperturbable del visitante y los calculados movimientos de su cuerpo.

    ¿Qué hace aquí un androide? Sin duda lo envían sus amos, los espaciales. Han suplantado la personalidad de Santor para sabotearnos. Los rumores deben ser ciertos. Fueron ellos los que envenenaron la Tierra y ahora pretenden… ¿qué? ¿Aniquilar los restos del planeta?

    —Mi objetivo no es destruir, Dorsiana. Al contrario.

    Los ojos avellana me leen el pensamiento. El robot responde a las preguntas que no he formulado.

    —De hecho, yo también soy terrestre —añade—. Fui construido en este mundo.

    DANEEL

    Falsear información perturba mis procesos mentales. No me resulta fácil mentir a una persona, salvo por imperativo de una de las Leyes. Giskard, mi añorado compañero, encontró una alternativa: estimular el cerebro humano para modificar sus pensamientos. Sin embargo, no es fácil forzar una idea. Trato de hacerlo solo cuando es necesario. En este momento tengo que completar la prueba. Más adelante, me bastará con emborronar la memoria reciente de Dorsiana para que olvide lo sucedido.

    Poco a poco, con palabras y ligeros impulsos aplicados al sistema límbico, consigo que la muchacha supere el choque. No quiero dejarla en estado catatónico. Debe ser ella quien active el instrumento.

    La cápsula del distorsionador se abre a pocos pasos de mí. El contador sigue en marcha.

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