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Evangelismo de Oración
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Libro electrónico267 páginas6 horas

Evangelismo de Oración

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En Evangelismo de oración, Edgardo Silvoso diseña un plan de acción práctico (que ha sido comprobado a través de estrategias y tácticas de la vida cotidiana) que muestra como se puede cambiar el clima espiritual de una ciudad. Para una congregación dinámica como lo era la Iglesia que nació en la cale, en el libro de Hec

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 mar 2022
ISBN9781792369650
Evangelismo de Oración

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    Evangelismo de Oración - Edgardo Silvoso

    CAPÍTULO 1

    LO QUE EL DIABLO NO QUIERE QUE SEPAMOS

    Puede que estemos caídos, pero Satanás también está postrado. El primero que se levante será el que gane la ciudad.

    Si tenemos un llamado para alcanzar ciudades, es probable que estemos familiarizados con el desánimo. Muchas de las personas que trabajan en esta área de ministerio han experimentado su fuerte embate. Probablemente hayamos sentido, aunque sea por un fugaz instante, las dudas punzantes gritándonos sin misericordia que estamos persiguiendo un sueño imposible, una visión poco realista. Hemos sido derribados, y quizás temamos permanecer así hasta que termine el conteo. Si ésta es nuestra situación, tengo buenas noticias: Hay esperanza.

    He participado de programas para alcanzar ciudades desde 1990, año en el que nuestro ministerio, Evangelismo de Cosecha, puso en marcha el primer proyecto en la ciudad de Resistencia, Argentina. Nuestros esfuerzos fueron fructíferos y en 1994, Regal Books publicó That None Should Perish [Que ninguno perezca], un libro en el que describí los principios bíblicos sobre los que se basaba el Plan Resistencia. En esa obra también introduje el evangelismo de oración como un poderoso vehículo para alcanzar ciudades.

    Pronto nos encontramos metidos en más de cien ciudades en cinco continentes, organizando programas para alcanzar ciudades a la manera de Resistencia. No nos podría haber ido mejor. Las personas eran salvas, las vidas cambiadas, y ciudades enteras estaban siendo transformadas.

    No obstante, para marzo de 1999 nos encontrábamos abrumados por los tremendos desafíos, casi al punto de la desesperación. Nuestro equipo había promovido nuevos conceptos, conquistado nuevo territorio y organizado irrupciones sin precedentes en ciudades de todo el mundo; pero la intensidad de estos esfuerzos tenía su costo y nos había expuesto a ataques espirituales, así que yo estaba sintiendo las consecuencias.

    En un momento de autocompasión poco saludable comencé a decirle al Señor lo mal herido que me encontraba, cuanto habían sufrido nuestra familia y nuestro equipo, qué duros habían sido los golpes y lo poco que habíamos logrado con nuestra inversión. La respuesta del Señor me sacudió: Ed, ¡deberías ver al otro tipo! Él es el que se ve realmente mal. ¡Tú estás en el equipo ganador! Si crees que te ves lastimoso, imagínate lo mal que está el perdedor.

    En ese momento me vino a la mente una escena de la película Rocky II, que tiene lugar hacia el final de una culminante pelea por el título. Rocky Balboa y Apollo Creed han luchado hasta el punto de agotamiento total. Ambos están caídos, echados sobre la lona, y el árbitro ha comenzado con la cuenta regresiva. El manager de Rocky, el viejo malhumorado Mickey, grita con desesperación en los aturdidos oídos de Rocky, ¡Levántate, desgraciado! ¡Levántate! Y continúa dando alaridos hasta que Rocky, con evidente dolor y gran dificultad, comienza a ponerse de pie mientras continúa el conteo. Bajo los implacables embates verbales de Mickey, Rocky sigue navegando las olas de la extenuación en un mar de sufrimiento. Y cuando el referí dice, … 9… 10. ¡Fuera! Rocky es el que está parado y Apollo el que continúa abatido en el suelo. Nuestro héroe se mantiene de pie por solo un breve momento, pero lo suficiente como para que se lo declare ganador y el nuevo campeón.

    Al reflexionar sobre esta dramática escena, sentí que el Señor me decía, ¡Levántate y reclama el premio! Estás caído pero también lo está el diablo. Él no quiere que lo sepas, pero está totalmente extenuado después de tan tremenda lucha. No tiene más fuerzas, y es por eso que se empeña tanto en mantenerte enfocado en tus heridas. Ambos están caídos; pero el primero en levantarse y reclamar el premio ganará. ¡Bendito, levántate!

    Esta experiencia me permitió comprender una dinámica poderosa con respecto a las pruebas: Las pruebas requieren de dos partes ferozmente opuestas para que se desarrolle una presión dolorosa. La presión, como una pinza, necesita dos puntos de apoyo para funcionar. Nosotros somos uno de esos puntos; el diablo es el otro. Sin embargo, en medio de estas luchas, tendemos a enfocarnos exclusivamente en el daño que nos ha provocado a nosotros o a nuestros seres queridos. Rara vez, a veces nunca, nos damos cuenta de lo que esta prueba le ha hecho al adversario. Consideremos como la mayoría de los cristianos analizan la tribulación de Job. Nos concentramos casi exclusivamente en lo que Job perdió y en la intensidad de su sufrimiento, y dejamos de ver el punto principal de este drama épico: El diablo perdió de manera contundente ante un simple ser humano. Satanás terminó desacreditado y humillado ante sus propios demonios. Aquello que el diablo más valora, su orgullo, yacía hecho añicos a los pies de Job.

    Animémonos porque aunque suframos, siempre terminaremos más fuertes que el diablo. Esto también es verdad con respecto al lugar en el que nos encontramos hoy en el movimiento para alcanzar ciudades luego de una década de intensa lucha. Hemos realizado tremendos avances, y realmente han habido irrupciones sin precedentes. Es verdad, el progreso ha tenido su costo. Y Satanás quiere que nos enfoquemos en lo caro que ha sido para nosotros ¡para que no veamos cuál ha sido el costo para él! El diablo sabe que si estamos desanimados y preocupados por nuestras heridas, dejaremos de comprender lo cerca que estamos de ver el mayor derramamiento del Espíritu de Dios sobre las ciudades de este mundo que jamás se haya visto. El plan del diablo es mantenernos enfocados en nuestro dolor en vez de en el suyo.

    El premio está al alcance

    ¿Por qué luchamos tanto contra el diablo? Porque él es el que ciega a los perdidos para que no perciban la verdad del evangelio.

    El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo (2 Corintios 4:4).

    Sí, luchamos contra el enemigo en otras áreas, pero ninguna de ellas es tan significativa. Satanás no puede arrancarnos de la mano del Salvador, de modo que nuestra salvación está asegurada (véase Juan 10:28). Aquello que el diablo pensó para mal, Dios lo utiliza para bien, de manera que el desenlace de nuestras pruebas y tribulaciones con seguridad será positivo (véanse Génesis 50:20, Romanos 8:28). Aun en las áreas en las que hemos pecado voluntariamente, el Espíritu Santo trabaja activamente, trayéndonos al arrepentimiento; y cuando nos arrepentimos, la sangre de Jesús borra con su gracia las marcas del pecado (véase 1 Pedro 1:2). En ninguno de estos frentes (salvación, tribulaciones y santificación) el diablo puede dañar a los seguidores de Cristo. De manera que el principal propósito de nuestras luchas contra el diablo es abrir los ojos de los perdidos al evangelio:

    Te envío a éstos para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios

    (Hechos 26:17-18, NVI).

    Esta es la única lucha en la que el diablo tiene oportunidad de presentar pelea. De modo que cuando me refiera al diablo en este libro, será generalmente en el contexto de su oposición al cumplimiento de la Gran Comisión. No creo que haya demonios detrás de cada arbusto ni parados en cada esquina, pero sí creo que la Biblia enseña que existen fuerzas de maldad y poderes que gobiernan sobre las tinieblas en nuestras ciudades. Estas son las fortalezas que mencionaremos aquí, porque ésta es una lucha que requiere que empleemos una herramienta poderosa como el evangelismo de oración.

    Ya ha pasado una década desde que comenzamos a enseñar y aplicar los principios del evangelismo de oración en los programas para alcanzar ciudades. Durante ese tiempo vimos algunas ciudades alcanzadas para Cristo y el clima espiritual de ellas ha cambiado, al menos durante un tiempo. También hemos sido testigos de cómo muchas ciudades comenzaron a vivir el mismo proceso. Esta es una excelente noticia. Pero aún no hemos visto un fluir continuo de ciudades transformadas, y esta realidad nos duele. Cuando el diablo nos provoca con estadísticas, generalmente en nuestros momentos de vulnerabilidad, nos vemos tentados a lanzarnos al pozo de la autocompasión. Si ésta es la situación en la que nos encontramos, si nuestra ciudad no ha sido alcanzada para Cristo, ¡no saltemos! Hay esperanza, mucha esperanza, como iremos viendo en este libro.

    Están ocurriendo cambios poderosos en la iglesia y en nuestras ciudades, transformaciones que van más allá de lo que hubiéramos imaginado unos años atrás. Estas modificaciones no son superficiales sino que son cambios de paradigmas. Cuando se los analiza uno a uno, los cambios pueden parecer insignificantes, pero si los consideramos como piezas de un rompecabezas que rápidamente se va armando, las implicancias revolucionarias aparecen con claridad: La iglesia puede cambiar el clima espiritual de una ciudad. Este redescubrimiento de principios bíblicos para alcanzar regiones enteras puede encender los programas para alcanzar ciudades, llevándolos hacia adelante y hacia arriba de una forma emocionante y nueva. Y mientras aprendemos cómo transformar la atmósfera espiritual sobre una región, el clima acogedor y de ánimo que caracteriza a las cumbres de oración y reuniones de intercesión de muchos pastores puede llegar a extenderse a través de nuestras ciudades.

    La transformación de las ciudades ya no es más un anhelo distante, sino más bien una realidad que se aproxima rápidamente y puede ser la nuestra una vez que nos apropiemos de los principios bíblicos correspondientes y los pongamos en acción. El centro de esta esperanza se encuentra en una serie de cambios de paradigmas que han comenzado a acontecer dentro de la iglesia en estos últimos años, y algunos otros que están por ocurrir.

    Un paradigma es una grilla conceptual a través de la que se percibe la realidad. Un cambio de paradigma es un cambio en ese esquema que nos permite ver la realidad de una manera diferente, más eficaz. Los cambios de paradigma son las bisagras sobre las que se abren las puertas a los descubrimientos y avances científicos. Por ejemplo, por miles de años el ser humano intentó volar sin éxito. Nuestros ancestros exploraron todas las maneras imaginables de lograr que el cuerpo humano volara como los pájaros en el aire. Leonardo da Vinci utilizó pegamento para cubrirse el cuerpo de plumas y, posicionado sobre el pasamanos del balcón en un segundo piso, aleteó enérgicamente con los brazos en un intento de despegar, y finalmente fracasó. Nada funcionó hasta que Wilbur y Orville Wright tuvieron un cambio de paradigma: Descubrieron que la clave para volar se encontraba en la forma del ala. Los hermanos Wright hallaron que el aire que fluye sobre un ala que presenta una parte inferior plana y una parte superior curvada es capaz de crear la dinámica física necesaria para levantar un vehículo desde el piso. Una vez que los hermanos Wright percibieron la realidad de una manera diferente, las personas pudieron comenzar a volar, y lo imposible se hizo posible.

    Un cambio de paradigma también representa una transición irreversible en el pensamiento. Es como el rompimiento del hielo sobre un lago al comienzo de la primavera, una vez que ocurre, por minúscula que sea la rajadura, el hielo nunca recobrará su vieja forma sino que continuará resquebrajándose y rompiéndose hasta alcanzar su nuevo estado (agua). Es por esto que los cambios de paradigma que describo en este libro resultan tan significativos. La iglesia, que ya está siendo afectada por ellos, nunca será la misma. Por cierto, algunos de los nuevos paradigmas todavía no son totalmente visibles dado que se encuentran en sus etapas iniciales; pero, como aquella primera rajadura en el hielo, son irreversibles e irán haciéndose más notables. En los siguientes capítulos, identificaré y definiré diecisiete diferentes cambios de paradigmas. Algunos ya han comenzado a modificar el panorama de la iglesia y de nuestras ciudades, otros se encuentran en el horizonte. La mayoría de estos paradigmas ya han sido abrazados y apropiados por individuos dentro de la iglesia en diferentes momentos de la historia. Lo que hoy es nuevo, sin embargo, es que estos paradigmas rápidamente se están convirtiendo en la corriente de vida de la iglesia y silenciosamente le están cambiando su curso. Lo que estoy describiendo es algo así como el comienzo de la pubertad. Cuando nuestros cerebros liberaron hormonas hacia nuestras corrientes sanguíneas pueriles por primera vez, no lo sabíamos, ni tampoco entendíamos lo que estaba aconteciendo; no obstante estábamos siendo transformados. La voz, el vello, la piel, las emociones, la manera de relacionarnos con el sexo opuesto, todo se modificó drásticamente. Algo parecido a esto le está ocurriendo a la iglesia hoy. La iglesia que se está levantando como resultado del nuevo paradigma es más fuerte, más sana, más poderosa y es capaz de transformar a nuestras ciudades para Cristo a través de un cambio de clima espiritual. De esto trata este libro. Oro fervientemente para que a medida que leamos, recibamos ánimo y fortaleza, y seamos equipados para llevar el evangelio a nuestro barrio, a nuestra ciudad, a nuestra nación y más allá todavía.

    La iglesia que se está levantando como resultado del nuevo paradigma es más fuerte, más sana, más poderosa y es capaz de transformar a nuestras ciudades para Cristo a través de un cambio de clima espiritual.

    Como el manager de Rocky, yo te digo: ¡Levántate soldado bendito! ¡Levántate! Puede que estés caído, pero Satanás también está postrado, y el primero en levantarse ganará ciudades. Levántate y reclama el premio. ¡Tu ciudad está esperando ser alcanzada!

    Cambios de paradigma y los actos proféticos

    Encontramos actos proféticos a través de toda la Biblia. Dios le indicó a Jeremías que se dirigiese a la casa del alfarero para que viera una vasija rota y vuelta a formar para enseñarle cómo Dios cambia lo natural a través de lo sobrenatural (véase Jeremías18:1-10). En otra ocasión se ató una piedra a un libro de profecías para echarlo al río Éufrates como ilustración del inminente juicio de Dios contra Babilonia (véase Jeremías 51:60-64).

    La institución de la Cena del Señor también fue un acto profético. Jesús partió el pan y bendijo la copa como símbolo no tan solo de su inminente muerte sino también de la resurrección que fluiría de ella. En lo natural, la traición (por parte de Judas), el alejamiento (por parte de los discípulos) y el abandono (por parte de Dios) fueron factores preponderantes de la muerte de Cristo en la cruz. Sin embargo, a través de este acto profético, Jesús construyó un puente de fe hacia una nueva realidad de redención y reconciliación. Los actos proféti-cos son importantes y poderosos agentes de cambio.

    Generalmente, en su primera etapa, un cambio de paradigma se insinúa a través de un acto profético. Y para comprender los cambios de paradigma acabadamente, necesitamos comprender su inicio en los actos proféticos. Un acto profético es reproducir en un microcosmos una verdad que no es evidente en el correspondiente macrocosmos. Es una parábola viviente en la que los participantes abrazan y representan una verdad que se niega o que recibe oposición en el contexto más grande. Por ejemplo, cuando un grupo de pastores blancos humildemente lavan los pies de pastores de otras razas y ruegan su perdón por el horrible pecado del racismo, esa acción constituye un acto profético. Este gesto en sí mismo es demasiado pequeño como para sanar el flagelo del racismo; pero constituye un hecho representativo lo suficientemente poderoso como para lanzar o facilitar el proceso de sanidad que finalmente llegue a erradicar el racismo. Se nos instruye a no menospreciar los pequeños comienzos (véa-se Zacarías 4:10). Los pequeños comienzos, como el arroyito que al final se une a otros para formar el imponente río Amazonas en Sudamérica, tienen un potencial intrínseco para expandirse exponencialmente. Un cambio de paradigma, pequeño al comienzo cuando se presenta por medio de un acto profético, nunca es irrelevante. Es incalculable cómo un casi imperceptible cambio de paradigma puede transformar todo lo que nos rodea. Esto es lo que sucedió en mi ciudad natal en 1997.

    Yo nací y crecí en la ciudad de San Nicolás, Argentina. De adolescente, me sentaba a la orilla del río Paraná los jueves al atardecer para conversar con Dios acerca del avivamiento. Durante los años ‘60 y ‘70 mi ciudad se convirtió en un faro de esperanza mientras la iglesia y sus muchas congregaciones crecían e infiltraban los estratos sociales de la ciudad con la luz del evangelio. Muchísimas vidas eran cambiadas. En los barrios surgieron nuevos edificios de iglesias. Una nueva tanda de pastores se unió a los antiguos para cuidar del creciente número de nuevos convertidos, ¡hasta que sucedió algo que resultaba intrigante al principio pero fue catastrófico al final!

    Una entidad espiritual que se disfrazó de María, la madre terrenal de nuestro Salvador, se le apareció a una humilde mujer del lugar. La aparición conocida como la Reina del Cielo tomó la forma de una virgen llorando y surgían lágrimas en el rostro de mármol de una estatua de María. Ese fue el comienzo del fluir de multitud de peregrinos a San Nicolás, y pronto se había construido un santuario. Desafortunadamente, mientras florecía este nuevo culto, la ciudad se marchitaba. Grandes industrias debieron cerrar. El comercio se paralizó. Se incrementó el crimen hasta superar la capacidad de control de la policía. Ocurrieron desagradables divisiones dentro de las iglesias. Pastores fallecieron prematuramente, la supervisión pastoral de la ciudad se hizo inexistente, y el clima espiritual comenzó a ser hostil. Nuestra ciudad que brillaba en lo alto, por decirlo espiritualmente, se desmoronó convirtiéndose en un valle de desesperación; el oasis espiritual se convirtió en desierto.

    Sin embargo, el 21 de julio de 1997 todo esto comenzó a cambiar a través de un acto profético. Nuestro equipo de Evangelismo de Cosecha, juntamente con 360 delegados de los cinco continentes, nos reunimos con los pastores y ancianos de la iglesia en San Nicolás en las siete puertas de la ciudad para realizar un acto profético que constaba de tres partes.

    En primer lugar, nos arrepentimos públicamente por el pecado dentro de la iglesia, que a su vez había permitido el ingreso del catastrófico pecado a la ciudad. El Dr. Charles H. Kraft escribe que los demonios son como las ratas que infestan una casa porque son atraídos por la basura espiritual que existe en el interior. Si tenemos problemas con las ratas, no culpemos a las ratas. Es nuestra basura. Quitemos la basura y las ratas se irán a otra parte. Los pastores de San Nicolás asumieron la responsabilidad total, porque ahora comprendían que cada problema grande dentro de la ciudad (macrocosmos) es siempre una expresión magnificada de los problemas no resueltos dentro de la iglesia (microcosmos). Las tinieblas solo pueden prosperar en ausencia de la luz.

    En segundo lugar, en las puertas de la ciudad declaramos en oración unida que la ciudad de San Nicolás pertenecía a Dios. Luego los pastores clavaron estacas inscriptas con promesas bíblicas en la tierra en cada una de las puertas. Se turnaron con el martillo, y acompañaban cada golpe con una expresión profética. Se dijeron audiblemente y en fe declaraciones tales como: San Nicolás es una ciudad de victoria y no de derrota y Jesús es el Señor de la ciudad, no la Reina del Cielo.

    En tercer lugar, se leyó una proclamación que establecía que San Nicolás pertenecía al Señor que compró la ciudad con su sangre y que era el que la guardaba con su gracia. La proclamación se transmitió por toda la ciudad a través de la radio.

    Este ejercicio fue seguido de reuniones unidas de las iglesias al día siguiente y de tres transmisiones radiales por las noches, desde el lunes hasta el miércoles. Las transmisiones tenían por anfitriones a los pastores que representaban la composición denominacional de la iglesia en la ciudad. Estas transmisiones permitían que los creyentes en toda la ciudad pudieran hacer tres cosas: (1) dedicar sus hogares como faros de oración el día lunes; (2) hacer limpieza espiritual de sus hogares el día martes; y (3) hacer una caminata de oración por sus barrios el día miércoles. Al final de estos tres días, había faros de oración en cada barrio, y se había orado por la ciudad entera. Muchos llegaron a conocer al Señor en una feria de oración que se realizó el siguiente sábado, y la semana culminó con una poderosa y conmovedora reunión de Santa Cena unificada el día domingo.

    ¿Los resultados? Esa semana el nivel de crimen se redujo muy notablemente. En verdad, no se reportó ni un solo crimen grave. Aquellos pastores que habían sido partícipes de las divisiones se arrepintieron públicamente e hicieron restitución a los que habían agraviado. Los medios abrieron sus puertas a la iglesia. Funcionarios de gobierno pidieron oración por asuntos personales y solicitaron que se realizaran reuniones de oración en los edificios de gobierno. Y lo mejor de todo, los pródigos volvieron a Cristo, y los que no creían pedían ser guiados al Señor. En tan solo una semana, el clima espiritual de una ciudad había cambiado dramáticamente.

    Pero esto no terminó allí. Muchos de los 360 delegados que nos visitaban regresaron a sus países de origen en los cinco continentes y realizaron

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