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La democracia de las emociones
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La democracia de las emociones
Libro electrónico438 páginas7 horas

La democracia de las emociones

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Tras el éxito de sus dos magníficos libros anteriores, Rousseau no usa bitcoins y Por fin me comprendo, Alfredo Sanfeliz, el "Harari español", vuelve a sacudirnos con un gran ensayo sociológico acerca de las paradojas y absurdas creencias que se dan en torno al funcionamiento de nuestra sociedad, poco visibles pero que de hecho condicionan nuestro desarrollo, convivencia y bienestar.
Nos encontramos anclados en mentalidades que no conciben una sociedad con formas diferentes de rentabilidad o con sistemas de motivación no basados en el dinero tal y como hoy funciona este. Pero tales aspectos deben ceder espacio en favor de la búsqueda de un verdadero bienestar emocional, humano y espiritual. Y esto no es algo que vaya a ocurrir, sino que ya está ocurriendo.
IdiomaEspañol
EditorialKolima Books
Fecha de lanzamiento7 mar 2022
ISBN9788418811609
La democracia de las emociones

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    La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita

    PRIMERA PARTE

    Una sociedad cegada y secuestrada por sus caducos paradigmas

    Permítame el lector que comience con una mini fábula que ilustra bien fenómenos de ceguera y secuestro similares a los que se dan en nuestra sociedad.

    La fábula de los airis

    Un mundo peleado por el oxígeno

    Había una vez, hace muchos muchos años, una gran colonia humana que poblaba y dominaba el norte del planeta Tierra en la llamada Tierra del Aire. Ocupaba todo el espacio del hemisferio norte pues el sur estaba ocupado por una enorme laguna. Los miembros de esta colonia, llamados airis, vivían en la abundancia de una naturaleza que resultaba más que suficiente para satisfacer sus necesidades. Gozaban de una vida plena con un buen equilibrio entre el trabajo necesario para cubrir sus necesidades biológicas y el cuidado de su dimensión lúdica, social y espiritual.

    La desgracia invadió la colonia con la llegada de un gran meteorito, que al caer sobre la Tierra desencadenó unos nefastos fenómenos ambientales que transformaron el aire de la atmósfera haciéndolo irrespirable. Solo algunas nubes y corrientes de aire respirable permanecieron en la Tierra, lo que permitió que una parte de los airis pudiera sobrevivir. Repentinamente la vida se había complicado y resultaba muy difícil vivir, lo que despertó agresivas conductas y peleas entre los pobladores para ocupar y aprovechar esas corrientes y nubes de aire respirable. Ante la escasez e importancia de ese aire empezaron a referirse a él como AR, convirtiéndose en el bien más preciado y en el centro y foco de atención e interés de todos los pobladores.

    La carencia de AR despertó la inquietud e iniciativa ciudadanas y la creatividad para encontrar formas para sobrevivir y asegurarse el AR. Comenzó a desarrollarse el ingenio para encerrar las nubes de AR en redes y para captar y envasar las corrientes de AR, que con ahínco se buscaban por la atmósfera. Y, para vivir, los airis crearon trajes-escafandra con depósitos para llevar AR y poder salir con normalidad al aire libre. Con el paso del tiempo habían creado grandes depósitos y acumulaciones de AR, así como una red y mecanismos para transporte y uso del aire, lo que permitió comerciar con él. Algunos empresarios acumulaban grandes cantidades de AR mientras otros carecían de él y su carencia llegó a causarles enfermedad o incluso la muerte.

    Ante la importancia del AR como bien vital, gradualmente se implantaron las «Unidades de Aire Respirable» o AER€OS como moneda de cambio para el tráfico de otros bienes y servicios que la comunidad producía. Con el tiempo, los precios de los intercambios en la sociedad se acabaron fijando en AER€OS. Y, tratándose de un bien vital para la supervivencia de los airis, la captación, gestión, el uso, almacenamiento y explotación de los negocios relativos al AR fueron objeto de regulación y quedaron sujetos a concesión. Había nacido la primera actividad económica regulada supervisada por el «Banco de AER€OS de la Tierra del Aire». Poco a poco, y sin nadie darse cuenta, el mundo se iba impregnando de concepciones y sistemas de funcionamiento basados en el uso de AER€OS. Los sueldos de los airis y los precios de las cosas se fijaban en AER€OS, que se convirtieron en las unidades de referencia y el lenguaje para la presupuestación y planificación de actividades.

    Muchos siglos después de la catástrofe del meteorito, la sociedad había alcanzado gran desarrollo y prosperidad, a la vez que existían importantes excedentes de AR. Los laboratorios iban innovando con tratamientos que desarrollaban los pulmones de los airis para permitirles cierta tolerancia a respirar el aire que antes resultaba totalmente tóxico. Con ello y con el paso de los siglos el aire se fue haciendo gradualmente respirable para más y más airis hasta convertirse en un bien abundante y naturalmente accesible para todos.

    El mundo ya tenía excedente de AR, que ya era accesible a cualquier ciudadano con normalidad. No obstante, para respirar al aire libre fuera de las viviendas y centros de trabajo era imprescindible contar con los «permisos de respiración» concedidos por las empresas concesionarias explotadoras de AR.

    Con ello y con el paso del tiempo, en todas las instituciones de la sociedad, el intercambio mercantil, la fijación de precios y la concepción del funcionamiento del mundo se encontraban anclados en el sistema de AER€OS. Al igual que ocurre hoy con los recursos naturales como el agua, la pesca, las minas e incluso el viento y el sol, cuyo uso y explotación se encuentran sujetos a concesión, nadie podía explotar el AR ni respirarlo libremente de la atmósfera sin contar con la correspondiente concesión. Solo dentro de las viviendas de cada uno el uso o respiración del aire era libre.

    Así, las concesiones y la gestión de los AER€OS se fueron concentrando en manos de poderosos y la acumulación de AER€OS se fue convirtiendo en el «leit motiv» para muchos airis. que veían en el incremento de sus cuentas corrientes de AER€OS una fuente de seguridad, reconocimiento, estatus y poder. Sin darse cuenta, la colonia de airis había creado todo un sistema socioeconómico basado en la ficción y la regulación, que, paradójicamente, se había convertido en la gasolina para su propio funcionamiento.

    Las dinámicas de sostenimiento de la actividad social y de creación de riqueza basadas y medidas en el complejo sistema de AER€OS y su correspondiente contabilidad provocaron el nacimiento de una nueva clase social gestora de los AER€OS. En paralelo surgía también un descontento derivado de las diferencias y de la frustración de observar que, siendo un bien excedente, su uso se encontraba regulado y limitado. Muchos airis con pocos recursos no podían apenas salir de sus casas pues no tenían AER€OS para comprar su derecho a respirar el aire de la calle. Estas limitaciones, además de mucha insatisfacción social, generaban un freno al desarrollo de otras actividades creadoras de riqueza y de bienes y servicios verdaderamente disfrutables. Los AER€OS en su momento habían sido verdaderamente valiosos por permitir respirar, y propiciar el desarrollo de un sistema motivador para encontrar soluciones que permitieran a más y más personas sobrevivir tras la caída del gran meteorito. Pero recuperada la respirabilidad del aire, su permanencia como moneda de cambio con todo el sistema regulatorio financiero e intereses creados en torno a ellos se convirtió en una verdadera lacra. La regulación modulaba todo el sistema de las relaciones sociales y económicas dentro de la comunidad, pero se había convertido en un freno para la mejora del bienestar social, que ya no dependía del AR.

    A pesar de que el AR era accesible a todos y excedentario, el mundo de los airis ya no era capaz de darse cuenta de ello y no podía concebir su funcionamiento sin AER€OS. Los ciudadanos no eran capaces de observar la estúpida espiral a la que la sociedad se encontraba sometida y tanto los más establecidos en el poder como los empresarios se resistían a verlo y al cambio por su natural lógica de protección de sus privilegiados intereses construidos sobre el sistema de AER€OS. No eran capaces de hacerse conscientes de ello al estar anclados en arraigadas visiones que preservaban sus privilegios.

    Las diferencias, insatisfacciones y fricciones en la sociedad fueron agravándose, provocando más y más malestar, y frenando una feliz evolución y desarrollo de la sociedad para encajarse felizmente en el nivel de desarrollo alcanzado. La sociedad estaba distraída en luchas internas derivadas del reparto de AER€OS excedentarios, lo que provocaba grandes limitaciones para enfrentarse a los nuevos retos, dificultades y amenazas que la evolución y el desarrollo social alcanzado habían traído a la sociedad. Los AER€OS y su sistema de administración, que a lo largo de siglos había sido fundamental para desarrollar tecnología y mecanismos que permitieran respirar a más y más personas, comenzaron a ser el gran lastre para una satisfactoria evolución de la sociedad adaptada a los tiempos y al excedentario nivel de aire respirable alcanzado.

    Tras mucho muchos años de dudas y fricciones internas se iba haciendo claro el cambio de era. Con el paso del tiempo esa falta de consciencia para abandonar una vida secuestrada por la búsqueda y acumulación de AER€OS provocó una progresiva degradación de la convivencia y la satisfacción social que afectó a su población, dividida y confrontada. A pesar de lo destructivo de la situación, el anclaje de unos y otros en marcos mentales ya obsoletos dificultaba una nueva mirada a la realidad. Además, aun cuando más y más airis iban observando lo absurdo del sistema, la falta de concepción de otras alternativas de ordenación de la convivencia hacía difícil vislumbrar el abandono de la predominancia de un sistema social guiado, movido y ordenado en clave de AER€OS. ¿Cómo poner valor y precio a las cosas si no era en AER€OS? ¿O cómo remunerar a los trabajadores?

    No fue capaz la sociedad en su conjunto de cambiar sus paradigmas sin pasar por su casi total destrucción. Solo unos pocos airis que habían despertado y tomado conciencia de ello consiguieron sobrevivir iniciando con valentía su marcha de la comunidad para empezar una nueva era. Y solo estos, con mayor consciencia y coraje, caminaron y caminaron en la difícil búsqueda de la Tierra del Sentido, donde esperaban encontrar y crear el equilibrio entre el espíritu y la riqueza en un nuevo y pleno entorno de bienestar.

    Illustration

    En unas páginas retomaremos la historia de los airis supervivientes tras conocer la fábula de «Los habitantes de la Gran Laguna».

    Lo que escasea en nuestra sociedad hoy no es riqueza sino otras cosas, pero nos cuesta verlo

    Cada época de la historia se encuentra anclada en determinadas visiones y paradigmas que de alguna forma condicionan o limitan la visión de la realidad y llevan a quienes en ella viven a tener miradas e interpretaciones muy restringidas del funcionamiento del mundo. La acumulación de años mirando y pensando de una determinada forma nos hace creer que las cosas no pueden funcionar de otra manera y las inercias, la excesiva implicación, el miedo al cambio y la falta de pausa y perspectiva para la reflexión nos impiden observar fenómenos que son claramente visibles desde perspectivas no implicadas y cegadas con el paradigma, tal y como les ocurría a los airis en la época de nuestra fábula.

    Nuestra privilegiada sociedad occidental se encuentra actualmente sometida a la limitadísima visión que se deriva de su alto nivel de riqueza, de la gran financiarización de nuestra economía y de lo que me gusta llamar analfabetismo emocional de Occidente. El dinero, las finanzas y nuestros sistemas de medir la rentabilidad y el reconocimiento social comparten en gran medida las reflexiones y fenómenos que se dieron con los AER€OS en la tierra de los airis. Desde fuera hoy no nos cuesta observar el secuestro en el que se encontraba la sociedad de los airis sometida por un sistema que, si bien fue una gran fuente de valor y riqueza durante muchos siglos, llevó finalmente a su total degradación y desaparición.

    Hoy Occidente no tiene problemas de riqueza, como tampoco tenían problema de aire respirable los airis en los últimos tiempos. Pero, sin embargo, las instituciones y fuerzas que mueven el mundo declaran casi por encima de cualquier otra prioridad la necesidad de promover el crecimiento del PIB y la rentabilidad y productividad de las empresas. Aunque sorprenda escucharlo, nuestra riqueza es excedentaria y nuestros problemas no provienen de la insuficiencia de la misma. Es difícil ya disfrutar de más riqueza, si bien confundimos el disfrute de riqueza con el disfrute de los privilegios, diferencias y estatus que nos procura la acumulación de dinero, como antaño se les procuraba a los airis la acumulación de AER€OS.

    Como pensaban los airis en relación con el aire respirable, hoy en Occidente creemos que crear y acumular más riqueza nos procurará mayor bienestar. Asociamos bienestar a cantidad de riqueza material e incluso financiera. Pensamos que es la riqueza lo que es escaso, cuando lo que es escaso es la capacidad para administrarla disfrutando verdaderamente de ella. Y muy relacionado con ello resalta la escasez de trabajo digno y acoplado a las circunstancias y perfiles de cada uno y en la medida de lo posible con un acoplamiento amable a la trayectoria vital de las personas. Pero, por más claro que ello sea, el mundo no es capaz de verlo, como tampoco vieron los airis que el sostenimiento de su sociedad apoyado en su sistema de AER€OS era inviable.

    También hoy los poderes establecidos y quienes disfrutan de los privilegios de su posición se resisten a tomar conciencia de ello ante el miedo al cambio, a lo nuevo y a perder posiciones. Es normal y comprensible, e incluso diría que no reprochable. Pero el tiempo, como ya ocurrió con la desaparición de los airis, castigará a los individuos o sociedades que no despierten para ver nuevas realidades y dar un salto evolutivo para asumir e integrar nuevos paradigmas acordes con nuestro nivel de desarrollo y evolución. Un salto que nos lleve a tomar consciencia de que vivimos en una sociedad de la abundancia y a adentrarnos en una nueva era de la amabilidad construida mucho más sobre la rentabilidad espiritual y la sostenibilidad emocional del mundo que sobre la rentabilidad financiera, como desarrollaré a lo largo de este libro.

    Las personas, además de comida necesitan una causa, su sentido, sentirse útiles, pertenencia. Y en Occidente, con los estómagos bien llenos y sabiendo en el fondo de nuestro ser que comida no nos faltará, se hacen más y más presentes las inquietudes, sociales, existenciales y de sentido.

    La ausencia de trabajo para todos es un fenómeno creciente. En un mundo guiado por la competencia y la productividad, pocas dudas hay de que, para la inmensa mayoría de los trabajos, las máquinas, los robots o los ordenadores son y serán cada vez más eficaces y rentables que las personas, además de ser mucho menos problemáticos. Y en este estado de cosas y mientras los valores supremos sean la productividad y la competitividad, las personas tienen que encontrar su hueco (incluyendo su salario) luchando por una causa que les haga sentirse con un propósito, luchar por algo, encontrar una dirección, y asociado a ello su sustento económico. Y es esto lo que en gran medida propicia el nacimiento de miles de luchas y movimientos en defensa de unas y otras causas que nos dan sentido. Pues unos buscan su hueco y su poder a través del juego del Monopoly de las finanzas y otros lo buscan con el arte de la comunicación, la reivindicación, las llamadas de atención, la creación de relatos etc.

    Somos poco conscientes de que somos ya una sociedad rica y de que lo que nos falta no es más riqueza sino aprender a convivir con ella y administrarla y disfrutarla con armonía entre todos. Ello nos hace seguir empecinados en que todos los problemas se arreglarán con mayor productividad y mayor crecimiento. Algunos se dan cuenta de que eso es absurdo, pero caen simultáneamente a menudo en la creencia de que todo el mundo es bueno y que el arreglo es fácil repartiendo más (pagando más impuestos y restringiendo libertades para igualar por abajo) por imposición legal y pretendiendo que todos seamos iguales en riqueza. Pero se olvidan de que son las trayectorias, los apegos y la relevancia social, así como la verdadera naturaleza humana con sus mecanismos interesados de motivación los que inevitablemente determinan las conductas. En sus versiones extremas, parecen también ignorar que repartirlo todo por imposición nos llevaría a una espiral de degeneración y empobrecimiento, como ya se ha visto en las sociedades comunistas que lo han pretendido.

    En el otro lado, , digamos que el de los conservadores, muchos tienen siempre muy presente en sus miradas la naturaleza del ser humano como alguien interesado, lo que les hace grandes defensores de la meritocracia, del premio a la competitividad y al esfuerzo con falta de sensibilidad para apreciar, sentir y compartir las dificultades de quienes más las padecen. Parecen olvidarse de dar gracias por haber nacido como han nacido y haberles caído la vida que les ha caído. Conciben el éxito de la sociedad en la riqueza absoluta sin ser conscientes de que, alcanzados los niveles necesarios para la supervivencia, la gestión de las diferencias y las desigualdades es más relevante que la consecución de mayores cifras absolutas para los menos favorecidos. Pues no es la cantidad de riqueza y de educación lo que protege de la exclusión, sino la existencia de brechas cada vez mayores, que constituyen el mejor caldo de cultivo para la exclusión y, desde ella, para el griterío y la reivindicación populista.

    Con todo esto la sociedad y sus líderes políticos han hecho inmersión en una creciente superficialidad para mirar y abordar los distintos temas, pues el uso del relato publicitario, el eslogan y la conexión emocional es lo que funciona para ganar seguidores. Y para ello nada como crear enemigos o demonios para atraer seguidores, a quienes les unirá mucho más el temor o el resentimiento compartidos ante un enemigo, ya sea real o construido, que el hecho de compartir ideas comunes.

    La perspectiva sistémica que siempre se ha requerido para comprender la sociedad se hace hoy mucho más necesaria. Y aun con ella, a priori y más allá de la observación de ciertas tendencias, resulta muy difícil pronosticar los efectos del juego cruzado de causas, reivindicaciones e intereses.

    Nuestro sistema democrático continúa siendo muy democrático. Se puede pensar que la calidad democrática es muy deficiente, pero no se puede cuestionar que hoy se escuchan todas las voces existentes mucho más que antes. Aunque unos mucho más que otros, hoy todos gritamos de una u otra forma, todos nos quejamos de unas y otras cosas, y la sociedad avanza fijando su dirección con el resultado de todos los empujes que la mueven hacia un lugar u otro. Es una democracia en la que la dirección la marcan más el volumen y el ruido que crean los gritos que los argumentos razonados que hay en ellos. Y todo ello ocurre en una dinámica social en la que todos tenemos el altavoz de los nuevos medios de comunicación y las redes sociales, y en un terreno de juego en el que también juegan, de forma oculta, intereses distorsionadores o contaminantes que lo que buscan es la desestabilización y la siembra de agitación y caos.

    ¿Es peor esta democracia de las voces y los gritos o populista que otra basada en el voto supuestamente racional, cultivado e inteligente? ¿Es posible pronunciarse sobre cuál de las dos versiones es más democrática? ¿A quién conviene más una y otra forma de democracia? Seguro que el instinto de supervivencia social nos irá guiando y a lo largo del tiempo nos mostrará las respuestas y los sufrimientos adaptativos que habrá que padecer precisamente para sobrevivir.

    Illustration

    ¿VIVIMOS EN UN MUNDO DISTINTO?

    Alo largo de la historia, las personas que tratan de entender la sociedad en que viven tienden a pensar que lo que le ocurre a su generación es algo muy singular o único. Consideran, por ello, que enfrentan situaciones o problemas novedosos, únicos y difíciles que parecen justificar el derecho a lamentarse de cómo está el mundo, tendiendo en general a hacer crítica a los jóvenes, por su supuesta relajación de valores, superficialidad etc. como clase causante de los males que afectan a la sociedad. Debo confesar que, si me dejo llevar por mi inconsciente, mis emociones y sentimientos este es un pensamiento también recurrente en mí. Podría confesar que, sin reflexión, sin pensar, lo que siento a menudo es que la gente de hoy es la leche, que ha perdido los principios, que es muy superficial y que por este camino mal va el mundo. Solo cuando me convierto en un observador externo disociado de mis vivencias, de mi historia personal de sentimientos, apegos, emociones y creencias puedo constatar que en gran medida esas cosas tan especiales y negativas no son realmente tan especiales de nuestra época. Por supuesto que el desarrollo de las tecnologías, la riqueza y las costumbres son diferentes, pero el juicio que merece a las sucesivas generaciones su propio tiempo o época mantiene muchos patrones comunes a lo largo de la historia, al menos en los últimos siglos. Basta leer libros de distintas épocas para constatar un patrón común en lo que se refiere a la valoración que merece la evolución respecto de la moral, los valores etc. La lectura pone de manifiesto en general la dificultad o resistencia a la absorción del cambio propio de la evolución de las sociedades. Leyendo cosas escritas hace doscientos años relacionadas con la evolución de la sociedad de aquel tiempo uno puede pensar que podrían estar escritas en el presente.

    Nuestro miedo y resistencia al cambio nos hace mirar y vivir con resquemor todo lo nuevo, y en definitiva todo aquello que pueda suponer una amenaza a la cómoda inercia en la que cada uno vive sumido en un hábitat social que domina para desenvolverse en él sin esfuerzo. Por ello, ante las cosas, tendencias o fenómenos nuevos, tendemos, especialmente a partir de ciertas edades, a pensar que son una amenaza al deber ser social, es decir algo negativo para lo sociedad. Me atrevo a decir que en gran medida asociamos lo bueno a lo conocido y a lo habitual, lo que nos hace sentir legitimidad para ser críticos con lo nuevo o lo distinto.

    La evolución social es un continuo en el que cada generación se siente única pensando que los fenómenos que en ella se dan son tan singulares que convierten la situación en algo extraordinario. Y yo mismo, siendo quizá víctima de ese fenómeno, me dispongo a continuación a señalar algunos aspectos de nuestra sociedad occidental pensando que son de tan singular naturaleza que nos colocan ante un cambio de era. Ello me lleva, quizá en una búsqueda de refuerzo de la importancia del momento, a hablar de que estamos saliendo de un larguísimo periodo de escasez y pasando a una novedosa, desconocida y desconcertante era de la abundancia. Durante siglos y milenios la sociedad ha vivido con escasez de bienes para atender nuestras necesidades más básicas, lo que ha condicionado toda la vida y el funcionamiento social. Hoy continúa la búsqueda, pero, siendo los bienes excedentarios, el objeto de esa búsqueda es diferente y se centra en la satisfacción de más y más necesidades sociales y psicológicas que modelan un mundo y una forma social muy diferentes que todavía no sabemos manejar, convirtiéndose la creación de nuevas necesidades en el fin primordial de nuestra maquinaria socioeconómica para poder sostenerse.

    Bien podría obedecer la reflexión anterior al arraigado vicio de sentirnos especiales como sociedad pensando que lo que nos viene es peor que lo pasado, al menos en términos morales. Pero, en la compleja sociedad de hoy se dan unos factores que muestran un cambio de tendencia o punto de inflexión en relación con ciertos aspectos de nuestro modelo de sociedad y contrato social.

    Estos elementos considero que conforman en las sociedades occidentales una situación diferencial de cambio de tendencia o de era y constituyen la base de muchas de las observaciones y reflexiones que desarrollo en este libro. Identifico en este sentido cuatro factores:

    1. Tenemos los estómagos llenos: por primera vez en nuestra historia en Occidente puede afirmarse que cualquiera tiene acceso a la cobertura de sus necesidades básicas para sobrevivir: comida, ropa, refugio y en algunos países incluso servicio médico. Y no solo es que exista este acceso a todo ello, sino que, sin darnos cuenta, en lo más profundo de nuestras cabezas y casi de forma inconsciente, nuestro instinto de supervivencia tiene aquietado cualquier desasosiego relacionado con el miedo a carecer de ello en el futuro. Esto es especialmente visible en las nuevas generaciones y tiene un impacto enorme, pues por primera vez la energía y el pensamiento de las personas se llena con inquietudes mucho más relacionadas con aspectos psicológicos o sociales tales como la búsqueda de dignidad, estatus, justicia, sentido etc., lo que genera nuevas voces y gritos en nuestra sociedad por parte de personas que antes debían de mantenerse en docilidad y sometidas a la ortodoxia de un contrato social si querían poder conseguir alimento para ellos y sus hijos.

    2. La sociedad occidental construida sobre el liberalismo económico ha sido una extraordinaria maquinaria de creación de riqueza que sin duda ha supuesto una gran mejora de la calidad de vida de las personas. Como parte de ello nuestro sistema económico ha sido desde su nacimiento una máquina de creación de clases medias. El número de personas encuadrables en la llamada clase media ha sido siempre creciente, dando lugar a la base de nuestro estado de bienestar, extendido a una gran mayoría de personas. Sin embargo, por primera vez en la historia Occidente se está convirtiendo en una máquina de creación de clases bajas, o sentimientos de clase baja. Las estadísticas muestran cómo los empleos de baja calidad son cada vez más, produciéndose un trasvase de personas de la clase media a la baja. Sin duda este fenómeno es apreciado con distinto juicio por unas y otras personas en nuestra sociedad, pues son muchas las voces que dicen (posiblemente con razón) que es una clase baja más rica que la clase media de hace cincuenta años. No pretende este libro entrar en el debate de la justicia o del utilitarismo asociado a las desigualdades, aunque resulta un tema de gran interés. Pero sí es relevante saber que la posición en relación con este tema desde la que se escribe este libro es la de quien piensa que los niveles de satisfacción psicológica de las personas están indisolublemente ligados a los factores del entorno, pues solo con la comparación se puede tener criterio: ningún coche es bueno o malo, grande o pequeño, nuevo o viejo si no es en relación con otros, como tampoco nadie se siente encajado o desencajado en la sociedad si no es por comparación con las circunstancias del entorno, que constituyen una referencia para originar los sentimientos de satisfacción o insatisfacción. La relevancia de este factor se ve especialmente ensalzada por el hecho de algo también novedoso en nuestra sociedad: la información y la transparencia, que hacen que las informaciones puedan ser fácilmente conocidas por todos.

    3. El mundo se nos ha quedado pequeño. Ya no hay territorios que conquistar como los hubo hasta hace poco tiempo. Ni siquiera las influencias excesivas sobre otros países o territorios son demasiado bien vistas. Y cuando no hay territorio fuera de nuestros límites, las conquistas hay que hacerlas dentro de ellos, lo que provoca un mundo encerrado en sus luchas y competencias internas que provocan una constante polarización y la creación permanente de relatos legitimadores para las acciones que unos y otros acometen. Consecuencia de este factor es que ya no tenemos enemigos externos claros como factor de unión y cohesión de la sociedad y por ello los enemigos los tenemos que crear dentro de casa, lo que en combinación con los otros factores de este apartado, provoca una población que busca sus adhesiones a grupos construyéndolas sobre la creación más o menos artificial de miedos, enemigos y odios. Nada une más que compartir un enemigo común y nada dificulta más el entendimiento entre las personas y los grupos sociales que la vivencia de una relación con una emocionalidad propia de los enemigos. Seguro que si la Tierra sufriera una seria amenaza de invasión por parte de una sociedad de extraterrestres nuestra disposición a cohesionarnos y dar forma a un contrato social global con principios y autoridades claros sería mucho más factible.

    4. Las sociedades se han hecho muy permeables. La información no tiene fronteras, y las culturas y sentimientos ya no se encuentran en compartimentos estancos dentro de las fronteras de unos y otros países. Los grupos sociales son una amalgama de personas de distinta procedencias, formas de pensar, sentimientos, culturas, religiones etc. haciéndose mucho más difícil el saber quién pertenece al grupo de «nosotros» y quiénes son de «los otros», pues ello dependerá de en qué ámbitos y aspectos. Los sistemas y las culturas son cada vez más líquidos y formados por elementos entremezclados de distintos orígenes o procedencias. Cada vez más se dan personas que son difícilmente encuadrables por tener y vivir con rasgos, historias, procedencias y sentimientos diversos. Es el caso de un ciudadano que es español, pero hijo de un ecuatoriano casado con una rumana y que ha vivido veinte años en Estados Unidos... O un inglés afincado y con gran cariño a España casado en primeras nupcias con una española con dos hijos españoles de ella y casado en segundas nupcias con una rusa. ¿A qué grupo de pertenencia corresponden? ¡¡Qué lío!!

    Estoy seguro de que muchos pensarán que hay muchos otros rasgos o factores en nuestra actual sociedad de mayor importancia para determinar lo que la hace singular y para explicar sus dinámicas y funcionamiento. Podríamos hablar de la tecnología, Internet y el universo virtual, la inteligencia artificial, los populismos, las fake news, la problemática medioambiental... Sin duda son rasgos importantísimos de nuestra sociedad, y probablemente sean los de mayor peso cuando lo que se observa es la sociedad en su superficie. Pero si lo que se pretende es comprender el porqué de muchos de los fenómenos, dinámicas o tendencias, resulta importante bucear en aquello más allá de lo observable con una primera mirada para encontrar los verdaderos factores o causas que constituyen las palancas motivacionales de todo lo que nos ocurre. Es decir, bucear por debajo de la superficie para comprender lo que ocurre realmente dentro, en la profundidad y realidad existente como vivencia colectiva resultante de la suma de vivencias individuales. Por ello, sin despreciar en absoluto los anteriores rasgos o características fácilmente observables de nuestra sociedad, mi pensamiento de que estamos ante un cambio de era y de paradigmas proviene de destilar todos ellos. Y en esa línea es imprescindible buscar las fuerzas o motivaciones que son causa de lo que ocurre, y que están determinadas y dirigidas por nuestros instintos y mecanismos de supervivencia individuales y colectivos. Y tras sumergirme en esas profundidades yo me quedo con los cuatro factores expuestos como base para explicar el porqué de nuestra complejidad social, que nos cuesta comprender por las razones que seguidamente desarrollo.

    Nada puede comprenderse sin entender y aceptar los sistemas internos atemporales y universales que mueven al ser humano hacia la búsqueda de amor, de ser querido, de poder, de placer, de seguridad… Estas programaciones genéticas o neuronales de todo ser humano, junto con los cuatro factores o hechos diferenciales analizados, son los que provocan la forma y fenómenos actuales de nuestra sociedad.

    Y es precisamente el hecho de que dichas programaciones y motivaciones humanas sean muy poco visibles por encontrarse enterradas u ocultas lo que hace difícil comprender la complejidad del funcionamiento de nuestra sociedad y las distintas relaciones de causa-efecto y correlaciones que se dan en ella.

    Es por ello por lo que seguidamente trataré de exponer las razones que pueden explicar nuestra dificultad para comprender con naturalidad lo que está pasando en la sociedad. Y para ello divido el trabajo en tres distintos ámbitos de distorsión de la mirada social causada por nuestros bajos niveles sociales de conciencia. Pues son precisamente nuestra ceguera y falta de conciencia las que nos impiden integrar y aceptar lo que está pasando como algo natural en el comportamiento y la evolución de una sociedad que se encuentra en un punto de inflexión, habiendo pasado de vivir en una escasez real a vivir en la abundancia, pero manteniendo la percepción de escasez. Un punto de inflexión en la sociedad, que nos lleva, sin ser conscientes de ello, a encontrarnos negociando un nuevo contrato social para cuya comprensión en necesario superar nuestra ceguera en relación a:

    •Los extendidos bajos niveles de conciencia y autoconocimiento personal que desarrollaré en el apartado de «Entendiendo nuestro comportamiento».

    •El fundamentalismo económico financiero y el escaso conocimiento de lo que hoy significa el dinero, que será abordado en el apartado de «Qué lío es esto del dinero y las finanzas».

    •Y, por último, la comprensión de la democracia emocional y caótica, y la degeneración del utilitarismo, que será desarrollado en el apartado de «Perdidos en la democracia del caos».

    Trataré enseguida de avanzar punto por punto para exponer detalladamente lo que no es sino mi convencida opinión sobre ello. Pero antes hablemos un poco de la complejidad en la que está envuelta nuestra sociedad, pues solo desde su comprensión podremos entender los fenómenos propios de nuestro mundo.

    Simplicidad versus complejidad

    En gran medida seguimos pensando que podemos entender el mundo con un pensamiento lineal basado en previsibles reglas de causa-efecto como forma de explicar los fenómenos que se dan en nuestra sociedad. Sin duda las relaciones de causa efecto siguen existiendo, pero para entender hoy nuestro complejo mundo es necesario vivir con la cabeza abierta a la comprensión de múltiples relaciones de causas y efectos que se entrecruzan dando forma y movimiento a lo que llamamos nuestra sociedad, o mejor dicho, nuestro sistema o nuestras dinámicas sociales. Son muchas las causas o concausas de todo lo que ocurre, precisamente por esa interacción múltiple y permanente de fuerzas de unos y otros, y las reivindicaciones y pretensiones de los distintos grupos de interés. A ello hay que añadir los cambios en nuestro medioambiente, que sin duda condicionan nuestro desarrollo e influyen de forma decisiva en nuestra visión de cómo deben hacerse las cosas para cuidar el planeta y sus pobladores.

    Algunos dicen que se trata de un sistema caótico en el que nada es predecible ni pueden comprenderse las fuerzas y dinámicas que lo orientan o gobiernan. Otros, compartiendo bastante esa teoría del caos, pensamos que no obstante existen determinados patrones y dinámicas en el funcionamiento de nuestro sistema que pueden dar pistas para su comprensión y para realizar cierta predicción de tendencias, o más bien de megatendencias, de nuestra sociedad. Quienes creemos en la existencia de ciertos patrones ordenadores del caos podemos usar el concepto de orden «caórdico», que es el vocablo resultante de fusionar caos y orden, y que bien podría representarse con el fenómeno de los grandes bandos de estorninos que se encuentran en permanente evolución, aparentemente desordenada y caótica pero siempre sujeta a ciertos patrones que determinan su unión y movimiento. Pero aun creyendo en alguna medida en estos patrones, debemos admitir que los niveles de imprevisibilidad son altísimos, como siempre ha sido todo lo relativo a las predicciones del futuro1.

    Este fenómeno de la imprevisibilidad y la «caórdica» evolución de las cosas puede verse cada vez más en nuestra sociedad ante decisiones de un Gobierno o ante la ocurrencia de hechos. El juego cruzado de intereses e interacciones determina la interdependencia de todo dentro de nuestro sistema social. Unas fuerzas y hechos con más peso que otros, pero sin que nada sea

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