Homosexualidad y feminismo
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Homosexualidad y feminismo, ¿la clave del futuro?
Guillermo Cuéllar Franco analiza la homosexualidad y feminismo de modo polémico y a contracorriente en el que ve dichos colectivos como una consecuencia preocupante de una sociedad ansiosa y neurótica que no encuentra respuestas a sus problemas.
Guillermo Cuéllar Franco
Guillermo Cuéllar Franco no es escritor. Desde que estudiaba en la universidad siempre tuvo un comportamiento que no estaba adecuado con la gente que se consideraba bien pensante. Polémico, irreverente, contestador, fue considerado por sus coetáneos como un anarquista, lo que no impidió que se comportara de acuerdo a las leyes convencionales y lograra sobrevivir en un mundo siempre más difícil sin mayores complicaciones. Hoy, a sus setenta y un años, continúa en su lucha, sin adherir a ningún grupo específico, para buscar demostrar que el mundo mejor, que todos esperamos, podría estar a nuestro alcance si no nos hubieran convencido de que debemos pensar y comportarnos de una cierta manera para conseguir una felicidad que, en realidad, es siempre más inalcanzable.
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Homosexualidad y feminismo - Guillermo Cuéllar Franco
Homosexualidad y feminismo
¿Son la única solución para una sociedad menos neurótica y sin sensación de abandono?
Guillermo Cuéllar Franco
Homosexualidad y feminismo
¿Son la única solución para una sociedad menos neurótica
y sin sensación de abandono?
Primera edición: 2021
ISBN: 9788418665745
ISBN eBook: 9788418665264
© del texto:
Guillermo Cuéllar Franco
© del diseño de esta edición:
Penguin Random House Grupo Editorial
(Caligrama, 2021
www.caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a [email protected] si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A MBB. mi esposa, quien con su experiencia con migrantes y personas de bajos recursos, sobre todo mujeres, contribuyo a concretar algunas de las ideas expresadas en el libro.
Prólogo
Uno de los problemas a los que nos estamos enfrentando en la sociedad actual es que —a pesar de que en muchas constituciones es un pilar— lentamente se está perdiendo la libertad de expresión. Esto significa que tenemos dificultad para pensar libremente y expresarnos como queremos, ya que los que tienen ideas distintas a las tendencias actuales son tildados, si no de ignorantes, posiblemente de retrógrados y, cómo no, de reaccionarios.
El artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión». Y agrega, para explicar los límites de dicha libertad, que: «Tienes derecho a tener cualquier opinión, no importa cuán vil pueda ser».
De particular importancia es la regla según la cual la libertad de expresión debe garantizarse no solo en cuanto a la difusión e informaciones recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también en cuanto a las que ofenden, chocan, inquietan, resultan ingratas o perturban al Estado o a cualquier sector de la opinión pública. Así lo exigen el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin los cuales no existe una sociedad democrática. En este sentido, se ha señalado la especial importancia que tiene proteger la libertad de expresión en lo que se refiere a las opiniones minoritarias, incluyendo aquellas que ofenden, resultan chocantes o perturban a las mayorías (Marco Jurídico Interamericano sobre el derecho a la libertad de expresión, Sección C, Punto 2, Cláusula 31).
Esto es válido en ambos sentidos, no todo lo que dicen las mayorías es políticamente correcto ni todo lo que dicen los adversarios es ofensivo. Nos sometemos fácilmente a pensamientos impuestos por mayorías vociferantes porque es más conveniente y cómodo para evitar conflictos, al igual que pensar más allá de lo que estamos acostumbrados, que nos podría llevar a aislarnos. De modo que, si no nos adecuamos a las tendencias del momento, no obtendremos la necesaria cantidad de «me gusta» para tener el sentido de pertenecer a cualquier cosa.
Igualmente, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europa, en su artículo 11, punto 1, dice: «Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o de comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras». Luego, en el punto 2, hace una aclaración sobre el límite de dicha libertad de expresión, pero lo refiere a la divulgación de informaciones confidenciales y no más.
Del mismo modo, la constitución de los Estados Unidos, en su Enmienda número 1, garantiza «el derecho a la libertad de palabra. Este derecho permite que los individuos se expresen sin intervención ni restricción del Gobierno». La Constitución Española dice, por su parte, en el «Artículo 21, numeral 1, Se reconocen y protegen los derechos, parágrafo a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción». Hasta aquí la teoría. En la práctica, como están las cosas, parece, algunas veces, que la realidad no tiene nada que ver con ella.
A pesar de que tenemos la libertad de expresión como último bastión para no perder nuestra individualidad —si bien algunos dicen que la libertad de expresión excluya la individualidad—, algunas personas se consideran propietarias de la verdad y no están dispuestas a tolerar que haya disidencia respecto a lo que ellas valoran justo, como si la justicia fuera una cuestión de mayoría. Sabemos que no es así, el pensamiento de una parte de la sociedad, que puede aparentar ser la mayoría, no representa necesariamente la verdad, ni mucho menos significa que sea justo. Durante la época nazi, en Alemania, la mayoría del pueblo alemán consideraba el nazismo como algo positivo socialmente, razón por la cual las minorías sufrieron una agresión que casi las lleva a su física desaparición, con la tácita aceptación de la mayoría silenciosa.
Hoy en día, argumentos relacionados con la homosexualidad, el feminismo militante y el hedonismo, que buscan solamente mantenernos ocupados en cuestiones anodinas —alejándonos a propósito de las verdaderas cuestiones que nos deberían preocupar—, se consideran intocables y a las personas que osan comentar sobre el asunto se las tilda con palabras que buscan disminuirlas por falta de argumentos más convincentes.
De eso nos ocuparemos en este libro, de las contradicciones de feministas y grupos LGTBI, que se han adosado la etiqueta de «progresistas» y poseedores de la verdad sin posibilidad de impugnación. Tanto es así que ellos mismos se muestran poco flexibles e intemperantes cuando grupos no considerados «progresistas» buscan participar, quizás más por fines electorales que por convicción. Un ejemplo puede ser el de los partidos de derecha en manifestaciones del Orgullo Gay, cuando se trata de forma agresiva a sus partidarios incluyendo la amenaza de expulsarlos de una de ellas («La paradoja del Orgullo», El País, 5 de julio de 2019).
El 7 de enero del 2018, ese mismo diario, a través de una de sus redactoras, la señora Milagros Pérez Oliva, publicó un artículo en el cual con todo su derecho daba una opinión. Hasta aquí podríamos decir que no había ningún problema. A raíz de las declaraciones de un periodista, conocido por sus tendencias políticas claramente de derechas, la emprendió a diestra y siniestra con todos aquellos que no estaban de acuerdo con sus ideas de «vanguardia». En otras palabras, llamó retrógrados y reaccionarios, incluso fascistas, a todos los que no consideraban la homosexualidad como un bien supremo y a las feministas como las únicas poseedoras de la verdad, por lo que se refería a los problemas que pueden tener mutuamente los dos géneros —hombres y mujeres— hoy en día. A continuación de este prólogo se recoge el texto completo de dicho artículo para que el lector tenga un panorama de cuanto se discute en la presente obra.
Este libro, que empezó como un artículo, ha ido creciendo con el tiempo, mejorando lo que en un primer momento se le envió a la señora Pérez Oliva, de quien no se ha recibido ningún comentario al respecto. Presentaba innumerables errores tanto de ortografía como de índole gramatical, de los cuales me excuso, pero la elaboración, digamos así, del primer borrador sirvió de base para crear un documento que reflejara la realidad desde el punto de vista de quien no está de acuerdo con ciertas exigencias, las de aquellos que consideran que tienen razón sin ningún tipo de contradicción.
Las feministas, actualmente, como está escrito en alguna parte del presente libro, están muy preocupadas —llegando incluso a la violencia verbal, aplicando adjetivos pesados a quien no está de acuerdo con ellas— porque las cosas no van tan rápido como ellas querrían. Por ejemplo, la periodista Florence Thomas, a raíz de una entrevista que Annette Lévy-Willard hizo en febrero de 2006 a Doris Lessing, autora de El cuaderno dorado —convertido en una biblia de la liberación femenina—, en la cual decía, entre otras cosas, que:
Por qué debemos pelear por la igualdad despreciando sistemáticamente a los hombres. Un día, en una escuela primaria, escuché a una profesora joven decirles a sus alumnos —hombres— en clase: «¡Todo es su culpa!». Un pequeño se puso a llorar. Me pareció espantoso aquello. Nunca me gustó el feminismo, ni en los años sesenta y setenta ni ahora. Siempre detesté ese lado antihombres de esas muchachas de izquierda que odiaban a los tipos, al matrimonio y a los hijos.
Al respecto, Florence Thomas, comentando la entrevista, dice: «Cuando Lessing habla de las mujeres en Europa, exagera, tergiversa y manipula».
Se ha vuelto costumbre que feministas u homosexuales extremistas den al adversario de turno epítetos con la intención de disminuir su persona o que ataquen su condición —en este caso, la edad—. Como cuando, en el mismo comentario, Thomas inicia diciendo que: «Élisabeth Badinter —filósofa feminista francesa, historiadora y mujer de negocios—, ya algo senil —¡a los sesenta y dos años en 2006!—, había denigrado el feminismo…». Lo más simpático era que Florence Thomas era más vieja: ¡tenía sesenta y tres años en esa época! Entonces, ¿más senil?
Muchas mujeres pensaron que con movimientos como el #MeToo las cosas se iban a desarrollar de tal manera que todas sus reivindicaciones serían acogidas de inmediato y sin mayor dificultad. Pero la realidad está mostrando que no es así de fácil. Que existen una serie de circunstancias que están cuestionando si en verdad todas estas4 reivindicaciones tienen una base estructural o si simplemente sirven para sustituir una élite por otra. La violencia de género no está desapareciendo y a veces parece que se incrementa, a pesar de leyes cada vez más duras para los violentos. Además, en lugar de proteger exclusivamente a las mujeres, está cuestionando contemporáneamente si la validez de las argumentaciones a favor no es igualmente aplicable a los hombres.
Este libro no tiene la intención de eliminar la figura del homosexual, si nos referimos a un hermafrodita, que es un concepto bien distinto, caracterizado por una condición física presente desde el nacimiento. Tampoco el derecho que tienen las mujeres a un tratamiento equitativo con respecto a los hombres, ni de quitar algún otro derecho que no tengan los heterosexuales desde el punto de vista de supervivencia de la especie respecto a los que se llaman homosexuales, sin que esto vaya en contra de lo que nos distingue a cada uno del otro. Sin embargo, busca demostrar que algunas tendencias tienen más bien la intención de mantener a hombres y mujeres sometidos a una ideología que permite que pocos, que controlan la economía, la tecnología, la investigación y la información, ya que la información es poder, puedan usar estas para su exclusivo beneficio en detrimento de la inmensa mayoría.
Necesitamos que las mujeres entren a hacer parte de un especie de movimiento #WeToo, sin crear fricciones innecesarias de tipo ideológico, esas que buscan prevaricar sobre el otro más que llegar a un punto de encuentro que acabe con los mutuos reclamos que tiene un género sobre el otro. Necesitamos luchar en consecuencia por un mundo mejor para la humanidad, creando un movimiento que, de acuerdo con la naturaleza de cada uno, logre cambiar un mundo siempre más en dificultad, sea desde el punto de vista social que político y ambiental, y nos reconcilie con nuestro planeta —con todo lo que conlleva— desde cualquier perspectiva.
Publicar un libro que ponga en duda la homosexualidad como algo que sirve a la supervivencia de los seres humanos hoy en día es un adefesio. Va contra todas las reglas de lo políticamente correcto y, según sus sostenedores, siendo intolerante, es intolerable. Agrego que podría ser peligroso, debido a que muchas personalidades de primer orden se declaran abiertamente homosexuales y parecen muy orgullosas de serlo, extraviados en una calle sin salida, lo que podría implicar que potencialmente están en grado de iniciar acciones intimidatorias contra quienes los ponen en duda, sobre todo, si pertenecen a los más exacerbados homosexuales. Por ese motivo, el autor exonera de toda responsabilidad a la casa editorial del libro para evitar que esta venga sacrificada por una publicación cuyos argumentos no están de acuerdo con los «bienpensantes» y que impide muchas veces publicar textos contradictorios y polémicos como el del presente libro.
Este libro busca dar voz a los cientos de miles de personas que no están de acuerdo con los temas aquí puestos en discusión, pero que, por miedo a ser tratados de retrógrados, ignorantes, atrasados, caducos, seniles y finalmente ser condenados al ostracismo —excluidos, cuando hoy en día solo se habla de inclusión—, no se sienten con la suficiente libertad para expresar su opinión y terminan por caer en los brazos de la derecha o extrema derecha —será porque no solo de pan vive el hombre—, que incluyen en sus programas la discusión de estos argumentos.
En fin, he tratado de usar un lenguaje sencillo, de modo que el mensaje pueda llegar al mayor número de personas. Por lo tanto, palabras como «concupiscencia», «paradigma», «retórico», «aquiescente» no han sido consideradas. Como mi esposa se lamenta de que los caracteres de los libros son muy pequeños y por eso leer cansa su preciosa vista, he pedido a los editores un tamaño de carácter que evite este contratiempo a las personas que sufren este problema.
Reaccionarios,
de cara y sin complejos
por Milagros Pérez Oliva
«Cuando se usa el término de maricón, como ha hecho Luis del Val, lo que se expresa es desprecio y odio a los homosexuales».
De un tiempo a esta parte, escuchamos con frecuencia la defensa abrupta de posiciones retrógradas cuyos valedores no tienen reparos en expresarse y hasta presumen de su osadía. Es el pensamiento reaccionario que irrumpe con ardor guerrero, hoy para reivindicar el franquismo; mañana para insultar a los homosexuales. Quieren disputar la batalla de las ideas en el terreno de las palabras. La alocución matinal que el periodista Luis del Val dedicó el viernes a la cabalgata de Reyes de Vallecas (Madrid) en el programa Herrera en Cope es el último ejemplo de ese desparpajo. Del Val arremetió con tanta furia contra el colectivo gay como contra la «estúpida alcaldesa», Manuela Carmena, por algo que ni siquiera era cierto: la supuesta sustitución de la carroza real por una del colectivo LGTBI. La falsa noticia encendió al locutor. Esto fue lo que dijo: «En vez de los Reyes Magos, van a ir drag queens de reinas. Melchor va a ser un travesti; Baltasar, la tortillera, y Gaspar, muy hormonado, irá enseñando las tetas». Y remató: «Los de Orgullo Vallekano, que van a ensuciar la fiesta, en vez de ser ellos gais, son maricones de mierda».
Aunque pueda parecerlo, no es una anécdota. Es un síntoma. Hay una reacción cada vez más estridente contra la igualdad de género y los derechos civiles. A veces se presenta como una crítica a la tiranía del lenguaje políticamente correcto, pero no son las formas lo que se combate, sino el fondo. Con el término de «maricón», lo que expresa es desprecio y odio a los homosexuales. Lo que pone furioso a Del Val es «la exaltación del gay y que los niños aprendan que pueden ser maricones desde las edades tiernas». Eso tiene un nombre, se llama homofobia, pero no le importa: «Si me acusan de homófobo, se pueden ir a la mierda». Sin complejos.
Actitudes parecidas se observan en el discurso de los cada vez más crecidos neomachistas. Su estrategia consiste en resignificar el feminismo como un movimiento totalitario. Hablan de feminazismo. Niegan que exista violencia de género, tratan de desacreditar a quienes la combaten con bulos como el de las falsas denuncias de maltrato y acusan a los poderes públicos de estar abducidos por una nueva tiranía, la de las mujeres que quieren echar a los hombres del poder. Sin complejos.
Son las ideas reaccionarias y machistas de siempre, solo que quienes las defienden ya no creen que deban disimular o esconderse. Susan Faludi, en su celebrado libro Backlash: The undeclared war against american women (Reacción: La guerra no declarada contra las mujeres americanas), denunciaba en 1991 cómo el pensamiento reaccionario se había organizado para combatir el feminismo tratando de convencer a las mujeres de lo mucho que habían perdido con el cambio: en lugar de un trabajo, el del hogar, ahora tenían dos y además pagaban con angustia el precio de su libertad. Ahora, fracasada la reacción sutil, a los neomachistas, como a los homófobos, ya solo les queda el ataque frontal.
El País, 7 de enero de 2018
I. Introducción
El comienzo es la parte más importante de la obra.
Platón
Quedé muy impresionado con el artículo que apareció en El País el domingo 7 de enero de 2018. Mi primera reacción fue ignorarlo, pero el hecho de que personas con ideas distintas a la moda actual, en favor de los homosexuales y de las pobres e indefensas mujeres, sean llamados, con un cierto aire de superioridad, retrógrados, me hizo dejar a un lado mi proverbial pereza y con mucho esfuerzo me propuse escribir una respuesta que, por lo circunstanciada, evitara de cualquier modo no ser considerada. No sé si fue posible, esperaba que no se extrajeran arbitrariamente partes del artículo para que, fuera de su contexto, acomodarlo de tal modo de alinearme a la larga lista, seguramente, de retrógrados, homófobos y, como se dice «neomachistas», a los cuales la única cosa que les depara el futuro, dicho en forma sutil, es un total ostracismo.
Este libro de respuesta es extremadamente peligroso, por lo que doy un consejo, no lo lean, podría hacerles cambiar de opinión, incluso de partido político. No pretende impartir ningún tipo de lección moral. Ni siquiera pretende que, dada la situación actual, los dos colectivos de los que hablamos desaparezcan. Considerando que, siendo un producto de una sociedad neurótica y con muchos problemas de tipo emocional, tenemos que acostumbrarnos a la idea de que estos colectivos se expandirán como un incendio forestal. Y así como vivimos en una sociedad siempre más dependiente de drogas legales —e ilegales—, explicando que son necesarias para poder vivir una vida normal, tendremos que convivir con los nuevos colectivos que explican su existencia como parte, igualmente, de una vida normal.
No sé quién es Luis del Val. Y si no hubiera sido por el eco que los medios, en busca de noticias espectaculares que susciten la rabia del pueblo sufrido y trabajador, perdón, de las mujeres sufridas y trabajadoras, les dieron a las palabras del tal periodista, seguramente los españoles, ni menos las españolas, se hubieran enterado. Supongo que, en un periódico como El País o similar, el tal Luis del Val no encontrará —y lo digo sin el condicional— espacio para sus palabras. Pero ya que no hay nada más que decir, pues adelante, comentemos lo que dijo el señor del Val.
Analizaremos, porque de eso se trata, lo que el artículo de la señora Pérez Oliva propone. Podría referirme a ella como Milagros, pero podría ser un