La oración que abre el cielo
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La oración de guerra.
En todo manuscrito se percibe la pasión del corazón del autor y el ejemplo de vida por la oración como estilo de vida de un creyente, cuanto más de un ministro del evangelio. Es un texto muy equilibrado, emocionante y revestido de la amplia experiencia del autor; su fácil lectura te invitará a leer una página tras otra: la misma Palabra del Señor, que acompaña tan profusamente y refrenda cada capítulo y sección, apunta sus palabras y afirmaciones dotándolas de una autoridad muy especial.
El autor comparte con el lector las grandes experiencias y resultados fruto de la intensa vida de oración tanto de nuestro señor Jesucristo, de los apóstoles, como de los grandes avivadores. El autor también esclarece y afirma en este manuscrito acerca de la victoria del verdadero cristiano sobre los demonios y sobre la maldición generacional.
Toda la teología de la oración que el autor usa es perfectamente ortodoxa y, se puede decir, pertinente. Cada una de las experiencias usadas a lo largo de todo este trabajo hace arder el anhelo por la oración, y llama a volver a ese principio apasionante de tener intimidad y comunión con el Espíritu Santo.
Pastor Panda de Manuel
El pastor Panda de Manuel, después de un largo periodo de enfermedad, tiene un encuentro personal con Jesucristo en el año 1985 en la República Democrática del Congo durante una campaña de evangelización, donde el poder de la sangre de Jesucristo se derramó en su vida sanándole de forma sobrenatural. A partir de este suceso milagroso que marcó su vida, comenzó a buscar y conocer en profundidad a la persona del Espíritu Santo para poder ser un instrumento en las manos del Señor. Realizó sus estudios teológicos parte en España y en Francia (Toulouse). Fundador y cofundador de varias iglesias en Angola, Portugal y España. Casado y padre de tres hijos, reside en Bilbao (País Vasco, España) y ejerce desde 1996 su ministerio como pastor, maestro de la Palabra de Dios e instructor en la oración y la intercesión en la iglesia evangélica La Perseverancia Asambleas de Dios.
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La oración que abre el cielo - Pastor Panda de Manuel
Mi empeño
Mi empeño en este libro es demostrar que la oración intercesora contiene una serie de componentes que la hacen muy poderosa.
La oración abre las puertas del cielo para que se manifieste la sobrenaturalidad de Dios el Padre sobre sus hijos.
Nuestro Señor Jesucristo oró y el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo. «… y vino una voz del cielo…» (Lucas 3, 21-22), es un pasaje que nos da pie para entender los resultados que produce una oración bien hecha.
NOTA: Una oración bien hecha es eficaz, activa hechos sobrenaturales y trae resultados asombrosos.
Cuando uno ora, está esperando que los cielos se abran, que pueda hallar favor ante los ojos del Padre. ¿De qué nos serviría orar cuando el cielo está cerrado?, ¿cuando nadie nos escucha? Pasaremos un tiempo en vano. Necesitamos que el cielo nos sea favorable. Nuestra oración tiene que traspasar los cielos.
Entendiendo que hay tres cielos según la Biblia: el primer cielo es lo que nuestros ojos carnales pueden ver, llamado cielo atmosférico; el segundo cielo es llamado regiones celestes, desde donde opera el príncipe del aire y los demonios (Efesios 6, 12); y el tercer cielo, llamado lugares celestiales, es la habitación de Nuestro Dios y Padre, donde Jesucristo está sentado a la diestra de Dios el Padre (Efesios 1, 20).
Una oración poderosa traspasa los dos cielos hasta llegar a la presencia de Nuestro Dios y Padre. El enemigo no puede hacer nada para impedir que nuestra oración llegue al tercer cielo, siempre que la hayamos hecho de forma correcta y dentro de la voluntad del Padre.
En este libro cuento algunas experiencias acerca de la oración de hombres y mujeres de Dios que están en la Biblia, tomo ejemplo de otros grandes hombres y mujeres de nuestra historia más reciente, y hablo también de mis propias experiencias. Pero, sobre todo, centro mi atención en Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestro ideal, nuestro verdadero ejemplo y maestro en todo; y, en particular, en cuanto a su activa e intensa vida de oración intercesora.
Parte I
La oración poderosa
"
Lo que queremos ver hecho realidad
en el mundo natural primero
debemos conquistarlo en el mundo espiritual».
Hablar y entender todo lo referente a la oración es algo sumamente importante y emocionante. Cada cristiano debe interesarse en ahondar en este aspecto. Teniendo en cuenta que:
La oración es la única vía por excelencia establecida por la cual el creyente en Cristo puede comunicarse con su Creador.
Entender y llevar una vida intensa de oración hace que la relación con el Creador sea fluida y que se establezca con Él una comunión íntima.
Puede haber mucha divergencia en cuanto a la manera correcta de orar, pero no en cuanto a su eficacia y sus efectos. La oración ha de traer resultados.
Orar por orar es una pérdida de tiempo. La oración bien hecha produce cambios en la atmósfera espiritual.
A lo largo de la historia de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hemos escuchado y seguimos escuchando sobre los grandes testimonios de los hechos realizados por Nuestro Dios y Padre a través de hombres y mujeres de Dios en el poderoso nombre de Jesucristo y con la intervención sobrenatural del Espíritu Santo. Todos estos hombres y mujeres de Dios tenían un denominador común:
Eran amantes de la oración y eran personas
que se dejaban llevar por el Espíritu Santo.
Gente que, por lo que se sabe de ellos, pasaba muchas horas sobre sus rodillas ante la presencia de Nuestro Dios y Padre. Sus oraciones no eran superficiales, sino poderosas, logrando que el cielo se abriera a su favor. Tenemos ejemplos de algunos nombres conocidos: Moisés, Elías, Nehemías, Ester, Ana, Daniel, Pedro, Pablo, Nuestro Señor Jesucristo, etc.
También sabemos de los testimonios de algunos nombres de hombres y mujeres de Dios contemporáneos que han sido o son ejemplos en cuanto a su vida intensa de oración.
Personas que por la misericordia de Nuestro Padre Celestial han sido o están siendo muy usados por el Espíritu Santo con una unción fuera de lo normal. Sin duda, todos los grandes avivamientos conocidos están relacionados con el fervor e intenso momento de la oración intercesora del pueblo de Dios.
«El avivamiento es posible cuando
toda la comunidad está impregnada de Dios».
Duncan Campbell
El cielo se abre cuando la oración está hecha conforme a la voluntad de Nuestro Padre que está en los cielos.
Es impresionante cuando uno lee o escucha el testimonio sobre la vida de algunos de los grandes avivadores que han marcado la historia. Sus declaraciones y experiencias en cuanto a sus vidas intensas de oración no dejan indiferente a nadie porque son de gran estímulo.
Evan Roberts (1878-1951)
Un hombre que el Espíritu Santo usó para cambiar la historia de Gales, a través del cual se produjo un avivamiento espiritual sin precedentes en ese país.
Por diez u once años, día y noche, Evan Roberts oraba sin cesar, lloraba y suspiraba por un gran avivamiento espiritual.¹
El Señor se sirvió de él de tal manera que en cinco meses —algunos reducen ese tiempo a seis semanas— cien mil personas en todo el país aceptaron a Nuestro Señor Jesucristo como su Único Señor y Salvador.
Se cuenta que el impacto del avivamiento fue de tal envergadura que los jueces no tenían ningún caso para juzgar: ni robos, ni asaltos, ni violencias, ni asesinatos. La criminalidad cayó. La policía informó que no tenían nada que hacer más allá de supervisar el ir y venir de la gente de las reuniones de oración. La gente lloraba por las calles a las tres de la mañana según el Espíritu de Dios los tocaba. Los negocios de juego y de alcohol perdieron su trabajo, y los teatros cerraron debido a la baja asistencia. El fútbol fue olvidado tanto por los jugadores como por los espectadores. Los negocios cerraban antes del tiempo. La Sociedad Bíblica no lograba satisfacer todas las peticiones de Biblias. Las barreras doctrinales cayeron mientras los cristianos de todas las denominaciones adoraban juntos. Una sociedad entera fue transformada por el poder de Dios (Hijos del Altísimo).
John Hyde (1865-1912), misionero en la India
John Nelson Hyde, al que muchos llamaban el apóstol de la oración, fue el instrumento que el Espíritu Santo usó para el gran avivamiento de India. John Hyde oraba, y si tenía tiempo comía; John Hyde oraba, y si tenía tiempo dormía; John Hyde oraba, y si tenía tiempo confraternizaba con los demás. John Hyde oraba, tenía sus piernas completas, pero solo sabía usar sus rodillas. John Hyde enseñaba que, tanto en las misiones como en el evangelismo, una noche de oración puede lograr más cosas que un año de activismo.
No era un misionero que oraba mucho: era un misionero que solo oraba. Por esta causa, fue menospreciado al comienzo de su ministerio, donde los demás misioneros se lanzaban a un frenético activismo, olvidando que la obra de Dios se construye de rodillas. Más tarde, el menosprecio se convirtió en admiración cuando las oraciones de John Hyde trajeron un avivamiento que encendió la vida de miles de personas.
Este gran hombre de Dios dijo: «El ego no solo debe morir, sino que debe estar enterrado fuera de la vista, pues el hedor de la vida del ego aún sin enterrar espantará a las almas alejándolas de Dios» (Diarios de avivamientos).
Edward Payson (1783-1827)
Tenía una vida disciplinada de oración que le hizo famoso años después. «Él oraba sin cesar —escribió su biógrafo—. Él estudiaba la teología arrodillado. Gran parte de su tiempo lo pasaba literalmente postrado, con la Biblia abierta delante de él, suplicando sus promesas».
¿Cuál fue el secreto del éxito de Payson? La razón de su éxito era la oración. A la edad de veintiséis años, anotó en su diario: «Fui permitido angustiarme en oración por mí mismo y mi gente, e interceder con gemidos indecibles». Tenía el sobrenombre de Praying Payson (Payson, el hombre de oración). Se dice que oraba tanto que en su muerte encontraron que el suelo de madera a un lado de su cama estaba desgastado por sus rodillas, que tan frecuentemente doblaba en ese lugar. Después de su muerte, todavía se podía sentir la presencia del Señor en su oficina (Enrichment Journal).
Jonathan Edwards (1703-1758)
Jonathan Edwards se encerraba trece horas al día en su oficina para dedicarse a la oración. Cinco veces al día estaba en la presencia del Padre para orar. Oraba tanto que en muerte se encontraron en su oficina las marcas de su huella en una tabla donde se apoyaba, que estaba agujereada por causa del peso de sus rodillas y del largo tiempo dedicado a la oración. Después de su muerte, se podía todavía sentir la presencia del Señor en su oficina.
En unos de sus libros, Jonathan Edwards dice lo siguiente acerca de la oración: «Es cierto que quien desperdicia la oportunidad y frescura de las primeras horas de la mañana en otras ocupaciones que buscar a Dios hará pocos progresos buscándole el resto del día… Si Dios no es lo primero en nuestros pensamientos mañaneros, estará en el último lugar durante el día. Y es que detrás de este levantarse temprano y orar temprano está el deseo ardiente que nos presiona en el empeño de servir a Dios. La negligencia matinal es, pues, la prueba palpable de un corazón negligente. El corazón que es descuidado en buscar a Dios en la mañana ha perdido su gusto por todo lo sublime y espiritual. Un deseo en la búsqueda de Dios que no pueda romper las cadenas del sueño es una cosa débil y no hará sino poco bien en relación con Dios, después de haberse gratificado a sí mismo plenamente» (Diarios de avivamientos).
Robert Murray M'Cheyne (1835-1843)
Robert dijo: «Debo orar antes de que haya visto a alguien. A menudo, cuando duermo mucho, o me reúno con otros temprano, es a las once o doce que comienzo mi oración secreta. Este es un perverso sistema, contrario a las Sagradas Escrituras, pues Cristo se levantaba antes de que amaneciera y se iba a un lugar solitario. Siento que es mucho mejor comenzar el día con Dios, ver su faz primero, dejar a mi alma acercársele, antes de acercarse a otro…».
Charles Spurgeon (1834-1892)
Este gran hombre de Dios consideraba la oración como un deleite, y la describió con las siguientes declaraciones:
– Orar es como bañarse: es un fresco arroyo susurrante para escapar del calor del sol de verano.
– Orar es subir en alas de águilas por sobre las nubes y entrar en la claridad del cielo donde Dios mora.
– Orar es tomar el cielo en los brazos de uno, abrazar a la Divinidad con el alma, y sentir que el cuerpo de uno es templo del Espíritu Santo.
– Aparte de la respuesta, la oración en sí es una bendición. Orar, mis hermanos, es arrojar vuestras cargas, es echar vuestros harapos, es deshaceros de vuestras enfermedades, es ser lleno de vigor espiritual del cristiano.
– La oración es la llave que abre la puerta de la misericordia.
– La oración es el nervio ligero que mueve los músculos de la omnipotencia.
– La oración es el sonido mágico que dice a la fe: «Así sea».
– La oración es la fortaleza de la criatura, su hábito, su ser.
– El mejor hombre de oración es aquel que más cree y está más familiarizado con las promesas de Dios. Después de todo, la oración no es otra cosa que llevar las promesas de Dios a Él mismo, y decirle: «Haz así como has dicho». La oración es la promesa utilizada. Una oración que no esté basada en una promesa no tiene un cimiento verdadero.
– La verdadera oración es medida por peso, y no por longitud. Un simple gemido ante Dios puede contener mayor plenitud de oración que un fino discurso de gran longitud.
²
James Dunn (1939-2020)
Un hombre de Dios que con sus declaraciones ha tocado grandemente mi vida y ha activado tanto mi relación personal con el Espíritu Santo como mi vida de oración llevándola cada día a más.
James Dunn llegó a una conclusión: «El ayuno mantiene al espíritu fuerte y le da el control sobre el cuerpo. Cuando alguien ayuna y entra en dolor de parto ante Dios, su espíritu se fortalece y entra en armonía con Dios. Así, encuentro que el ayuno me da mayor poder para orar con la gente, o por las enfermedades de la gente. Me da mayor poder con Dios para predicar la Palabra, y los avivamientos son un éxito más grande. Siento que si alguien alguna vez deja el ayuno, empieza a perder en su ministerio y en su vida para Dios. Cuando eres débil, entonces eres fuerte. Esta es una vida apartada. Dios me mostró al mismo inicio de este ministerio que es una vida apartada, y que yo tenía que pasar muchas horas ayunando, orando, meditando y permaneciendo ante el Señor».
Me faltaría tiempo para relatar los impactantes testimonios de todos estos grandes avivadores que han dejado huellas imborrables en cuanto a su relación con el Espíritu Santo y sus vidas entregadas a la oración: Smith Wigglesworth, John Wesley, Dwight L. Moody, A. A. Allen, William Marrion Branham, John Hyde, Reinhard Bonnke, Kathryn Kuhlman, Oral Roberts, Kenneth E. Hagin, William J. Seymour, y otros tantos que han sido usados grandemente como precursores de grandes avivamientos. Gente que durante su vida supo mantener el cielo abierto³ a favor de ellos a través de sus intensos momentos de oración.
David Brainerd exclamó: «¡Oh, una hora con Dios excede infinitamente a todos los placeres del mundo!».
Me acuerdo de un amigo que me dijo: «Panda, ¡qué bonito es ver sus oraciones contestadas!».
Tenemos en las Escrituras a mucha gente que halló el favor del Padre al ver que sus oraciones fueron contestadas:
Ana oró y lloró en la presencia del Padre y nació el profeta Samuel. «Y ella le dijo: ¡Oh, Señor mío! Vive tu alma, Señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a Ti, orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí
» (1 Samuel 1, 26-27). ¡Aleluya! Después de un largo tiempo de esterilidad, el Señor cumplió con el deseo de su sierva de ser madre.
Isaac oró al Padre y le dio gemelos: Esaú y Jacob. «Isaac oró a Jehová por su mujer, Rebeca, que era estéril; lo aceptó Jehová, yRebeca concibió» (Génesis 25, 21). Después de casi veinte años de espera, por fin la oración desató el poder sobrenatural del Padre.
Josué oró y el cielo se detuvo. «Entonces Josué habló a Jehová, el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de todos los israelitas: Sol, detente en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ajalón
. Y el sol se detuvo, y la luna se paró, hasta que la gente se vengó de sus enemigos» (Josué 10, 12-13).
Elías oró y cayó el fuego desde el cielo. «Cuando llegó la hora de ofrecer el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu siervo y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo, que conozca que Tú, Jehová, eres el Dios, y que Tú haces que su corazón se vuelva a Ti
. Entonces cayó fuego de Jehová y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y hasta lamió el agua que estaba en la zanja» (1 Reyes 18, 36-38).
Elías oró para que no lloviese, y no llovió. «Entonces Elías, el tisbita, que era uno de los habitantes de Galaad, dijo a Acab: ¡Vive Jehová, Dios de Israel!, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, hasta que mi boca lo diga
(1 Reyes 17, 1). «Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto» (Santiago 5, 17-18).
Pedro oró y Dorcas resucitó. «Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: ¡Tabita, levántate!
. Y ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó»(Hechos 9, 40).
Losapóstoles oraron y el lugar donde estaban congregados tembló. «Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la Palabra de Dios» (Hechos 4, 31).
Pablo y Silas oraron y las cadenas que tenían se rompieron. «Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios, y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas y las cadenas de todos se soltaron» (Hechos 16, 25-26).
NOTA: Orar y ver los resultados debería ser algo normal porque invocamos a un Dios Todopoderoso. El hecho de no ver resultados a nuestras oraciones debe preocuparnos y hacernos entender rápidamente que algo falla, que algo estamos haciendo