Viaje a través de la moda: Diseñadores, iconos,y estilos de los siglos XX y XXI
Por Vicente Gallart y Elena Mir
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A lo largo del pasado siglo XX se produjo la revolución más radical de la moda, que pasó de ser patrimonio exclusivo de una élite a formar parte de la vida de la gente. Hasta llegar a la total democratización que vivimos en la actualidad, esta disciplina artística y creativa ha ido cobrando mayor importancia a nivel social y mediático. Viaje a través de la moda recorre, década tras década, el pasado siglo XX y las dos primeras del XXI desde una perspectiva histórica y social señalando los diferentes diseñadores, iconos y estilos que han marcado cada época. El objetivo es descubrir el pasado lejano y reciente de la moda a través de sus principales protagonistas. En este apasionante viaje que cubre 120 años de historia vemos cómo el arte, el teatro, la danza, el cine, la música y la televisión se unen con la moda para formar un conjunto fascinante que ha llegado hasta la actualidad. Escrito por el periodista especialista en moda Vicente Gallart y acompañado por las sugerentes ilustraciones de Elena Mir, este manual es una introducción amena, divertida y sorprendente que resultará toda una revelación tanto para estudiantes como para amantes de la moda en general.
Vicente Gallart
Vicente Gallart nació en Valencia. Es periodista de moda y comenzó su trayectoria profesional en la revista "Vogue España", donde fue editor de moda, al igual que posteriormente en la revista "GQ España". También ha sido colaborador habitual de "Telva", "Yo Dona", "SModa" y "Shangay Style". Actualmente trabaja como tutor y creador de contenidos para cursos online de Condé Nast College Spain. Además, es el responsable de la web de moda, belleza y estilo de vida sostenibles Ecolover.life y es autor de los libros "100% Naty. El manual de moda de Naty Abascal" (2013) y de "Irresistibles. 100 años de it girls en la moda" (2014).
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Viaje a través de la moda - Vicente Gallart
Introducción
Desde principios del siglo XX la moda ha sido un vehículo para transmitir un determinado estatus, así como un determinado estilo propio que puede seguir o no las tendencias imperantes. Del New Look al nailon, del punk al minimalismo de Prada, a lo largo del pasado siglo XX se produjo la más radical revolución de la moda, que pasó de ser patrimonio exclusivo de una elite a formar parte de las vidas de muchos de los habitantes de este planeta. El fascinante viaje empezó hace ciento veinte años y para revisarlo hay que echar la vista atrás y descubrir sus nombres propios a través de vestidos, accesorios, tendencias, diseñadores, modelos, actrices, fotógrafos, fiestas…
Hasta llegar a la total democratización que vivimos en la actualidad, y cuyo conflictivo panorama se revisa en el epílogo de este libro, se ha producido un proceso en el que esta disciplina artística y creativa ha ido adquiriendo mayor importancia a nivel social y mayor impacto mediático. Su constante presencia pública gracias a la prensa, al teatro y a la danza, al cine, a la televisión y a la escena musical ha ido poco a poco calando en una sociedad cada vez más interesada en vestirse de forma adecuada, original y elegante, algo que hasta la Primera Guerra Mundial solo era patrimonio de una minoría adinerada.
Así pues, es muy importante entender la moda que ha caracterizado cada una de las décadas de los siglos XX y XXI teniendo en cuenta las circunstancias socioeconómicas. Explicar los diferentes estilos sin describir sus coyunturas resultaría imprudente, porque en ellas encontramos en buena parte lo que los explica. Las razones en torno a la aparición de determinadas prendas, o de su transformación, se encuentran irremediablemente ligadas al momento exacto en el que surgen, así que para descubrir su origen es necesario mirar siempre a su alrededor.
Las protagonistas de este viaje a través de la moda son, en su gran mayoría, mujeres, pero esto no significa que no vayamos a prestar atención al armario masculino. Cierto es que la moda femenina es la que más evolucionó en el siglo XX y, por ello, la que más páginas de información ha ocupado y más escenas de famosas películas ha «robado». Pero el hombre también experimentó su propia conquista de un estilo al vestir que, década tras década, fue rompiendo moldes y liberándose de protocolos. En cada capítulo de esta obra prestaremos atención a los cambios más destacables que se han producido en el menswear y a aquellos personajes que mejor supieron lucirlos y, de este modo, contribuyeron a introducirlos y normalizarlos en la sociedad occidental.
Por último, conviene insistir en que solo a partir de 1910 la moda se puso realmente «de moda». Hasta esa fecha, las costumbres en el vestir correspondían a las imposiciones propias de cada clase social. Indumentarias que convivían y se diferenciaban según el estatus y el país. Este panorama comenzó a cambiar cuando Charles Frederick Worth decidió que no estaba satisfecho con su trabajo como proveedor de su majestad imperial, la española Eugenia de Montijo, y empezó a «firmar» sus propias creaciones. En ese instante nació la identidad de marca, el proveedor pasó a ser un modista y sus diseños… pasaron a ser moda.
I
Las décadas de 1900-1920
LA MODA DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX Y EL ADIÓS AL CORSÉ
A finales del siglo XIX la moda era una forma «legalizada» de tortura para las mujeres. El corsé les retorcía la columna vertebral, los minúsculos zapatos les aplastaban los pies y los sombreros se mantenían en equilibrio gracias a rellenos y pelucas. En 1900, la alta costura francesa dio sus primeros pasos en la Exposición Universal de París y algunos modistas como Worth y Doucet, famosos por vestir a las estrellas teatrales Eleonora Duse y Sarah Bernhardt, sorprendieron a los visitantes del concurrido Pabellón de la Elegancia con creaciones muy costosas y elaboradas. Desde ese momento, París empezó a ser considerada la cuna de la moda, su capital más importante, un título que sigue conservando hoy en día.
No deja de ser curioso que el padre de esta primera alta costura fuera el británico Worth, llegado a París con tan solo veinte años y tras siete de formación en el sector textil de Londres. Su casa de moda en la Rue de la Paix empezó a despuntar en 1871, cuando asumió su dirección en solitario y decidió darse a conocer como una celebridad. Fue el primero en presentar cada año una colección a su clientela y en firmar sus vestidos como si fueran obras de arte. En realidad lo eran, porque respondían a los gustos de una Belle Époque, donde se usaba un polisón para recoger el exceso de tela de la falda plana que caía por delante y un miriñaque para conseguir un determinado volumen. Ambos elementos, junto al corsé, formaban la santa trinidad de la moda de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, «decorada» mediante grandes sombreros con pesadas plumas de avestruz, gargantillas para mantener bien erguido el cuello, botines puntiagudos, guantes ajustados y una sombrilla para proteger lo poco que quedara al aire y así evitar la tez morena, propia de las clases trabajadoras. Todos estos elementos fueron aumentando su volumen (o reduciéndolo, en el caso del corsé) hasta extremos inadmisibles que, finalmente, llegaron a provocar burlas mordaces por parte de la prensa especializada, es decir, por parte de American Vogue.
La primera editora de esta legendaria publicación, Josephine Redding, se vestía con delicados zapatos, no llevaba corsé y consideraba que ponerse un enorme sombrero para recibir a los invitados no era nada divertido. Esta excéntrica dama luchaba así contra la opresión desde una revista que semanalmente hablaba de «moda, sociedad, modales, hogar, literatura, arte, música y teatro». La moda no era el tema principal, algo lógico en una época en la que la única pasarela estaba en las carreras de caballos de Chantilly, Longchamp o Auteuil. París era, como ya hemos comentado, el centro universal de la moda, inalcanzable para la mayoría de los mortales. Sin embargo, para esa inmensa mayoría existía la revista Vogue, un perfecto voyeur que les contaba qué ocurría, a quién, y cómo iba vestida la persona en cuestión. Además, se hablaba de bodas y fallecimientos y se anunciaban boas y plumas, limpiezas y tintes, servicios de masaje e incluso de shopping (¡los personal shoppers ya existían en 1909!).
Con unas lectoras que se cambiaban de look unas seis veces al día, Vogue empezó muy pronto a presentar sus números especiales, dedicados a la lencería, al patronaje, a los sombreros e incluso al tiempo de ocio, para el que recomendaban los cruceros, los juegos de gymkhana y los pícnics en canoa. Su primer corresponsal contaba desde Montecarlo lo ideales que eran los parasoles ese verano… y criticaba, de paso, el popular tiro al pichón. Sin embargo, el aparentemente inamovible mundo de la moda pronto iba a verse sacudido por su primer enfant terrible, Paul Poiret. La primera entrevista a un diseñador Vogue se la hizo a este liberador de la mujer oprimida por el corsé, gran defensor de la individualidad de formas y colores, el hombre que revolucionó la escena de la vestimenta con su sofisticado orientalismo. Fortuny con su vestido Delphos, Lanvin y Paquin le siguieron como creadores de una moda que comenzaba a reivindicar un mayor protagonismo entre la aristocracia. Gracias a estos primeros diseñadores, la mujer empezó a elegir su atuendo libremente, un comportamiento audaz que se identificó con iconos de la época, como la actriz de cine mudo Lillian Gish o las bailarinas Isadora Duncan y Mata Hari.
Mata Hari
PAUL POIRET, EL PRIMER GRAN DISEÑADOR
Frente a la femme ornée de la Belle Époque surgió la femme liberée, y su más apasionado defensor fue Paul Poiret. Este francés que, en su momento, se autodenominó ante la prensa «el tirano que necesita la moda» sentía una profunda aversión hacia la silueta de reloj de arena propia de la Belle Époque: frágil en la cintura, exuberante en la parte superior y en la inferior. Después de trabajar como dibujante en los talleres de Doucet y de Worth, y aprender que tratar bien a las estrellas del teatro podía reportar suculentos beneficios, empezó su propia andadura en 1903 con un salón de moda cuya primera clienta fue Réjane, una actriz que se convertiría en embajadora de sus primeros diseños ante el tout Paris. Muy pronto, Poiret se convirtió en una celebridad y se rodeó de artistas que alimentaban sus nuevas ideas acerca de la vestimenta femenina.
En 1906, inspirado por el Modernismo, que empezaba a surgir en Europa, diseñó su vestido La vague (La ola), un modelo sencillo, que se entallaba bajo el pecho y caía recto hasta los pies. Similar a los vestidos de silueta imperio y de la Reforma inglesa, su creación tuvo en su esposa a la mejor de las modelos. La sencillez de Denise Boulet inspiró al genio para renunciar definitivamente al corsé y apostar por una nueva silueta juvenil y moderna que permitía la libertad de movimientos. Boulet se convirtió en una auténtica it girl de la época y los nuevos vestidos de Poiret se empezaron a vender por decenas. Con ellos, la esclavitud del corsé se dio por finalizada y los clásicos y aburridos tonos pastel fueron sustituidos por colores vivos y atrevidos.
Poiret también fue el responsable de que las mujeres decidieran dejar de usar medias negras y empezaran a ponerse las de color carne, creando la ilusión óptica de llevar las piernas desnudas. La polémica estaba servida. Poco a poco, Poiret fue exagerando el corte de sus vestidos hasta que, por ejemplo, estrechó tanto el bajo de las faldas que las mujeres solo podían andar dando pequeños pasitos. A él le hacía mucha gracia, pero a sus clientas terminó por no gustarles y, por primera vez en 1910, rechazaron sus ideas.
Paul Poiret
Como respuesta, Poiret decidió orientalizar sus propuestas influenciado por el gran éxito que los ballets rusos de Serguéi Diáguilev estaban teniendo en París en aquel momento. Caftanes, abrigos kimono, pantalones bombacho, turbantes, túnicas… todo formó parte de una colección de éxito que le devolvió la categoría de genio. Para celebrarlo organizó la primera gran fiesta de la moda, la llamada Noche número 1.002, que reunió a lo más granado de la sociedad, el arte y el espectáculo, y les pidió que dejaran volar su imaginación a la hora de vestirse para el evento. El resultado fue espectacular… y los gastos económicos que le supuso el acontecimiento también.
Poco a poco, su taller empezó a sufrir apuros económicos debido al estilo de vida de un diseñador que, ante todo, se consideraba un artista. Por suerte, se le ocurrió contratar a un grupo de modelos y recorrer las principales capitales europeas para presentarle sus nuevas creaciones a la aristocracia. Tuvo la brillante idea también de lanzar su propio perfume, crear una colección única de complementos y diseñar muebles art déco que complementaban sus vestidos. De este modo, Poiret acabó convirtiéndose en el primer diseñador que dotaba a todas sus creaciones de una misma identidad estética.
Si tenemos en cuenta cómo evolucionaría la moda sesenta años más tarde, podemos considerar a Poiret un visionario. Sin embargo, su inspiración principal surgió de su propio entorno, de una sociedad que cambiaba rápidamente y que se vio paralizada por la Primera Guerra Mundial. Después de la Gran Guerra, Poiret ya no pudo conectar con la nueva clientela femenina, que buscaba la comodidad y no llamar la atención a toda costa. Tras organizar varias fiestas, acabó por arruinarse. Su mujer le abandonó con los cinco hijos que habían tenido juntos y él decidió retirarse a la Provenza para dedicarse a la pintura, mientras veía cómo una joven Coco Chanel tomaba su relevo al frente de una moda que modernizaba su estilo a gran velocidad.
OTROS DISEÑADORES PIONEROS
Jeanne Paquin
Esta creadora presentó un vestido de corte imperio en 1906, tres años antes de que Poiret diera a conocer su famoso La vague. Y lo mismo ocurrió con el abrigo kimono poco después. Paquin se adelantó siempre al genial diseñador, pero no supo difundirlo a través de una clientela famosa ni convertirse en una celebridad. Aun así, Paquin fue una pionera al contar con las mujeres para lucir sus diseños durante los estrenos operísticos y en las carreras de caballos. También fue la primera en organizar un desfile de moda tal y como lo entendemos en la actualidad; fue en el Palace Theatre de Londres, en 1914. Al fallecer su marido en la Primera Guerra Mundial decidió retirarse de su propio salón de moda, que continuó funcionando en París hasta 1956.
Jeanne Lanvin
La firma Lanvin se creó el día en que su fundadora decidió confeccionar para su propia hija de seis años unos vestidos preciosos. La moda infantil fue la base de la marca, después llegó la línea para chicas jóvenes y otra destinada a mujeres más maduras. Así pues, esta creadora fue la primera en tener en cuenta los diferentes grupos de edad a la hora de trabajar su propuesta desde un punto de vista comercial. Sus patrones eran sencillos y sus colores siempre alegres, aportando una feminidad y un romanticismo que jamás resultaban sexis. Más de un siglo después, la firma sigue siendo propiedad de los herederos de Jeanne Lanvin.
Mariano Fortuny
Este español afincado en París forma parte de la historia de la moda gracias a un único diseño: el vestido Delphos. Este traje de seda plisada que cabía en una caja minúscula estaba inspirado en las antiguas túnicas griegas, llamadas chitones, y caía hasta los pies sin la necesidad de costuras. Las mujeres más famosas de la época no dudaron en lucirlo y disfrutar de la libertad de movimientos que proporcionaba. En la actualidad, la mayoría de los vestidos Delphos se conservan en museos o se pueden adquirir en subastas de