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Las Memorias De Un Sargazo
Las Memorias De Un Sargazo
Las Memorias De Un Sargazo
Libro electrónico367 páginas5 horas

Las Memorias De Un Sargazo

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Información de este libro electrónico

Esteban Casañas Lostal, ciudadano canadiense de origen cubano, nació en La Habana el 6 de septiembre de 1949. Ingresa en la marina mercante cubana en 1967 a la temprana edad de 17 años donde se desempeña como timonel, pañolero y luego como oficial. Durante sus 24 años como marino visitó 49 países, dio cuatro viajes de circunnavegación y se desempeñó como profesor de Navegacion en la Academia Naval del Mariel.

Nos toma de la mano y remolca como una de sus naves para mostrarnos su apasionante mundo. Es quizás uno de los pocos que se han atrevido a narrar en primera persona los secretos y misterios de esa fascinante marina mercante cubana desconocida por muchos. Peligros, galernas, viajes a países en guerra, momentos de miedos ante un inminente naufragio, hambre, frio, calor, contrabando, delación, incompetencia, alcohol y amores fortuitos, son parte de su escenario.

Desde finales de los 90 se dedica al rescate de una flota sepultada en el olvido intencionalmente, como si nunca hubiera existido. Acude a cada rincón de su memoria para devolverle vida a decenas de fantasmas que tripularon sus naves, es su humilde homenaje.

Usted embarcará junto a él en cada una de sus naves y se verá invadido por los sentimientos compartidos del autor, un profundo cariño por aquellos que fueron sus familiares y desprecio por cada uno de los que destruyeron muchos sueños. Esteban logra atrapar una parte de su vida en este libro y renuncia a morir como un simple Sargazo carente de memoria.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento8 jul 2020
ISBN9781506533230
Las Memorias De Un Sargazo
Autor

Esteban Casañas Lostal

Esteban Casañas Lostal, ciudadano canadiense de origen cubano, nació el 6 de septiembre de 1949 y desde 1991 reside en la ciudad de Montreal. Marino de profesión, dedica los últimos años de su vida a la narración de historias comunes a muchos hombres de mar. Amor, sexo, contrabando y aventuras llenas de pasión, son la principal divisa utilizada en cada libro publicado.

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    Las Memorias De Un Sargazo - Esteban Casañas Lostal

    Prólogo

    No pude negarme y caigo nuevamente en su trampa, el cariño mutuo supera al del simple amigo, somos hermanos desde hace varios años. ¿Qué podré escribir para decirle el placer sentido en cada incursión suya en la vida del marino? Porque, aunque él no lo crea, toda su vida en el mar es un punto de referencia para cientos de hombres.

    La superficie de la Tierra está cubierta en un 72 % de agua. Los océanos y grandes mares constituyen 95 de ese porciento.

    Desde la antiquísima de las antigüedades, los mares y océanos constituyeron las fronteras desconocidas a las que se enfrentaban, maravillados y asustados los seres que recién comenzaban su andadura sobre tierra firme.

    Moisés ¿tuvo qué separar sus aguas? Odiseo luchó contra monstruos, deidades hermosas y tentadoras, en un alarde de valor, fantasía y desesperado amor por su patria y su hogar…

    Los Vikingos se atrevieron, a golpe de remos y mirando a las estrellas, a desafiar a sus poderos Dioses, a descubrir el desconocido mundo al otro lado de ese mar inmenso y aterrador. Otros, soñando y desafiando dogmas e ignorancias, probaron que la tierra no era cuadrada ni tenía confines.

    La epopeya del hombre, a lo largo de la historia, se ha escrito sobre el mar y a través de él. Se ha escrito con la sangre, arrojo y esa extraña condición humana de ser MARINOS.

    Estos, excepcionales y muchas veces incomprendidos hombres, vivieron cada uno en su época, sus particulares y desgarradores dramas.

    Este libro va de eso. De historias hermosas, de rastreras cobardías, de VALOR, ENTEREZA. Y sobre todo de las vivencias que solo conocen aquellos que han mirado el Océano cara a cara, venciéndolo unas veces, siendo vencidos otras.

    Esta vez, su aventura o punto de partida en este libro que hoy nos ofrece, comienza desde su ingreso en la Marina Mercante Cubana en el lejano 1967 cuando aún contaba con solo 17 años. Muchos sueños e ilusiones fueron el equipaje del primer viaje con aquella cuarteada maleta a punto de naufragar. Le resultó imposible renunciar en medio de un bravo océano, se lo prometió cada día navegado hasta la próxima orilla. Aquel viejo mundo que apareció ante sus ojos sirvió para que aquellos sueños se multiplicaran.

    En este libro con un título muy especial que, dice muy poco, al menos para el que no lo conozca, es sumamente importante para esos miles de hombres de varias generaciones salpicados por la curiosidad o simplemente por sentirse identificados con sus historias, para ellos, dice y significa mucho. Creo sea uno de los más serios, donde aborda ese mundo donde se desarrolló como hombre, ser humano o como un pez. Esteban apura sus notas, sabe haber vencido hace un tiempo el cenit de su vida y no desea desaparecer como un simple Sargazo, como muchos de su época, mudos, ciegos, sordos y carentes de memoria.

    Aborda con orden cronológico cada una de las naves donde curtiera su piel con salitre y muchas aventuras. Trata de no olvidar nombres conocidos y otros no tanto, buenos y malos, regulares también. Se refiere a ellos con ese amor del que consideró a una tripulación como la extensión de su familia y con cierto desprecio, por qué, ¿no?, hacia aquellos que ayudaron a destruir una noble y ruda profesión asfixiando a sus hombres.

    Esteban Casañas Lostal nunca se ha considerado escritor, poeta, historiador o Capitán, como lo llaman de cariño. Sin embargo, nadie podrá negar su mérito. Tienen que sumar miles las horas dedicadas al rescate de tres flotas borradas de nuestra historia, labor reconocida por muchos marinos como él y atacada por elementos desde la isla, cuyo empeño no ha sido otro que ocultarla a las nuevas generaciones. Trabajo que comenzara a finales de la década del noventa y que hoy rinde sus frutos. No es historiador, pero nos deja un legado que, será punto de referencia para esos historiadores que se empeñen en escribirla de verdad.

    Siento una gran satisfacción al escribir estas líneas por invitación suya, vendrán dos libros más, según me cuenta. No desea abandonar a ningún amigo vivo o muerto, enemigos también. Se ha tomado muy en serio este rol que le regaló el destino y me alegro mucho. Mi hermano ha sido todo un aventurero y lo refleja en muchos de sus trabajos, solo que esta vez asume la responsabilidad rechazada por muchos hombres, quienes prefirieron vivir y morir como simples Sargazos, almas dispersar por el mundo a la deriva.

    Busquen silenciosamente los monstruos y tentaciones de Ulises, la descomunal y primitiva fuerza de los Vikingos, la obstinación y el ansia de conocimientos de los marinos de esos siglos de descubrimientos. Y por qué, ¿no? Miren de nuevo esa extraña y surrealista película Piratas del Caribe. Allí podrán reconocer cada uno de los personajes e historias narradas y vividas en primera persona por el Autor de este libro.

    No podían, no debían desaparecer.

    Quizás la voz de alguno de aquellos marinos, los de ayer y muchos de los de hoy, le hayan gritado al oído: NO NOS DEJES MORIR. TUS HISTORIAS, TUS AMORIOS, TUS PENURIAS, TUS AMIGOS, ENEMIGOS Y HASTA TUS LÁGRIMAS SON TAMBIEN LAS NUESTRAS.

    Gracias, Esteban Casañas Lostal.

    Pilar Alberti Mederos 

    Las Palmas de Gran Canaria, 

    24 de Junio del 2020 

    1.- HA NACIDO UN MARINO

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    De izq. a derecha; Argelio Baños, Consuegra,

    Jonás Gainza, Jesús y yo sentado sobre una caja.

    Foto tomada en 1968 en la proa del vapor "New

    Grove". Todos éramos Marinos Embajadores.

    …Mi primera gran navegación ocurrió entre los muelles de Luz y Regla, luego, la singladura fue un poco más extensa, Regla y Casablanca se encontraban separadas unos cuantos metros más. Pocos pueden calcular las longitudes de aquellos metros en la imaginación de un niño, eran millas que se perdían en la estela dejada por la lancha. Aquellas travesías se repetían semanalmente y constituyen las más significativas delicias de esa etapa de inocencia. Viajaba entre buques de vapor y cascos remachados, cadenas que se ahogaban en las profundidades de la bahía. Las gaviotas sobrevolaban todo el trayecto y se lanzaban en picada contra bandas de sardinas. Los enormes sábalos eran convertidos en tiburones por mis ojos de niño y las medusas fueron los paracaídas de soldados que saltaban hacia las profundidades de lo desconocido. Los marinos colgados de sus guindolas, se me antojaban pájaros carpinteros que repiqueteaban sin cesar para arrancar ronchas de óxido. El tableteo de sus piquetas podía burlar cómodamente el ruido del motor de la lancha que, cuando pasaba cerca de ellos, detenían sus picotazos y devolvían el constante agitar de mis manos. Con la maniobra de atraque se extinguía esa felicidad que solo costaba diez centavos, poner el primer pie en tierra desdibujaba toda la magia reflejada en mi rostro y me devolvía a una triste realidad, la que ofrece la vida bajo tus pies y elimina todo sentimiento de abstracción que solo es posible de lograr en el mar. Al final de cada recorrido estaba él con su tridente, me abrazaba y luego partía en su majestuoso carruaje tirado por caballos, delfines, sirenas y golondrinas…

    Mi destino se definió en una cola el verano de 1967, nuestra carga al machete iniciada en el pueblo de Amarillas duro seis meses, tiempo sufrido cortando caña para desmovilizarnos del primer llamado del SMO (Servicio Militar Obligatorio). Cuando se terminaron las cañas continuamos guataqueando, regando abono y virando paja, todo por $7.00 pesos cubanos al mes.

    Un día recalamos a una zona conocida como Agüica, se encuentra al este de la ciudad de Colón, localizada en la antigua provincia de Matanzas. Nuestro campamento se encontraba muy cerca de la Carretera Central y de una prisión que lleva ese nombre escuchado por primera vez en la vida. Por fin decidieron devolvernos a la libertad que luchamos a golpe de machetes, porque realmente pagamos un precio bien caro para recuperarla sin haber cometido delito alguno.

    -¿Quién es el último? Pregunté en una de las dos colitas que se habían organizado y cuyo orden era velado por uno de los sargentos que tuvimos como verdugo durante este tiempo. Una cola era para aquellos reclutas que pertenecían a la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), organización fundada hacia muy poco. La fundación de esta organización se encuentra registrada en el año 1962, mientras la del Partido Comunista cubano aparece en 1965, algo que no comprendo mucho. Lo cierto es que para esas fechas no gozaba de arraigo entre los jóvenes como lo tuvo la AJR (Asociación de Jóvenes Rebeldes) en su momento. Su rígida selección no era atractiva y su militancia fue muy pobre en sus inicios. Los otros que formarían parte de esa colita, estaba integrado por muchachos que habían sido milicianos antes de entrar al SMO. Me sorprendí al escuchar sobre la organización de las colas y decidí hacer uso de mi derecho como ex-miliciano. Resulta que contando con 13 años y experimentando un período de acercamiento de mi padre, un día decidió llevarme a su Unidad de Combate localizada en la Calle B entre 8va. y 9na. en el Lawton. Fiñe al fin y al cabo, me deslumbraron las armas y allí quedé registrado como un miembro más del pelotón de zapadores. Solo fueron unos meses de membresía en aquel recinto saturado de viejos, fui llamado al SMO el 4 de Abril de 1967 contando con 14 años, pero la historia es muy larga y no se ajusta al presente trabajo.

    La otra cola era para los que no habían sido una cosa u otra, los que eran considerados nada, sencillos fantasmas que en un futuro no muy lejano se encargaron identificar como simples. Simples mierdas sin valor alguno y escasos en derechos, el pueblo, yo. ¿Qué diferencia existía entre una u otra cola? Una bien grande, yo diría que abismal y definitoria de ese proceso discriminatorio implantado desde esas fechas hasta el sol de hoy. En la colita de los militantes y milicianos se ofrecían los mejores empleos u oportunidades para estudiar. En la cola de los simples toda oferta era motivo de disgusto para el que finalizaba sus trámites, aquellos muchachos cargaban en sus manos lo peor del mercado laboral. Ambas colas finalizaban frente a unas rusticas mesas, donde permanecían sentados funcionarios de rostros fríos y metálicos que formaban parte de una comisión del Ministerio del Trabajo.

    -¿Quién es el último? Pregunté en la colita de los privilegiados y algunos chivatos me miraron sorprendidos.

    -Esta es la cola de los militantes y milicianos, la tuya es aquella. Se atrevió a decirme uno de ellos.

    -Te equivocas, cuando tú no eras nada yo estaba en las milicias, esta es mi cola. No insistió y decidió permanecer en silencio, lo mejor que pudo hacer. Mis socios de aventuras me miraron sorprendidos y luego debí ofrecerles muchas explicaciones para que borraran de su mente la imagen equivocada que comenzaron a cocinar sobre mi persona.

    -¡El último soy yo! Respondió uno que se encontraba sentado sobre una piedra a cinco metros de la cola. Yo decidí mantenerme el ella aun cuando el sol se hacía sentir con toda su fuerza.

    -¿Quién es el último? Preguntó un recién llegado y se acomodó detrás de mí. ¿Qué trabajo vas a pedir? Debo manifestar que me sorprendió su oportuna pregunta, no había pensado en ese detalle.

    -No tengo ideas de lo que estarán ofreciendo. ¿Qué vas a pedir tú?

    -Yo voy a solicitar ingresar en la marina mercante, existe esa tradición en mi familia.

    -Me has dado buena idea, yo tengo un primo en la marina y siempre me ha atraído el mar por su constante cercanía. Debo confesarte que nunca he subido a un barco, solo visité un submarino norteamericano cuando era niño.

    -¿Un submarino?

    -Si, estuvo de visita en La Habana y nos llevaron por la escuela a visitarlo, me encanto ver a la gente vestida de uniforme.

    -Entonces debes pedir para la marina de guerra.

    -Si, ¿me viste cara de comemierda? Este puto ejército no me vuelve a ver el rostro en lo que me queda de vida. Voy a pedir la mercante.

    -Dígame su nombre y fecha de nacimiento. Solicitó el tipo de rostro frío que me tocó.

    -Esteban Casañas Lostal, nacido el 6 de Septiembre de 1949 en Marianao…

    -¡Espérate, espérate! Aquí debe haber un error en la fecha, si naciste en el 49 tienes ahora 17 años.

    -No hay error, esa es mi edad y consta en mi certificado de nacimiento.

    -¡No puede ser posible! ¿Me estás diciendo que ingresaste en el SMO con 14 años?

    -¡Positivo! Entré con 14 y salgo ahora con 17.

    -Aquí ha existido una violación.

    -Si te remontas a la ley del Servicio Militar, toda persona que haya permanecido dos años o más en el ejército, se encuentra excluido de la aplicación de esa ley y yo permanecí 3 añitos. Todo era posible y aceptable en esas fechas, aun no existía un carnet de identidad nacional.

    -¡Es cierto, tienes razón! ¿Qué trabajo deseas realizar en la vida civil?

    -Quiero ingresar a la marina mercante.

    -¿Alguna razón especial?

    -Siempre he estado atraído por el mar y quiero ser marinero. ¿Alguna otra razón?

    El hombre me entregó una boleta para presentarme un día determinado en una de las oficinas del Ministerio del Trabajo de La Habana Vieja, muy bien pudo estar localizada en la calle Amargura y Oficios o en Teniente Rey y Oficios. Un sitio oscuro y caluroso colmado por el vaho de varios desesperados y desalmados seres dispuestos a darle un punto de partida a sus vidas. ¿Leerán alguna vez mis detractores estas líneas? ¿Acabarán de comprender de una vez por todas que, en aquellas fechas, no era exigida como condición ser militante para ingresar en la marina? Poco me importan sus juicios.

    Muy bien pude haber gastado la mitad de un día en aquella gestión, quizás estuve desesperado, sediento, hambriento y por supuesto, muy enojado, pero con las palabras que usamos los cubanos. Sali de aquel insalubre y deplorable lugar con otra boletica en las manos y la dirección de la sede de la marina.

    …Te aferras a esos recuerdos y nunca lo hundes, escribes cualquier cosa y ese es tu diario de bitácora, algo diferente, porque en este caso la nave eres tú. Aparecerá la imagen de mucha gente conocida, inolvidable, sencilla, humana. Las atraparás en esas páginas de un diario donde sin darte cuenta, narras con cariño o desprecio todos los secretos del mar que una vez te propusiste descubrir y creíste no descubierto. Porque los secretos del mar son solo eso, las aventuras que viviste dentro de él y la gente que te acompañó para convertirla en una fortuna indescriptible, que solo es posible esconder en las profundidades del alma. Acerco el caracol de un cobo hasta el oído y puedo escuchar al mar, lo oigo como cuando era un niño…

    2.- MI ENTRADA EN LA EMPRESA

    DE NAVEGACION MAMBISA

    Me veo sentado a mitad de la longitud de aquel teatro, era pequeño, quizás unas quince filas de diez o doce asientos, no muchos, ¿quién pudiera saberlo ahora?, han pasado tantos años. Me veo, sentado con una camisita blanca de nylon, me la hizo una costurera de la playa Santa Fe. Hizo seis con un paracaídas que le llevamos, dos para Noyo, otras para Ángel Sardiñas y las últimas para mí. Estaban de moda las camisas con aquella tela en esos tiempos, te obligaban a conservar una camiseta en buen estado, solo una, todo un lujo. Aquel paracaídas lo rescatamos en una práctica de tiro antiaéreo, cayó en un monte de uva caleta y lo escondimos. Estaba sentado con un pantalón de muselina china, lo había comprado por la libreta en el año 64 junto a otro pantalón de gabardina del mismo país. Nos tocaban dos en el año 64, uno de vestir y el otro adicional, no puedo asegurarles que esa palabra significara mierda, imagino que sí. Era una tela flácida que solo conservaba los filos unos pocos minutos, luego, cuando te sentabas, adquiría todo un batallón de arrugas en las articulaciones de las piernas. Lo peor no era eso, la variedad de colores era muy limitada y podías encontrar a diez cubanos vistiendo la misma ropa en una cuadra concurrida. Tampoco esa desgracia era el límite de nuestras pesadillas, ya dije que lo había comprado en el 64 por la libreta. Lo normal sería que cuando te entregaran la libreta nueva, lo hicieran con los cupones de esos artículos adquiridos en blanco. No fue así, cada año anotaban aquel pantalón comprado, corrió el 65, 66 y no conformes, lo acuñaron también en el 67. ¿Cuál es la vida útil de un pantalón? ¿Quién pudiera saberlo? Para nosotros es muy larga, demasiado.

    Me veo sentado en uno de aquellos duros asientos, algo nervioso, siempre lo estamos cuando desconocemos cuál es el paso siguiente y todo se convierte en misterio. Me miro los pies y calzo un par de mocasines que cuido y adoro como cualquier madre hiciera con un hijo, son los únicos que me sirven para un plante. Los que dejé en casa, los del diario, son unas boticas de trabajo transformadas. No llegaron a tener puntera de estilete como estaban de moda, no hubo peletero artesanal capaz de domar aquel duro cuero. Todos las remataban en una puntera cuadradita, eran del mismo color y se cerraban con dos correítas y hebillas. Eran iguales, no existía margen a la imaginación, las remataban con tacón Hollywood, así lo llamábamos nosotros. Algo más tarde y cuando esa moda cedía a las plataformas, los vi en vidrieras españolas anunciados como tacones cubanos.

    Me miro desde aquí, cuarenta y tres años después, reviso debajo de mi pantalón y encuentro un calzoncillo matapasiones, eran confeccionados con tela de sábanas. Las mujeres no tenían blúmeres y agotaron la producción de calzoncillos atléticos. Ellas dejaban un blúmer con vergüenza para las consultas médicas, te pedían que apagaras las luces cuando las llevabas a una posada. Muchas veces, esos calzoncillos comprados en el mercado popular tenían botones negros. Poco importaba, la luz apagada nos ayudaba también. No eran muy blancos, apenas se encontraba cloro en el mercado, y después, esa manía de estarse viniendo entre sueños les pasa a muchos jóvenes. Las manchas de la leche tenían mucho más fijador que del dejado por las goticas de orine que siempre se resisten a salir del caño. Las medias me las había tejido Mary con hilo de coser, era una verdadera artista, las hacía con cuadritos negros y amarillos. El color tampoco era importante, todo pegaba con todo de acuerdo con las necesidades. Bueno, algunas chamacas podían decirte que estabas fajado, eso significaba que andabas vestido con colores que no armonizaban.

    El teatro se llenó y por el pelado pude deducir que todos veníamos del mismo lado, éramos desmovilizados del primer llamado del Servicio Militar Obligatorio. La mayoría tendría los diecinueve años teniendo en cuenta que se entraba al ejército con dieciséis de acuerdo con la ley vigente, yo solo podía alardear de mis diecisiete añitos.

    No existía tradición marinera en mi familia, solo un primo era marino, nadie me habló del mar alguna vez, no hacía falta. Mi infancia transcurrió envenenándome con su salitre frente al malecón, exactamente detrás de la estatua de Maceo. Luego y en la medida que fui creciendo, iba dejando las huellas de mis nalgas en cada trozo de arrecife de su litoral. Cada pedazo de piedra quedó marcado como un cuño en mi trasero, erizos pincharon mis pies, medusas se ensañaron con cada poro de mi piel y el sol, ese despiadado amigo, se encargó de convertir en cuero mi pellejo. Sabía a la hora que pasaba el pargo o la rabirrubia, conocía la picada del caballerote o el ronco, descueraba un cochino o sobaco como se desenrolla un rollo de papel sanitario. No pescaba en noches de luna y cuando nadie picaba, poco me importaba lanzar los cordeles al costado de una mojonera. El pez venía a comer mierda y yo me lo comía a él con la mierda incluida. El mar, ¿quién de mi familia podía hablarme de él o ella? Solo Faustico se encontraba prestando servicios en la marina de guerra, todos sus primos le llamábamos Farky, no sé por qué, más de veinte años después navegamos juntos en el buque Frank País. Él como Jefe de Máquinas y yo como Primer Oficial, ¿quién lo hubiera podido predecir cuándo andábamos corriendo por la finca Flores, los Jardines de la Cotorra o simplemente cualquiera de aquellas calles de Guanabacoa. Él tampoco tuvo tiempo para hablarme del mar, todos estábamos muy ocupados en llevar a realidad nuestros sueños. Yo estaba allí, sentado, algo nervioso en aquel teatro.

    Estoy convencido de que estas notas no serán del agrado de mucha gente, no los culpo, no es mía esa intensión tampoco. Muchos de esos seres que mencionaré hizo época y daño a su paso por esta tierra. Luego pudieron haber cambiado, no lo dudo, solo me remito a ese tiempo y créanme, ya lo dije con anterioridad, no les guardo un milímetro de rencor. Como he manifestado con anterioridad, si deseamos escribir la historia del tiempo que nos tocó vivir, no podemos ocultar el paso de estos personajes que en su tiempo escribieron esa historia con algo de dolor para sus semejantes.

    Hubo mucha bulla durante el largo tiempo de espera, era normal entre cubanos y más grave entre jóvenes que apenas acabábamos de conocernos. ¿Dónde pasaste el servicio? Fue la pregunta más común entre todos aquellos muchachos. ¿Dónde te tocó cortar caña para desmovilizarte? Fue la siguiente, luego, salía el nombre de algún sargento o teniente muy famoso por su crueldad. ¡Ya somos libres! Exclamó alguno de ellos, estaba equivocado.

    Reinó el silencio de pronto, no fue necesario solicitarlo. Un tipo relativamente alto, perfil griego y correctamente uniformado de gris subió al escenario. Era de ojos verdes o azules, no resultaba fácil distinguirlo desde mi distancia. Su pelo se encontraba cortado al estilo alemán o militar, corto y rebelde, muy grueso. Su cabeza desnuda mostraba la imagen de un cepillo de limpiar zapatos o la de un puerco espín con todos sus pelos parados. Sobre sus hombros descansaban dos charreteras que muy bien pudimos confundir con las de un general o almirante. Dos rayas doradas veíamos desde lejos, tampoco pude adivinar la figurita existente entre las rayas y el botón. El tipo se paró frente a nosotros con un manojo de hojitas en sus manos, pudimos suponer que se trataba de las boletas entregadas por los representantes del Ministerio del Trabajo para presentarnos en aquella empresa. El silencio fue total y fácilmente podía escucharse el aleteo de una que otra mosca. Su vista recorrió todo el teatro y sus ojos se fijaron en cada uno de nosotros. Esperaba algo o a alguien, permaneció en su postura de estatua durante unos minutos que tomaron la extensión de un siglo.

    Subió otro gordo medio calvo, los sobacos de su camisa estaban marcados por ese sudor de color ámbar transpirado por algunos seres humanos. Los veía en las guaguas y los evitaba, no deseaba que se me pegara la peste a grajo. Nunca llegué a comprender aquel contagio, ¿por dónde entraba?, ¿por la nariz?, ¿por contacto directo? ¡Tremenda peste a grajo me pegó en una ruta 10! Te la podían pegar en la 2 y también en la 4.

    La imagen del gordo contrastaba con la de aquel caucásico parado frente a nosotros, nada elegante. Chambón como la mayoría de la gente gruesa, casi siempre con la camisa por fuera del pantalón para ocultar en lo posible su estado de embarazo. Su pantalón tenía la misma edad del mío, conocía perfectamente aquel lote que sirvió para vestir a todo un pueblo, era de muselina china también. Los zapatos eran de cordones y mostraban sin pudor varios arañazos en las punteras. El gordo no miraba por donde caminaba o era demasiado torpe en sus movimientos. Se colocó al lado del hombre uniformado y con un cruce de miradas, como utilizando un lenguaje cifrado, el uniformado se dirigió a todos nosotros sin dejar de recorrer toda la extensión de aquel teatro.

    -¡Así que ustedes quieren pertenecer a la marina mercante cubana! Fue la introducción a un discurso que duraría tanto como los de Castro. -¿Saben qué es un barco? La respuesta fue nuestro silencio, ninguno de nosotros lo sabía, solo los habíamos visto en películas. ¿No hay nadie desmovilizado de la marina de guerra? Me pregunté y no encontré respuesta. ¿Seremos todos artilleros? –¡Un barco es como una palangana que el mar utiliza y mueve a su antojo! Continuó con su disertación sin dejar de observarnos a los ojos esta vez, todos permanecimos en silencio. -¿Han visto olas de quince metros de altura? ¿Se imaginan encontrarse en una de esas palanganas dando bandazos de cincuenta grados? No se vive en ese tiempo y se teme mucho por nuestra suerte, todos sentimos mucho miedo. ¡Ahhhhh! No se come durante todo el tiempo que dure la galerna, ¿se imaginan diez días sin probar un bocado de alimento caliente?, ¿insisten en pertenecer a la marina mercante? No probarán la vagina de una mujer en meses, muchos meses, tendrán que botarse pajas como el peor de los enfermos sexuales. Pero bueno, ustedes dicen que desean ser marineros. Dio una breve pausa para comprobar si sus palabras habían causado efecto entre los presentes.

    -¡Permiso! Dijo uno de los presentes después de levantar su mano. -¡Solicito se me entregue la boleta. Después de aquella decisión fueron varios los que se dirigieron hasta la base del escenario y dieron su nombre. El uniformado buscaba dentro del bultico de papeles y les devolvía la boletica, el teatro comenzó a vaciarse.

    -¿Cuántos de los presentes no saben nadar? Nadie levantó la mano e interpretó aquella pregunta como una trampa. -¡Así que todos saben hacerlo! Más les conviene, muchas veces no existen chalecos salvavidas en nuestros barcos por culpa del bloqueo americano. El que no sepa nadar está muy jodido. Ni se imaginan a las olas rompiendo en los ventanales del puente, es para orinarse de miedo. ¿Los botes? ¿De qué sirven en medio de una galerna? Es que, aunque el mar se encuentre tranquilo, muchas veces los pescantes, ¿saben qué es un pescante?, bueno, esos brazos de donde ellos cuelgan, casi nunca funcionan.

    -¡Permiso! Hubo uno que levantó la mano desde el fondo del teatro y el uniformado se detuvo. –Quiero que me entregue la boleta, mi nombre es Roberto Pérez Aguilar. Dijo el muchacho mientras se dirigía por el pasillo hasta el escenario con la palma de su mano extendida. Varios jóvenes más lo siguieron y los que insistíamos en nuestra aventura contábamos con la vista la cantidad de asientos vacíos.

    -¿Han pasado frío? Ninguno de ustedes ha experimentado lo que se sufre con treinta grados bajo cero. Se te congela la nariz, orejas, los dedos de las manos, se pierden hasta los huevos. Poco importa la ropa de frío que te ofrece la empresa, no se los mando a decir con nadie, es de pésima calidad. ¡Ahhhhh! ¿Y cuando alguien se muere? ¿Saben que se hace con el cadáver? ¡Olviden lo que vieron en las películas! El muerto es metido en la gambuza del buque. ¡Apuesto a que esa palabra les resulta rara! La gambuza es donde se almacenan los alimentos de la tripulación. ¿Se imaginan ustedes? Porque entre los que insisten en pertenecer a la marina tienen que ocupar la plaza de cocineros. ¿Han pensado que el mayordomo los mande a buscar los alimentos a la nevera? Allí estará el tripulante muerto, sentado o acostado. Ustedes tendrán que moverlo para sacar la carne o pescado de la comida.

    -¡Permiso, compañero! ¿Puede entregarme la boleta? Otra hilera de muchachos lo siguió y solo quedamos unos treinta en aquel teatro. El uniformado intercambió unas palabras con el gordo y se apartó del centro del escenario.

    -¡Compañeros! Al parecer, ustedes están totalmente convencidos de que formarán parte de las tripulaciones de nuestra honrosa marina mercante cubana. Sepan que, a partir de estos momentos, sus vidas le pertenecen a nuestra revolución y tendrán la obligación de cumplir cada una de las honrosas misiones que ella nos encomiende. Tendrán que visitar países en estado de guerras donde las bombas caerán a pocos metros de sus buques y nunca, sépanlo muy bien, nunca se ha escuchado la palabra rendición entre nuestros hombres de mar. El discurso del gordo con las huellas de sudor color ámbar debajo

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