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Un Jesús Encarnado
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Libro electrónico344 páginas5 horas

Un Jesús Encarnado

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Con este libro solo pretendo realzar la figura de los sacerdotes, cuya imagen, hoy da, se ha tratado de desprestigiar y destruir en su totalidad. Lo que sealo, lo hago con entera firmeza y claridad y lo sostengo fervientemente. Son muchos los que, dentro de su vocacin y su llamado, han sabido revestirse del autntico vestuario de Jess: con el fuego de la caridad, la humildad, la obediencia y la pureza del alma. Son muchos, quienes llevando este vestuario resplandecen con la luz del Hijo, convirtindose en testigos fieles de su amor, y en cuyo proceder solo brillan las palabras de Jess: No busco hacer mi voluntad, sino la de Aqul que me ha enviado (Jn 4, 34)
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 feb 2018
ISBN9781506523965
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    Un Jesús Encarnado - Lourdes M. Figueroa

    UN JESÚS

    ENCARNADO

    LOURDES M. FIGUEROA

    Copyright © 2018 por Lourdes M. Figueroa.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2018901515

    ISBN:             Tapa Dura               978-1-5065-2394-1

                   Tapa Blanda            978-1-5065-2395-8

                           Libro Electrónico   978-1-5065-2396-5

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Biblia de Jerusalén Latinoamericana en letra grande.

    Autorizada por la Conferencia Episcopal de Colombia 1 de Diciembre de 2000.

    Edición revisada adaptada al lenguaje de América Latina por expertos de la Universidad Pontificia de México y de Colombia y Argentina.

    © Equipo de traductores de la Biblia de Jerusalén, 2007

    © Editorial Desclée De Brouwer, S.A., 2007

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 09/03/2018

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    Dedicatoria

    Agradecimiento

    Reconocimiento

    Prefacio

    Notas Preliminares

    Parábola de un vuelo

    Datos biográficos a la luz del Espíritu Santo

    Un Jesús Encarnado

    María en ti

    El Espíritu Santo, la sanación y tú

    Testimonios

    Pensamientos inspirados por el Espíritu Santo

    Epílogo al Espíritu Santo

    Apendice A

    Bibliografía

    Entrevistas

    Todos somos lápices en las manos de Dios

    Madre Teresa

    DEDICATORIA

    A ese "Jesús Encarnado",

    quien en su caminar con la Madre,

    sigue los pasos de Jesús.

    AGRADECIMIENTO

    A ti, Señor, a quien alabo, glorifico y bendigo por haberme dado la gracia de ver a tu Hijo en tu hijo, al Rev. Francisco Anzoátegui; por haberme dado la bendición de sentir Tu presencia física en mi camino durante doce años.

    A ti, María Santísima, fidelísima madre en su caminar. A Ti, por haberme acompañado en esta obra. Gracias, Madre. ¡Sabes cuánto te amo!

    A mis padres y a mis hermanas, que supieron respetar el silencio de esta obra y que muy fielmente me recordaban ante el Santísimo. A todos los que me mantuvieron en oración. Gracias por sus oraciones.

    Al Sr. Oswaldo Mármol, a usted, escogido por Dios para que pintara tan bella obra.

    A todos los que, tan generosamente, contribuyeron con sus testimonios para la gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo. ¡Mil gracias!

    RECONOCIMIENTO

    Al Rev. Francisco Anzoátegui, por todo el tiempo dedicado en mi intento por hacer realidad esta obra venida de Dios, aún sin saberlo.

    A sus padres: el Sr. Ricardo Anzoátegui Coppel y la Sra. Marta Emilia Peiro, quienes fueron modelos de santidad en su camino.

    A quien en vida fuera, el Sr. Fernando Fernández, quien se dedicó a la labor de editar esta obra. Dios le tenga en su santa gloria.

    A todos aquellos sacerdotes que le ayudaron a profundizar más en el amor mariano y en el seguimiento de Jesús. Dios los conoce por nombre.

    A su director espiritual, Padre José Scremin, quien sembró su santidad, su amor por María y su seguimiento a Jesús tan hondamente. Sabemos que desde el cielo le sigues bendiciendo. Gracias Padre, por sembrar su semilla en él.

    A nuestro querido San Juan Pablo II, inspiración de santidad en el comienzo y en la vida sacerdotal del Padre Paco, y a su compratiota polaco, el Padre Andrzej T. Grelak, por ser un hermano y constante modelo de santidad en su vida.

    A todos aquellos sacerdotes, que Dios conoce por nombre, dignos de que se les reconozca como a un Jesús encarnado, por su gran fidelidad y entrega; donde en la profundidad de sus obras, de sus mensajes y de su vida ejemplar brilla su alma sacerdotal. Entre éstos, quiero mencionar a dos pilares en mi vida espiritual: al Rev. Leo E. Martel y al Rev. Robert J. Guessetto, así como también a Monseñor Roberto Octavio González Nieves, Monseñor Félix Lázaro Martínez, Monseñor Elías Morales, al Rev. Ángel M. Santos, al Rev. Carlos M. Gómez Fernández, al Rev. Albert A. Sylvia, al Rev. Patricio Gallego, al Rev. Ron Barker, y a quien en vida fuera nuestro muy querido Rev. Victor Mastalerz y al Rev. Francisco García.

    Lo que voy a escribir no es para vanagloriarte, sino para glorificar al que vive dentro de ti.

    PREFACIO

    Este libro no es una biografía, pero sí un testimonio de la verdad iluminada por Dios Padre, en su Espíritu, nacida del corazón de Jesús. Es el testimonio de la verdad escondida en el silencio de cincuenta y tres años atrás. ¡La Santísima Trinidad dialoga!

    El alma de quien escribe, con el auxilio de María Santísima, sellará lo que el Espíritu Santo le ha revelado sobre aquél a quien Jesús, al igual que a sus discípulos, un día le dijo: Sígueme (Mt 9, 9). Ésta será mi verdad para que crean que yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y María Santísima se hacen presentes durante toda su vida.

    Hay momentos en que el Espíritu lleva el mensaje por sí mismo y entra en diálogo con el alma de esta pobre pecadora iluminada por su luz, sembrando a su vez el mensaje dictado del mismo Jesús viviente. Esto se observa en los capítulos II y III. La apertura es la Parábola de un vuelo. Un vuelo que llevó esta alma a Jesús, quien en su espíritu místico le mostró al Jesús encarnado. Y en aquel vuelo al Espíritu, el Espíritu se posó en su alma revelándole toda la verdad. Tengo que señalar que de él, del Jesús encarnado de quien se habla aquí, aprendí a volar alto, pues en su vuelo se anhela llegar a alcanzar la mística, la profundidad del alma embriagada por el Espíritu.

    En el capítulo II, Datos biográficos a la luz del Espíritu Santo, se desarrolla un diálogo entre el alma y el Espíritu, donde el lector se perderá en el relato sobre la historia de un alma elegida por Dios Padre. En el capítulo III, Un Jesús Encarnado, el Espíritu nos muestra cómo, por medio de una herida en su corazón, moldeo su vida bendiciéndola desde el cielo; nos muestra el interior del Jesús encarnado que camina en los pasos de Jesús. En el capítulo IV, María en ti, nos encontramos con las alas de María; alas que nos levantan en vuelo, con la sencillez y la ternura de una palabra: Madre. Ella nos muestra, a su vez, las alas de uno de sus hijos predilectos: el hijo predilecto en quien reside la gracia; el sentimiento de quien la lleva impregnada en su corazón y con sus rayos siembra y alumbra el camino a seguir…Jesucristo. Tomada de su mano, nos revela sus más íntimos secretos. Se señala, además, la herencia entre Madre e hijo.

    Ya en el próximo capítulo, El Espíritu Santo, la sanación y tú, mi alma toma su pequeñez sumergida totalmente en el silencio, interviniendo sólo cuando es necesario. El Espíritu Santo, con la mayor ternura y el mayor respeto, selló mis labios para sólo Él tomar la palabra y dirigirse directamente al elegido de Dios.

    Los Testimonios son una confirmación de los mismos milagros que Jesús hizo durante su vida terrena. Como se explica en el mismo evangelio del apóstol San Juan, se incluyen aquí. Primero, para expresar el don de la vida eterna que Dios otorga por medio de Cristo, un don que reciben ahora mismo, en esta vida, aquellos que responden a Jesús y le reconocen como el camino, la verdad y la vida. Segundo, para que nuestra fe continué dependiendo del poder de Dios y no de la sabiduría del hombre (1 Co 2, 4-5). En el capítulo Pensamientos inspirados por el Espíritu Santo, podemos decir que fueron los eslabones que, unidos en un solo pensamiento, dieron luz a esta obra. En el Epílogo al Espíritu Santo, el alma reconoce su pequeñez total ante el Espíritu Santo, exaltándole; porque, ante tanta grandeza, ¿quién no tiembla y se hace pequeño? Sólo podemos admitir ¡cuán gloriosa y rica es la herencia de Dios para los que pertenecen a su pueblo, y cuán grande y sin límites es su poder! (Ef 1, 18, 19)

    Durante toda esta obra, humildemente, reconozco que sólo he sido instrumento. Mis manos han sido la pluma que dio resurrección a la verdad callada con respecto a la vida de otro de los discípulos amados de Jesús. He grabado el mensaje, así como se me fue revelado por Él. Y debo ser fiel a su mandato.

    Ésta es la verdad encarnada, para que todos cuantos lean esta obra se convenzan de que, verdaderamente, él es un elegido de Dios: un verdadero Jesús encarnado. Es mi alma quien escribe en comunión con el Espíritu Santo, pero es sólo el Espíritu quien da a conocer la verdad que estaba oculta en cada etapa de su vida. Nos ha hecho conocer su secreta voluntad, o sea el plan que Él mismo se había propuesto llevar a cabo. (Ef 1, 9). La gloria sea, única y exclusivamente, para el Rey de reyes y Señor de señores: JESÚS.

    NOTAS PRELIMINARES

    Durante todos estos años, he observado como el Rvdo. Francisco Anzoátegui (Padre Paco) iba transmitiendo su amor y quedándose en los corazones de muchas personas, tanto hispanos, o portugueses como americanos. Desde su llegada a Holliston, en el año 1990, fue floreciendo gradualmente su nombre en los labios de los laicos, y su corazón grabándose en cientos, ganándose el aprecio de todas las iglesias en la labor del evangelio (2 Co 8, 18). Al igual que Pedro, recorría todos los lugares, (Hch 9, 32) y la palabra de Dios iba creciendo y se difundía (Hch 12, 24). Y es que, como decía San Ignacio de Antioquia, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras, obrando según lo que hablan y dándose a conocer por lo que hacen sin hablar. Jesús siempre estuvo en todas partes. Y Padre Paco estaba, cuando no en el norte, en el sur, en el este o el oeste, dándose al servicio constantemente; haciendo de su sacerdocio un verdadero sacramento de servicio al pueblo de Dios, pues Él había sembrado en su corazón la sed de las almas.

    Decir Padre Paco es asociarle inmediatamente con el Espíritu, la sanación y el amor a María Santísima. Y es que hay en su interior una fuerza que fluye naturalmente al hablar de la Palabra y una paz-serenidad que florece en su espíritu. En un abrir y cerrar de ojos, pude descubrir a un capitán que navegaba una enorme barca. ¡Un pastor que guiaba a miles de ovejas! Éramos muchos los que íbamos a la deriva y le necesitábamos. En el año 1991, el Obispo Cardenal de Boston, su Eminencia, Bernard Law, estando junto a él y otros sacerdotes en una reunión de la renovación carismática, lo tomó de su brazo y señalando la multitud hispana allí presente, le dijo: ¡Ése es tu rebaño! Y no se equivocaba.

    Tuve el privilegio de entrar en su barca cuando al principio éramos unos pocos. Un día, encontrándome a la deriva, sentí que el Señor me abría las puertas (2 Co 2, 12); que era el mismo Jesús quien me extendía una invitación ofreciéndose personalmente al servicio de rescatarme, de guiarme. Recuerdo aún sus palabras: Yo puedo ser tu director espiritual. En esta invitación tan simple y tan sencilla estaba marcada la sabiduría de las palabras de Santa Teresita del Niño Jesús: cuando a Jesús le place el unir dos almas para que le glorifiquen, permite que puedan comunicarse sus pensamientos para alentarse mutuamente en el amor de Dios. Esto lo viviría profundamente a través de los años. Había tocado a su puerta y él, gentilmente, la abrió. Mi experiencia y enriquecimiento espiritual en cada una de aquellas reuniones era tan profunda que comencé a grabarlas en hojas sueltas para no olvidarlas. Lo que estaba muy lejos de comprender en aquel instante eran los planes de Dios.

    Comencé a volar gradualmente junto a él, hasta volar alto. Nos identificamos con el vuelo interior, alimentándonos así de nuestros valores sembrados y nuestras raíces eternas. El amor sembrado por nuestras respectivas familias contribuyó a que nuestro amor identificado fuera unido al amor absoluto del Padre. Ante el hecho de estar lejos de mi familia, de amarlos tanto, y no tenerlos cerca, Dios, además de un director espiritual, me traía a un hermano; sólo preparaba el camino. Creo, fielmente, que fue lo mismo para él, ya que en una de nuestras reuniones espirituales me expresó algo que se quedó grabado muy profundamente en mi alma: Yo sé que Dios se llevó a mi hermana, pero me la trajo en ti. En éstas, sus palabras, sólo vi reflejadas las palabras de San Pablo a los Corintios: Dios consuela a los humildes (2 Co 7, 6).

    Fue así como dio inicio nuestra peregrinación en vuelo; identificándonos con el núcleo del amor familiar. De ese volar surgió el encuentro con el que vivía en su interior, quien sembraba una paz profunda y reflejaba la luz del Espíritu Santo. En su transparencia era muy fácil visualizar su amor apostólico, su fe, la esperanza y su amor por las almas; una puerta abierta al prójimo en su acción de servir. Todo esto sembró en mí una admiración especial y un amor que estaba centrado en el Jesús que vivía en él, y que se encarnaba constantemente.

    Siempre que nos reuníamos o que le escuchaba hablar, mi alma se repetía a sí misma: es un Jesús encarnado. Y lo repetía una y otra vez: Es un Jesús encarnado. Y se convencía más cuando se quedaba absorta al ver cuántas almas le buscaban solicitándole una oración o, si no, consuelo; cuando en el momento de la consagración observaba cómo su mirada se perdía en Jesús presente.

    Vi en él ese deseo de unidad entre los hermanos, de justicia, de libertad, y me convencí de que Jesús estaba trabajando muy presente entre nosotros. ¡Que estaba vivo! La redención de dos mil años atrás estaba concreta en nuestros días. Había descubierto a un Jesús encarnado que continuaba su trabajo visiblemente; un Jesús que se hacía presente en su acción de servir. Muchas veces le observé cansado, sin comer, con funerales, bodas, actividades socio-religiosas que le absorbían, y gente, a su vez, buscándole. En esos días, muchas veces era él mismo quien, ante su cansancio humano, testificaba el sentir la voz de Dios, que le decía: ¿Acaso no soy Yo tu fuerza? Mi pueblo te espera, mi pueblo tiene sed de Mí; mi pueblo me busca. Siempre le ví unido a la Vid. Todo esto lo callaba en el silencio de mi alma.

    Después de doce años, comprendí esta verdad visible ante los ojos de mi alma. Los días de dirección espiritual siempre fueron días de un gozo especial en mi interior. Muchas veces, en mis meditaciones antes de cada reunión, nacían pensamientos inspirados en él que, por éstos ser tan profundos, los escribía. Siempre me perdía en la persona que vivía en su interior y que se hacía tan presente en mi alma. Dios comenzaba a mostrarme al Jesús que vivía en él, siendo sólo su Espíritu quien me lo revelaba todo.

    En mí siempre hubo un deseo ardiente de que otros sacerdotes copiaran el amor mariano, tan latente en él, y tuviesen como pilares a Jesús y a su Madre. Me decía: Éstos son los auténticos. Fue mi deseo escribir un libro que llevara por título: María y su discípulo amado, para que fuese modelo e inspiración para otros sacerdotes. Ésta era yo, humanamente, pensando. Sin embargo, Dios tenía otros planes. Mientras más profundo fue nuestro vuelo… más me convencía del Jesús encarnado entre nosotros. Y un día, el Espíritu Santo me lo hizo ver así, y fue allí… frente al Tabernáculo.

    En el año 1994 había comenzado a hacer visitas al Santísimo, prácticamente todos los días. En estas visitas diarias, por gracia divina y en profundo silencio interior, me perdía en oración continuamente. Perdida ante la presencia de Jesús, conversábamos sobre aquél a quien me había llevado; de su silencio podía escuchar las maravillas sobre aquella alma escogida. Sí, real y misteriosamente sentía que el silencio era el eco de su voz. Al igual que la Magdalena, permanecía allí a sus pies, escuchando sus mensajes. Y ante tantas gracias recibidas meditaba en aquél su dolor que tan hondamente había marcado su alma. Fue entonces cuando le hice la promesa de un pequeño sacrificio, que solo Él conoce y que quedará sepultado en el silencio; promesa que cumpliré hasta el último día de mi existencia durante cada otoño; todo, a cambio de la alegría en su alma sacerdotal, su edificación y santidad. Sería muy difícil explicar con palabras los sentimientos de felicidad que sentía en mi corazón en aquel instante, porque lo que se ofrece en sacrificio, y por amor al prójimo, es lo que agrada profundamente a Dios. Y es que, como me solía decir mi director espiritual, Dios oye la oración cuando está el deseo en el alma. Fue ésta una promesa llena de amor que, muy convencida sabía, Dios la roseaba con las gotas de las aguas vivas de su Espíritu. Sí, era consciente de que fue de gran agrado para mi Dios, así como tenía la seguridad de que su mirada estaba inclinada sobre mis pensamientos mientras mis manos escribían. Yo continuaba grabando los mensajes de aquella fuente de sabiduría, desconociendo en absoluto los planes de Dios, pues sus proyectos eran muy superiores a los míos (Is 55, 8-9). En una ocasión, durante una de mis tantas direcciones espirituales, me señaló: Tu desierto es porque Dios te tiene reservado algo mayor. ¿Qué es? Yo no lo sé, pero Él te lo revelará a su debido tiempo.

    Por esta razón, hoy me convenzo de que era el Espíritu Santo quien hablaba por medio del discípulo, a quien Dios mismo me había llevado con una misión especial. Tuve que pasar por un desierto, donde era el mismo Jesús quien, al igual que a los discípulos de Emaús, se revelaría en el camino; sólo Él me llevaría de su mano, hasta hacerme ver su presencia física. Y fue entonces cuando se me abrieron los ojos (Lc 24, 31), teniendo la seguridad de que Dios quería que naciera esta obra; no como yo quería, pero sí como Él quería. De Él, sólo de Él, surgió la verdad. Cristo es luz y sólo aquella luz, nacida de su Espíritu, era la que iluminaba todo lo que me fue revelado en un destello de pensamientos, palabras e imágenes; Cristo, que es verdad, revelaba su verdad por medio de su Santo Espíritu. Junto a Él, viví los momentos más íntimos presente en mis pensamientos y meditaciones. Fueron muchas las veces en que, al igual que el profeta Samuel, le dije: Habla Señor, que tu siervo escucha (1 S 3, 10). Ilumíname para poder comprender ésas tus verdades blancas que cantan a mi alma, pues cada palabra tuya es el fuego de tu Espíritu, quien habla encendiendo mi corazón, compartiendo conmigo el secreto de toda una cruz, haciendo florecer el dolor en la fecundidad de tu Espíritu". Este florecer de peticiones y sentimientos los consideraba como palabras de vida eterna. ¡Glorificado seas, mi Señor, por tan bella gracia!

    Cada palabra, cada oración, está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, grabada en mi corazón (2 Co 3, 3). Mi capacidad viene de Dios (2 Co 3, 5). Todo es obra del Espíritu (2 Co 3, 6). Nadie puede atribuirse nada, sino lo que le haya sido dado por Dios (Jn 3, 27). Sólo Él ha escrito a través de todos estos años, pues por medio de la vida del Padre Paco, independientemente de revelar todo el misterio encerrado en aquélla, su cruz, quiso que se diera a conocer el valor del sacerdocio; el valor de la vida sacerdotal de tantos, que al igual que él, se dan un cien por ciento por el reino de Jesús, creciendo en intimidad constante con Él. Todo está escrito por voluntad divina para edificar la Iglesia; edificar la santidad de muchos sacerdotes, dignos de que se les identifique como un Jesús encarnado, cuando muchas veces es su propio pueblo quien continúa crucificándoles.

    Hubiera deseado que mi nombre apareciera al margen de la sombra; sólo bastaba el que Dios lo supiera. Pero luego de haber escuchado y meditado las palabras de mi director espiritual, debía rendir honor a la obediencia. Deseo enfatizar que con esta obra no pretendo alagar a nadie, ni gozar de privilegios y mucho menos lucrarme. Solo obedezco para glorificar a Aquél que se vislumbra en el alma sacerdotal de muchos. Este libro simplemente será mi ofrenda al Señor, como signo de gratitud a lo mucho que me ha dado; en agradecimiento infinito le devuelvo esta riqueza nacida de su mismo Espíritu Santo. No es nada comparado a las muchas bendiciones y gracias recibidas durante todos estos años. Solo espero que quienes disfruten de estas líneas aprendan a respetar a los que fueron llamados por Él, a valorizar más lo que implica el sacramento sacerdotal. Y si alguno dudara en algo de lo que se ha escrito, humildemente le suplico que vaya ante el Santísimo, y allí le pregunte a Jesús; Él sabrá responderle a sus dudas.

    Reconozco que no soy digna de este voto de confianza, pero en obediencia aquí estoy también cumpliendo su voluntad, pues creo fielmente en aquéllas las palabras de quien en vida fuera su Santidad, el Papa Juan Pablo II: El cumplimiento de la voluntad de Dios es la fuerza del creyente. Y, hoy, soy la sierva que obedece al Padre. Pensé que ante tanta obra, tanto servicio, debía glorificar a quien vivía en él, para que este libro fuese, a su vez, ofrenda de amor como señal de glorificación. En toda esta obra, sólo soy la sombra donde el Espíritu Santo brilla, y donde resplandecen las palabras de San Pablo a los Corintios: el que comunica mensajes recibidos de Dios, hace crecer espiritualmente a los demás; hace crecer espiritualmente a los de la iglesia (1 Co 14, 3-4).

    Así que, obediente a la voluntad del Padre, comencé a unir los pensamientos que me había revelado durante estos doce años, sumergida en el amor del Espíritu Santo que me lo revelaba todo. Sentí cómo Dios, con su amor y su gracia, me decía que debía grabar del interior de su casa, de los ríos de agua viva que corrían por sus cauces, del Nombre que está sobre todo nombre, de sus huellas, de la huella del Amor; todo a raíz de una cruz vivida. Y lo hice por medio de las manos de María Santísima, la Virgen de Guadalupe, porque a través de Ella, él siempre había vivido y se había manifestado en su amor a Cristo. Todo lo que está escrito, está escrito con un corazón henchido de amor, bendecido y dirigido por el Espíritu; guiado y sellado por la mano de nuestra Madre: María Santísima.

    Este libro es el encuentro con el hombre interior, con el Jesús encarnado entre nosotros; con el hombre que Dios moldeó a su imagen y semejanza. Es la revelación que Dios, en su Espíritu, quiso dar a conocer sobre la verdad escondida en aquella cruz vivida por él.

    Entra en estas páginas con tus alas abiertas, listas a emprender vuelo; con espíritu de libertad, con un corazón abierto a amar, pues te impregnarás de las riquezas, del aroma y de la presencia de un Jesús encarnado que camina entre nosotros. Que su vuelo sea cimiento para nuestro vuelo infinito; te elevarán a jardines de rosas, arropados con inciensos divinos…JESÚS.

    Y ahora…que hable Jesús en su espíritu, y que sea María la que conduzca mi mano.

    Lourdes M. Figueroa

    PARÁBOLA DE UN VUELO

    En nuestro peregrinar, hay momentos oscuros que nos llevan a descubrir los colores. El porqué de un ocaso en nuestras vidas, para descubrir un crepúsculo; el porqué de una caída para levantarnos en vuelo; el porqué de un barco a la deriva para anclar en puerto seguro, o quizás para descubrir el timón de un gran barco. No hay nadie que no los haya vivido y que, por naturaleza humana, no le haya cuestionado a Dios; especialmente cuando vivimos experiencias donde has sentido en tu alma el amor por una gracia mayor, te has alimentado de ésta y de momento se va. Es un misterio que jamás podremos explicarlo.

    Por lo general, se nos prueba con aquellos a quienes más amamos. Pero los planes de Dios son tan perfectos que, por más dolorosos que resulten, nunca debemos cuestionarlos; éstos son tan profundos que nunca lograremos comprenderlos. Sólo nos tocaría exclamar, al igual que San Pablo: ¡Qué profundas son las riquezas de Dios, y su sabiduría y su entendimiento! Nadie puede explicar sus decisiones, ni llegar a comprender sus caminos (Rom 11, 33).

    El amor es el sentimiento más profundo y cuando se vive, por su misma profundidad, llega a doler. Creo que cuando se ama así, el amor es bautizado por la pureza del alma que está amando. Madre Teresa decía: Nunca tengas miedo de amar hasta dolerte, pues fue así como Dios amó. Es por eso que cuando Dios te ha bautizado con el amor, comprendes su profundidad y no tenemos miedo a amar, porque es su mismo amor quien actúa en nosotros.

    Dieciséis años atrás, atravesé por el dolor más grande de mi vida; dolor que, hasta ese momento, jamás había experimentado. Dios preparaba el camino y, así destruida, me condujo a un Jesús que sólo conocía transparentemente; un Jesús que edificaría mi casa en ruinas. En ese momento mis alas estaban destruidas, pero era necesario mi calvario para disfrutar del oasis que esperaba por mí, al perderme en un vuelo profundo.

    En aquella etapa de mi vida, desde la profundidad de mi abismo, pude remontarme al encuentro de un gran vuelo. Al encuentro de un Juan Salvador Gaviota que me enseñó a volar muy alto. Siempre sentí que me llevaba en sus alas, porque visualicé que la paloma del

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