Inteligencia artificial: Una exploración filosófica sobre el futuro de la mente y la conciencia
Por Susan Schneider
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Aclamada por la prensa como «una guía inteligente y sólida en un terreno ético resbaladizo», este libro es una exploración filosófica de la inteligencia artificial y el futuro de la mente. Una lectura profunda y entretenida.
Año 2045. Estás en un centro de programación mental decidiendo qué mejora quieres incorporar a tu cerebro para ampliar tu memoria, aumentar tus habilidades musicales o matemáticas. O quizá ya te estás planteando volcar tu mente en un medio completamente artificial.
Un escenario como este no es ciencia ficción, sino una posibilidad cada día más tangible: estamos rodeados de inteligencias artificiales, desde algoritmos hasta asistentes virtuales que gestionan nuestros dispositivos. Y los próximos objetivos son el desarrollo de sistemas artificiales conscientes y la integración de componentes electrónicos en un cerebro biológico.
En algunos, estas innovaciones generan gran optimismo, en otros, grandes temores. La filósofa y científica Susan Schneider se centra en los significados profundos y las implicaciones éticas de las nuevas tecnologías, y en la forma en que estas pueden cambiar radicalmente nuestra definición de humano.
¿Es realmente posible crear inteligencia artificial consciente? ¿Cómo podremos reconocerla? Si reemplazamos nuestro cerebro pieza por pieza con chips, ¿podemos todavía decir que somos nosotros mismos? ¿Es la mente solo un programa? Este libro analiza hipótesis y escenarios de futuro para empujarnos a cuestionar la naturaleza profunda de nuestra identidad.
La crítica ha dicho...
«Un libro repleto de material que ilumina nuevas formas de pensar sobre un tema candente. Un recorrido filosófico con implicaciones en el mundo real. Aprender sobre la inteligencia artificial nos permite comprender mejor la mente humana, y este libro, aunque desafiante, ofrece una introducción accesible a ambos temas.» David DiSalvo, Forbes
«Un diálogo exigente entre filosofía y ciencia.» Andrew Robinson, Nature
«Este fascinante libro es a la vez entretenido y profundo: presenta una perspectiva humana sobre la IA, un tema que ha atraído demasiado sensacionalismo ingenuo y alarmismo. Los clásicos problemas filosóficos del yo, la mente y la conciencia —a través de los avances transformadores de la IA— se volverán cruciales para la ética práctica y las elecciones individuales. Schneider ofrece ideas sofisticadas sobre lo que quizás sea el desafío número uno que enfrenta la humanidad a largo plazo.» Martin Rees, astrofísico y escritor
«¿Es posible la conciencia artificial? ¿Podrías convertirte en una IA? ¿Seguirías siendo tú? Schneider presenta un alegato vívido y convincente de que el futuro de la humanidad puede depender de las respuestas a estas preguntas filosóficas. Este libro está repleto de herramientas útiles para pensar la mente y su futuro.» David J. Chalmers, autor de The Conscious Mind
«Una guía inteligente y sólida en un terreno ético resbaladizo. Su exposición del problema de la conciencia está entrelazada con ejemplos útiles.» Aziz Huq, Washington Post
«Leer este libro es profundamente satisfactorio: una llamada a la humildad mientras exploramos cuestiones de la IA y la naturaleza de la conciencia. Una mezcla estimulante y accesible de especulación y provocación neuroética.» John Banja, AJOB Neuroscience
«Accesible y sugerente... Una contribución significativa a algunas de las cuestiones éticas que a menudo se pasan por alto en torno al desarrollo continuo de la inteligencia artificial.» Ken Daley, The Philosopher’s Magazine
Susan Schneider
Susan Schneider ocupa la cátedra Baruch S. Blumberg de la NASA en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y es la directora del Grupo de Inteligencia Artificial, Mente y Sociedad de la Universidad de Connecticut. Fundó y dirige el Center for the Future Mind en la Universidad Florida Atlantic. Durante dos años de investigación en la NASA exploró la IA superinteligente. Anteriormente diseñó testeos para determinar si un sistema de IA posee conciencia o no en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Su trabajo ha aparecido ampliamente en medios y escribe artículos de opinión para The New York Times, Scientific American y The Financial Times, entre otros. Inteligencia artificial es su cuarto libro. Más información en www.schneiderwebsite.com.
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Inteligencia artificial - Susan Schneider
A Elena, Alex y Ally
Introducción:
Una visita al Centro para el Diseño de la Mente
Estamos en 2045. Hoy has salido de compras. Tu primera parada es en el Centro para el Diseño de la Mente. Cuando entras te encuentras con un largo menú de servicios delante de ti. Enumera una serie de mejoras cerebrales con nombres curiosos. «Mente colmena» es un chip cerebral mediante el cual puedes experimentar los pensamientos más íntimos de tus seres queridos. «Jardín zen» es un microchip que te permite acceder a estados meditativos del nivel de un maestro del zen. «Calculadora humana» te proporciona unas capacidades matemáticas dignas de un sabio. ¿Qué escogerías en caso de querer alguno? ¿Atención aumentada? ¿Destrezas musicales comparables con las de Mozart? Puedes solicitar una sola mejora o un paquete de varias.
Después vas a visitar la tienda de androides. Ha llegado el momento de comprar ese nuevo androide que se ocupa de la casa. El menú de mentes de inteligencia artificial es grande y variado. Algunas tienen las capacidades perceptivas intensificadas o sentidos de los que los humanos carecen; otras poseen bases de datos que abarcan todo internet. Seleccionas con gran cuidado las opciones que mejor encajan con tu familia. Hoy es un día de decisiones sobre el diseño mental.
Este libro está relacionado con el futuro de la mente. Trata acerca de que nuestra manera de entendernos a nosotros mismos, a nuestra mente y a nuestra naturaleza puede cambiar el futuro de manera drástica, para mejor o para peor. Nuestro cerebro ha evolucionado para adaptarse a entornos específicos y está muy limitado por la anatomía y la evolución. Pero la inteligencia artificial (IA) ha abierto un enorme espacio para el diseño, pues ofrece nuevos materiales y metodologías, así como formas novedosas de explorar el espacio a una velocidad mucho mayor que la de la evolución biológica. A esta nueva y emocionante iniciativa la llamo «diseño mental». El diseño mental es una forma de diseño inteligente, pero en ella los diseñadores somos nosotros, los humanos, no Dios.
Considero el panorama del diseño mental con humildad, porque, si somos sinceros, tampoco es que estemos terriblemente evolucionados. Como dice la primera vez que se encuentra con un humano el alienígena de Contact, la película de Carl Sagan: «Sois una especie interesante. Una mezcla interesante. Capaces de los sueños más hermosos y de las más horribles pesadillas».¹ Caminamos por la luna, aprovechamos la energía del átomo, y sin embargo, el racismo, la avaricia y la violencia siguen siendo habituales. Nuestro desarrollo social avanza más despacio que nuestra capacidad tecnológica.
Por el contrario, puede que, cuando afirmo que estamos muy confundidos acerca de la naturaleza de la mente desde mi posición como filósofa, esta cuestión te resulte menos preocupante. Pero no comprender los problemas de la filosofía también tiene un coste, tal como veremos cuando se planteen los dos hilos fundamentales de este libro.
El primer hilo te resultará bastante familiar. Ha estado ahí toda tu vida: es tu conciencia. Fíjate en que, mientras lees esto, sientes algo al ser tú. Experimentas sensaciones corporales, ves las palabras de la página, etcétera. La conciencia es esta cualidad sentida de tu vida mental. Sin conciencia no habría dolor ni sufrimiento, ni alegría, ni el impulso ardiente de la curiosidad, ni punzadas de aflicción. Las experiencias, positivas o negativas, sencillamente no existirían.
Es como ser consciente de que ansías las vacaciones, las caminatas por el bosque y las comidas espectaculares. Dado que la conciencia es tan inmediata, tan familiar, es natural que la entiendas ante todo a través de tu propio caso. A fin de cuentas, no tienes que leerte un manual de neurociencia para comprender cómo se siente, por dentro, el ser consciente. En esencia, la conciencia es esta especie de sensación interna. Es este núcleo — tu experiencia consciente— el que, me permito sugerir, caracteriza el hecho de poseer una mente.
Ahora viene la mala noticia. El segundo hilo del libro es que no reflexionar con detenimiento acerca de las implicaciones filosóficas de la inteligencia artificial podría desembocar en el fracaso de la prosperidad de los seres conscientes. Porque si no tenemos cuidado, podríamos experimentar una o más «realizaciones perversas» de la tecnología de la IA: situaciones en las que la IA no nos hace la vida más fácil, sino que conduce a nuestro sufrimiento o muerte, o a la explotación de otros seres conscientes.
Son muchos los que han debatido ya acerca de las amenazas que la IA podría suponer para la prosperidad humana: van desde piratas informáticos que desconectan la red eléctrica, hasta armas autónomas superinteligentes que parecen directamente sacadas de la película Terminator. No obstante, las cuestiones que planteo aquí han recibido menos atención, aunque no por eso son menos significativas. Las realizaciones perversas que tengo en mente suelen encajar en una de las siguientes categorías: (1) situaciones de las que no nos damos cuenta y que conllevan la creación de máquinas conscientes y (2) escenarios que tienen que ver con mejoras cerebrales radicales, como las del hipotético Centro para el Diseño de la Mente. Consideremos cada uno de estos escenarios por separado.
¿Máquinas conscientes?
Imagina que creamos IA sofisticadas y de uso general que pueden pasar de manera flexible de un tipo de tarea intelectual a la siguiente y que incluso pueden rivalizar con los humanos en su capacidad de razonar. ¿Estaríamos creando, en esencia, máquinas conscientes, máquinas que son, al mismo tiempo, tanto yoes como sujetos de la experiencia?
En lo que se refiere a si podríamos crear, y cómo, conciencia maquinal, estamos a oscuras. Sin embargo, una cosa está clara: la pregunta de si las IA podrían tener experiencias será crucial para nuestra valoración de su existencia. La conciencia es la piedra angular filosófica de nuestros sistemas morales, ya que es esencial para nuestro juicio de si alguien o algo es un yo o una persona en vez de un mero autómata. Y si una IA es un ser consciente, obligarlo a servirnos sería similar a esclavizarlo. Al fin y al cabo, ¿de verdad te sentirías cómodo confiándole tus asuntos a esa tienda de androides si los productos de su menú fueran seres conscientes con habilidades mentales que rivalizan, o incluso superan, las de un humano que no se ha sometido a mejoras?
Si yo fuera directora de IA en Google o Facebook y tuviera que pensar en proyectos futuros, no querría meterme en el cenagal ético de diseñar un sistema consciente sin darme cuenta. Desarrollar un sistema que resulta ser consciente podría desembocar en acusaciones de esclavitud de las IA y otras pesadillas para las relaciones públicas. Hasta podría llevar a la prohibición del uso de la tecnología de la IA en ciertos sectores.
Sugeriré que todo esto podría empujar a las empresas de IA a involucrarse en el campo de la «ingeniería de la conciencia», un esfuerzo deliberado de ingeniería para evitar la construcción de IA conscientes para determinados propósitos, mientras que, siempre que fuera apropiado, se diseñarían IA conscientes para otras situaciones. Desde luego, en este caso se da por hecho que la conciencia es algo que puede diseñarse a voluntad para que forme o no parte de los sistemas. La conciencia podría ser un subproducto inevitable de la construcción de un sistema inteligente, o podría ser imposible por completo.
A la larga, la situación podría volverse en contra de los humanos, y el problema ya no sería qué podríamos hacer nosotros para dañar a las IA, sino lo que estas podrían hacer para dañarnos a nosotros. De hecho, hay personas que sospechan que la inteligencia sintética será la siguiente fase en la evolución de la inteligencia en la Tierra. Tú y yo, el cómo vivimos y experimentamos el mundo ahora mismo, no es más que un paso intermedio hacia la IA, un peldaño en la escalera de la evolución. Por ejemplo, Stephen Hawking, Nick Bostrom, Elon Musk, Max Tegmark, Bill Gates y muchos otros han planteado «el problema del control»: cómo pueden los humanos controlar sus propias creaciones de IA en caso de que las IA sean más inteligentes que nosotros.² Imagina que creamos una IA que tiene una inteligencia del mismo nivel que la de un humano. Con algoritmos de automejoramiento, y con cálculos rápidos, en poco tiempo podría descubrir distintas formas de convertirse en mucho más inteligente que nosotros, de convertirse en una superinteligencia o, dicho de otro modo, en una IA cuyo pensamiento nos supere en todos los ámbitos. Como es superinteligente, lo más probable es que no podamos controlarla. En principio, esto podría llevarnos a la extinción. Pero este escenario es solo una de las maneras en las que los seres sintéticos podrían suplantar a las inteligencias orgánicas; la otra opción sería que los humanos se fusionaran con la IA mediante mejoras cerebrales acumulativamente significativas.
El problema del control ha aparecido en las noticias mundiales, estimulado por el reciente superventas de Nick Bostrom: Superinteligencia. Caminos, peligros, estrategias.³ Lo que se pasa por alto, sin embargo, es que la conciencia podría ser crucial para la forma en que la IA nos valora a nosotros. Utilizando su propia experiencia subjetiva a modo de trampolín, una IA superinteligente podría reconocer nuestra capacidad de tener experiencia consciente. A fin de cuentas, tendemos a valorar la vida de los animales no humanos porque sentimos cierta afinidad de conciencia con ellos; por eso, la mayoría de nosotros rechazamos matar a un chimpancé, pero no comernos una naranja. Si las máquinas superinteligentes no son conscientes, sea porque es imposible que lo sean, sea porque no están diseñadas para serlo, podríamos tener problemas.
Es importante situar estas cuestiones en un contexto aún más amplio y universal. Durante mi proyecto de dos años en la NASA, planteé que podría estar dándose un fenómeno similar también en otros planetas; en otras partes del universo, las inteligencias sintéticas podrían dejar obsoletas a otras especies. Mientras buscamos vida en otros lugares, debemos tener presente que las inteligencias alienígenas más importantes podrían ser «postbiológicas», formas de IA que han evolucionado a partir de civilizaciones biológicas. Y en caso de que esas IA fueran incapaces de conciencia, teniendo en cuenta que sustituyen a las inteligencias biológicas, el universo se vaciaría de esas poblaciones de seres conscientes.
Si la conciencia de la IA es un asunto tan significativo como postulo, más nos vale saber si puede construirse y si nosotros, los terrícolas, la hemos construido. En los próximos capítulos, exploraré maneras de determinar si la conciencia sintética existe, esbozando las pruebas que he desarrollado en el Institute for Advanced Study (Instituto de Estudios Avanzados) de Princeton.
Ahora, consideremos la sugerencia de que los humanos deberían fusionarse con las IA. Imagina que estás en el Centro para el Diseño de la Mente. ¿Qué mejoras cerebrales del menú elegirías, en caso de elegir alguna? Seguro que ya te estás haciendo una idea de que las decisiones relacionadas con el diseño mental no son una cuestión sencilla.
¿Podrías fusionarte con una inteligencia artificial?
No me sorprendería que la idea de potenciar tu cerebro con microchips te resultara sumamente perturbadora, como a mí. Mientras escribo esta introducción, es probable que los programas de mi teléfono inteligente estén rastreando mi localización, escuchando mi voz, grabando el contenido de mis búsquedas en la red y vendiendo esa información a los anunciantes. Creo que he desactivado esas herramientas, pero las empresas que fabrican estas aplicaciones hacen el proceso tan opaco que no estoy del todo segura. Si ya ahora las empresas de IA son incapaces de respetar nuestra privacidad, piensa en el abuso potencial que podría llegar a producirse si tus pensamientos más íntimos se codificaran en microchips, si incluso se pudiera acceder a ellos en internet.
Pero supongamos que las regulaciones sobre la IA mejoran y que se puede proteger a nuestro cerebro de los piratas informáticos y de la codicia empresarial. Tal vez entonces comiences a sentir la atracción de las mejoras, ya que los que te rodean parecen beneficiarse de esa tecnología. Al fin y al cabo, si fusionarse con la IA conduce a la superinteligencia y a la longevidad extrema, ¿no es eso mejor que la degeneración inevitable del cerebro y el cuerpo?
La idea de que los humanos deberían fusionarse con la IA está muy en boga en la actualidad, y se ofrece no solo como método para que los humanos eviten que la IA los deje obsoletos como fuerza de trabajo, sino también como camino hacia la superinteligencia y la inmortalidad. Por ejemplo, hace poco Elon Musk comentó que los humanos pueden impedir que la IA los deje obsoletos «sometiéndose a algún tipo de fusión de la inteligencia biológica y la inteligencia maquinal».⁴ Con ese fin ha fundado una nueva empresa, Neuralink. Uno de sus primeros objetivos es desarrollar el «lazo neuronal», una malla inyectable que conecta el cerebro directamente con los ordenadores. Se supone que el lazo neuronal y otras mejoras basadas en la IA permiten que los datos de tu cerebro se trasladen sin necesidad de cables a tus aparatos digitales o a la nube, donde se dispone de una potencia de cómputo ingente.
Sin embargo, es posible que las motivaciones de Musk no sean del todo altruistas. Está promoviendo una línea de productos relacionados con las mejoras de IA, productos que se supone que resuelven un problema creado por el propio campo de la IA. Quizá esas mejoras terminen resultando beneficiosas, pero para saber si es así, tendremos que ir más allá del despliegue publicitario. Los legisladores, el público e incluso los propios investigadores del ámbito de la IA tienen que hacerse una idea más precisa de lo que está en juego.
Por ejemplo, si la IA no puede ser consciente y sustituyeras las partes del cerebro responsables de la conciencia por un microchip, terminarías tu vida como ser consciente. Te convertirías en lo que los filósofos llaman un «zombi», un simulacro no consciente de tu yo anterior. Es más, aun en el caso de que los microchips pudieran reemplazar las partes del cerebro responsables de la conciencia sin zombificarte, un proceso de mejora extremo sigue suponiendo un gran riesgo. Tras demasiados cambios, es posible que la persona que queda ni siquiera seas tú. Todo humano que se mejora podría, sin darse cuenta de ello, acabar con su vida durante el proceso.
Según mi experiencia, muchos partidarios de los procesos de mejora extremos no comprenden que el ser así mejorado podrías no ser tú. Suelen defender un concepto de la mente que dice que esta es un programa de software. Según ellos, puedes mejorar el hardware de tu cerebro de maneras radicales y aun así continuar ejecutando el mismo programa, de forma que tu mente sigue existiendo. Del mismo modo en que puedes cargar y descargar un archivo informático, tu mente, en cuanto programa, podría cargarse en la nube. Esta es la ruta de un tecnófilo hacia la inmortalidad: la nueva «vida después de la muerte» de la mente, por decirlo de alguna manera, que sobrevive al cuerpo. No obstante, por atrayente que tal vez resulte una forma de inmortalidad tecnológica, veremos que esta idea de la mente está profundamente errada.
Así pues, si dentro de unas décadas te topas con un Centro para el Diseño de la Mente o entras en una tienda de androides, recuerda: la tecnología de IA que compres podría fracasar en su trabajo debido a profundas razones filosóficas. «Por cuenta y riesgo del comprador.» Pero antes de indagar más a fondo en esto, quizá pienses que estos asuntos continuarán siendo hipotéticos para siempre, puesto que estoy dando por hecho, de manera equivocada, que llegará a desarrollarse una IA sofisticada. ¿Por qué sospechar que alguna de estas cosas llegará a suceder?
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La era de la inteligencia artificial
Es posible que no pienses en la IA a diario, pero te rodea por todas partes. Está ahí cuando haces una búsqueda en Google. Está ahí cuando vence a los ganadores mundiales de concursos de cultura general como Jeopardy!, y de juegos de estrategia como el Go. Y mejora con cada minuto que pasa. Pero todavía no tenemos una IA de uso general, que sea capaz de mantener una conversación inteligente por sí misma, de integrar ideas sobre diversos temas e incluso, tal vez, de aventajar a los humanos en cuanto al pensamiento. Este tipo de IA es el que se representa en películas como Her y