Llamados para servir
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Turi, con tan solo 12 años de edad, debía aceptar que había llegado el momento de despedirse definitivamente de su amada tierra y a bordo de un barco iniciar un largo viaje que marcaría para siempre su destino y dejaría huellas imborrables, desconociendo que en la nueva patria no solo encontraría al amor de su vida, sino que juntos recibirían un llamado que cambiaría la vida de miles de personas.
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Llamados para servir - Roxana Elizabeth Muzzicato
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Roxana Elizabeth Muzzicato
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1386-994-0
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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DEDICATORIA
Este libro se lo dedico primeramente a Dios, ya que el sueño de escribirlo nació primeramente en su corazón, luego lo colocó en el corazón de mi padre y una noche de cuarentena, en medio de un prolongado insomnio, lo depositó en mi vida para que yo fuera el instrumento que hiciera que, a través de estas páginas que vas a leer, quedaran registradas dos vidas de amor, pasión, fidelidad y servicio.
A él, porque me enseñó que de nada sirve seguir mirando el reloj esperando que las cosas pasen. Si no nos movemos en fe, así como lo hacen esas agujas, nada sucede. Porque pude descubrir que todo lo que necesitamos está dentro de nosotros y que, al saberlo, podemos hacer cosas increíbles.
Se lo dedico a mis padres, los protagonistas de este relato, quienes a mis hermanos y a mí, la menor de todos, nos marcaron el camino a seguir, pero no con palabras, sino con su verdadero ejemplo.
Se lo dedico a mi esposo, que siempre fue un gran pilar para mi vida. Por su apoyo en cada uno mis proyectos y sus palabras motivadoras. La primera persona que supo que iba a comenzar a trabajar en el desafío que Dios me había dado una madrugada del mes de junio en medio de una pandemia y creyó que podía lograrlo.
Se lo dedico a mis hijos, que los amo con todo mi corazón. Porque vivieron junto a mí este proceso, me apoyaron y supieron guardar el secreto hasta que la obra quedara completa. También a mi nuera y mi primer nietito, Gianlucca, que vinieron a enriquecer nuestras vidas.
Se lo dedico a mis hermanos de sangre y a todos mis familiares, amigos. A todos mis hermanos espirituales que fueron parte de este apasionante itinerario de vida. También a todas las generaciones venideras, en especial, a mis futuros nietos.
Se lo dedico a todos mis maestros, aquellos que me prepararon para la vida. Pero no solo los que me enseñaron en las aulas a desarrollar ciertas capacidades cognitivas, sino también a esos maestros de la vida que me enseñaron valiosas lecciones. Que tal vez sin darse cuenta me forjaron a ser la persona que hoy soy.
A cada uno de los líderes espirituales que Dios puso en mi camino en diferentes etapas de mi vida, que me enseñaron que los sueños son el lenguaje del Espíritu y que fe activa es lo único que necesitamos para alcanzarlos y lograr cosas extraordinarias.
Te lo dedico a ti, que estás leyendo este libro. Espero que, al finalizar esta obra, puedas descubrir que ya no eres el mismo. Porque si un nuevo pensamiento, una nueva mirada, una fe renovada se apoderaran de ti, eso basta para que tu vida sea transformada. Sobre todo, porque sé que el verdadero autor de este libro está presente en cada uno de los capítulos que leas.
¡Buen viaje! ¡Nos vemos en la meta!
PRÓLOGO
¿Te preguntaste alguna vez para qué naciste? ¿O le cuestionaste a Dios el hecho de haberte dado vida? Quizás alguna vez estuviste en peligro de muerte y preguntaste por qué te dejó vivir. Que hubiese sido mejor que no existieras. Pero, aun así, hoy una vez más pudiste abrir tus ojos a la luz del día y recibir este regalo. ¡Hay vida!
El milagro de la vida es un regalo maravilloso. Hay vidas que duran tan solo un momento. Algunas unos pocos minutos, días o años. Y otras se extienden en el tiempo de tal manera que pueden llegar a decir: «He vivido lo suficiente».
Papá siempre dice que la vida es como un foco, hoy prende, pero cuando menos lo pensamos se apaga y no se vuelve a encender más.
Momentos que se fijan en nuestra memoria. Un sinfín de experiencias. Sensaciones, emociones, olores, colores, sabores que quedan por siempre grabados en el alma. Algunas desaprovechadas, otras vividas intensamente. Muchos luchando por salvarlas, otros menospreciándola a tal punto de querer quitársela. Algunas valoradas, otras despreciadas. Algunas olvidadas, pero otras, como estas que te voy a contar, que merecen ser recordadas por siempre. Aunque nada podrá compararse con el hecho de haberla vivido. Dicen que cada uno es un mundo y cada experiencia de vida también lo es. No se trata tan solo de cumplir con los mandatos sociales impuestos, se trata de trascender.
¿Qué diferencia al hombre corriente de una persona que trasciende? Aceptar los desafíos que nos presenta la vida, superarlos y descubrir el propósito real de nuestra existencia que nos hace pasar el límite de lo trascendental.
Por muy corto que sea el camino, tendremos que asegurarnos de dar lo mejor de nosotros para dejar marcas imborrables que inspiren a otros a cumplir con el sueño de Dios en sus vidas.
No importa cuánto hayamos vivido mientras se haya cumplido el propósito de Dios en nosotros, porque solo así sabremos que valió la pena ser vivida.
Una vez escuché una frase que dice que somos inmortales hasta que se cumpla el propósito de Dios en nosotros. Saber aprovechar el tiempo, que, como todos sabemos, es lo que nunca podremos recuperar.
«No se trata de vivir lo suficiente, sino de vivir lo necesario, porque solo así nos habremos asegurado de que nuestro paso por esta tierra no fue en vano».
«Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento fue diseñado antes de que un solo día pasara». Salmo 139:16.
INTRODUCCIÓN
A lo largo de nuestra vida nos vamos enfrentando a diferentes desafíos que se nos presentan. Un elemento distintivo en la propia creación de Dios, y que nos diferencia y caracteriza como corona de su creación, fue darle al ser humano la capacidad de poder elegir y así poder tomar nuestras propias decisiones, lo que llamamos libre albedrío. Desde que tenemos uso de razón y a través de las diferentes etapas de nuestro desarrollo, esta facultad que nos ha sido dada es puesta en práctica de continuo.
En las cosas simples de la vida, como elegir el sabor de un helado o el color de un atuendo a la hora de comprarlo, como así también a la hora de elegir qué carrera estudiar o con quién vamos a pasar el resto de nuestras vidas, por ejemplo, esta característica peculiar nos posiciona en un lugar de privilegio, pero también de mayor responsabilidad, sobre todo, cuando esas elecciones se convierten en decisiones tan importantes que marcan un punto de inflexión en nosotros.
Las elecciones simples no marcan grandes cambios. Son esas que cuando tenemos que tomarlas solemos decir: «Cualquiera, es lo mismo». Pero hay otras que tienen tanto peso que marcan un momento bisagra en nosotros. Una situación que puede derivar en un cambio de rumbo enorme.
Vivimos inmersos en un mundo donde continuamente estamos siendo influenciados por otros. Tanto en los mapas de pensamientos como en hábitos que incorporamos, como así también en las decisiones que tomamos, las personas que nos rodean juegan un rol importante. El efecto predominante de alguna de ellas puede marcar un rumbo único, peculiar y trascendental en nuestra existencia. Así como la fuerza del viento sobre el agua, este efecto puede cambiar nuestro rumbo por completo.
«Me volví y vi debajo del sol que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos». Eclesiastés 9:11.
En los momentos de elección, debemos tomar la mejor decisión. ¿Pero qué pasa cuando no sabemos qué decisión tomar? En nuestro menú de opciones, ¿cómo sabemos qué decisión va a ser la correcta? ¿Cuál de todas nos va a llevar a un futuro de bendición?
Escuchar la voz correcta, reconocer el momento preciso en esos instantes en los cuales no sabemos qué hacer para poder ver lo que está ante nuestros ojos, porque, cuando demos ese primer paso de fe, automáticamente las puertas se abrirán y ellas nos conducirán al futuro que Dios predestinó de antemano para nosotros.
Tiempo y ocasión acontecen a todos, solo debemos escuchar la voz correcta sabiendo que esa decisión será la causante del futuro que nos espera. Una mala influencia puede hacernos desviar del propósito que Dios trazó para nuestras vidas.
Cuando la voz correcta te llama, las dudas se disipan. Porque no solo penetra en tus oídos, llega a tu corazón, a tu alma. Traspasa tu ser, se apropia de tu mente, de tus pensamientos. El llamado te endereza, te alinea, te posiciona, te direcciona y te sostiene en la adversidad.
«Cuando te dejas influenciar por la voz correcta, tu elección habrá sido la mejor decisión de tu vida».
Por supuesto que escuchar esa voz, o no, dependerá única y exclusivamente de cada uno de nosotros. Ya sea con voz audible, a través de su palabra, de la naturaleza, de un amigo o de las circunstancias de la vida, él desea hablarnos para indicarnos el camino correcto. Aunque también podemos escoger el error sin que nadie lo impida. Pero, si anhelamos escuchar la voz correcta, aunque sintamos una fuerte influencia que nos induzca al error, ella misma nos enseñará el camino.
«Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él
». Isaías 30: 21.
Acudir al llamado nos empuja a romper con los límites propios de nuestra mente. Una buena disposición de corazón, una entrega profunda y un compromiso verdadero nos conducen a explotar y desarrollar nuestros propios dones y talentos que poco a poco vamos descubriendo.
A menudo solemos pensar qué tan preparados estamos para desempeñarnos en tal o cual actividad. Es en ese preciso momento donde no pensamos justamente en la riqueza que hay dentro de nosotros. Nos enfocamos más en nuestras debilidades que en nuestras fortalezas. Pensamos que somos incompetentes. Pero si tan solo estuviéramos dispuestos a aceptar el desafío, nuestra vida podría cambiar radical y extraordinariamente.
Comenzar a esforzarse más allá de lo ordinario es la clave. Muchas personas están preparadas, pero carecen de esa disposición de corazón. El desgano, la falta de fe y la falta de motivación los mantienen estáticos sin vista a un futuro diferente de una gloria mayor. Desconocen que esa virtud bendice nuestras vidas y nos permite desarrollar todo el potencial que tenemos. Porque nada, absolutamente nada, debemos ir a buscar a otro lado. Todo lo que necesitamos está dentro de nosotros.
Cuando éramos pequeños e íbamos a la escuela, esperábamos que la señorita nos llamara al frente para izar o arrear la bandera porque era un privilegio que no todos tenían. Ya sea por buena conducta o por óptimo desempeño escolar, había que ganárselo.
Para un futbolista salir seleccionado para formar parte de las ligas de fútbol más importantes, salir seleccionado para estudiar en una de las instituciones educativas más reconocidas del mundo como la Universidad de Harvard, o simplemente entrar en un trabajo donde nos aseguran una excelente remuneración nos harían sentir orgullosos. ¿Quién esperaría un llamado de semejante magnitud? Todos, ¿verdad? Pero qué tal si en lugar de seleccionarte para estar en lugares destacados y reconocidos por el común de las personas, un día te dicen: «Ha sido seleccionado. Usted ha sido llamado para servir». ¿Cuál sería tu reacción?
Es muy común que, al pensar en la palabra servir o servidumbre, la relacionemos automáticamente con la esclavitud.
Sin entrar en profundidad en el tema, a lo largo del tiempo la sociedad fue cambiando. Podemos encontrar en las pirámides de organización social de la antigüedad grupos de personas divididos por clases sociales donde el nivel más bajo estaba conformado por los esclavos. La esclavitud se puede encontrar en casi todas las culturas y continentes.
A través de la historia, ya sea porque los prisioneros de guerra eran reducidos a la esclavitud por los vencedores, por sanción penal o el pago de deudas, las personas bajo esta condición eran consideradas propiedad de su amo. Sometidos a la exploración laboral y sin ningún derecho u objeción personal o legal.
Cuando servimos, en cambio, no lo hacemos por imposición, sino por decisión. «La decisión de servir nos convierte en personas de provecho, útiles y valiosas», que estamos a disposición de otros como instrumentos para un fin específico.
Durante el ministerio de Jesús en esta tierra, los romanos ejercían poder sobre los judíos. Si bien tenían libertad de culto porque podían expresar su adoración a Dios e incluso enseñar las leyes de Moisés al pueblo, también debían cumplir con las leyes romanas. Entonces, por ejemplo, si un romano le pedía a un judío que trasladara su equipaje o su carreta, este estaba obligado a hacerlo por la distancia de una milla.
Jesús, conociendo acerca de esta ley romana, un día dijo: «A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos», Mateo 5:41, dejándonos a través de estas palabras una gran enseñanza.
La primera milla la recorremos quizás con cierta rabia e impotencia porque estamos obligados a hacerlo y creemos que es injusto, pero la segunda, que es por elección propia, la recorremos por amor. Hasta el propio romano quedaba atónito por lo que Jesús enseñaba. Un acto semejante implica poseer cierta capacidad espiritual que manifiesta la verdadera grandeza que para muchos es difícil de entender.
Pero ¿a quién estamos sirviendo?
«Pero, si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor», Josué 24: 15.
Vemos a través de este pasaje bíblico que Josué confrontó al pueblo de Israel. Ellos debían tomar una decisión. Esta no era si iban a servir o no, sino a quién. Él daba a entender que de todas maneras estarían sirviendo. Cuando no optamos por servir a Dios, automáticamente estamos eligiendo servir a otro amo.
«¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen?», Romanos 6: 16.
Josué decidió servir a Dios, pero no solo él,