Casas y huertas en la Ribera de San Cosme
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Casas y huertas en la Ribera de San Cosme - Maria del Carmen Reyna
INTRODUCCIÓN
Cuando los conquistadores pisaron por primera vez las tierras de la cuenca de México, avistaron hermosos paisajes. Se apreciaba la majestuosidad del Popocatepetl, la serenidad del Iztaccihuatl, la impasible cordillera del Ajusco, los espesos bosques que la rodeaban y el gran lago que ocupaba una vasta extensión. Este paradisíaco lugar sorprendió a los españoles, pero aún más fue el avistar la solemne ciudad de México-Tenochtitlan. Para acceder a ese lugar, existían tres importantes calzadas: la México-Tacuba, que unía a Tenochtitlan con tierra firme, la de Iztapalapa y la del Tepeyac.¹
La México-Tacuba, y una parte de lo que sería en breve tiempo la Ribera de San Cosme registró importantes sucesos durante la conquista española. Se menciona que durante
la retirada de la Noche Triste, no estaba fuera del agua más espacio que el ancho de la calzada en todo el largo tramo que hay desde el puente de la Mariscala donde estaba la primera cortadura hasta Popotla, que era donde comenzaba la tierra firme y en 1524 vemos que la laguna se ha retirado ya tanto, que queda en uno y otro costado terreno seco suficiente para formar varios órdenes o series de huertas unas tras otras, con ciento y cincuenta varas de fondo.²
Después del triunfo de los iberos, se dio inicio a la premiación de los soldados que habían participado en ese memorable hecho histórico: la repartición de tierras. En la calzada México-Tacuba se realizó uno de los actos más memorables, protagonizado por Hernán Cortés. Se calificó de solemne el dar dos golpes con su espada a un árbol vetusto, señalando que desde ese punto se habían de mercedar solares destinados únicamente para huertas. Con ello se inició una nueva época en ese lugar:
el Alcalde Gonzalo de Ocampo y los regidores Bernardino Vázquez de Tapia, Cristóbal Flores y Alonso Xaramillo, con el escribano de Cabildo fueron a la calzada de Tacuba, y desde el árbol marcado por el gobernador en adelante, comenzaron a señalar las suertes de tierra para huertas de cien pasos de largo y ciento cincuenta de ancho. De las cinco primeras echaron suertes y cupo la primera junto al árbol a Bernardino Vázquez de Tapia; la segunda, junto a ella, a Rodrigo de Paz; la tercera a Rodrigo de Rangel; la cuarta a Cristóbal Flores, y la quinta a Alonso de Xaramillo, y la sexta dieron al escribano de Cabildo, de las cuales en el mismo acto, el Alcalde Gonzalo de Ocampo, en nombre de la Ciudad, les dio posesión, tomándola los presentes por los ausentes, arrancando yerbas, que en los sitios había. Desde ese día en adelante, casi no había cabildo en que no se hicieran mercedes para aquellas huertas. Este señalamiento no se hizo sólo a lo largo de la calzada en ambos lados de ella, sino que tras de las primeras se hicieron otros dos o tres órdenes, separados entre sí por calles llamadas calzadas por nosotros.³
Los nuevos pobladores destinaron las tierras mercedadas al establecimiento de huertas con plantas y árboles americanos y europeos. Diferentes especies traídas desde el Mediterráneo se aclimataron fácilmente en el valle del Anáhuac conformando, junto con los autóctonos, hermosas y tupidas arboledas. Los resultados fueron más que satisfactorios.
La fertilidad de sus tierras se aprovechó de inmediato. Frutos y legumbres fueron reconocidos por los consumidores por su excelente calidad y los diferentes productos se distribuían en los principales mercados de la ciudad.
A esto se sumó la exuberante vegetación que reforzó la popularidad de la calzada México-Tacuba. Los mismos pobladores reconocieron y ensalzaron la pureza del aire y la benignidad del clima, por lo que en su gran mayoría las propiedades de la Ribera de San Cosme se utilizaban como lugares de descanso.⁴
Pero el crecimiento de la ciudad empezó a hacer mella en sus alrededores. Después de mercedar los terrenos más próximos a la recién fundada ciudad de México, continuó la etapa de incesantes solicitudes. Tal fue el número de peticiones, que la repartición de tierras próximas a las ya mercedadas se dio enseguida. La ausencia de una planeación urbana y la desmedida ambición de los propietarios provocaron la carencia de espacios necesarios entre casas y huertas, dejando el mínimo para el paso local de vehículos y personas.
En los años siguientes la demanda fue en aumento y, aunque los espacios estaban agotados, las peticiones no cesaban. Las únicas tierras que por el momento quedaron a salvo, fueron los pantanos próximos a Chapultepec que impedían cualquier asentamiento humano y labores agrícolas.
La apatía y el desinterés de las autoridades tuvieron serias repercusiones en los residentes de esos lugares, y se cometieron y fomentaron innumerables arbitrariedades. Una de las principales fue la falta de sanciones y castigos para los culpables de invadir las 600 varas reglamentarias pertenecientes a los pueblos, que provocaban altos índices de hacinamiento. La falta de tierras de cultivo y por consiguiente de recursos, hizo que muchas personas buscaran trabajos en haciendas, huertas y ranchos cercanos, y cuando no era temporada de cosechas se trasladaban a la ciudad de México, para desempeñar cualquier actividad que les permitiera sobrevivir ante la adversidad.
El nombre de San Cosme
En los primeros años de vida colonial, la calzada México-Tacuba fue conocida simplemente por ese nombre. Sin embargo, el tramo inicial de ese camino conservó por poco tiempo tal denominación. En 1535 fray Juan de Zumárraga fundó un hospital y refugio para los indios vagabundos; con el fin de asistirlos, en uno de sus costados construyó una ermita dedicada a los santos médicos Cosme y Damián, la cual se utilizó durante trece años hasta que el religioso falleció. Desde ese tiempo, por ser un nombre demasiado largo, al referirse al lugar la población lo llamó simplemente San Cosme, omitiendo el nombre de Damián. En los años siguientes el lugar fue ocupado por los franciscanos y, tras abandonarlo, por los dieguinos.
Por falta de recursos económicos, la construcción de la iglesia y convento tardó varios años hasta que el capitán Domingo de Cantabrana aportó lo necesario para concluirlos. El 13 de enero de 1675 la obra se inauguró y se dedicó a Nuestra Señora de la Consolación cuya imagen ocupó el lugar principal del retablo mayor; sin embargo, la costumbre y la tradición impidieron borrar el nombre de San Cosme que se ha conservado hasta nuestros días.
Conventosancosme2Convento de San Cosme.
El agua y el acueducto
Desde los primeros años de vida colonial fue difícil obtener una merced de agua. Disfrutar del vital líquido en casas particulares era privilegio de unas cuantas personas. En ocasiones, lo que facilitaba su otorgamiento era la cercanía de la propiedad a un caño o a un acueducto, que reducía el costo de las conexiones. El Ayuntamiento las proporcionaba de dos maneras:
la casa del mercedado se prestaba a ello, se le imponía la obligación de labrar arrimada a su muro una fuente en la que se recogían sus derrames para el abasto público; cuando la casa no se prestaba, entonces, por el contrario, se le prohibía estrictamente usar los derrames. Los conventos, por lo general tuvieron la obligación de establecer fuentes para el público y la mayoría de ellos la cumplieron porque era para el bien del prójimo.⁵
En los otorgamientos siempre hubo favorecidos. Los conventos eran los primeros beneficiados, no quedando atrás los gobernantes y españoles. Con frecuencia los propietarios no cumplían con sus obligaciones, por tener conocimiento del desorden existente en la dependencia recaudadora. A largo plazo las consecuencias se dejaron ver. Los adeudos se acumularon por decenas de años y llegaron a sumar miles de pesos.
Las quejas de la población por el desabasto de agua se repetían incesantemente; con el fin de realizar una repartición equitativa, los gobernantes ordenaron construir acueductos o adaptar los existentes. Uno de ellos fue el de San Cosme que remontaba su origen a la época prehispánica. Se ignora la fecha en que fue construido este caño de argamasa, pero se tiene noticia que fue reedificado en tiempos de Moctezuma II o Xocoyotzin.
La importancia que tuvo en época prehispánica se conservó durante la dominación española. El mismo Hernán Cortés se refiere a él:
Por la una calzada, dice, que a esta gran ciudad entran, vienen dos caños de argamasa tan anchos como dos pasos cada uno, y tan altos casi como un estado, y por el uno de ellos viene un golpe de agua dulce muy buena, del gordor de un cuerpo de hombre que va a dar al cuerpo de la ciudad, de que se sirven y beben todos. El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia; y porque el agua ha de pasar por los puentes, a causa de las quebraduras por do atraviese el agua salada; echan la dulce por unas canales tan gruesas como un buey, que son de longura de los dichos puentes, y así se sirve toda la ciudad.⁶
Este primer acueducto era sólo una atarjea baja que atravesaba las calzadas La Verónica⁷ y San Cosme. En la esquina de la Tlaxpana se encontraba descubierto y desde ese lugar hacia la ciudad tenía una bóveda con lumbreras.
El acueducto colonial de 900 arcos fue construido entre 1603 y 1607, durante el gobierno del virrey Rodrigo de Mendoza, tercer marqués de Montes Claros. En una primera etapa se edificó el tramo hasta los Descalzos Viejos, esto es hasta San Cosme y se concluyó en 1620 gracias a los donativos de Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar. El costo total de la arquería fue de 150 000 pesos, pero el Ayuntamiento debió cubrir la cantidad de 125 000 pesos, misma que pagó con un rédito anual de 6 500 pesos a los descendientes de Baltasar Rodríguez.
La arquería del acueducto de San Cosme era por partida doble. En la parte superior circulaba el agua proveniente de Santa Fe —conocida con el nombre de agua delgada— y por la atarjea inferior pasaba el agua gorda que provenía de una de las fuentes de Chapultepec.⁸
Los arcos del acueducto cumplían satisfactoriamente con la distribución del agua. Atravesaban parte de los alrededores de la ciudad:
daban principio en la parte alta de Chapultepec, continuaban por las calzadas de La Verónica y la de Tlacopan hasta la caja repartidora de agua localizada en la esquina del Puente de la Mariscala, en línea recta a la calle de Santa Isabel.⁹
La población generalizó el uso de los términos con el fin de distinguir las diferentes aguas:
se utiliza a menudo la expresión de agua gorda para la de Chapultepec, y agua delgada para referirse a la de Santa Fe. Esta expresión, como vimos, hace referencia a una concepción aristotélica e hipocrática de la naturaleza de las aguas. Todavía se usaba a fines del siglo XIX. Se consideraba, en general, que el agua de Chapultepec era más pesada y menos digesta que la de Santa Fe, que al parecer tenía menos carbonato de calcio.¹⁰
Durante esta época se registran diferentes tipos de agua. Para el uso doméstico se clasificaba conforme a su procedencia. La de mayor pureza provenía de los manantiales, le seguía la gorda y la delgada que venía de Santa Fe, por último la obtenida en pozos artesianos de poca profundidad.
En un principio los diferentes manantiales que se encontraban en Chapultepec y Santa Fe abastecieron satisfactoriamente las huertas de la Ribera de San Cosme. Al aumentar la demanda de agua se debió emplear la del Santo Desierto de los Leones y la del río de los Remedios, llamado también de Azcapotzalco o del Consulado. Por lo pronto el problema se resolvió, sin embargo en época de estiaje y sequía volvía a presentarse ya que la demanda aumentaba y se multiplicaban las protestas de los dueños de las huertas.
La escasez se acentuó a través de los años por el constante desperdicio de los vecinos y la indiscriminada tala de árboles. Los árboles de todos tamaños y géneros caían bajo la inmisericorde hacha del leñador, y lamentablemente sólo utilizaban algunas ramas y los troncos caídos se pudrían en el mismo lugar donde habían crecido. El Ayuntamiento realizó numerosos intentos para proteger estos recursos naturales pero aunque existían leyes, no se cumplían. La negligencia de las autoridades se demostró una y otra vez porque no imponían sanciones con severos castigos al infractor.
Algunos propietarios de casas y huertas expresaron su inconformidad y malestar por recibir un reducido caudal. Sin embargo, muy pocas veces estas quejas fueron escuchadas por las autoridades, obligando a los usuarios a obtenerla por medio de métodos fraudulentos. Sin ningún permiso construían sus propias acequias, las comunicaban con el caño proveniente de Chapultepec y