Una amiga santa: Concepción Cabrera: mujer, laica y mística
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Rocío Figueroa Alvear
Peruana, Doctora en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Catedratica en el Catholic Theological College (Nueva Zelanda).
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Una amiga santa - Rocío Figueroa Alvear
Primera edición digital
Una amiga santa
Concepción Cabrera: mujer, laica y mística
Rocío Figueroa Alvear
No hay impedimento: Fernando Torre Medina Mora, MSpS
Ciudad de México, 23 de mayo 2021
Publíquese: José Luis Loyola Abogado, MSpS Superior General
Ciudad de México, 31 de mayo 2021
Diseño y programación: DCG Héctor Savedra
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición electrónica ha sido publicada con autorización de:
© Editorial La Cruz, S.A. de C.V.
Avenida Universidad 1686
Barrio de Santa Catarina
04010 Alcaldía Coyoacán
Tel. 55 55 74 38 15
No se permite la reproducción total o parcial del texto, sin permiso previo de la editorial.
México | junio 2021
Índice
Prólogo
Introducción
I. Concepción Cabrera, laica
1. Conchita laica
2. Conchita, víctima y sacerdote
3. La fuerza de su santidad: la pureza de su corazón lleno de pasión y amor a Cristo
4. El abandono de Conchita y nuestras dudas de fe
5. Conchita, mujer y madre
II. La humildad en Concepción Cabrera
1. La humildad, fundamento de la vida cristiana
2. Necesidad de la humildad para la fe, la esperanza y la caridad
3. La humildad necesaria para el apóstol
4. La falsa humildad
5. En el dolor se forja la humildad
6. María, modelo de humildad
III. Concepción Cabrera, mística en la vida cotidiana
1.Conchita mística
2. Las estaciones del alma, modelo de auténtica vida espiritual
IV. Concepción Cabrera, mujer
1.La situación de la mujer
2. Nostalgia de infinito
3. Deseo de santidad
4. Luz en la oscuridad
5. Aporte femenino
Epílogo
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Texto de contraportada
Prólogo
El libro de la teóloga Rocío Figueroa Alvear viene a llenar una laguna en el campo de la mística del mundo occidental. Efectivamente, invita al gran público a conocer el milagro de ser mujer y santa en toda su simplicidad y grandeza, en la persona de María Concepción Cabrera, más conocida como Conchita. Su vida de mujer laica y mística tiene todavía mucho que decir al mundo contemporáneo. Agradecemos a la autora por haber profundizado en su espiritualidad ateniéndose con rigor a la inmensa producción autobiográfica y a los escritos sobre Conchita.¹ El lector podrá encontrar en el libro que presentamos temas de meditación para su vida personal y para un renovado modelo de espiritualidad y de Iglesia, más en sintonía con el espíritu divino.
1. Una vida normal y extraordinaria. Algunos datos sobre la vida de Conchita son indispensables para adentrarse en el misterio de su misión. Conchita vive una vida ordinaria-extraordinaria, como le sucede a los santos. Nace el 8 de diciembre de 1862 en una familia cristiana en San Luis Potosí, México; el país estaba impregnado por la cultura española y la religión católica, con la guerra de independencia a la espalda (1810-1821). Sus padres, Octaviano Cabrera y Clara Arias, son excelentes testimonios de fe. El padre, de carácter alegre y franco, manifiesta una gran caridad hacia los pobres. La madre aparece a los ojos de la hija como una santa
. Conchita es la séptima de doce hijos, ocho varones y cuatro mujeres, y crece rodeada por la fe de sus padres. Ella considera a su familia muy pacífica
y va madurando sin frustraciones, gozando de una buena educación, de música (piano y canto), de viajes, lectura y caballos. Nutre un especial amor a la Virgen y a la Eucaristía.
En la familia se reflejan inevitablemente los agitados eventos sociopolíticos de la época. En 1859, el gobierno de Juárez había aprobado algunas leyes contra la Iglesia, había expulsado obispos y perseguido órdenes religiosas. Conchita tenía sólo un año (1863) cuando la Junta de los Notables, contraria a Juárez, adopta la monarquía con el Archiduque Maximiliano de Austria. Los eclesiásticos pueden regresar, pero es solo en 1876, cuando sube al poder Porfirio Díaz, que la Iglesia y el país gozan de una relativa calma.
La niña pasa largos períodos en la hacienda y en el rancho. A los ocho años entra en el Colegio de las Hermanas de la Caridad y permanece ahí hasta que las religiosas son expulsadas. Los padres le proporcionan entonces profesores privados. Además de ser encaminada a todo tipo de trabajo doméstico, Conchita aprende a saber hacer lo contrario de la propia voluntad
.
Desde los trece años, participa con alegría en los bailes de familia y se siente alabada porque muchos hombres la inviten a bailar. Un día, por diversión, cuenta veintidós pretendientes, muy ricos. Ella, sin embargo, tiene solo ojos para Pancho y lo frecuenta por nueve años antes del matrimonio. Espontáneamente y conforme a los ideales de las mujeres católicas de la época, pide a Jesús Eucaristía muchos hijos para que lo amen y lo sirvan.
Es de particular interés constatar en la vida afectiva de Conchita −como lo hace la autora en el presente libro− la convicción profunda de la posible conciliación entre el amor a Dios y el amor por Pancho. Tendrá nueve hijos que cuidará con afán y ofrecerá inmediatamente al Señor.
Haciendo un balance de su matrimonio, ella sostiene que en sus diecisiete años de casada no tenía nada de qué lamentarse pues solo recibió atenciones, afecto y un gran respeto. Cuando el marido se enferma, Conchita hace de todo para aliviar su sufrimiento y lo cuida sin tregua. Se da cuenta de que la enfermedad de Pancho lo conducirá a la muerte y tiembla pensando que deberá afrontar la vida sola con hijos pequeños y sin padre. Como contrapeso, germina en su corazón un renovado amor por el buen Dios que la lleva a la consagración, deseada también por su marido, que bendice la idea en su lecho de muerte. Pancho muere en 1901. Conchita no esconde la ‘tortura’ de su gran dolor, que confirma la profundidad de su afecto visceral y espiritual.
Después de la muerte del marido, se dedica a proteger a sus hijos y ayudarlos a descubrir su vocación, sea esta al matrimonio o a la vida religiosa. El agitado período histórico que precede a la revolución mexicana de 1910 no está exento de problemas y dificultades económicas. Para Conchita, el seguimiento de Jesús se refuerza y se vuelve incondicional, incluso recortando horas de sueño. Sostiene que cuando cesan los trabajos del día, las noches le pertenecen a Él.
Cuando sobreviene la perspectiva de la muerte, sin haber tenido nunca una experiencia en el convento, realiza sus votos como Religiosa de la Cruz, por un privilegio concedido por Papa Pío X. Muere el 3 de marzo de 1937.
La vida de Conchita refleja una imagen de mujer totalmente inserta en su tiempo y en la sociedad mexicana (ella escribe un triduo al Espíritu Santo para pedir la paz para México) que, al mismo tiempo, es capaz de volar alto.
2. Mística y laica. Quisiera subrayar algunos rasgos de la espiritualidad de Conchita a partir de lo que el libro de Figueroa evidencia, presentando la evolución de una mujer ‘normal’, esposa y madre mexicana, que se convierte en fundadora y abre pistas en el ámbito de la espiritualidad. A pesar de no haber vivido una consagración virginal o haber tenido un rol instituido en la Iglesia, Conchita vive inmersa en los avatares de este mundo, con el alma constantemente vuelta a Dios, el cual la llena de dones extraordinarios del Espíritu.
Gracias a la fe transmitida por sus padres y al soporte espiritual del padre Alberto Mir, jesuita, Conchita avanza a paso veloz hacia el camino de santidad que Cristo mismo guía en el secreto de su alma. Aún casada (Pancho muere en 1901), el 4 de enero de 1894 y de acuerdo con el sacerdote, decide marcar en su pecho el monograma JHS como signo de su total pertenencia a Cristo. Brotan frutos inesperados y un renovado celo por la salvación de las almas.
El 25 de marzo de 1906, Conchita recibe la gracia central de su vida: Jesús le dice que quiere encarnarse místicamente en su corazón y transformarlo en el suyo sufriente y crucificado. El Maestro le pide en particular unirse al sufrimiento que experimenta por la mala conducta de muchos sacerdotes. Le pide que se identifique con Él, sacerdote y víctima, viviendo su específico sacerdocio en unión con María, repitiendo la inmolación voluntaria: Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre
. Esto lo expone en el libro A mis sacerdotes, en el que Conchita desarrolla el tema de la unidad en la Trinidad (1928).
De humilde miembro de la Iglesia −y sobre su humildad sugiero detenerse en las sutiles anotaciones de Figueroa–, Conchita se convierte en fundadora del Apostolado de la Cruz (1895), basándose en la divina alquimia que transforma el dolor en fuente de vida pascual. El movimiento que funda asume como símbolo la imagen de una cruz, con el Corazón de Jesús al centro y, en alto, el Espíritu Santo que la baña con su luz y la ilumina con su fuego.
La fecundidad apostólica es impresionante. En 1897, se aprueba en Roma una congregación de contemplativas dedicada a la adoración de la Eucaristía día y noche, como congregación de las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús
. La obra se difunde y viene reconocida como congregación por el Siervo de Dios, monseñor Ramón Ibarra y González, arzobispo de Puebla. En la convicción de que en unión con Jesús, todo adquiere una dimensión sacerdotal, Conchita funda la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús
(1909), que acoge a todos los laicos que busquen compartir el espíritu de las Religiosas de la Cruz, y también da vida a la "Fraternidad de Cristo Sacerdote" (1912) para sacerdotes y obispos. Finalmente, junto al padre Félix Rougier Olanier, funda la congregación sacerdotal de los Misioneros del Espíritu Santo
(1914), dedicada a la dirección espiritual basada en el misterio de la Encarnación redentora. Todos aquellos que adhieren a las obras fundadas por Conchita son llamados a realizar una encarnación mística espiritual
con el fin de que Jesús tome posesión de ellos y los transforme en Él bajo la acción del Espíritu. En unidad con la Iglesia, ellos generan a Jesús en el curso de la historia y la transforman.
Figueroa destaca la forma en que Conchita invita a no acentuar tanto las distinciones entre sacerdotes, religiosos y laicos: muy cerca de la sensibilidad contemporánea, Conchita subraya que los religiosos están inmersos como todos en los contextos seculares y que deben santificarlos y, al mismo tiempo, invita a los laicos a consagrarse a Dios en la cotidianeidad de la vida y en las realidades con las que entran en contacto. Ella afirma: La santidad no está en el estado de vida, sino en la pureza del alma
. Conchita prefiere trabajar en los distintos caminos y acompañar a cada quien según su específica vocación personal.
Igualmente, en el ámbito de la afectividad. El hecho de ser casada y tener hijos la aleja de una concepción