El libro de las lágrimas
Por Heather Christle
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La poeta Heather Christle desvela la historia íntima de sus lágrimas —desde el suicidio de un amigo hasta sus embarazos o la historia de depresión en su familia— para desentrañar las razones biológicas del llanto e investigar su influencia en el arte, la cultura y el feminismo. En estas páginas Christle nos descubre a una artista que diseña una pistola de lágrimas heladas; a una polilla que se alimenta de las lágrimas de otros animales y artilugios para lidiar con el duelo como el "lacrimatorio", un recipiente de la Antigüedad donde el "doliente pudiese verter sus lágrimas recién derramadas". La autora nos hechiza con sus fragmentos poéticos y explora cómo la historia de las lágrimas se enlaza con la violencia racista o el estigma de la enfermedad mental. Brillante, ingenioso y sincero, El libro de las lágrimas es una celebración de la poesía y un particular homenaje a la fascinante rareza de las lágrimas.
«Heather Christle traza un certero mapa de la historia de todas sus lágrimas, y con ellas la de toda la humanidad. Nunca mirarse al espejo, con una lágrima cayendo, cobró tanto sentido como después de leer El libro de las lágrimas». —Paloma Abad, Vogue
«Gracias a Christle las lágrimas se convierten en algo más que la muestra física de un sentimiento. Engancha desde la primera palabra». —Carmen López, ElDiario.es
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El libro de las lágrimas - Heather Christle
vendrán.
***
Supongo que algunas personas pueden llorar discretamente y ganar atractivo, pero después de una buena llantina la mayoría tiene un aspecto horrible, como si le hubiese crecido una cara enferma debajo de la conocida dejando muy poco espacio para los ojos. O parece que les han dado una paliza. Parecemos. Parezco. Una vez, cuando hacía quinto, lloré en la escuela por un motivo que no recuerdo; después, un chico popular —coletita, monopatín— me dijo que parecía una drogata, y me gustó tanto que se hubiese fijado en mí que le obligué a repetírmelo.
***
Ovidio preferiría que tanto yo como otras mujeres nos contuviésemos:
No hay límite en el arte: en el llanto hay que llorar con
[gracia,
aprender a derramar lágrimas sin perder la compostura.¹
***
La duración del llanto es importante. Valoro especialmente las sesiones prolongadas que dejan tiempo a la curiosidad, a poder mirarme al espejo y observar mi tristeza física. Hasta el llanto más auténtico y potente puede soportar esta actividad científica. Entrar tambaleándose en el cuarto de baño con la cabeza gacha y luego armarse de valor para levantar la vista al espejo, donde la respiración entrecortada sacude los hombros y tenemos la nariz de un borracho crónico. Quizá resulte de interés palparse un rato la cara hinchada, observar un ojo sanguinolento y luego el otro, pero en realidad la belleza está en el movimiento, en cómo la boca intenta tragarse la desesperación. Después del escrutinio, no es fácil convencer al llanto de que no tienes malas intenciones, pero con calma y paciencia —eres como Jane Goodall con los chimpancés— el llanto se acostumbrará lentamente a ti. Y volverá.
***
Llorar o no llorar a veces puede ser una elección, y es imposible saber qué es mejor. Pero no es cierto: si estamos solos o únicamente con otra persona, se aconseja llorar. Sin embargo, el Estudio internacional del llanto en adultos concluye que llorar si hay más personas presentes puede empeorar el humor, aunque eso dependerá en gran medida de la reacción de los demás. Los que lloran comunican que los testigos suelen responder con compasión, o con lo que el estudio categoriza como «palabras de consuelo, abrazos de consuelo y comprensión».² Si estamos solos, los abrazos de consuelo también están a nuestro alcance: abrázate fuerte.
***
Tener nariz es una suerte. Es difícil sentirse una figura demasiado trágica cuando las lágrimas se mezclan con moco. Sonarse no tiene ningún glamur.
***
Una vez me dejaron tirada en público de forma inesperada. Fue una tarde, en el aparcamiento de una universidad. Se me acumuló todo el llanto en la boca y noté que me temblaba mientras me dirigía al coche. Una vez dentro, dejé que el llanto subiese al norte, a mis ojos, y al sur, a mis tripas. El coche es una zona privada para llorar. Si ves a alguien llorando cerca de un coche, quizá tengas que ofrecerle ayuda. Si ves a alguien llorando dentro de un coche, ya sabes que tiene el tema controlado.
***
He llorado histéricamente al volante dos veces. La primera con dieciséis años, sin dinero para el peaje ni la menor idea de cómo iba a vivir al día siguiente. Otra con veintiuno, en pleno trayecto con el coche lleno de mis pertenencias y la corazonada de que llevaba una hora conduciendo en la dirección equivocada. Si lloras en el coche cuando llueve, parece que los limpiaparabrisas también te enjuguen la cara. Palabras de consuelo, abrazos de consuelo, limpiaparabrisas de consuelo.
***
Lloré cuando oí a Alice Oswald recitar Memorial, su excavación de La Ilíada donde recuerda la muerte de cada guerrero. Lloré cuando una amiga me habló de la conversación que había mantenido con su madre, Sheila, mientras llevaba a su bebé en brazos. Mi amiga había comprendido que un día ya no tendría que lavarle los pies a su hijo, y la idea le había dolido. «¿Lo sigues echando de menos, mamá?», preguntó mi amiga. «Daría lo que fuese por lavarle los pies a mi hijo», respondió Sheila. Al escribirlo, sé que suena profundamente servil. Cuando mi amiga me lo contó, no pude contener las lágrimas. La maternidad puede conmigo. Lloro siempre que veo una representación, sea ficticia o no, de un parto. También he llorado en el gimnasio, en la elíptica, viendo el tráiler de una película tonta y desgarradora. Cuando mi hermana se mudó a Maine, esperé a que su coche se hubiese alejado cien metros y luego rompí a llorar. Lloré delante de una multitud —humillante— mientras leía un poema que escribí para mi querido amigo Bill. Él se habría reído. A él le habría gustado.
***
¿Recordáis la desesperación que se siente al ver llorar a vuestro padre o vuestra madre?
***
Cuando Bill murió, fui a un museo y lloré.
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Ya no permito que los animales atropellados en la carretera me hagan llorar.
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Cuando era joven, a veces me sangraba tanto la nariz que, cuando finalmente se coagulaba, los conductos nasales estaban atascados y lloraba lágrimas de sangre.
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Existen diferencias químicas entre las lágrimas de tipo emocional y las que produce la irritación física. Si alguien respira lágrimas de emoción, disminuye su excitación sexual.³ En una ocasión empecé a llorar mientras mantenía relaciones sexuales no por el sexo en sí, sino por el tema de Belle and Sebastian que sonaba en el estéreo. La gente llora como respuesta al arte, sobre todo a la música. Se dice que la poesía ocupa el segundo puesto.⁴ Incluso la arquitectura puede incitar al llanto.⁵
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Lo primero que hacemos cuando venimos al mundo es llorar. Según escribió en 1708 William Derham para la publicación Philosophical Transactions de la Royal Society, al menos un humano empezó a llorar mientras todavía estaba en el útero, lo que provocó respuestas escépticas por parte de sus corresponsales, que opinaban que el ruido habría sido un «gemido de las tripas, o del útero, o el efecto de… la imaginación femenina».⁶ «Fue raro el día, durante esas cinco semanas, que no llorase poco o mucho», insistió Derham, aunque continúa que el niño «desde que nació, se volvió muy callado».⁷
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Quedé con Bill en una lectura poética cuando los dos todavía vivíamos en Nueva York y hacíamos planes para vernos, hablar de poemas, estrechar nuestra amistad. Finalmente nos encontramos en un bar cutre cerca de Union Square. «Estoy embarazada», le dije, y pedí algo de beber.
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Después del aborto sangré durante semanas. Una noche con tanta intensidad que me asusté. Llamé a la clínica y me dijeron que fuese a Urgencias, pero no tenía dinero. Llamé a Bill y vino a mi casa. Se pasó la noche en mi cama, mientras yo lloraba, sangraba y lloraba. Fue la única vez que nos besamos.
***
Lisa me habla de llanto paralelo, el llanto que acompaña al arte pero que no surge de él. No es el argumento lo que hace que se te salten las lágrimas; estas obedecen a otra fuerza. Me gusta, pues siempre he preferido las líneas paralelas a las perpendiculares. Las líneas perpendiculares son chejovianas; el arma descrita dispara. Las líneas paralelas son hitchcockianas: la presencia de la bomba es suficiente.
***
La mayor parte del llanto es nocturno. La gente llora de cansancio. Pero qué horrible es oír decir a alguien: «¡Sólo está cansada!». Cansada, sí; pero ¿«sólo»? No hay nada de «sólo» en eso.
***
Recuerdo que vi llorar a mi madre un breve día de invierno, aunque no recuerdo el motivo de su tristeza. Quizá no hubiese ningún motivo, sino sólo un entorno: la ausencia en el mar de mi padre, marino mercante, o la presencia siempre agotadora de mi hermana y yo. Recuerdo la luminosidad de la habitación, el sol que asaltaba todas las superficies.
***
Inmediatamente después de la masacre de la Universidad de Kent en 1970, una testigo confundió las lágrimas de los estudiantes que lloraban la muerte de sus compañeros con las causadas por el gas lacrimógeno que la Guardia Nacional había utilizado contra los manifestantes. Años después contó en una entrevista:
Seguía convencida, a saber por qué, de que sólo era gas lacrimógeno […]. No tenía ni idea de adónde iban las ambulancias, ni de por qué había tantas, y tan ruidosas, desplazándose tan rápido, ni de por qué la gente lloraba y se abrazaba de una forma tan histérica. De modo que seguí andando […]. Y me llevaron a casa. Shelly y Mark me llevaron a casa. Mi madre estaba en la entrada llorando, esperándome, creía que yo era uno de los estudiantes muertos. Y lloraba […]. Ni siquiera recuerdo qué pasó después de entrar en casa de mis padres, aparte de que mi madre lloraba muchísimo. No recuerdo que yo llorase, en absoluto.⁸
***
La Guardia Nacional lanzó bombas de gas lacrimógeno a los estudiantes —«les echamos un poco de gas», dijeron— y estos se las lanzaron de vuelta, un acto tanto defensivo como desafiante: No, gracias; no las queremos. Como revancha, los soldados dieron un paso más y apuntaron con sus fusiles M1.
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Entre los remedios que existen para aliviar los efectos del gas lacrimógeno —enjuagarse con agua fría, volver la cara en dirección al viento— la orden de mantener la calma suena como la más difícil de poner en práctica.
***
En la fotografía que acabaría simbolizando la masacre, una chica de catorce años está arrodillada junto al cadáver de un estudiante asesinado. El cuerpo de la chica forma un interrogante angustiado.
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Las lágrimas son una señal de impotencia, un «arma de mujer». Ha sido una guerra muy larga.
***
Yi-Fei Chen, una estudiante de diseño de Holanda, literalizó la metáfora después de que un profesor exigente la hiciese llorar. Construyó una pistola de latón que recoge, congela y dispara lágrimas: diminutas balas heladas. Chen presentó el objeto en su graduación, donde aceptó la invitación de apuntar al director de su departamento.⁹
***
***
Me irrito al leer Why Only Humans Weep, el libro meticuloso y exhaustivo del «experto en llanto» Ad Vingerhoets, por lo que me parece una agresiva falta de compasión y de asombro, pero de pronto me intriga una súbita declaración: «Todas las lágrimas son lágrimas reales», dice, aunque algunas puedan ser «insinceras».¹⁰
***
Escrutamos las lágrimas de los demás para saber si son sinceras. E incluso podemos dudar de la sinceridad de las propias. En Letters to Wendy’s, Joe Wenderoth escribe sobre el llanto estratégico de un niño en un restaurante de comida rápida:
Su madre me explicó que no era pena auténtica, sino fingida. Era un llanto concebido para conseguir algo. Y yo pensé: ¿No es mi llanto siempre fingido? Y me pregunté qué pretendía conseguir con mis secreciones diarias. No supe responder. Y sentí pena de verdad.¹¹
La poeta Chelsey Minnis (un nom de plume, por cierto, o quizá de guerre), acuñó otro término para el llanto fingido: falsillorar.
Una mujer falsillora a un hombre y es muy gracioso
Hay